Chiclana, el reino del petaqueo
Una operación conjunta de Guardia Civil, Policía Nacional y DAVA acaba con 15 detenidos, de los que cuatro ingresaron ayer en prisión por orden judicial
Uno de los líderes de la trama propinó una paliza a un policía nacional fuera de servicio en una gasolinera en enero de 2022 y otro pertenece a una conocida familia chiclanera por sus vínculos con el narcotráfico
La jueza envía a prisión a cuatro de los 15 detenidos tras la operación contra el petaqueo en Cádiz
Chiclana/Una petaca con 25 litros de gasolina que vale en tierra 50 pavos multiplica por diez su valor cuando se transporta hasta la narcolancha que espera al pairo un cargamento de hachís a pocas millas de la costa de Cádiz. Los narcos pagan bien. Es un negocio que da tantos billetes verdes que permite a los machos alfa de la manada construirse mansiones fastuosas en medio de carriles de mala muerte en la Chiclana profunda, tan alejada del glamour del Novo Sancti Petri que parece que estás en otro planeta. Es lo que tiene el petaqueo. Dinero a espuertas y penas mínimas para tipos amparados en un código penal que los cuerpos de seguridad del Estado reclaman endurecer desde hace años. A la llamada de lo salvaje están respondiendo grupos cada vez más poderosos y organizados que no sólo se contentan con encargarse de la logística del narcotráfico, sino que participan en el negocio. Uno de ellos, de los más activos de la provincia, fue desarticulado en una operación que se desarrolló desde la madrugada del jueves y que finalizó con la detención de 15 personas –de las que cuatro ingresaron ayer en prisión– y la incautación de 21.580 euros en efectivo, cinco armas, cuatro embarcaciones neumáticas y otras tantas recreativas, además de 99 petacas de gasolina (2.475 litros), hachís y marihuana. Sacaban el material por el caño de Sancti Petri pero también por Conil, por El Puerto, por el Bajo Guadalquivir… En la operación, que estuvo dirigida por la Guardia Civil, también tomaron parte UDYCO Cádiz, Grupo de Estupefacientes de San Fernando y DAVA.
En sus albores fueron los agentes del nuevo Grupo Roca afincado en Chiclana y el EDOA de Cádiz quienes pusieron la diana en el pecho de los ahora detenidos. Alguno forma parte de una conocida familia chiclanera vinculada históricamente con el tráfico de hachís; otro es famoso por haber protagonizado incidentes violentos, como el que tuvo lugar en una gasolinera del polígono El Torno de la localidad en enero de 2022 y en la que propinó una paliza de campeonato a un policía nacional fuera de servicio por intentar mediar en una discusión de pareja. Los tiarrones del GAR, que a eso de las seis de la mañana derribaron la puerta de su casa y le engrilletaron, no se mostraron tan dóciles ante la fiereza de este vecino de San Fernando al que le constan numerosos antecedentes penales por narcotráfico y agresiones varias.
Atraído por el olor del dinero y la gasolina, la Guardia Civil lo considera uno de los cabecillas de la banda. Por eso su domicilio, en el Callejón de Carasa, en la zona de El Fontanal, fue uno de los cuatro registros simultáneos que rompieron el silencio de la noche. Y eso que aquí no hubo golpes de ariete ni nada parecido. Qué habilidad.
Llegamos al carril por la zona más oscura y escarpada pero también la menos visible. Seis vehículos camuflados y una furgoneta en la que iban los encargados de abrir la pesada y negra puerta exterior del chalet se acercan al lugar que previamente ha sido señalado por los mandos del operativo. En unos minutos el primer muro de contención acaba rendido en el suelo. Algunos perros ladran. Los agentes alzan sus armas y entran en fila india hacia la vivienda. Del sueño a la pesadilla. Se escuchan gritos. Pocos. El hombre protesta por la invasión. Que te calles y al suelo, le responden. Estos tíos no están fuera de servicio en la gasolinera de un polígono industrial. Y además son armarios empotrados con pasamontañas negros. Se oye el llanto de un bebé. Es, sin contar el frío de narices que hace en Chiclana a las cinco de la mañana, lo peor de estas cosas, que en las casas siempre hay niños, y los niños no deberían purgar los pecados de sus padres.
