Los cables secretos de Rota

 La Base Naval gaditana fue uno de los encargos estratégicos que hizo Kissinger al embajador que envió a supervisar la Transición española. Documentos desclasificados arrojan luz sobre ese momento clave de nuestra historia  

Maniobras conjuntas hispano-estadounidenses en la Base Naval de Rota en 2003
Pedro Ingelmo

25 de agosto 2024 - 06:00

 En enero de 1975 el presidente norteamericano Gerald Ford nombra embajador plenipotenciario en España a un personaje (no se sabe muy bien su profesión) especializado en asuntos espinosos. Había sido una de las figuras claves en el nacimiento de Israel como país durante su paso como enviado a Jerusalén en 1949 y, posteriormente, revisó el proceso de la unificación europea con plaza primero en París y luego en Roma. Su nombre es Wells Stabler (Boston, 1919) y ahora tiene un nuevo encargo delicado del máximo interés para el secretario de Estado, Henry Kissinger. Su misión va a ser entablar relaciones cercanas con las figuras emergentes del panorama político español e informarle de estas conversaciones directamente. Stabler tiene entonces 55 años y no ha sido nunca embajador en ninguna parte. Más que un embajador, lo que envía Kissinger a Madrid es un espía y sus tres principales informantes van a ser el futuro rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Felipe González.

Hay varias preocupaciones para Kissinger sobre la mesa y la menor de ellas es si, una vez muerto el dictador, lo que sucederá en noviembre de ese año, España se va a convertir en una democracia o no, aunque prefiere que así sea. Esas otras preocupaciones principales son tres: una es el apoyo a Marruecos en la toma del Sáhara Occidental, que es una provincia española, la número 53, desde 1958; otra es la revolución portuguesa y su posible deriva comunista; y la tercera es el futuro uso de un lugar estratégico en el Estrecho, la base naval de Rota. La situación es delicada y lo acaban de ver en la reciente guerra del Yom Kippur, cuando los aviones norteamericanos que volaban en apoyo de Israel sólo obtuvieron permiso para repostar en Portugal y ahora, con la revolución de los claveles, ni eso. De España, ni hablamos. Por entonces, ni siquiera reconocía el estado de Israel.

Gerald Ford, en una imagen casi calcada a la de Eisenhower 22 años antes, durante su visita a España en mayo de 1975

Por eso Kissinger coloca en la agenda de Gerald Ford, en un viaje por Europa, una escala en España. No ocurría desde que Eisenhower, más de veinte años atrás, había entregado su mano a un paria de Europa llamado Francisco Franco a cambio de unas bases militares muy útiles en su particular guerra fría. Ahora había que volver a hablar de aquellas bases y Ford repitió, casi calcó, la escenografía de Eisenhower paso por paso. Stabler, ese personaje del que apenas hay fotos, que concedió a ABC una entrevista en la que no dijo nada -Pilar Urbano la firmaba-, se encargó de ello.

Entrega de acreditaciones de Stabler al dictador en 1975

Estos cables entre Stabler y Kissinger durante esa encrucijada geopolítica han sido desclasificados por la CIA este año dentro de un lote de 12 millones de páginas de información, entre las que 12.500 hacen referencia a España y tienen el valor de desvelar las interioridades de un momento clave en nuestra historia desde un punto de vista nunca conocido, ya que Stabler, tan sinuoso, no dejó escritas sus memorias. El profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Navarra, Jorge Urdánoz, ha buceado en ellas y el resultado ha sido un libro apasionante llamado 'La Transición según los espías', que desmitifica el idealismo de ese periodo y que pone negro sobre blanco el hecho de que quizá Estados Unidos no pilotó el tránsito de la dictadura a la democracia, pero desde luego sí que lo supervisó. Para Urdánoz, Stabler “es probable que fuera, aunque esto es sólo una intuición, el creador del mito de la Transición. Todo el mundo habla con él, todo el mundo sabe que la información que le dan va a ir con total seguridad al Departamento de Estado americano, pero todo el mundo quiere hablar con él y todo el mundo le cuenta la verdad”.

