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Aniversario de una pesadilla

Un año de la tragedia de Barbate

Hace muchos años que ninguna gran organización de narcotráfico opera en Barbate, pero la embestida de aquella narcolancha volvió a situar al pueblo en la diana de una injusta ‘mala reputación’

Mural en el colegio público de la Avenida del Mar de Barbate / Lourdes de Vicente
Pedro Ingelmo

09 de febrero 2025 - 07:00

Me adentro en el laberinto de Zahora. Esto algún día fue un asentamiento anecdótico perteneciente a Barbate que se encuentra entre la playa de Vejer, El Palmar, y aquella eclosión de turismo jipi que fue Caños de Meca. Hoy, Zahora es una caótica sucesión de construcciones ilegales unidas por un bacheado damero de caminos a medio asfaltar que mueren en una playa paradisíaca. En cualquier esquina los vecinos, que son sólo unos cuantos en invierno, aprovechan para reclamar en pintadas agua corriente. Mientras, quien hace el agosto es la empresa de cubas de agua que se anuncia colgando su oferta de las pocas farolas que evitan que este lugar no sea en las noches de verano una boca de lobo. Aquí, en esta playa, cuando no había nada, ni farolas, ni baches, ni casas, estuvo una de las primeras guarderías de hachís, allá entre finales de los 80 y los 90. Era el lugar ideal para descargar fardos que no llegaban en potentes narcolanchas , sino en pateras de madera. Nadie vigilaba a esos contrabandistas y el hachís no era entonces el impresionante negocio que es hoy.

Es por aquellos años cuando empieza a forjarse la leyenda del que acabaría siendo el principal narcotraficante de los años 90, un barbateño que se había criado en los barrios altos del pueblo, hijo de un contrabandista de tabaco. He venido a Zahora a ver su casa, que en su día quiso ser una mansión, pero que ahora no difiere mucho de cualquiera de los chalés de dos plantas levantados sin orden y sin concierto en la zona. En el año 2000 la Guardia Civil terminó con su carrera. Irrumpió en la villa y admiró sus jacuzzis, el gimnasio y los televisores gigantes. “También tenía una cocina impresionante, que a nosotros siempre nos hizo gracia porque tenía ese pedazo de cocina a la que no le faltaba un detalle y él sólo se alimentaba de hamburguesas del Burguer King”, cuentan los guardias. Allí, aparte de una piscina igualmente ilegal, un merendero cubierto y una jaula con un mono, había un auténtico parque móvil: dos Mercedes, un Toyota Land Cruiser con remolque, un Golf GTI, un Ford Puma, un Mini Moke, un Ford Escort, dos motos Honda, una Suzuki, tres Yamaha y dos bicicletas de montaña de las caras. Uno de los guardias se quedó mirando el Land Cruiser y el ‘narco’, esposado, le sonrió: “Habérmelo dicho y te hubiera comprado uno”.

Hoy aquel narcotraficante anuncia en airbnb su chalé, donde ha construido bungalows. El que había sido un joven altanero y derrochador que saltaba de cama en cama es hoy, tras su paso por la cárcel, un cincuentón afable que se volvió a casar, ha descubierto la vida familiar y al que le gusta los fines de semana cenar bien y escuchar flamenco en algún local de la zona. La guardia civil no se fía, piensa que el que tuvo retuvo, pero lo cierto es que uno mira las reseñas de los usuarios de sus bungalows y lee cosas como “un lugar precioso, los dueños encantadores, siempre se prestan a ayudarte en lo que necesites” o “el ambiente es muy familiar, los dueños se reúnen con amigos, ya que la casa particular rodea los bungalows”. Se puede llevar perros.

Surfistas en la playa del Carmen / Lourdes de Vicente

No es el único. El más audaz de los conductores, que se dedicaba a trasladar los fardos de la playa a las guarderías, tiene hoy un agradable y coqueto bar de copas en la playa del Carmen; otro de los grandes contrabandistas de la época se retiró y ahora regenta un restaurante en Zahara; un tercero que concertó varios grandes cargamentos entre Marruecos y Cádiz ganó mucho dinero y lo empleó en invertir en apartamentos turísticos y llevar a sus hijos a los mejores colegios. Ahora cuenta con orgullo la exitosa vida profesional de sus chavales y lo único que lamenta es que ya no vivan en Barbate. “Pero es que por aquellos años aquí no había futuro. Ahora es otra cosa. En el pueblo se están creando nuevas oportunidades. Claro, la pesca no. Ya de la pesca viven pocos, pero con el atún y el tirón del turismo en esta zona Barbate está de moda… hasta que pasó eso”.

