"Hay clientes que eligen un sabor de helado y ya no prueban otro en su vida"
Antonio Limón López | Dependiente de heladería
"Esto es muy duro y no todo el mundo vale para estar detrás de un mostrador", resume este hostelero que suma 45 veranos ininterrumpidos surtiendo de helados a los isleños desde Picó
Se llama Antonio Limón (San Fernando, 1962) pero para todos es 'Pedro el de los helados' o 'Pedro el de Picó'. Lo de Pedro se lo puso una vecina cuando era niño, y se le quedó. Pero lo de 'el de los helados' o 'el de Picó' se lo ha ganado él a pulso, después de 45 años, que se dice pronto, atendiendo desde el mostrador de esta heladería ubicada en la céntrica calle Rosario de San Fernando.
–Le conozco de toda la vida y no tenía ni idea de que se llamaba Antonio. Creía que su nombre de pila era Pedro.
–No, no. Pedro es un nombre postizo. Me lo puso una vecina cuando yo era chico y vivíamos en una casa-patio que había al final de la calle Dolores, cerca ya de San Marcos. Ella creía que Pedro sólo me llamaban allí pero qué va, el apodo traspasó fronteras y ha perdurado hasta hoy. Nadie me llama Antonio, ni la familia, ni mi jefe, ni mis compañeros, ni mis conocidos...
–¿Cuántos años lleva en la hostelería?
–Pues llevo 45 años trabajando.
–¿Ininterrumpidos? ¿Y siempre en una heladería?
–Efectivamente. 45 años ininterrumpidos, siempre en el sector heladero y siempre trabajando para Picó.
–Una heladería la de Picó que primero empezó en la Plaza de la Iglesia, cuando se llamaba Hermanos Picó, y que luego se trasladó a la calle Rosario, ¿no?
–Exacto. El local actual, el de la calle Rosario, se inauguró en 1981, pero durante algunos años coincidieron abiertos los dos establecimientos. Yo empecé a trabajar en el de la Plaza de la Iglesia y luego pasé al actual.
–¿A qué se dedica usted en invierno, cuando cierra la heladería?
–Yo trabajé algunos inviernos en el local antiguo de los Hermanos Picó, porque tenía su terraza y su pastelería, pero cuando cerraron, ya nada. Digamos que en invierno en teoría no hago nada. Nosotros empezamos a funcionar cada año con los tambores, es decir, cuando llega la Semana Santa, y acabamos la temporada a finales de septiembre.
–¿Y no compensa mantener la heladería abierta en invierno o al menos en otoño, cuando aún hace calor?
–En invierno ya le digo que no compensa. Si, como le digo, tuviéramos una terraza o vendiéramos pasteles, a lo mejor, pero sólo vendiendo helados, las ventas no darían para tanto. Y algún año probamos a seguir abiertos en octubre, pero no dio mucho resultado. Tenga en cuenta que cuando empieza el curso escolar, el negocio cae mucho.
–Por esa vinculación de siempre entre los niños y los helados...
–Eso es. Aquí vienen personas de todas las edades pero los que más se gastan son los padres con niños.
–¿Conoce a mucha gente en el sector de la heladería que lleve tantos años como usted trabajando?
–En la hostelería sí hay gente que lleva muchos más años que yo, pero en el sector específico de la heladería, la verdad es que no conozco a ninguno.
–Desde su experiencia profesional, ¿cualquiera vale para trabajar detrás de una barra?
–Por supuesto que no. Esto es muy duro porque te pierdes todas las fiestas, incluida la Semana Santa, la Feria del Carmen, los domingos... y eso no lo soporta todo el mundo. Recuerdo tener que ir a casa de chavales de 20 años para buscarles, pagarles el tiempo trabajado y que firmaran que no iban a seguir currando. Eso era porque no aguantaban el ritmo. Y eso no sucedió una sola vez sino muchas.
–¿Cual es el sabor más vendido a lo largo de todos estos años?
–Sin duda alguna, el turrón. Y con mucha diferencia sobre el resto de helados.
–Pues yo hubiera apostado por el chocolate o la fresa.
–Qué va. No sé si influye que lo que vendemos en Picó son helados de Jijona, pero aquí lo que más pide la gente es turrón. Últimamente han surgidos helados nuevos como los Kinder Bueno o los Happy Hippo que se están vendiendo muy bien, pero nada iguala al turrón.
–Cada vez salen sabores nuevos en casi todas las heladerías. Ya no es como antes.
–Este año no hemos sacado nosotros ningún sabor nuevo, pero lo habitual es que innovemos. Algunos de esos sabores nuevos los manda la casa Jijona y otros se los inventa mi jefe, que es un cerebrito para esas cosas y lo hace muy bien. Después nosotros tenemos que aprendernos cómo se llaman y de qué están hechos.