Una vez asegurada la zona entramos al espacio exterior de un chalet que aún está en construcción pero en cuyo interior se adivina presidiendo un salón con mucho mármol blanco una televisión modelo narco (es decir, ¿cuál se va a llevar usted, amigo?, la más grande que tenga). A su lado, una gran pajarera con un bonito loro verde que se ha quedado mudo. ¿Cantará el pájaro?, nos preguntamos. No tiene pinta de chivato. Ni se inmuta cuando el primero de los perros que llega para olisquear droga aparece por su lado y golpea con el rabo su prisión. El detenido mira al loro entre rejas con aire compasivo. ¿Qué se le estará pasando por la cabeza ahora mismo?
Fuera, en un rincón, hay una lancha neumática de tamaño mediano que los agentes están convencidos se utiliza para llevar petacas de gasolina a los grandes monstruos de tres motores fueraborda que dominan el narcotráfico en el Estrecho. Al lado se está construyendo una piscina tan honda que parece destinada a una competición de saltos de trampolín. En el suelo, dos rosas de los vientos señalan el norte que alguno perdió hace tiempo. Los bebés son recogidos por otra joven, que los abriga cariñosamente y se los lleva del lugar donde su padre está detenido. Llega otro perro, este adiestrado para oler el dinero. Marca un cristal. Un mueble. Empieza la fiesta.
Los gipsy king
Abandonamos el Callejón de Carasa. La teniente y el brigada que dan las órdenes se han desplazado a otro punto caliente. Envían la ubicación y nos ponemos en camino. Circulamos por la carretera del Marquesado hacia el carril Sierra del Encinar. La superficie lunar ofrece un aspecto más regular que este. El coche avanza dando tumbos. Unos guardias nos indican que aún hay que seguir unos metros más. Llegamos a una casa rodeada por altos muros. Altísimos. Un fortín. Una gran puerta metálica de color gris permanece abierta. Esta no ha hecho falta echarla abajo. Entramos y nos encontramos con un casoplón que nos empequeñece. Altos tejados, luces con sensores de movimientos, alarmas, chimeneas de ladrillos que parecen enrollarse alrededor de un cuerpo central como si fueran serpientes de cascabel. En la bonita puerta blindada de la vivienda hay un hombre joven, moreno, con barba, bien parecido. Lleva una sudadera negra y unos vaqueros. Está esposado. Nos cuentan que lo han sacado de prisión, donde está por culpa de un negocio anterior que se torció, y lo han traído a su casa para que asista al registro. Su hermano, que también está en el ajo, está sufriendo otro en una casa cercana. La familia que trafica unida, permanece unida.
Echamos una ojeada al interior de la casa y comprobamos que el petaqueo da dinero. Paredes de estuco, suelos de mármol, una entradita de Chanel, un sofá rosa donde podría sentarse cómodamente un equipo de fútbol, una tele del mismo modelo que el que vimos en casa de su colega (la más grande que tenga). Las primeras luces del día empiezan a asomar por el este. El registro está en todo su apogeo. Los agentes de Guardia Civil y Aduanas buscan por todos sitios. En una construcción anexa encuentran decenas de petacas llenas de gasolina. Muy cerca de ellas, sacos de abono. “No se dan cuenta que esto es como una bomba que puede explotar en cualquier momento causando un daño terrible”, nos dice un agente de paisano al que solo vemos los ojos tras su pasamontañas.
En el exterior hay una enorme piscina donde podría entrenar el equipo de natación sincronizada español. Al fondo, un jacuzzi de piedra y una tinaja de la que mana agua. Césped artificial rodea el conjunto. A un lado, una inmensa cocina con cristalera. Todo grande. El frigorífico, ya sabe, el más grande que tenga. Que se note que hay dinero.
Clarea el día y llega un momento duro. El detenido está tranquilo hasta que oye a sus hijos levantarse para ir al cole. Dos pequeños. Voces inocentes, de niños buenos que abren los ojos ajenos a lo que sucede en su casa. ¿Qué pasa mamá?, preguntan. Nada, que están grabando una película. La verdad que la casa es de película. Pero no. Esto es el mundo real.