De repente, la tragedia

‘Eso’ ocurrió hoy hace exactamente un año. Lo ya conocido. Unas narcolanchas refugiadas del temporal, una pequeña zodiac de la guardia civil, unas grabaciones en móvil de chavales jaleando a los pilotos que torean a la zodiac… y, de repente, la tragedia. Dos agentes muertos, un país conmocionado y el nombre de un pueblo en todos los informativos: Barbate. El regreso del estigma de los años 90.

En Barbate ya no existe ninguna gran organización dedicada al tráfico de hachís. Ninguno de aquellos ‘narcos’ mencionados más arriba se encuentran en activo. Los busquimanos, aquellos chicos que con quads buscaban fardos por la playa, forman parte de una memoria colectiva desaparecida hace tiempo. El abandono escolar, que hace treinta años llegó a ser escandaloso y tiró por la borda decenas de vidas, no es hoy mayor que el de cualquiera de las localidades de alrededor. En todos los colegios del pueblo se exhibe un bando municipal en el que se advierte de que se actuará con contundencia en los casos de absentismo escolar. En el índice de criminalidad por ciudades en España aparecen cinco localidades de la provincia entre las cien primeras. Ninguna de ellas es Barbate. “Aquí no hay más gente que se dedique al hachís de las que pueda haber en Conil, en Vejer o en Chiclana. Pero el sambenito siempre nos cae a nosotros”, se lamentan en la peña flamenca Niño de Barbate, uno de los sitios más populares y castizos de la localidad. El juzgado de Barbate se encuentra saturado por los casos de narcotráfico, pero un informe del Consejo General del Poder Judicial no lo catalogó de colapsado, como sí hizo con los partidos judiciales de La Línea, Sanlúcar, Ayamonte y Moguer.

Rafael Márquez nunca estuvo tentado por el dinero fácil. Montó un taller de coches en una finca estratégica, ya que incluía un callejón que comunicaba el río con el casco urbano. Lo primero que hizo fue levantar un muro en ese pasillo. No quería que nadie le viniera a ofrecer dinero a cambio de franquearles el paso. En época de almadraba se zambulle de lleno en la campaña del atún. Protagonizó un documental, “Oro rojo”, dirigido por Jesús Sotomayor, en el que viajó por Japón para dar a conocer la pasión asiática por el manjar de Barbate. La película ganó la Biznaga de plata del festival de Málaga y fue a la gala de los Goya porque fueron nominados al mejor documental del año 2020. “ Aquella película era mucho más Barbate que el que se empeñan en que aparezca en los medios”.

¿Y qué van a contar? ¿Que por la costa de Cádiz entra droga? Pues claro, la droga se planta en la otra orilla. ¿Por dónde va a entrar? ¿Por Noruega?”.

Charlando en su taller donde un Mini destripado se encuentra en plena revisión, Rafael me cuenta que, ahora que se cumple justo un año de ‘eso’, las narcolanchas volvieron a refugiarse en la bocana del puerto. “Había mala mar. En febrero hay días de mala mar. ¿Y qué vamos a hacer? No podemos hacer nada. Esas narcolanchas no son de aquí, los que las pilotan no son de aquí. Es como si tienes un vecino que le da por tirar a la basura desde el balcón. Pues qué le vas a hacer, la basura salpica en tu portal, pero la basura no es tuya. Sin embargo, tú puedes tener tu fachada reluciente, una fachada preciosa y viene alguien de visita y no se fija en la fachada, se fija en las salpicaduras de basura. Hace unas semanas organizamos una ruta cicloturista. Vinieron lo mismo 400 personas de fuera. Fue un éxito. Nadie apareció para contarlo, pero ahora que se cumple un año de aquella desgraciada tragedia volverán todos los focos para decir mira lo que ocurrió aquí. ¿Y qué van a contar? ¿Que por la costa de Cádiz entra droga? Pues claro, la droga se planta en la otra orilla. ¿Por dónde va a entrar? ¿Por Noruega?”.

Rafael, en la nave del taller dedicada a la preparación de la almadraba / Lourdes de Vicente

Al alcalde de Barbate, Miguel Molina, le duele la boca de quejarse de que en los medios de comunicación se siga dibujando un Barbate que ya no existe, el Barbate de la ciudad sin ley, el Barbate Vice de los años 90. Un solo dato lo dice todo. En 2012 Barbate tocó fondo. El paro se situó en un 55%. Hoy sigue siendo alto, un 24%, pero son 30 puntos menos. Sin embargo, los barbateños aún recurerdan con vergüenza esas risas de los chavales mofándose de la guardia civil segundos antes de que sucediera lo que nadie esperaba que sucediera.

