CNIO: Alboroto en el laboratorio

Lucha contra el cáncer

Los científicos andaluces observan perplejos los conflictos internos del ‘trasatlántico’ de la investigación oncológica mientras lamentan la infrafinanciación de sus grupos de trabajo

La carrera contra el cáncer del pasado año en Cádiz, que reunió a casi 4.000 personas en la playa de la Victoria
La carrera contra el cáncer del pasado año en Cádiz, que reunió a casi 4.000 personas en la playa de la Victoria / Julio González
Pedro Ingelmo

02 de febrero 2025 - 07:00

En el año 1998 el Gobierno de José María Aznar tuvo una iluminación. España debería ascender a la primera división de la investigación mundial. Las universidades españolas tenían fama de formar a magníficos científicos que luego tenían que emigrar. Se estaba tirando el dinero que se dedicaba a la formación. Por eso se fue a lo grande. Nos convertiríamos en un referente combatiendo al primer enemigo de la humanidad: el cáncer. Cada año se diagnostican en Andalucía 43.500 casos de cualquiera de los 200 tipos de cánceres existentes, que provocan más de 18.000 defunciones. Así que se consideró que tan titánica tarea sería un excelente escaparate para que un país que invierte poco más de un 1% del PIB en investigación fuera referente de la ciencia en algo. Ese es el origen de lo que hoy se conoce como el CNIO (Centro Nacional de Investigación Oncológica), pero que por entonces se llamaba simplemente Centro Nacional del Cáncer.

Para demostrar que se iba en serio se decidió fichar a un crack, el hombre que con sólo 33 años, en 1982, había conseguido aislar el oncogén humano, un gen mutado que era el causante original de los cánceres. Su nombre era Mariano Barbacid y acababa de dejar los laboratorios Bristol Myers Squibb, en Princeton, para incorporarse al centro de investigación del cáncer M.D. Anderson, en Houston. El Gobierno pujó contra el centro de Houston, que era como si el Cádiz tratara de birlarle un fichaje al Manchester City. Y Barbacid, en un arranque de patriotismo, decidió regresar a España.

Aznar y Barbacid en la inauguaración  del CNIO en 2003
Aznar y Barbacid en la inauguaración del CNIO en 2003

Aparte de un suculento sueldo, a Barbacid se le prometió un moderno edificio de 10.000 metros cuadrados sobre el solar de lo que había sido el hospital de tuberculosos Victoria Eugenia de Madrid, un presupuesto anual de tres mil millones de pesetas (18 millones de euros) y 350 investigadores a su cargo. Barbacid se comprometió, por su parte, a tirar de la cantera. “Es una sangría formar científicos para no utilizarlos”, dijo.

Pronto se vio que el Gobierno había apuntado demasiado alto y a los tres años a Barbacid ya le habían metido un tijeretazo al presupuesto de 1.200 millones. Por entonces, Barbacid ya dedicaba más tiempo a buscar financiación privada que a investigar los oncochips con los que se pretendía determinar las fichas genéticas de los tumores. Denunció la existencia de una trama para acabar con el CNIO y, tras varios encontronazos con los políticos, en 2009 pegó el portazo. Barbacid, en todos esos años, había logrado dos cosas: situar al CNIO entre los mejores centros de investigación oncológica del mundo y crear un gigantesco agujero financiero.

Durante dos años se produjo una caótica situación interina que fue la comidilla de todos los investigadores del cáncer del mundo hasta que se designó en 2011 a la sustituta de Barbacid, la novena en una lista de eminentes científicos. Se trataba de María Blasco, que venía de lo que en el mundo de la ciencia española se conoce como los ‘margaritos’, es decir, los 50 discípulos de Margarita Salas, nuestra más eminente científica de finales del siglo XX y, a su vez, discípula ella del premio Nobel Severo Ochoa, el cerebro que llegó a la síntesis del ácido ribunocleico (ARN), sin lo cual hubiera sido imposible la vacuna del covid.

A pesar de no ser la primera ni la segunda ni la octava opción, ya que los ocho primeros candidatos habían rechazado meterse en semejante avispero, y ni siquiera contar con el requisito que se incluía en las bases de diez años dirigiendo un centro de investigación, el currículum científico de Blasco era impresionante. Fue el Gobierno de Zapatero, cansado de todos los palos en las ruedas que Barbacid había puesto para su sustitución, el que la designó.

