El Atapuerca que no fue

Un hallazgo desperdiciado

El catedrático y arqueólogo Diego Ruiz Mata explica la oportunidad perdida de convertir el yacimiento de Doña Blanca en el referente mundial de la civilización fenicia. Los conejos y una cantera ya han destrozado buena parte de la necrópolis de aquella trimilenaria ciudad

Diego Ruiz Mata en su estudio donde se encuentra todo el conocimiento sobre el yacimiento
Diego Ruiz Mata en su estudio donde se encuentra todo el conocimiento sobre el yacimiento / Fito Carreto
Pedro Ingelmo

04 de agosto 2024 - 07:01

 Dos de los principales yacimientos arqueológicos de Europa se encuentran en España. En uno, Atapuerca, se puede explicar el origen del hombre; en otro, Doña Blanca, en El Puerto de Santa María, se puede explicar el origen de la civilización tal y como la entendemos: “Los fenicios suponen la desintegración del tribalismo. Cuando llegan los fenicios hay indígenas que producen para comer. Los fenicios producen para comerciar. No es lo mismo producir para comer que producir en excedencia para comerciar. Cambia la sociedad, llega la tecnología, surge el control de la producción, eso es un sistema moderno. Y esto te permite comunicarte con otros mundos a través del comercio. Desde Cádiz se comercia con Tiro, con Essauira, con Irlanda... Los indígenas se adaptan y de esa desintegración tribal inicial pasamos a la integración en el nuevo mundo. A eso le llamamos civilización, aquello en lo que tú, hombre de hoy, eres capaz de reconocerte. Somos los mismos con distintos ropajes. Haber sido es una condición de ser”.

Tartessos es aquel lugar mítico que los griegos situaron en el triángulo entre Cádiz, Huelva y Sevilla. Una civilización que tuvo su eje en el Guadalquivir y que en algún momento se fundió con el alma fenicia. Doña Blanca, cuyo nombre viene del mito del sufrimiento de una dama, es fundamental para comprender ese momento.

Converso con el catedrático de Prehistoria Diego Ruiz Mata en su casa, rodeado de libros, rodeado de pasado que explica el presente. Es una charla larga con el hombre que apareció por el poblado de Doña Blanca en el año 1979 y señaló el lugar, al pie de la sierra de San Cristóbal, una loma de poco más de cien metros de altitud, en el que, sin ningún lugar a dudas, estaba enterrado ese momento en que la tribu se hizo civilización. “Tenemos que saber lo que somos porque no hay nada más trágico que encontrarte deshabitado, sin referencia. Doña Blanca es la posibilidad de analizar todos estos elementos porque se nos ha conservado la ciudad, tiene siete hectáreas, quizá tuviera unos 1.500 o 2.000 habitantes, aquellos que daban el culto a los dos templos existentes, el de Venus, Astarté, y el de Cronos o Melkart. Doña Blanca nos enlaza con nuestro origen”.

"Tenemos que saber lo que somos porque no hay nada más trágico que sentirte deshabitado"

Ruiz Mata es un obseso del conocimiento. Empezó a excavar con 18 años, lo ha hecho en decenas de lugares por todo el mundo, y se olvidó de los veranos, lo mismo que el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, uno de los ‘hombres’ de Atapuerca. Ambos tienen una estrecha relación y en sus conversaciones han coincidido en lo básico: el hombre siempre tiene la misma esencia, pero hay un proceso que lo cambia todo y es el surgimiento de la ciudad.

El Atapuerca fenicio

Las excavaciones de Atapuerca, en la provincia de Burgos, y Doña Blanca se desarrollaron casi en paralelo. Las de Doña Blanca empiezan en 1979 y las de Atapuerca en 1982. Y, en paralelo, ambas van desentrañando maravillas y ambos científicos van transmitiendo sus avances. Sin embargo, hoy Atapuerca es conocida en todo el mundo. Su Museo de la Evolución Humana es visitado cada año por más de 400.000 personas. A Doña Blanca, donde apenas se ha excavado en los últimos veinte años, apenas viene nadie.

