El circo del dolor

Galería del crimen. Capítulo 14

 El asesinato del niño Gabriel Cruz en 2018 en una aldea de Cabo de Gata volvió a reproducir el espectáculo en torno a la muerte que son capaces de crear los medios de comunicación

El padre de Gabriel junto a la que era su pareja y asesina de su hijo
El padre de Gabriel junto a la que era su pareja y asesina de su hijo / Miguel Guillén
Pedro Ingelmo

28 de septiembre 2024 - 07:00

 Con la caída de la noche, desde lo alto de Las Hortichuelas, una aldea del municipio almeriense de Níjar incrustada en el paisaje lunar del Cabo de Gata, se perciben abajo, en Las Hortichuelas Bajas, la misma aldea separada por una carretera, las luces de colores de un pequeña verbena. Estamos a mediados de agosto y estoy alojado en casa de un amigo músico, un foráneo que como todos los foráneos de aquí buscó un lugar en el que nunca pasara nada. Y es cierto, en Las Hortichuelas, en las de arriba y en las de abajo, nunca había pasado nada.

Nos animamos a recorrer los poco menos de 500 metros que separan unas Hortichuelas de las otras para experimentar el color local. Más lejos, a no más de veinte minutos andando, se encuentra Las Negras, un lugar de veraneo con sus bares nocturnos, pero no tan masificado como el resto del parque natural gracias a su incómoda playa de grandes guijarros. Pero nadie de Las Negras se ha acercado a la verbena de Las Hortichuelas Bajas, donde se ha instalado una barra de chapa y un animoso camarero intenta levantar el ambiente ofreciendo macetas de plástico de cerveza y chorizos a la llama a precios imbatibles.

Han anunciado en los carteles un karaoke, pero nadie parece tener ganas de agarrar el micrófono. Algunos niños cruzan con las bicicletas la plaza de los farolillos o juegan junto al escenario deshabitado. Los adultos están sentados en las sillas de plástico de la carpa disfrutando de la agradable temperatura nocturna en un ejercicio que no difiere mucho de cualquier noche de verano sin carpa, cuando se sientan en las puertas de sus casitas a contarse esas cosas que no pasan. Aquí en invierno no viven más de unas treinta personas, prácticamente todas ellas gente mayor, y esta noche no hay muchas más en la mustia verbena.

Uno de ellos es Ángel Cruz, el padre de Gabriel Cruz, el niño de ocho años asesinado en febrero de 2018 por su pareja de entonces, Ana Julia Quezada, que hoy cumple una condena permanente revisable, la primera mujer condenada en España a esa figura que se asemeja a la cadena perpetua pero que los expertos dicen que no lo es. Ángel bebe una cocacola de la lata en una mesa con más gente, pero él tiene la mirada perdida en los farolillos. Es una presencia familiar, un rostro inesperadamente conocido al que no conozco de nada que regresa con toda su carga de la congoja de aquellos días. Mi amigo intercambia con él unas palabras de cortesía y yo mientras me adentro en la oscuridad del pueblo.

Identifico con facilidad la casa de la abuela de Gabriel, de donde salió para no volver y me entra un nudo en la garganta al estar pisando ese mismo camino que tantas veces vi en televisión durante los doce días que duró la búsqueda del pequeño, el camino que entraba en el salón de mi casa en bucle durante incesantes horas de emisión en las que, en torno a una mesa de cualquier cadena, grupos de desconocidos especulaban sobre el desenlace de esta historia de suspense. Porque Las Hortichuelas Bajas, donde nunca pasa nada, se convirtieron hace ya casi seis años en un inmenso plató de televisión. Más de 3.000 personas colaboraron en la búsqueda del niño desaparecido y hasta aquí se desplazaron con sus camiones con grandes antenas, sus cámaras, su interminable cableado y toda la parafernalia propia de un gran espectáculo unos 200 periodistas.

Pienso mirando las luces de la triste verbena hasta qué punto un crimen y todo lo que sucedió durante aquellos doce días pueden haberse apoderado del alma de un pueblo.

Hace cien años, en Kentucky

A principios del siglo XX se produjo en Kentucky lo que se llamó la Guerra de las Cuevas. Espeleólogos y propietarios se disputaban explotar turísticamente las cuevas que se iban descubriendo. Algunos se hicieron de oro con ello.

