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Caso Paula: Cornadas de distintas trayectorias

Galería del crimen. Capítulo 18

El conocido como caso Paula acaparó titulares de todos los periódicos de España. Una de las grandes leyendas del toreo se sentaba en el banquillo en 1989 acusado de inducción al homicidio

Ilustración del matrimonio Paula / Miguel Guillén
Pedro Ingelmo

26 de octubre 2024 - 07:00

 El diestro jerezano Rafael de Paula, el más admirado por los puristas del toreo, aquél del que el escritor Felipe Benítez Reyes dijo que “misterioso y sorpresivo, es uno de esos pocos toreros que a lo largo de la historia han merecido el calificativo de artista”, cobró fama de dejar a los morlacos vivos después de una espantá en la plaza de Toros de las Ventas de donde salió escoltado por la policía. Aquella tarde de San Isidro de 1990 se negó a matar a su primer toro. Porque Paula, según salía el animal del toril, lo primero que hacía era mirarle a los ojos y adivinarle las intenciones, quizá acordándose de aquella novillada en la hoy desaparecida plaza de toros de Cádiz en 1959, cuando el astado casi le rebana la yugular. Desde entonces las cogidas fueron unas cuantas. Él bromeaba diciendo que “tengo más vendas que Tutancamén”.

Por eso Paula era imprevisible y lo mismo firmaba una faena inolvidable saliendo a hombros de la plaza o se marcaba una como ésta que narraba en 1991 el mítico cronista taurino Joaquín Vidal: “La emprendía a trapazos con sus toros; a mandobles después, allá penas dónde le cayeran de punta al pobre animal y, consumado el toricidio, se retiraba a la barrera con aires de Conde-Duque de Olivares, ofendido en su dignidad”. Sin embargo, él negaba la mayor: “Yo, que he sido un torero sin facultades y con fama de medroso, he matado por lo menos siete corridas de seis toros. Dos en Sevilla, dos en Jerez, en Madrid, El Puerto... Sin facultades. Siete corridas. He podido ser un torero más regular pero las dichosas rodillas… y también me he dejao algunos toros vivos. Pero Cagancho, más. Y eso que mataba como nadie". 

Los celos

Por su parte, José Gómez Carrillo salió vivo de milagro de la estocada que le asestó en El Puerto un toxicómano de Eibar llamado Oswaldo Hernández un 8 de marzo de 1985. Gómez Carrillo había sido un futbolista de fugaz carrera. Jugó en el Cádiz de central en la temporada de 1956-57, quedándose el equipo en mitad de la tabla. En la siguiente apenas jugó y a la siguiente se retiró. Cuando fue agredido, casi treinta años después, acababa de ser despedido de su puesto de subdirector del Casino Bahía de Cádiz.

Una asidua al Casino era Marina Muñoz, la mujer de Rafael de Paula. Marina era hija del Carnicerito de Málaga, torero con poco éxito en los ruedos pero que tuvo la fortuna de convertirse en el primer apoderado de ese torero gitano de Jerez que iba a dar tanto que hablar. Así fue como Marina conoció a Rafael y así fue cómo se enamoraron y se casaron y tuvieron dos hijos. Y mucho tiempo después vino lo del Casino.

Rafael de Paula y su mujer, Marina Muñoz, en una imagen muy anterior al incidente

En los años 80 el bingo era el deporte oficial de muchas amas de casa españolas. En España el juego estuvo prohibido hasta 1977. Sólo existía la Lotería y las quinielas, ambas controladas por el Estado, y los cupones de los ciegos. Cuando se autorizó, las ciudades se poblaron de salas de juego y el bingo, como digo, era el rey. En el caso del Casino, inaugurado en 1979, uno de los primeros de España, el juego se revestía de cierto lujo en un edificio con reminiscencias arabescas, como si quisiera emular al Mamounia de Marrakech.