Pero Doña Blanca podría haber sido el ‘Atapuerca fenicio’. Y, de hecho, estuvo muy cerca de serlo. Ruiz Mata rememora aquellos primeros años: “Era el último día de clase en la Facultad de Historia en Madrid y hacíamos balance del curso, que había tratado sobre el mundo fenicio. Hablábamos de todo lo que nos había dado Cádiz, de su famoso sarcófago, pero apenas sabíamos nada del momento de su fundación. Decíamos que ojalá tuviéramos un yacimiento que reflejase como en un espejo lo que Cádiz hasta ahora no nos ha dado, que es el comienzo. En esas estábamos cuando uno de los alumnos, Ramón Ramírez, que era de Cádiz, levanta la mano y dice que en El Puerto hay una cosa que es el castillo de Doña Blanca, junto a una colina, y que allí su padre había encontrado unos fragmentos de cerámica que él guarda en una caja de zapatos. Al ver esos fragmentos, tuve un presentimiento. Al día siguiente estábamos Ramón y yo en el tren camino de El Puerto. Llego al Ayuntamiento y pregunto si conocen el castillo de Doña Blanca y me dicen que no. Digo más o menos dónde estaba y me dicen que éste es el campo de José Luis Osborne Domecq, un señor al que jamás entendí lo que hablaba, que nos puso muchos inconvenientes, pero a través de un cura le pudimos convencer para empezar a excavar y rápidamente, en las dos primeras campañas, nos dimos cuenta de que estábamos ante algo importante”.

Son los primeros años de la autonomía. Existe un entusiasmo político desaforado por la cultura y todo lo que es nuestro pasado. Ruiz Mata cuenta con la complicidad de la Junta. Esto va a ser una gran noticia para el propietario de la finca, José Luis Osborne, al que se le van a pagar 500.000 pesetas de la época por campaña para avanzar en el yacimiento. Esa cantidad era la que él había pagado por la finca años atrás, así que el negocio era redondo. La Junta se hace cargo de la mano de obra con los trabajadores del PER y de la estancia aportando una residencia juvenil que se encontraba en El Portal. En 1988 se llega a un acuerdo de expropiación con Osborne, al que se le pagan 50 millones de pesetas. “Fueron años dorados, comíamos fatal, pero nos daba igual porque nuestra única obsesión era excavar e investigar”.

Luis Suárez, Luis Romero y Diego Ruiz Mata se estrechan la mano tras el acuerdo para iniciar la excavación de la necrópolis en 1989
Luis Suárez, Luis Romero y Diego Ruiz Mata se estrechan la mano tras el acuerdo para iniciar la excavación de la necrópolis en 1989

Aquellos 50 millones por siete hectáreas acabarían convirtiéndose en una losa. Los terrenos de la necrópolis pertenecían a otro propietario que dijo que si por siete hectáreas se habían pagado 50 millones a él, con un terreno muchísimo más grande, tendrían que pagarle una cantidad estratosférica que la Junta no se podía permitir. La necrópolis acabó con el tiempo siendo un coto de caza de conejos y agujereada por miles de madrigueras.

Pero todos aquellos problemas burocráticos no hacían mella en el equipo de Ruiz Mata. Por entonces Doña Blanca iba por delante incluso de Atapuerca en sus ambiciones. Las tumbas revelaban secretos de la vida fenicia. Los perfumes, el oro, los lujos. “Eran pistas que nos hablaban de la ostentación del poder. De los 64 enterramientos que descubrimos en un túmulo sólo en cuatro encontramos perfume. Nunca ha habido un mundo igualitario. Las tumbas nos hablan de los estatus sociales”. También descubren la bodega, el vino, que es otro elemento fundamental y que ha sido la base para un libro monográfico que próximamente publicará Ruiz Mata en la editorial Almuzara. Concluyen que la la desembocadura del Guadalete se encontraría en la Sierra. “La desforestación provocada por el crecimiento poblacional para crear productos como el trigo, el vino o el aceite, va a los arroyos de los ríos y durante siglos se va creando una marisma y lo que antes era mar se convierte en la marisma que hoy conocemos”.

El campamento

Para seguir avanzando y divulgando se necesitaba construir un campamento que atrajera a investigadores internacionales. Utilizando dos naves que Osborne había construido para las vacas y los cerdos y con dinero europeo, los arqueólogos las transforman en un auténtico centro de investigación. Ruiz Mata se inspira en un kibutz que conoció en Israel durante una de sus excavaciones. Acondicionan 24 habitaciones de 15 metros cuadrados cada una con 48 camas, un comedor de cien metros cuadrados, una cocina grande, un lugar de reunión para hacer cursos y conferencias y un gran almacén de unos 600 metros cuadrados para ir guardando y clasificando todos los hallazgos. En 1989 se inaugura el complejo con la presencia de autoridades políticas y con una caldereta preparada por los trabajadores del PER.

