El cóctel
Testimonios de familias y afectados de patología dual -enfermedad mental + adicción a las drogas- muestran el abordaje erróneo de este trastorno
"Una crisis, el brote, es angustia, subirte por las paredes. No se puede explicar. Y en ese brote te vas al hospital, dices a tu madre acompáñame porque me voy a matar, me voy a morir... y te vas a una sala de espera de Urgencias, donde esperas tres o cuatro horas, no sé cuánto, el tiempo pasa lento, y no sabes qué hacer. Es una espera eterna y tú endemoniado. Y al final pasas y allí está un médico que te trata como si fueras un enfermo normal. Pero estás en urgencias y estás en crisis y lo único que quieres es que te metan un tranquilizante, un chute para olvidarte de quién eres, y pasarte días sedado. Eso es lo que quieres. Y te preguntan que cuál es el motivo del brote, que si has consumido. Pues sí, joder, he consumido, soy un adicto. Y entonces dicen que me tienen que derivar a desintoxicación, a drogodependencias. Y yo estallo porque estoy enfermo, tengo un trastorno de personalidad límite y estoy en pleno brote y le grito al médico que si lo que quiere es que me corte las venas y él dice que si le estoy amenazando, y el doctor llama a seguridad, que no tiene por qué aguantar eso. La cuestión es que salgo corriendo, subo unas escaleras y en un descansillo, con lo primero que veo, cojo y me corto las venas. No quiero suicidarme ni nada, sólo llamar la atención. Y me bajan con la ropa empapada de sangre y ahora sí, me cosen, me llevan a enfermería y de ahí a Agudos. Así solucioné mi brote".
No viene al caso dar el nombre del hombre de unos 40 años, adicto desde su adolescencia, que me relata el episodio. Estamos en un piso de una barriada de Cádiz un martes por la tarde. Con él, haciendo círculo, hay madres que tienen hijos con el mismo cuadro que el suyo. No se sabe cuántos son, no hay censo fiable, se sabe que son muchos, que la mayoría está fuera del sistema, entra en algún momento, sale o es ajeno por completo al sistema. En realidad, en cuanto a números es hablar por hablar.
Él, nuestro hombre, el hombre que se cortó las venas para que le sedaran, lleva, por primera vez en 20 años, nueve meses limpio tras haber hecho otros intentos dentro de un sistema que no le ha dado soluciones ni a lo uno ni a lo otro, ni a su problema de salud mental, ni a su adicción a las drogas. Lo ha llegado a intentar en un centro evangélico. Allí fracasó, dice, porque lo de la biblia no le iba mucho. Y ahora va funcionando, dice, en reuniones con otras personas en su misma situación, donde dan vueltas "a lo nuestro" y se intercambian fórmulas para no recaer.
Su cuerpo está lleno de cicatrices. Todas esas heridas se las ha hecho él mismo. Se convirtió en un ritual. "Descubrí que cortándome, haciéndome daño, me calmaba. Me calmaba como no conseguía hacerlo la medicación". Ha pasado por las fases de metadona machacada, morfina machacada... ahora se mantiene con antidepresivos y Orfidal. Ya sólo son tres pastillas al día.
Sufre, por tanto, patología dual, como buena parte de los adictos, como buena parte de los enfermos mentales. Pese a ello, pese a la evidente conexión, el sistema sanitario tiene cauces paralelos para estos tratamientos que nunca se juntan. No lo dicen los enfermos ni sus familias; lo dice el informe acerca de la situación de los enfermos mentales en Andalucía de 2013 elaborado por la oficina del Defensor del Pueblo Andaluz: "Existen una serie de mitos que han dificultado el reconocimiento de la realidad de la patología dual (…) la conceptualización tardía de la adicción como enfermedad mental (…) la existencia de redes asistenciales separadas, salud Mental y drogodependencias".
Las madres que están reunidas en este piso no saben qué fue antes, el huevo o la gallina, las drogas o la enfermedad mental. No es extraño. Los científicos tampoco se ponen de acuerdo. Lo único que las familias saben, sea el huevo o la gallina, es que se encuentran "indefensas, enfermeras de una enfermedad que desconocemos, estigmatizadas como si nosotras fuéramos culpables de lo que les sucede a nuestros hijos... a una persona con un infarto no le preguntan al entrar por el hospital si su familia está desestructurada. ¿Por qué a nosotras sí?"
No pertenece a ninguna familia desestructurada el siguiente caso. Quien habla es un padre de una profesión liberal, de poder adquisitivo alto. Su hijo, con un índice de inteligencia que ronda el 130, estudió en los mejores colegios, aprendió idiomas, leyó todo Kafka con 14 años, sacó el bachillerato con brillantes notas... y se desplomó. Han pasado ya más de 25 años desde que empezara a dejar de interesarle el mundo. Se convirtió en un consumidor compulsivo de hachis. Igual que fue a los mejores colegios, los padres le llevaron a los mejores médicos. Uno de ellos les dijo: "Yo no estoy aquí para resolver los problemas de los padres con los hijos". Luego llegó el primer brote, el primer ataque y el diagnóstico: esquizofrenia paranoide. Él alimentaba su esquizofrenia con cocaína, con pastillas, con LSD... Las alucinaciones eran su nueva familia. "Tuvimos que poner un vigilante de seguridad para protegernos de nuestro hijo". En la casa familiar aún quedan rastros de aquella violencia: una puerta con un parche que fue destrozada de un puñetazo. Otro día agarró el cristal que cubría una mesa camilla y lo estampó contra el suelo delante del padre. En una reunión con el médico le dijo a su padre: "¿Recuerdas que abusabas de mí cuando era niño?" Y el padre piensa en ese momento tremendo, diciéndole al médico que eran delirios de su hijo y el médico mirándole bajo sospecha...