Marina Muñoz quemaba su tiempo libre, como tantos, entre los cartones de números y la ruleta, al punto que a su marido empezaba a preocuparle el dinero que se dejaba al azar. Y allí estaba Gómez Carrillo, entonces un hombre apuesto de 50 años que apuraba sus últimos días de galán. Entre Gómez Carrillo y Muñoz nació una amistad que daba mucho que hablar en el Casino, aunque él siempre dijo que nunca fue más allá del coqueteo. No opinaba lo mismo la empleada del hogar de los Paula, que declaró con posterioridad que acompañaba a la señora “de tapadera” cuando ésta acudía a visitar “a un señor”. Marina Muñoz, por su parte, que siempre defendió a su marido incluso después de su separación porque “él es un hombre muy honrao y con muy buenos sentimientos”, afirmaría después en las entrevistas a la prensa del corazón que “mi conciencia está tranquila. Aquí hay un malentendido. Me siento profundamente calumniada, indignada. Me siento como maniatada...”

Tarde o temprano las habladurías llegarían a oídos del torero, que decidió contratar a un detective privado para saber qué había de cierto en todo aquello. El detective, Juan Antonio Galán, en realidad no era un detective, sino un trabajador de la base de Rota que regentaba el gimnasio de Jerez al que acudía Paula para ejercicios de rehabilitación de sus maltrechas rodillas. Sea como fuere, el informe del detective aficionado no le gustó ni un poquito al diestro que concluyó que “a éste hay que darle un escarmiento, hay que pincharle”, aunque de la investigación no se desprendiera con seguridad la infidelidad de su mujer. Para Galán, eso a Paula le daba igual porque se encontraba en “un estado obsesivo de venganza”.

Esta declaración fue la que provocó que el torero fuera detenido vestido de luces cuando acababa de liquidar a un par de toros en la plaza de El Puerto y que cuatro años después se sentara en el banquillo acusado de ser el inductor de un intento de homicidio. Porque lo cierto es que a Gómez Carrillo le habían pinchado. Y aunque Gómez Carrillo no denunció los hechos, el juez decidió actuar de oficio. Los 18 días que Rafael de Paula estuvo en la cárcel tras esta detención fueron de gran revuelo en Jerez. Llegó a convocarse una manifestación de gitanos tras una recogida de firmas para entregárselas al juez pidiendo su inmediata libertad.

El juicio

El juicio levantó una enorme expectación en todo el país. Lo recuerdo bien porque fue el primer juicio que me tocó cubrir y allí conocí a Bernet, un fotógrafo legendario de Diario de Cádiz al que podría haber interpretado el Joe Pesci de El ojo público, la película que se basaba libremente en la increíble biografía de Weegee, el gran retratista de los crímenes del Nueva York de entreguerras. Pues Bernet protagonizó un altercado con Paula, que ya venía de bastante malas pulgas, cuando no tuvo mejor idea que mostrarle su carné de prensa con unos cuernos pintados sobre su fotografía, la del propio Bernet, y decirle al torero: “Mira, Rafael, como tú”. Paula se fue hecho una furia a por él y la policía no pudo evitar que el primer guantazo le cayera de lleno al reportero. Bernet se llevó el puñetazo y la foto que quería. Este no fue el único pronto sonado de Paula. Muchos años después, en 2014, su abogado, Manuel Gómez Gamero, interpuso una denuncia contra él cuando le amenazó con una azada en su mismo despacho por negarse a poner una querella contra la duquesa de Alba y Álvaro Domecq por un asunto que, según el letrado, “no tenía ni pies ni cabeza”.

En el banquillo, junto a Paula, se sentaron su chófer, Vicente Portales, un empresario de Eibar, admirador entregado del torero, Enrique Vidarte, y los dos jóvenes que realizaron propiamente la agresión, Oswaldo Hernández y José Raúl Robles, ambos también de Eibar.