Almacén en el que se encuentran todos los elementos extraídos del yacimiento
Almacén en el que se encuentran todos los elementos extraídos del yacimiento

“Muchas palmaditas en la espalda. Esto es cojonudo, Diego, y todo eso. El entusiasmo por aquel proyecto duró lo que duró la caldereta”, resume Ruiz Mata. En los años 90, cuando Atapuerca ya se está haciendo un hueco en el Olimpo de la arqueología mundial, Doña Blanca languidece. Los fondos llegan con cuentagotas. Aún así, en 1995, consiguen traerse a El Puerto y a Cádiz a mil investigadores del mundo fenicio en un congreso internacional. Pero aquel congreso no va acompañado en los años posteriores en inversión para la divulgación de lo que supuso aquel Tartesos en la historia humana. En el 2000 llega la puntilla. El director del Museo de Cádiz comunica a Ruiz Mata la decisión de que se detenga la excavación. A partir de ahora se hará cargo del yacimiento un nuevo ente que se llamará Empresa Pública de Actividades Culturales.

La labor de la Empresa Pública de Actividades Culturales en Doña Blanca se resume en una palabra: nada. “El ente creará muchos puestos de oficina, pero el trabajo de campo se detiene. A nosotros se nos desplaza, como si nunca hubiéramos estado allí. Sólo se nos permite trabajar en el almacén, donde están miles de cajas con el material que habíamos encontrado, pero en 2018 llega una mujer, que creo que viene de CCOO y que es la encargada de la supervisión de yacimientos menores, no como el de Itálica, que está considerado de mayor escala, y decide que, siguiendo la normativa de riesgos laborales, tampoco se puede trabajar en el almacén. Definitivamente, nos han echado de Doña Blanca”, lamenta el investigador, al que se le quiebra un poco la voz para luego recordar con una sonrisa triste que “los mismos que me habían echado de la excavación me hicieron un homenaje en reconocimiento a mi trabajo”. De aquello hace cerca de veinte años, cuando Ruiz Mata se encontraba en su plena madurez intelectual e investigadora.

En este tiempo se instalaron postes eléctricos en lugares reconocidos como bien de interés cultural sin supervisión arqueológica y una cantera destruyó buena parte de la Sierra. Los restos arqueológicos podían verse colgados de las paredes de tierra. Un destrozo descomunal.

El proyecto

Pero él no ha parado. Creó una organización, la Fundación de Estudios Fenicios Mediterráneos, donde se encuentran algunas de las principales universidades del mundo que trabajan en la materia. Ha elaborado un proyecto de parque cultural arqueológico y lúdico que se inspira en los simposios griegos con la bodega y el vino como epicentro. “Tenemos 300 hectáreas arqueológicas, doscientas de ellas de necrópolis, la ciudad fenicia, una bodega de mil metros, la única completa que se tiene de aquel tiempo, las cuevas canteras son catedrales sumergidas, el poblado de la edad del cobre... En definitiva, tenemos algo único en el mundo y no hacemos nada. Es increíble. Podríamos crear espacios maravillosos para teatro y conciertos. Es una oportunidad para poner Cádiz y El Puerto en el mapa”.

"Cualquier días nos van a decir que alguien ha descubierto el templo de Lucifer"

El pasado mes de julio se volvió a intervenir en el yacimiento. No se hacía nada desde que en 2005 se articuló un circuito de visitas. El grupo Phoenix Mediterranea, coordinado por la profesora Ana María Niveau, ha llevado una actuación puntual con el uso de nuevas tecnologías para plantear nuevas hipótesis sobre la situación de las murallas. A Ruiz Mata el planteamiento no le parece ni bien ni mal: “Me parece insustancial”. Respeta el trabajo realizado pero no puede evitar mencionar a dónde nos ha llevado el uso de las nuevas tecnologías en la arqueología en los últimos meses. “Estos nuevos aparatos están bien, pero luego hay que saber interpretar. Estos aparatos detectan anomalías, pero esa anomalía no tiene por qué tener un valor arqueológico, lo que tú crees que es un templo pueden ser unos guijarros. Existe un ansia para descubrir cosas extraordinarias cuando lo que hay que hacer es ahondar en lo ya descubierto. Se hizo el ridículo cuando se pidió a la Unesco el reconocimiento del circo de Itálica y después se comprobó que ese circo nunca existió, se hizo el ridículo cuando una delegada de la Junta anunció a bombo y platillo el descubrimiento del templo de Melkart y después se vio que el dichoso aparato no funciona en el agua y ni había templo ni había nada. Ahora hay un tipo que dice que ha descubierto la Atlántida. Cualquier día nos dicen que alguien ha descubierto el templo de Lucifer”.

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