Antes de que el pasado miércoles todo estallara y los miembros del patronato que fiscaliza el centro la despidieran por unanimidad, Blasco había logrado en su primera etapa equilibrar las cuentas heredadas de Barbacid para, a continuación, lanzarse a la busca de filántropos. Blasco se convirtió en la investigadora con mejor sueldo del país, unos 230.000 euros al año, más los ingresos de la empresa fundada por ella, Life Length, dedicada a hacer análisis de telómeros que desvelan el envejecimiento celular en carísimas clínicas y resorts de lujo. Por comparar, un investigador top andaluz con cátedra y todos los sexenios acumulados difícilmente alcanzará los 80.000 euros.

Paralelamente, Blasco, muy afín en su última etapa al Ejecutivo de Pedro Sánchez, emprendió una campaña de autopromoción personal. Acumuló todo tipo de premios, algunos que poco tenían que ver con su actividad científica, y se convirtió en abanderada de la causa LGTBI. Es cierto que, además de eso, durante todos estos años ha tenido tiempo para seguir publicando en las principales revistas científicas, muchas veces como primera autora. Por todo ello, aunque los problemas se acumulaban en el CNIO, dentro se la consideraba “intocable”.

María Blasco y el entrenador Louis Van Gaal en la presentación de la campaña del CNIO "Siempre positivo"
María Blasco y el entrenador Louis Van Gaal en la presentación de la campaña del CNIO "Siempre positivo"

El CNIO que lega Blasco es un mastodonte con un presupuesto anual de 40 millones de euros (6.600 millones de las antiguas pesetas) y 700 empleados con la reputación muy tocada no solo por las denuncias que se han conocido en los últimos meses sobre su dirección despótica y la discutible política de compra de obras de arte, sino por la pérdida de peso en el panorama internacional, la dejadez en la renovación de material y una continua fuga de científicos senior de talento que tras su paso por el CNIO buscaron otros aires. Fueron los casos del biólogo sevillano Alfonso Valencia, una eminencia en biocomputación, o de Manuel Hidalgo, posiblemente la máxima autoridad mundial en cáncer de páncreas, cuyo despido en 2016 ya anunciaba lo que ha venido después.

Perplejidad

La Asociación española contra el Cáncer cuenta en Andalucía con más de 90.000 socios, 5.400 voluntarios, 134 profesionales y está presente en casi 300 localidades. Unos 11.000 enfermos solicitaron sus servicios de apoyo y acompañamiento. Su presencia en la sociedad convierte esta organización en un actor protagonista en la lucha contra la enfermedad. Sin embargo, no entró en el patronato del CNIOhasta el pasado mes de septiembre a través de su Fundación Científica. Su patrono, el bioquímico y presidente de la Asociación, Ramón Reyes, ha debutado votando a favor de la destitución de María Blasco, como hicieron todos los demás patronos, pero admitiendo que “no teníamos información suficiente para valorar la situación de la institución”.

Laura Bahamonde, presidenta de l Asociación en Cádiz, reconoce la inquietud que ha generado todo lo sucedido en torno al centro, a pesar de que se trataba de “una crisis ajena a nuestra actividad científica”. Pero, en líneas generales, en la Asociación no se quiere entrar en profundidad porque no quieren que haya confusiones. En realidad, la Asociación contra el Cáncer no tenía nada que ver con el CNIO y eso es lo que han transmitido a los asociados que se han interesado por saber si este follón les salpicaba de alguna manera.

En el círculo investigador andaluz del cáncer los conflictos en el CNIO también han generado inquietud, a pesar de que la relación con el centro es muy lateral. Pero la investigación vive de la reputación y los escándalos, por muy ajenos que sean, alejan el dinero. El catedrático Javier Márquez, con una larga trayectoria investigadora, es vicedirector del IBIMA (Instituto de Investigación Biomédica de Málaga), una de las joyas científicas de la región. En este espacio multidisciplinar trabajan codo con codo científicos del ámbito universitario y sanitario en múiltiples campos. Márquez trabaja en el área de Cancerómica, que se dedica, entre otras cosas, a buscar nuevas estrategias y terapias antitumorales centrándose en uno de los elementos que, alterados, pueden señalar la presencia del cáncer, la glutaminasa. Su sueño sería alcanzar la posibilidad de tratar el cáncer individualmente con un fármaco personalizado para cada paciente. Un fármaco para cada cáncer porque cada cáncer es un mundo. Para ello, hay que extraer lo que él llama la “huella digital” de cada tumor. Puede parecer ciencia ficción, pero no lo es. Márquez cree que algún día se podrá conseguir. Se llama medicina de precisión. Este campo, de hecho, es una de las exploraciones estrellas del CNIO que más se ha publicitado.