El sociólogo barbateño Miguel Relinque no lo justificó en su día, pero sí me lo explicó: “Fue juzgar a todo un pueblo por un grupo de chavales. Aquí en febrero es temporada baja, no hay mucho que hacer. Esos chicos fueron al muelle a matar el tiempo y se encontraron con un espectáculo. Hicieron algo que, es cierto, se ha hecho mucho en Barbate, viene quizá de aquellos años 90: reírte de la autoridad”. En Barbate siempre se ha presumido de ser un Cádiz en chiquitito, su carnaval tiene fama y sus agrupaciones componen coplas con aceradas letras. En definitiva, que en Barbate, dicen ellos mismos, hay mucha guasa. Venía a ser como en esa canción de Brassens, La mala reputación: “Si en la calle corre un ladrón y a la zaga va un ricachón, zancadilla doy al señor y aplastado el perseguidor”. Para él, Barbate arrastra esa mala reputación de los tiempos en que un pueblo abandonado por todos se abandonó a sí mismo en una década loca que malgastó una generación. “Si tú ves la grabación entera de los móviles, hay risas antes de que se produzca todo, antes de que la narcolancha embista. Cuando embiste se hace el silencio. Los propios chicos se quedan horrorizados ante lo que ha sucedido”. Sí, es cierto, callan, pero segundos antes algunos han gritado: “¡Embístelos!” Hiela la sangre.

¿Y quién tiene más culpa, los descerebrados que jaleaban o los que ordenaron a los guardias meterse en el agua con una balsa de plástico?"

En los días siguientes se produjeron algunos arrestos, se identificó a algunos de los que estaban en el puerto aquella noche. El pueblo se llenó de guardias, había controles para entrar y salir. No se sabía muy bien para qué ese despliegue. Yo estuve allí aquellos días y la gente del pueblo echaba pestes de los chavales. Habían arrastrado el nombre del pueblo por el barro, pero al mismo tiempo no entendían muy bien de qué les podían acusar exactamente. Sí, estaba mal lo que habían hecho, “pero no son criminales. Conocemos a algunos. Unos son mejores y otros peores, pero no representan a Barbate. ¿Y quién tiene más culpa, los descerebrados que jaleaban o los que ordenaron a los guardias meterse en el agua con una balsa de plástico?”, me contaba el propietario de uno de los pocos lugares del paseo marítimo en los que se podía desayunar en temporada baja.

'Apaleaos'

“Aquí tenemos el peor hachís del mundo. La gente se cree que aquí está lo mejor, lo más puro, pero lo que hay aquí es el apaleao, el más chungo. El bueno está en Madrid, en Amsterdam, en Berlín… Porque esos son sus clientes. Y te digo que es más fácil comprarte una bellota en cualquiera de esos sitios que aquí”, me desvela un parroquiano de uno de los bares más cercanos al río. El debate de Barbate antes de que sucediera ‘eso’ no tenía nada que ver con el hachís, que se consumirá aquí igual que en cualquier otro sitio. El debate es qué hacer con el pueblo, si hay alguna manera de que el Ejército indemnice por el bocado que le tiene comido al término municipal en la sierra del Retín para pegar tiros, si poner todas las fichas en la casilla del turismo, si fortalecer el tejido de la industria agroalimentaria. Porque parece que se ha olvidado que Barbate, un pueblo joven que a principios del siglo XX era una aldea que ni aparecía en el mapa, que “aquí nadie tiene ocho apellidos barbateños”, llegó a ser un pueblo rico, muy rico, uno de los más ricos de Andalucía. Tenían los mismos cines que Cádiz, cinco, y se disputaban las grandes estrellas de la canción para traérselas antes que nadie. Era la riqueza del boquerón. Se acabó el boquerón y llegó la ruina. Y luego sí, la mala reputación.

El mercado con una gran lona de una 'levanta' de atún / Lourdes de Vicente

Pero para los barbateños todo aquello es historia. Los empresarios de ahora eran niños entonces, vieron a sus mayores caer en la heroína o comerse temporadas de cárcel. Todavía queda un reducto muy pequeño de aquel Barbate en los barrios altos y sirve para que las nuevas generaciones no quieran repetir la historia. Y si preguntas, un año después por ‘eso’ se encogerán de hombros y dirán “fue horrible, una tragedia, pero nosotros sólo fuimos el escenario de una guerra que no es nuestra”.

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