La agonía de Montijo
Cambio climático
Una de las playas menos conocidas y más bellas de Cádiz, entre Chipiona y Sanlúcar, será la primera en desaparecer en la provincia. De hecho, ya casi ha desaparecido
No es fácil llegar a Montijo. Hay que saber. En algún lugar entre Sanlúcar y Chipiona la venta Aurelio marca el camino. A esta playa se accede por una cancela. Sí, sí. Es una playa encerrada en una cancela. Es bellísima. Una playa extraña, no se parece a casi ninguna otra, parecería la playa de El planeta de los simios, si tuviera arena de playa, pero no tiene.
Me dijeron que fuera en marea baja porque sino no hay ninguna playa que ver. La tierra está húmeda en marea baja. Hay grandes sacos de arena protectores en el chiringuito La Bachicha que domina el área varios metros por encima de la playa, hubo una ducha que está hecha trizas, a la escalera de acceso le faltan cinco o seis escalones y han hecho un remiendo. Emma destrozó la escalera, Emma, la mayor tormenta que recuerdan aquí, “daba miedo”.
Las olas arrasaron con todo, rompían contra las rocas, se las comían en un acto de erosión supersónico, y se colaron en el chiringuito. Hablamos de un chiringuito que está, aproximadamente, cuatro metros por encima. El mar entregó su carta de presentación.
Ramón, el propietario del chiringuito,siempre ha vivido aquí, en este extraño lugar. Me habla de una noche horrorosa, que ni los más viejos recuerdan. El mar estaba furioso y el viento empujaba con rabia. Cuando se fue Emma, Montijo ya no era la misma. Y desde que se fue Emma nadie ha venido a arreglar lo que Emma se llevó. Y es que Emma se llevó toda la fortaleza que la defendía y parece que se ha renunciado a defenderla. Total, a Montijo como playa le quedan unos pocos años. Montijo será la primera playa que desaparecerá en la provincia. No será en cincuenta o cien años. Será ya.
Me fijo en los corrales. Los corrales son esas formaciones de piedras que se inventaron los romanos para pescar. Sube la marea, vienen los peces; baja la marea, quedan atrapados los peces. Y la gente marisquea. Es una imagen típica de Chipiona. Montijo tiene su corral. Está roto. Sube la marea, vienen los peces; baja la marea, los peces se escapan. Nadie marisquea.
Tres versiones sobre el mismo hecho:
Versión 1. Javier es de Jerez, mediana edad. Lleva treinta años viniendo aquí. Tiene su bicicleta al lado. “El corral se lo llevó el agua. Vino esa tormenta tremenda y se lo llevó todo”.
Versión 2. María es chipionera, pero vive en Sanlúcar. Pasea con su marido jubilado por la playa cuando la marea está baja. Es su lugar secreto. “Vinieron los de las torres, que son gente de Madrid, y rompieron el corral para que no les molestaran, para que no viniera nadie por aquí. Ya sabe usted que aquí meten cosas por la noche -me dice confidencialmente-”.
Versión 3. Ramón, propietario del chiringuito, tiene un montón de fotos de antes y de ahora. Las muestra junto a unos exquisitos pimientos fritos. “Mira, ésta es la playa con corral -una playa de arena, acosada pero no muerta-y ésta es la playa sin corral -una playa sin arena-. Vinieron aquí los expertos de Costas y dijeron que la arena de la duna no corría, se cargaron el corral y la arena asfixió el corral y la duna se quedó igual. Y al carajo la playa”.
Ninguna de las tres versiones es correcta, aunque la de Ramón se aproxima más. El responsable de Costas, Patricio Poullet lo explica: “Las playas son elementos dinámicos, y la de Montijo ha estado en recesión durante milenios. Estamos acostumbrados a no ser testigos de los procesos geológicos, pero ahora eso ha cambiado: somos testigos porque van más rápido. La playa de Montijo es muy sensible a la erosión desde la última glaciación. La previsión es que, con un amplio plazo de tiempo, el mar llegue hasta dos kilómetros hacia dentro. La protesta de los corrales carece de fundamento científico. Ese corral lleva allí 3000 años y no se ha encontrado relación con la recesión. Nosotros lo que hicimos fue, precisamente, continuar una de las patas del corral para completar la acción de dique y aumentar la arena en una zona (en otra, se perdió volumen, claro), y por eso ha tenido varios años de buen estrato, hasta la llegada del Emma. Desde entonces, el mar ha subido tanto que se ha comido el deslinde y la muralla de contención que habían levantado los vecinos. Esta zona de actuación, de Chipiona a Sanlúcar, con muchos kilómetros, sería de las más costosas”.
Esa es la sentencia. Emma hubiera llegado antes o después. Montijo estaba condenada. La rodearon de casas, algunas suntuosas, otras, más adentro, donde había viñas, eran lugares de recreo alegales, aunque cuando se construyeron, algunas hace más cuarenta años, toda esta cháchara legalística no existía. El mar iba a tomar lo que era suyo y el hombre iba a ayudar a ello.
Javier Gracia, investigador de de la Universidad de Cádiz, no contabacon el Emma cuando, tras años de estudio, descubrió que los temporales eran menos energéticos y más constantes. El poder destructivo era pausado, pero firme. Entonces afirmaba, antes del Emma: “Ya lo estamos viendo en varios lugares, como la playa de Montijo, que está abocada a la desaparición. Sólo quedarán guijarros a pie del acantilado".
En poquísimo tiempo todo se ha precipitado. Dice Ramón, que lleva el hecho con resignación, que “uno escucha que si en tal sitio el nivel del mar sube tres centímetros, o que subirá dos metros dentro de cien años. Joder, aquí ha subido cincuenta metros en seis años”.
Quien observa todo esto con interés es un tipo encantador, holandés. Su nombre es Meindert. Es originario del corazón verde de Holanda, en medio de las flores y los tulipanes. Aquí también los hay en los invernaderos que pueblan la pista que nos ha traído a Montijo, aunque son invernaderos deshilachados exhibiendo la crisis del sector que siguió a la burbuja, otra más, de la flor cortada, cuando Holanda era su principal mercado. Pero Meindert no sabía nada de esto cuando llegó aquí. Ya jubilado, exhibe su españolidad: una tarjeta del Dia. E invita a una Cruzcampo. “Yo ya soy español”, se ríe sobre el promontorio desde el que se observan las rocas clavadas en la arena como un grupito de enanos enterrados.
Meindert llegó a España buscando playas. “Mi mujer y yo nos fuimos a Marbella, pero no era eso lo que queríamos. Era lo contrario. Quieríamos sitios para ir en bicicleta. Yo me hice diez mil kilómetros, ahora las rodillas no me dejan. Y buscamos y encontramso este lugar. Este lugar es maravilloso. El paraíso”. “Va a desaparecer”, le digo amargándole el botellín. Pero su sonrisa no se le desmaya. “Siempre será un lugar maravilloso. Que el mar haga lo que tenga que hacer”. Y me da una dirección de correo para que le mande las últimas estampas de Montijo. Lo enviará a sus amigos de Holanda, el país de los diques que planta cara al mar. Aquí no. Aquí esto se ha acabado.
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