Márquez considera que el escándalo en el CNIO, que viene de lejos, puede afectar a la reputación de la actividad investigadora, lo que considera injusto. “Parece que el CNIO era el único lugar en el que se investigaba el cáncer y lo cierto es que, con muchos menos medios, hay muchísimos y excelentes profesionales que tienen abiertas interesantísimas líneas de trabajo en la universidad española”. En el caso del IBIMA, que no es un organismo menor, la relación con el CNIO es prácticamente nula. “En los tiempos de Barbacid existía una relación fluida. Él entendía que la universidad era la cantera y siempre estaba llamando para interesarse por nuevos investigadores que les pudieran ser útiles. Algunos de los científicos formados aquí acabaron allí. Pero con Blasco esa relación se cortó. Si quieres que te salga un Cristiano Ronaldo, que sólo te va a a salir uno o dos, tú tienes que cuidar la cantera. El modelo de los grandes centros trasatlánticos de investigación está muy bien, pero no se puede olvidar que hay que cuidar la investigación desde abajo porque es esa la que luego va a nutrir de los mejores profesionales a esos grandes centros. A veces parece que se desprecia la investigación universitaria, como si la Universidad sólo se tuviera que dedicar a la docencia, una prolongación de un instituto de secundaria”.

Dos mundos

Para Márquez, el CNIO y el resto del universo investigador español contra el cáncer son dos mundos. “Yo he estado allí y te quedas asombrado. Un centro con su propio restaurante, unas tarjetas inteligentes para acceder... todo allí es a lo grande. Nosotros aquí trabajamos con lo justo. Para que un grupo de investigación consiga financiación hay que mover Roma con Santiago porque en este país la investigación no interesa. Llevamos años reclamando que se alcance un 2% del PIB en investigación, que es lo mínimo que dedican los países de nuestro entorno. Y no se consigue. Te voy a poner un ejemplo simple. Mientras el CNIO gastaba cantidades inalcanzables para nosotros en campañas para atraer filántropos, como eso de las compras de obras de arte que luego resultó que no servía para nada, nosotros para traer a un científico relevante para una charla o lo que sea nos las vemos y nos las deseamos porque, por decirte un asunto menor, sólo tenemos un presupuesto de 90 euros para alojamiento. A ver dónde encuentras en Málaga un hotel por 90 euros la noche. Mientras Blasco podía viajar por todo el mundo a gastos pagados, yo si voy al extranjero a un congreso tengo que justificar hasta un billete de metro”.

Investigadores del IBIMA ern su sede central en Málaga
Investigadores del IBIMA ern su sede central en Málaga

Con presupuestos muy ajustados, el IBIMA ha ido dotándose de material puntero y la colaboración fluida con otros institutos, como el de Granada, permite que las carencias de unos se resuelvan con la ayuda de otros. Pero a veces la eficacia de la gestión no se mide en dinero. El CNIO cuenta con cuatro microscopios confocales, un instrumento imprescindible en este tipo de investigaciones. De esos cuatro, sólo uno está en uso. El IBIMA, con un presupuesto microscópico (1,4 millones) en comparación con el CNIO, tiene dos y ambos funcionan perfectamente. Aún así, la investigación pública en oncología en Andalucía logró captar el pasado año 31 millones de ayudas privadas.

Sin embargo, uno de los grandes problemas, según Márquez, es que esos presupuestos tan estrechos abocan a la precariedad laboral. “A veces tienes que contratar como técnico a un investigador con una preparación muy superior porque lo que puedes pagar no da”. Sin embargo, Márquez no quiere caer en la melancolía. Detecta en la Junta de Andalucía una sensibilidad hacia las demandas de los investigadores para explorar en terapias avanzadas. “Otra cosa es que esa sensibilidad se traduzca en financiación”. Esto se recoge en el plan I+D 2024-2027. Y los científicos están por la labor a través de canales de colaboración. Esto hace que la investigación contra el cáncer en Andalucía no se haga en círculos estancos, sino que los unos saben en lo que trabajan los demás.

De este modo, se han puesto en marcha algunos ilusionantes proyectos. En la Universidad de Granada se ha conseguido sacar adelante con financiación público-privada de unos 950.000 euros un grupo que va a indagar en el modo de acelerar el tiempo de búsqueda de tratamiento para pacientes con cáncer de próstata. La Universidad de Córdoba alcanzó un convenio con el hospìtal universitario de Oslo para liderar un proyecto con el que se mejora las operaciones de cáncer de hígado gracias a la obtención de cortes más exactos para extraer los tumores hepáticos. Es verdad que otros proyectos se quedan en el camino. En la Universidad de Cádiz el grupo de investigación oncológica se tuvo que reinventar y ahora se dedica a la fisiopatología cardiovascular. Pero en Andalucía la investigación no se detiene. Hay ciencia oncológica más allá del CNIO.

stats