El Sáhara

Como tal, el futuro rey de España no despertaba entusiasmo entre la diplomacia norteamericana. En los cables del anterior embajador se hablaba de él con cierto desprecio cuando se le enumeraban sólo tres virtudes: tiene encanto personal, no va a legalizar el partido comunista y, al menos, no es hemofílico. Pero Stabler va a encontrar cualidades que otros no han sabido ver. El futuro rey, que almuerza a menudo con Stabler y que sabe cómo le han bautizado en Madrid, el Breve, quiere el apoyo explícito de Estados Unidos y está dispuesto a ofrecer algo a cambio. Hassan II va a poner en marcha, con el apoyo norteamericano, las ocupación pacífica de la provincia española del Sáhara, rica en hierro y fosfatos, tal y como los servicios secretos españoles han informado a Franco el 6 de octubre, poco más de un mes antes de su muerte. Juan Carlos le dice a Stabler que, si reina él, España dejará hacer.

Y así sucede. La Marcha Verde, compuesta por más de 300.000 civiles, se inicia el 6 de noviembre de 1975 y el ejército español inicia la denominada Operación Marabunta para defender el territorio. Ni que decir tiene que la CIA está al tanto de esta operación. Entre las acciones de la Marabunta se encuentra sembrar de minas la frontera. Días antes, Juan Carlos había estado en El Aaiun arengando a las tropas: “No dudéis que vuestro comandante en jefe estará aquí, con todos vosotros, en cuanto suene el primer disparo”. Una semana después, con Franco agonizante y Juan Carlos como jefe de Estado en funciones, se ordena el fin de la Operación y se acuerda la salida de las fuerzas españolas del Sáhara para febrero de 1976.

Stabler informa a Kissinger: “Madrid y Rabat han acordado que los manifestantes sólo entrarán unas pocas millas en el Sáhara español y que permanecerán un corto periodo de tiempo en la frontera, donde ya no hay tropas españolas”. Ese acuerdo incluye la entrega a Marruecos del mapa del terreno minado. Que en esos días la ONU redactara la resolución 380 rechazando la invasión y reconociendo el derecho de los saharauis a la autodeterminación era algo que ya no era asunto de Stabler.

Portugal

Aunque el trabajo de Urdánoz se centra más en la creación del artefacto político diseñado por Suárez con el apoyo de los socialistas que en los intereses estadounidenses en la zona, el autor da las claves para poder acceder a los cables que explican cómo el éxito de la misión de Stabler fue indiscutible. Porque si fue eficaz en el problema del Sáhara no lo fue menos con la amenaza portuguesa y ni siquiera le hizo falta echar mano del exceso de efusión amistosa del último presidente del Gobierno franquista, Carlos Arias Navarro, que ofreció a Stables declararle la guerra a Portugal si se establecía un gobierno comunista.

Stables, conocedor de que España no estaba para guerras, le dijo que no era necesario, que ellos ya se las apañaban. Y así fue. Estados Unidos, gracias a las informaciones de Stables, no dudó en apoyar al socialista moderado Mario Soares, muy cercano a Felipe González, para que, como siempre le criticó la izquierda portuguesa, “metiera el socialismo en un cajón” y abortara el plan del general revolucionario Vasco Goncalves de situar a Portugal en la órbita soviética. Soares mantuvo a Portugal, que era miembro fundador, dentro de la OTAN.

La Base

Y tenía que ver con la OTAN el tercer encargo de Kissinger a Stabler. Estados Unidos había firmado con el dictador Franco en 1953 los llamados Pactos de Madrid, por los cuales a cambio de apoyo económico, España cedía, entre otras cosas, casi 2.600 hectáreas de terrenos localizados entre los municipios de Rota y El Puerto. Es el origen de la Base Naval de Rota, de uso conjunto y, a diferencia de otras muchas bases norteamericanas repartidas por el planeta, no es de propiedad estadounidense. La Base de Rota es de titularidad española y, de hecho, los norteamericanos sólo pueden izar allí su bandera un día al año, el 4 de julio.