El padre pide ver a sus hijos. Los agentes dudan. El hombre se derrumba. Llora. Lleva tiempo encerrado sin poder verlos, pero su mujer le explica que le ha contado a los niños que el motivo de su ausencia se debe a que está trabajando fuera. Uno se pregunta si de verdad compensa perderse la infancia de tus hijos por vivir en una mansión en un carril escondido de Chiclana con muebles de Chanel.
Llegan los perros. La cosa se pone seria. Marcan varios lugares. Los agentes están seguros de que en esa casa tan grande tiene que haber billetes. “Si hay dinero dáselo ya y acabemos de una vez”, le dice a su mujer. Buscan detrás de los muebles. De las paredes. Hasta en el techo de escayola. Bingo.
Del lujo a la casa de campo
Abandonamos la mansión de Falcon Crest y enfilamos hacia el camino de El Rosal. El Google Maps nos ha llevado campo a través por una vía infame que haría protestar a un rebaño de cabras. El día se abre paso pero aún hay poca luz. Dejamos a nuestra derecha una yeguada y la Ciudad Deportiva del Cádiz (Somos el mejor equipo del mundo… Ojalá). Unos policías con las escopetas terciadas nos dan el alto. Venimos a lo que venimos. Vamos a lo que vamos. Entramos en una casa de campo destartalada y llena de animales. Hay perros, gatos, gallinas, pavos… y también petacas de gasolina. Muchísimas petacas de gasolina. Si por cada una se pagan 500 euros en el mar, aquí hay una fortuna. Esta vez no hay tele grande, ni frigorífico grande ni nada grande. Sólo miseria… Una miseria grande. Y gasolina como para meterle fuego a Puerto Real si aparece el Nerón adecuado. Una alberca llena de verdín no invita al baño precisamente. Aquí está todo el pescado vendido. Nos largamos.
Nos vamos a la finca Libertades. Esta vez pasamos del Google Maps y le hacemos caso al sentido común. Carretera del Marquesado. Palante. Damos con unos carriles estrechos que desembocan en otra finca con aire rural. Un hombre da de comer a unas gallinas. Más perros ladrando. Más bichos. Por haber, hay hasta un cerdo vietnamita que se pasea agachando el hocico. El paisano parece tranquilo. Como si la cosa no fuera con él. Sonríe educado. Buenos días. Buenos días. La secretaria judicial lo reclama. Le pide sus datos. ¿Qué hacen esas embarcaciones ahí?, le dice señalando hacia su derecha, donde pueden verse algunos vehículos, unas caravanas y dos lanchas. Anda, pues ni idea. Viene el moro y las deja ahí, cuenta. Estamos en lo que parece una guardería donde los miembros de la organización dejan material, vehículos y barcos a cambio de dinero.
Poblado de Doña Blanca
Mientras tanto, en el Poblado de Doña Blanca, la Policía Nacional también lleva a cabo registros varios. Dos tipos han acabado con la paz de los pocos vecinos que viven en el polígono portuense. Un joven agente de Aduanas se ha puesto en contacto con concejales de Vox en el Ayuntamiento de El Puerto para que muevan sus hilos y denuncien la situación de inseguridad que vienen padeciendo. Son cuatro gatos y no es plan que la mitad de los gatos le arañe la cara al resto. Aseguran que es peligroso. Que el trasiego de petacas de gasolina es constante. Que temen que todo salga ardiendo. El río está cerca, y en los ríos ya se sabe. De hecho, toda esta operación se puso en pie después de que un helicóptero de la Guardia Civil fuera capaz de seguir a miembros de la banda desde su guarida hasta el Bajo Guadalquivir para abastacer a una goma. Es su forma de vida. Solo que ese negocio que quieren disfrazar de inocente es la sangre que corre por las venas del narcotráfico. Porque sin gasolina no hay motores. Sin motores no hay hachís. Y sin hachís no hay negocio.
El peligro de la gasolina
Auténticas bombas de relojería. Así califican los guardias civiles las petacas de gasolina que en muchos casos son almacenadas en viviendas o cerca de estas sin las debidas medidas de seguridad. Por eso, advierten que aquellos ciudadanos que tengan la sospecha de que cerca de sus domicilios se está almacenando gasolina para las narcolanchas lo pongan en conocimiento de las autoridades a través de los canales existentes y que garantizan el anonimato. Hay que tener en cuenta que incluso los gases que emanan del combustible pueden ser muy tóxicos.
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