Los muchos caminos en verso de Antonio Hernández

obituario

La poesía del autor arcense echó a andar en el cauce de Andalucía: una senda que no abandonaría jamás, conviertiéndose en una voz que vindicaría lo andaluz lejos de tipismos y mitificaciones

Muere el poeta de Arcos Antonio Hernández

Antonio Hernández, durante un homenaje a Rafael Alberti.
Antonio Hernández, durante un homenaje a Rafael Alberti. / F.C.

CON su primer libro, El mar es una tarde con campanas (1965), Antonio Hernández dio a conocer un magma amplio, en cuyas fuentes irían a beber otros libros posteriores del autor. En este primer título, la presencia de la amada, con la que conmociona la subversión de un orden, produce la dialogía de los efectos amatorios y una resulta de ars amandi en el juego apostrófico de yo/tú de tan raigambre saliniana. Una poesía que se echa a andar en el cauce de Andalucía y su río, en la conformación del niño que va venciendo a la rutina, la función mágica del deseo o de un paisaje humano y vital. “Cada día iba aprendiendo más: que el vivir/ no es un ave que pasa, sino un pozo/ que queda allí para el que necesite beber,/ que el llevar una tierra clavada en las entrañas/ vale más que haber pisado un continente entero”.

Unos años después, en Oveja negra (1969), huyendo del pintoresquismo fácil y el tópico andaluz, Hernández denuncia esa Andalucía pobre y marginada en alejandrinos blancos y romances endecasílabos. La oveja negra es la voz de denuncia del poeta ante una Andalucía explotada. Pero frente a la denuncia socializante y prosaica de la generación precedente, la lírica de Hernández es rica lingüística y ornamentalmente. 

Oveja negra es un viaje profundamente emotivo al sentimiento, la memoria, la infancia, la familia, la raíz y la construcción melancólica de los afectos entre los que está la presencia de Madrid (algo más tardíamente) pero, sobre todo, la constante y arcangélica de Arcos de la Frontera.

“Por los aires, gritando, sube una catarata/ de extraños y redondos corazones podridos.

El hastío, una araña. El aire es una rata./ Tu frente es una historia decorada de siglos.

“¡Quiero salir de aquí, quiero salir de aquí!”/ Entre las humaredas y encima de las mesas.

Tu voz de mayoral se me ha puesto a latir,/ tu voz lenta ilustrada con una pena lenta”.

En Donde da la luz (1978) están presentes muchas ciudades andaluzas sobre las que hay un homenaje implícito y una reconstrucción de la memoria, la historia familiar y sentimental. Aquí se afirman en sus versos con más fuerza si cabe el neobarroquismo, el culturalismo y la renovación lingüística. Rota, Córdoba, Cádiz, Arcos, Granada, Almería, Málaga… serán motivos recurrentes en este poemario que es un homenaje a la tierra y a la luz que despidieron poetas como Prados, Aleixandre, Alberti, García Lorca, Cernuda y Altolaguirre, nombrados en sus versos con pasión.

Metaory (1979) no es sólo un homenaje a Carlos Edmundo de Ory, a quien ve desde la nostalgia y a quien pretende mostrar una visión personal de un tiempo, sino un retablo sobre Andalucía y sobre él mismo. Pocos han cantado con tanta intensidad, desmitificación, juicio crítico y reflexión sobre la tierra andaluza, verdadera patria del poema.

Homo loquens (1981) es uno de sus libros más sugestivos. El poeta tiene treinta y ocho años y es un libro de madurez donde profundiza en lo que somos, rehuyendo los tópicos al uso y tratando de hallar la máxima expresividad en ese fulgurante encuentro con la palabra y las razones últimas del lenguaje. Recorre el poema la memoria del padre, al que agradece su ejemplo de cosecha, la presencia y consistencia del tacto, la creación del mundo, la frecuencia y presencia continua de la música, el olfato, la boca y también la muerte. Una muerte como legado de arena y cemento. La ternura, uno de sus grandes temáticas, encuentra acomodo en una poesía con la que arrastra el pasado y se cuenta a sí misma desde la infancia y el miedo, desde la prohibición, desde la luz de la poesía y de la vida.