–¿El cliente suele innovar al pedir un helado?
–Hay de todo. También hay clientes que eligen un sabor de helado, es el que piden siempre y ya no prueban otro en toda su vida. Eso sí, yo lo que no hago es aconsejar al cliente sobre el sabor que tiene que pedir.
–¿Y eso?
–Es que los sabores son cosas muy particulares y no soy nadie para recomendar que pruebe esto o lo otro. No me atrevo, porque lo que me gusta a mí a lo mejor no le gusta a esa persona.
–Después de tantos años detrás del mostrador, ¿la clientela ha cambiado? ¿Ahora hay más o menos educación que antes?
–No, no. Nuestra clientela siempre ha sido y sigue siendo muy educada. Ahí no he notado diferencias.
–¿Y se consume ahora mucho más helado que hace 45 años?
–Pero muchísimo más. No hay punto de comparación. Cada vez se vende más.
–Y eso que el precio de los helados ha ido subiendo progresivamente...
–Es verdad, pero como todo en la vida. El helado nunca ha sido un producto caro, creo yo.
–Hay quienes trabajan vendiendo cierto producto y luego le cogen manía a eso que están vendiendo y no lo vuelven a comer en su vida. ¿Es ese su caso?
–Para nada. A mí me encantan los helados. Y los pasteles también.
–Me imagino que habrá vivido usted miles de anécdotas. Cuénteme alguna.
–Sí, claro, tengo anécdotas para escribir un libro. Pues mire, el otro día se sentaron aquí tres personas mayores que pidieron tres cafés. Y al servírselos le puse al lado de cada uno un vasito de agua. Y me dijo el hombre: “Anda que no es antiguo esto de los vasos de agua”. Y tuve que darle la razón porque era una tradición antigua que ya no se lleva. Y hace poco vinieron a comprar helado una señora con su hija, que ya está hecha una mujer y que tenía una manía cuando era niña y es que no le gustaba que le diera una cucharilla de color rosa para tomarse el helado. Me acordé de aquéllo y lo estuvimos comentando. Es que son muchos años los que llevo aquí.
–¿Y qué es lo más raro que le ha pedido un cliente?
–Fue hace unos años. Vino un matrimonio y cuando el hombre me pidió su helado le pregunté si lo prefería en cucurucho, en tarrina o en copa. Y me contestó: “En ninguna de esas tres cosas”. Y le dije: “Entonces, ¿dónde se lo pongo? ¿En la mano?”. Y me dijo que sí. Así que me extendió el brazo y en la palma de la mano le puse la bola de helado, que además recuerdo que era de las grandes. El hombre empezó a comérselo, pero como el helado tiene tanta frialdad, no podía soportarlo y empezó a pasarse la bola de una mano a otra. Y todo eso ante la carcajada general. Hasta una compañera me dijo: “Pedro, es la primera vez que te veo reír en los seis años que llevo trabajando contigo”.
–La verdad es que es habitual verle a usted con un semblante serio y siempre atendiendo a la clientela de usted.
–Bueno, es que creo que todo eso forma parte del trabajo que conlleva estar detrás de un mostrador. Al cliente siempre hay que tratarle de usted. Siempre.
–¿Alguna vez ha pasado miedo detrás de la barra?
–No, no lo recuerdo. Bueno, una vez nos llevamos un buen susto en el antiguo Hermanos Picó de la Plaza de la Iglesia. Cuando estábamos a punto de cerrar entró un dóberman descomunal que se echó en el suelo del salón que había al fondo del local. Éramos cinco o seis trabajadores y uno de ellos logró sacar al perro atrayéndolo con un cubo con agua fresca. En cuanto salió pudimos cerrar el establecimiento, pero el perro se quedó un buen rato intentando romper la puerta, que era de cristal, para intentar acceder de nuevo. Nosotros tuvimos que salir por una puerta lateral.
–¿Cuántos años le quedan para jubilarse?
–Pues si soy de 1962, me quedan como mínimo unos cinco años, creo yo.
–Es decir, que llegará a los 50 años trabajando detrás de la barra, ¿no?
–Pues tendré que llegar a los 50, qué remedio.
–¿Y ha pensado ya en lo que hará el primer verano en el que no tenga que servir helados?
–Uf, pues no lo he pensado, la verdad. Me imagino que aprovecharé para ir más a la playa. Pero, vamos, que no tengo prisa por cumplir años y por jubilarme, ¿eh? Las cosas es mejor que vayan poco a poco.
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