Pueden parecer detalles, pero Stabler sabía que tenían su importancia. Las relaciones hispano-estadounidenses eran buenas pero el franquismo siempre había sido un negociador tiquismiquis. Durante sus primeros años de funcionamiento Rota había demostrado su gran utilidad no sólo como puerto puente de la VI Flota, sino como base de despliegue de su escuadrón de submarinos nucleares equipados primero con los misiles balísticos Polaris y luego Poseidón. En 1975 había que renegociar con España el uso de las cuatro bases norteamericanas en suelo español y Arias Navarro había dejado claro que cualquier acuerdo tenía que pasar por la incorporación de España a la OTAN o un estatus parecido. Además, el accidente en 1966 de Palomares, en Almería, en el que cuatro bombas termonucleares cayeron al mar tras el choque de dos aviones americanos, tenía muy sensibilizada a la opinión pública. Por lo tanto, decía Arias, para mantener las bases había que pagar un precio alto que Estados Unidos no estaba dispuesta a pagar. Las conversaciones estaban enquistadas: si no había OTAN, tampoco habría submarinos nucleares. Mientras, la Administración Ford sabía que ni el Congreso ni el Senado respaldarían un acuerdo de ese tipo con aquella atrasada dictadura del sur de Europa.

Stabler explicó a Kissinger el estado de las cosas en esta conversación de septiembre de 1975 incluida en los documentos desclasificados recientemente:

Stabler (S): Ellos parecen querer algún tipo de equivalencia con la OTAN.

Kissinger (K): ¿Y quieren que eso sea parte integral del acuerdo?

S.: Sí, lo quieren como parte del mismo y no quieren que se debata.

K.: O es un compromiso de seguridad o no lo es. Debemos decidir lo uno o lo otro. Sabes, personalmente, creo que España es más importante que Portugal o la mayoría de los países europeos con los que tenemos un compromiso de defensa. Creo que estamos reduciendo demasiado nuestra presencia. ¿Por qué hacemos todo esto por una base?

S.: Dos bases. Está Rota y Zaragoza para la fuerza aérea. Mi impresión es que simplemente no entienden que cuando se desarrolla una fórmula para una relación militar hay que decir si es o no una garantía de seguridad. Simplemente no podemos hacerles comprender que lo primero (el ingreso en la OTAN) no es posible, dada la situación del Congreso. Se lo hemos dicho de 16 maneras distintas, pero Cortina (Pedro Cortina, ministro de Asuntos Exteriores) no lo cree. Dicen que si el Secretario (Kissinger) explicara al Senado lo importante que es, seguramente el Senado lo entendería. Intentará presionarte mucho y planea estar aquí diez días. Mi opinión es que no podemos descartar la posibilidad de que lleguen a la conclusión de que un acuerdo desventajoso es peor que ninguno. Si al final tenemos todavía dos bases, en vez de cuatro, y sin nada que parezca un trato igualitario, no podemos excluir la posibilidad de que se pongan la venda antes de la herida.

K.: Sabes, no puedo soportar a ese hombre. ¿Con quién se lleva bien? ¿Cómo llegó a ser ministro de Asuntos Exteriores?

S.: Se lleva bien con Franco y su familia, y eso le da mucho poder. Sus sesiones informativas ante el Consejo de Ministros son muy breves. Parece haberle lavado el cerebro a Arias y ahora se encuentra en una posición muy fuerte.

K.: López Rodó era alguien con quien se podía hablar. No sé qué fue de él. Incluso López Bravo fue realista.

S.: Cortina puede estar reflejando una cambiante opinión pública española que se ha vuelto antibases pero no antiestadounidense. López Bravo está fuera de escena. López Rodó es un miembro del Opus Dei que fue derrocado cuando llegó Arias. Ahora la gente dice que podría convertirse en alcalde de Barcelona.