LA TIERRA ANDALUZA COMO PATRIA

Diezmo de madrugada, también publicado en 1981, representa un canto elegíaco dominado por la nostalgia y la muerte. La infancia, siempre presente en toda su trayectoria poética se da la mano con la muerte. Pero también la familia, como en el poemario anterior, ofrece un papel determinante con el que trata de conectar permanentemente Antonio Hernández, para no olvidar las raíces físicas con la tierra ni las afectivas. Algunos poemas están dedicados a su hermano, muerto prematuramente, a sus hijos, a su mujer, a su familia… “Mamá planchaba/ la ropa con esmero…/ papá venía,/ poca moneda para tantas horas…”.

“Todos los que morís temprano/ lleváis una estrella en el rostro,/ un tatuaje, una luna influyente”.

Con tres heridas yo (1983) es un poemario en el autor pretende realiar una reflexión sobre las obsesiones del hombre, sin retóricas ni palabras superfluas. Podemos considerarlo como una continuidad, una segunda parte de Diezmo de madrugada, por cuanto al tratamiento de temas como la muerte.

Compás errante (1985) es el último libro del primer volumen de ‘Insurgencias’ y el poemario más extenso. Centra su temática en los gitanos, los payos, el baile, el cante, la guitarra… A su modo es su propio y esencial Romancero gitano, y un homenaje profundo y arraigado a la música y al baile.

En Indumentaria (1986) el poema ha adelgazado, se expresa en pocos términos y aspira a casi una poética del silencio. La claridad y la inmediación lingüística se apodera de una poesía menos transida de búsquedas y tensa en los parámetros de un naturalismo lingüístico. Presa casi del haiku o de la contención de la canción andaluza los temas permanentes de su poesía atrapan el poema: la recreación de la memoria, la infancia, la vida, la ubicación del poeta en el mundo, la presencia de la luz, la trascendencia del Sur, el paso del tiempo, la tierra, la muerte, los andaluces y la constante reflexión en torno a la identidad del poeta.

Campo luminario (1988) germina la integración del poeta en lo cósmico. Desde lo concreto de un paisaje, de un recordatorio de la salida de un buque de un puerto, de unos flecos aparentes de la memoria… el poeta busca el poder de la sugestión; a veces desde un lenguaje onírico que se agrupa por corolarios intuitivos y alega la razón de las asociaciones mentales más apasionadas.

El tema de España es la base teórica de Lente de agua (1990), un libro que revela las claves de un país mísero y espacioso. Y, además de revisión histórica, existe la clarividencia del desconcierto cuando, pasados los años (en Hernández siempre hay un antes y un después de la infancia), se revela la veracidad de aquella mentira conquistada, de aquellos héroes que no lo eran, de la impostura como éxtasis en la creación histórica de un país. “Zahúrda y devoción, España, arácnido,/ piel de toro asestada por la ira,/ pañuelo del océnao, país/ de las mil guerras y los mil abrazos,/ corazón asustado, alegre, vivo”.

LA PRESENCIA ANGÉLICA DE ARCOS

En Sagrada forma (1994) la amada propicia la repatriación al ámbito familiar. Se darían los tres caminos a los que se refería Kierkegaard en su diario: el camino estético, el camino ético y el camino religioso (como conquista de la más radical interioridad). La memoria, en el poemario, adquiere matices de salvación ante la desesperanza y la ruina de un tiempo presente, es un refugio, también un mirarse en el espejo: un exilio interior consentido, presidido siempre por la luz, en una suerte de neorromanticismo militante de dulce sabor ético. Poesía que, desde una realidad extralingüística, se sumerge en un discurso de una fuerte emoción estética, transformando los aperos de lo cotidiano en pensamiento afectivo y lírica con proyección metafísica universal. 

Para Hernández, sucumbir a la memoria es presenciar en un acto autorreflexivo el anclaje del ser humano en su propia historia personal, conseguir que el olvido no se convierta en el terrateniente del silencio, advertir que no existe diferencia entre el que soy y el que fuimos, que hay un camino de interacciones, que nos movemos en círculos concéntricos y no en las simbólicas vías paralelas del tren.