Rafael de Paula, el primero por la derecha, el día de su alternativa en 1960, en Ronda

Las cosas parecían bastante claras: Oswaldo y su compañero habían llamado al domicilio de Gómez Carrillo en El Puerto y, cuando su mujer abrió la puerta, la empujaron y se fueron a por su objetivo, al que Oswaldo le clavó una navaja dos veces en el pecho, otra en la ingle y otra en el antebrazo. A continuación, se fueron corriendo. Ninguna de las heridas era lo suficientemente profunda para ser mortal, ni siquiera para ser considerada como grave, según determinó el forense. Lo que la sala tenía que dilucidar era qué grado de participación había tenido el torero en la agresión.

Tres de sus cuatro compañeros de banquillo exculparon al matador de toros. Vidarte dijo que todo había sido cosa suya y que la idea no era ni mucho menos el homicidio, sino simplemente dar un susto al ex futbolista para que Paula supiera que tenía amigos que le apoyaban en el trance. El chófer, que entonces se encontraba bajo tratamiento psiquiátrico, habló de su devoción por el torero y aseguró que su relación con el asunto había consistido en ayudar al detective a colocar una grabadora en la casa del matrimonio para conocer con quién hablaba su mujer durante las ausencias del diestro. Robles, por su parte, que había escrito una carta inculpando a Paula de todo, se retractó y declaró que él había hecho ese viaje desde Eibar no sabía por qué y que en ningún momento había estado en el ajo. Simplemente le utilizaron porque tenía carné de conducir.

La declaración del autor material, Oswaldo, fue un poco más comprometida para Paula, aunque tampoco mucho. Dijo que trabajaba en una empresa de la mujer de Vidarte y que, entre eso, y que necesitaba el dinero para pagarse su adicción a la heroína había accedido al encargo. Se plantó en El Puerto un mes antes con la intención de “dar dos hostias” a Gómez Carrillo, que era lo que le había dicho Vidarte que tenía que hacer, pero la cosa se fue retrasando porque no veían claro el modo de hacerlo. Sí refirió que en una ocasión Vidarte le apremió porque “el gitano está nervioso”.

Así que en ningún momento nadie señaló a Paula directamente como el inductor, pero su actitud altanera durante la sesiones y su negativa a contestar preguntas argumentando que tenían que ver con su intimidad no ayudaron mucho. Hombre de pocas palabras, resumió lo sucedido: “Vidarte ha hecho en esta película el papel de tonto, y yo soy la cabeza de turco”. No convenció mucho a las acusaciones, que incluso pidieron una mayor pena. El fiscal aseguró que “el señor Soto no ha dicho una sola verdad y ha quedado claro que todo fue una obra maquiavélica del acusado”, mientras que la acusación particular pidió a la sala una condena ejemplar “porque es necesario que se sepa que la gloria y la fama no son una credencial de piratas".

Finalmente Rafael de Paula fue condenado a dos años de prisión menor por un delito de inducción al allanamiento de morada y en la sentencia se podía leer que la intención del torero de mostrarse al margen de estos hechos era “un desafío a la razón”.

Rafael de Paula no ingresó en prisión hasta el año 95, diez años después de los hechos. No tuvo efecto el escrito de petición de indulto firmado, entre otros, por Marisol, Massiel, el bailarín Antonio Gades o el actor Agustín González, aparte de compañeros suyos como Curro Vázquez o Antoñete. Dijo sentir aquello como una ‘corná’, pero que al salir regresaría a los ruedos. Y lo cumplió, pero su carrera de leyenda en los ruedos no duró mucho más. El 19 de mayo del año 2000 en la corrida correspondiente a la feria de Jerez, después de oír tres avisos en sus dos toros, el torero gitano, con evidentes dificultades para caminar, se arrancó ante la sorpresa de todos los asistentes la coleta y se marchó llorando al callejón. Esa tarde no había conseguido matar a ninguno de los dos toros.  

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