K.: No me importan mucho las bases, pero sí nuestra presencia en España cuando se produzca la sucesión y durante lo que va a ser un periodo crítico. Podríamos decirles que se fueran al infierno sin grandes pérdidas para la seguridad militar de Estados Unidos, pero eso no contribuiría a la futura estabilidad política de España y, por supuesto, sería una pérdida más en el área del Mediterráneo. Con un acuerdo de consulta y cooperación, con la defensa como uno de sus componentes, podríamos decirle al Congreso que se trata de una inversión moral en España, y yo correría ese riesgo.

Podríamos decirles que se fueran al infierno sin grandes pérdidas para la seguridad militar de Estados Unidos, pero eso no contribuiría a la futura estabilidad política de España

En ese estado de cosas, con Franco a punto de morir y con el acuerdo sobre la base de Rota en el aire, Stabler echa mano de su comodín, que no es otro que el sucesor, que ofrece garantías al embajador de que habrá un acuerdo sin la OTAN de por medio. Juan Carlos deja claro a su amigo Stabler que, mientras él tenga el respaldo norteamericano España, será un fiel aliado.

Gerald Ford, José María Areilza, Henry Kissinger y el rey Juan Carlos en el despacho oval en 1976

Tal y como dijo Kissinger, el Senado de Estados Unidos confió en esa “inversión moral” y en enero de 1976, cuando no hacía ni dos meses que Juan Carlos había sido proclamado Rey, se firmó el Tratado de Cooperación Internacional que prorrogaba la estancia americana en Rota y en las otras tres bases, pero con el compromiso de retirar los submarinos nucleares en 1980. El mes de junio Stabler organizó la primera visita al extranjero de Juan Carlos como jefe de Estado: sería a Estados Unidos. Allí, ante los 435 congresistas norteamericanos de las dos cámaras legislativas y la inmensa bandera de las barras y las estrellas, Juan Carlos de Borbón pronunció en inglés el famoso discurso del 2 de junio de 1976 en el que anunciaría la llegada de la democracia a España. “Vosotros y nosotros conocemos los peligros que amenazan a la libertad y por eso nos preparamos para defenderla”, dijo antes de saludar al secretario de Estado, Henry Kissinger.

Con la situación en el sur de Europa encarrilada, Stabler todavía daría un golpe de efecto. Aunque se había pactado que Rota fuera un territorio libre de energía nuclear, Estados Unidos necesitaba un acuerdo para el paso de sus buques atómicos por el Mediterráneo y que pudieran atracar en puertos españoles. El jueves 19 de agosto de 1976 Stabler invitó al rey Juan Carlos y a su mujer, la reina Sofía, a pasar una jornada a bordo del buque nuclear US Nimitz. Allí los monarcas fueron agasajados con una opípara comida y unas maniobras aéreas. “Se espera que la visita y la publicidad que se le ha dado consiga poner de relevancia la seguridad de los buques de guerra nucleares y ayude a obtener permiso de España para que puedan visitar sus puertos. El Rey estaba muy impresionado por lo que vio en el Nimitz e imagino que será un aliado muy valioso en el tema de las visitas de los buques atómicos a España" , escribió Stabler.

En diciembre de ese año el ministro de Marina, Gabriel Pita da Veiga , comunicó a Stabler que tanto el Nimitz como otro buque nuclear, el South Carolina, serían bien recibidos en Rota en enero de 1977. El posterior grito ochentero de “OTAN no, bases fuera” no impidió que aquello fuera el principio de una larga amistad. El 30 de mayo de 1982, un año después del fallido golpe de Estado y unos pocos meses antes de que el socialista Felipe González arrasara en las elecciones generales, España se convirtió en el miembro número 16 de la OTAN. Hoy Rota es la sede del escudo antimisiles, el más estratégico sistema de defensa de la OTAN de Europa.  

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