Habitación en Arcos (1997), con continuas referencias a la infancia y a los ámbitos vitales y cotidianos que bucean en la memoria, asume una exuberancia estética y una emotividad dimanante, con un tono evocativo siempre cercano al lector, por el trasfondo pasional que lo inspira. Se estructura en cinco partes que se centran en el análisis de ese poso que guarda la memoria sobre la infancia y la adolescencia en Arcos, personificado a través del vocativo tú en el poema.

El mundo entero (2001) puede considerarse como un proceso de integración de materiales personales, sociales, críticos, esperpénticos, sarcásticos y elegíacos. Una integración de tonalidades diversas, pero también de variables de la realidad cotidiana a la que le da una trascendencia simbólica y ritual.

 Antonio Hernández reúne todo su mundo, todos los procesos anímicos, vitales y existenciales regidos en torno a esa Playa Mundi que se convierte en imago mundi, es decir, caja de Pandora de sus sueños, veleidades y frustraciones vitales. La mecánica de esa playa que le sirve de aluvión, como los granos de arena que la componen, adquiere el valor de lo permanente y la alegoría de lo transformable. 

La expresividad es el otro gran subterfugio en el que Antonio Hernández alcanza sus mayores glorias literarias. Lejos de un lenguaje anclado en los tics clónicos, el escritor gaditano arriesga sobremanera en este libro al intentar sintetizar un lenguaje cuidado literariamente con un caudal profundo de gran variedad y registros lingüísticos, desde las noticias de periódico, las frases hechas de la realidad cotidiana, el lenguaje axiomático, la intertextualidad, la jerga y las transposiciones metafóricas... Todo ello, en un verso elocuente y desenvuelto con largos períodos oracionales que se van enlazando en el polisíndeton y las estructuras paralelísticas que van creando el ritmo cadencioso y meditabundo de su discurso lírico.

MAESTRO DE LA EMOCIÓN

A palo seco (2007) resulta un título bastante diferente a su lírica anterior. La primera impresión del lector puede ser la consistencia de la cauterización lingüística del hecho literario y su contribución a la fiereza personal tanto como al pálpito sentimental, cuando no al ajuste de cuentas con el tiempo y la existencia de lo vivido, que es lo mismo que decir personas, lecturas y épocas tempestuosas. 

Su lírica está sostenida sobre la consistencia del tiempo y la horma de los sentimientos. La lírica de Antonio crece en sí misma. En su verso libérrimo tanto como en sus ironías hiperbólicas, en sus reconocimientos, en su sinceridad, en su legitimidad de respuesta desenfrenada. Desde el título ya se nos advierte, A palo seco: una respuesta sin truco ni cartón, con el discurso directo, sin alambiques, sin intermediarios verbales. Los anhelos, como fugacidades, las creaciones del Hacedor y sus antítesis de impiedades. Incluso la necesidad de la locura, porque la locura es también un ejercicio de creación.

En definitiva, la poesía de Antonio Hernández alcanza en la emoción su punto más álgido, crea una época, conforma un espíritu y anida en él la defensa de lo humilde, de lo cercano, de la tierra que le vio nacer como si se tratara de un amor perpetuo y permanente.

Nueva York después de muerto (2013) es el libro que marca la obra en plenitud de Hernández. Estilísticamente rico en atrevimientos y recursos, de entre los que sobresalen la reiteración, el paralelismo estructural, la paradoja, apóstrofes a la ciudad, personificaciones, metáforas y un tono evocativo y narrativo próximo a Rosales en algunos momentos, también próximo a Unamuno. Libro mayor de un poeta mayor que cree con Novalis en el poder lenitivo de la poesía para curar las heridas de la razón y que, como muy bien expresaba Félix Grande, “no nos entrega un corazón improvisado: ha dejado que el tiempo afine y dé a sus emociones temperatura exacta, duradera: ha dejado que el tiempo transforme su emoción en experiencia conmovida. Por eso nos conmueve. Por eso nos tatúa”.

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