El espeleólogo Floyd Collins había descubierto una cueva increíble en 1918, la Gran Cueva de Cristal, pero no tuvo mucho éxito. Quedaba muy apartada de la carretera y tenía pocos visitantes.Por eso necesitaba encontrar otra cueva más comercial. Llegó a un acuerdo con un vecino para explorar una cueva no tan espectacular, pero con muchas posibilidades. Esa era Sand Cave. El 30 de enero de 1925 se introdujo en ella. Aquel día, mientras Collins trabajaba para ampliar un pasadizo, se produjo un derrumbe y el espeleólogo quedó atrapado en un hueco a 17 metros bajo tierra. Durante los primeros cuatro días los rescatadores pudieron proporcionarle agua y comida, pero al quinto una roca cerró el pasadizo de entrada y Collins, con el que se perdió el contacto visual, ya sólo pudo comunicarse por la voz. Diez días después Collins murió de sed y hambre. No pudieron recuperar su cuerpo hasta dos meses después.

William Burke ‘Skeets’ Miller, a pesar de haber muerto en 1983, es aún hoy recordado como uno de los periodistas más famosos de Estados Unidos. Miller, que trabajaba como reportero por una miseria para el Courier Journal de Louisville, tuvo la fortuna de ser uno de los primeros en enterarse del accidente de Collins, pero su éxito no fue tanto ese como convertirse en protagonista de la noticia. Aprovechando su pequeña estatura, participó en las tareas de rescate reptando por el orificio. Fue de los primeros en hablar con Collins y durante aquellos catorce días Miller fue el principal vínculo del espeleólogo con el exterior. Aquellas conversaciones se convertían en informaciones que eran compradas por los periódicos de todo el país y atrajeron a un medio de comunicación novedoso, la radio. Miles de turistas acudieron al lugar a seguir las tareas de rescate atraídos por la épica con la que Miller relataba las angustiosas últimas horas del espeleólogo. Los vecinos de la zona pusieron puestos de hamburguesas y se forraron vendiendo refrescos y comida a los visitantes e incluso improvisaron souvenirs que les quitaban de las manos.

La historia de Collins fue una de las tres que más seguimiento tuvo durante las dos décadas de entreguerras y Crystal Cave, aquella cueva sin apenas visitantes, fue comprada por unos inversores que, al atractivo de la cueva, añadieron el reclamo de exhibir el cadáver embalsamado de Collins en una urna. Por su parte, Miller ganó el Pullitzer por su cobertura del suceso y fue fichado por una cifra millonaria por una emisora de radio. Había nacido la verdadera comunicación global de masas.

Fotograma de "El gran carnaval", de Billy Wilder
Fotograma de "El gran carnaval", de Billy Wilder

En 1951, basándose libremente en esta historia, Billy Wilder rodó El gran Carnaval (The ace in the hole), donde el periodista sin escrúpulos era encarnado por Kirk Douglas en el papel de Charles Tatum. La película es un clásico y el personaje de Charles Tatum simboliza todo lo que de carroña tiene el oficio del periodismo.

Golosina mediática

Durante aquellos doce días en Las Hortichuelas se pudo ver a muchos ‘charles tatum’. El caso del pequeño Gabriel se convirtió en una “golosina mediática”, como lo definió el filósofo Santiago Alba, que conocía a la familia y vivió con angustia esas jornadas y con rabia aquel circo. “A los lectores y espectadores hay que darles no lo que desean sino lo que quieren. Todos deseamos mierda, pero todos queremos respeto a los que sufren”, reflexionó.

Algunas ‘primicias’ de aquellos días de periodismo descarriado y desmelenado fueron sencillamente absurdas. Había periodistas que acosaban a los vecinos para extraerles una información que, naturalmente, no tenían. Incluso uno de ellos fue especialmente audaz y se coló en la cocina de la abuela de Gabriel donde su hijo, Ángel, se encontraba desayunando en una flagrante violación de la intimidad de un padre destrozado por la inquietud. Pero así fue, en televisión pudo verse al padre del niño desaparecido desayunando en la cocina de su madre y en las tertulias se consideró muy apropiado dar cuenta de ese documento. “Hacemos nuestro trabajo”, se disculpaban los periodistas.

Cuando todo acabó como acabó y los periodistas desmontaron sus trípodes y se fueron con sus teleobjetivos a otra parte, el pueblo, me cuenta mi amigo, quedó en shock por lo que había sucedido con el pequeño Gabriel, que era tan querido como todos aquellos pequeños que iban a pasar días festivos con sus abuelos, pero también por toda esa apisonadora que les había pasado por encima. Tenían la sensación de que, en mitad de la tragedia, habían sido atropellados a una velocidad ultrasónica. En el lugar en el que nunca pasa nada. Durante bastante tiempo no quisieron volver a ver a un periodista por allí.

Ángel y Patricia, los padres de Gabriel, se fueron recomponiendo de la pérdida como les fue posible, ambos con secuelas tanto psicológicas como físicas. Casi un triunfo mantener la cordura. Ángel acudió a alguna entrevista televisiva necesitado de mostrar su estupefacción y explicando que no entendía cómo no podía haber visto en su pareja, en la asesina, ese peligro, esa maldad. No se lo podía perdonar. Aquella psicóloga que le dijo que necesitaba pasar más tiempo de calidad con su hijo, su esfuerzo por que el hijo y la madrastra se aceptaran, el momento en que pensó que era posible que Ana Julia tuviera algo que ver con la desaparición y eso, de algún modo, le tranquilizó porque ¿cómo iba a hacer daño a su hijo? Pero no repitió. ¿Por qué y para qué? ¿Realmente a alguien le importaba lo que contaba?

Los padres de Gabriel compareciendo ante los medios destacados en Las Hortichuelas
Los padres de Gabriel compareciendo ante los medios destacados en Las Hortichuelas

Por su parte, Patricia compareció para pedir a los medios comportamiento acorde con los códigos éticos. En una actitud que le honra pedía, al tiempo, que los juicios paralelos no destilaran el odio que daba miedo ver en las redes sociales. A Ana Julia Quezada no se la insultaba por ser una asesina, sino por ser una inmigrante negra. "Pedí que callaran la rabia y evitasen vincular este asesinato con una motivación racista. Lo que hizo no tiene nada que ver con su país de origen ni con su color”, escribió la madre de Gabriel. Patricia tuvo el coraje de enfrentarse cara a cara en el juicio con la asesina de su hijo. Al conocer la sentencia se desahogó con un “íbamos a luchar con uñas y dientes para que esta bruja no pisara más la calle. Espero que nunca más se hable de esta mujer”.

Pero sí se habló. El pasado mayo los funcionarios de prisiones de la cárcel de Brieva, en Ávila, donde se encuentra recluida, entraron en su celda y registraron palmo a palmo a la búsqueda de un móvil con el que, según la familia de Gabriel, estaba grabándose para un documental que se había ofrecido a Netflix. El móvil no se encontró, pero sirvió para que la productora interesada en el proyecto garantizara a Patricia que quedaba inmediatamente cancelado.

El sector prometió hacer un acto de contrición después de que el Consejo Audiovisual de Andalucía afeara a algunas televisiones haber incurrido en un “sensacionalismo extremo” y denunció “un linchamiento diario movido únicamente por el afán de dar noticias rápidas para alimentar el espectáculo televisivo y captar audiencias”. Pero lo cierto es que la mayor parte de lo que se ofrecía ni siquiera eran noticias. Y cuando las hubo, como la detención de la asesina confesa, hubo programas, como Espejo Público o Sálvame, que dedicaron su minutaje oceánico íntegro al caso, lo que conllevó inevitablemente repeticiones, rumores, especulaciones y todo tipo de contenido irrelevante a cargo de tertulianos sin ningún tipo de información sobre la materia. Teo Lozano, responsable de contenido de Atresmedia, reconoció que “hubo mala praxis por la competitividad para informar del último minuto de la desaparición con testimonios que en muchos casos eran irrelevantes. En esas circunstancias se relaja la deontología profesional”. No volvería a pasar.

El pasado verano el gran éxito de la temporada fue el juicio en Tailandia contra el hijo de un famoso actor que había asesinado y troceado a su amante, todo acompañado de dinero de por medio por exclusivas que nada explicaban. Las audiencias dieron la razón a los programadores.

A pocos kilómetros de Las Hortichuelas se encuentra Rodalquilar, el lugar donde fue asesinado Gabriel. Allí se han construido urbanizaciones con mucha hostelería en torno a una mina abandonada, un gigantesco socavón en la tierra que aún conserva parte de la maquinaria oxidada. El pueblo minero sigue en pie y se puede visitar como quien se adentra en una ciudad fantasma. Aquí se extraía oro. Es en una mina también donde se desarrolla El gran Carnaval, donde Charles Tatum obtiene la gloria. No es difícil figurarse aquí, en Rodalquilar, incluso en las tinieblas de la noche, la espectacularidad del set, el mejor escenario posible para levantar el gran circo del dolor.

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