Su hijo se convirtió en un buscavidas. Los padres le sacaban de la calle y le alquilaban un piso. El piso acababa destrozado, robaba el aire acondicionado o todo lo que se pudiera robar y vender. "El último desavío me costó 4.000 euros". Lleva un listado de gastos. "Cada mes mi hijo me cuesta una media de algo más de mil euros. Quizá yo pueda asumirlo, ¿pero otras familias pueden hacerlo? No, lo tienen que tener en casa".
Ahora su hijo está en una comunidad, va mucho mejor. No consume. Habla mucho con su padre, quizá como nunca han hecho. "Sin la droga es posible que hubiera sido una persona extraña, pero no hubiera caído en lo que cayó. Es extraño ver a un chico que es muy culto, que tiene maneras educadas, pero vestido de una forma rara, con un aspecto raro..." Un terapeuta le ha dicho que mejor que no se recupere del todo "porque quizá si lo hace será consciente de que ha perdido 25 años de su vida y no quiera seguir viviendo".
"Yo no me di cuenta -se lamenta otra madre-. No lo vi y alguna vez me he sentido una mala madre. Pero es que a mí me parecía que mi hijo estaba normal hasta que una vez regresó de una fiesta de tres días y no tenía ni la misma voz. Fue horrible. Sólo decía, como perdido, tengo una cosa y tú lo sabes. Y se quedaba mirando el ordenador extasiado con una música infernal saliendo de ahí. Y vas a salud mental y te dicen que no lo pueden ingresar, que no ha hecho nada. Él se rebela contra los intentos de que se le trate".
Su hijo consiguió un trabajo un tiempo, poco, menos de un año, y, tras un nuevo brote, y sin dejar de consumir, se le diagnosticó un trastorno bipolar, con lo que logró incapacidad y paga. "La paga es lo peor que le ha podido pasar. Su paga es suya y le dura unos días porque se aprovechan de él la gente con la que va. Y entonces pide dinero y yo le digo que no y entonces él dice que lo que quiere es que robe para que le metan en la cárcel y librarme de él. O dice que quiere que tome pastillas para que se quede tonto y no nos moleste. Pero lo llevas al médico y se pone tan modosito y tan bueno que el médico incluso le quita la medicación".
Acaba de llegar otra madre al piso. En la cara tiene reflejado un sufrimiento de ojeras y rostro tenso. Se adivina que podría ser joven, pero la angustia la ha envejecido. Su pesadilla dura ya trece años y hay médicos que le han dicho que no durará mucho más, que no creen que su hijo dure vivo más de dos o tres años. "Yo, en realidad, no creo que llegue a final de año. Está tan deteriorado..." Y a ella se le saltan las lágrimas al decirlo. Es una madre que sufre la violencia extrema de su hijo. Su primer diagnóstico lo tuvo de crío, con cuatro o cinco años, hiperactividad. Desde entonces no han parado de crecer los diagnósticos y los problemas. Está inmerso en múltiples procesos judiciales por robo. "La policía lo trata como un drogadicto, se intentó suicidar, le hicieron un lavado de estómago y lo devolvieron para casa. Yo les decía que era como meter un toro desbocado en mi casa; les dio igual". "Aquí mando yo; si llamas a la policía te prendo fuego a la casa y luego me suicido; no respondo..." Son frases que ha escuchado a esta madre que ha sido golpeada, insultada y amenazada por su hijo. Y cuando ella le ha tratado de razonar él también ha razonado: "Estoy tan metido en este agujero que ya no puedo salir, mamá, ya no puedo salir".
La confesión enciende a las otras madres. Ha tocado un tema sensible. Aunque en la mayor parte de los casos los enfermos en crisis usan la violencia contra sí mismos, estas mismas madres han escuchado casos de hijos que, fuera de sí, se lanzan contra sus cuidadoras. Ellas son sus cuidadoras. "Si mi hija me corta la cabeza, ¿es culpable mi hija, que no sabe lo que hace, o es culpable una administración que se inhibe?".
"Yo te quiero, pero te tengo que matar", le dijo un día su hijo a esta madre que ya ronda los 80 años. Es por eso por lo que no ha podido venir, por lo que hablo con ella por teléfono. Este es un caso extraño. Su hijo está incapacitado, pero ya no vive con ella. Lo hace en un campito. Con él vive su pareja, una mujer igualmente diagnosticada de una patología dual. Faisem, la fundación creada como alternativa a los manicomios por la reforma psiquiátrica, tiene su tutela. "A cambio de su paga van cada unos pocos días a verle y a llevarle comida y limpiarle. Por lo demás, vive dejado de la mano de de Dios..."
Faisem coordina los dispositivos alternativos. Están destinados a enfermos mentales, ya sean chalés, comunidades terapéuticas, pisos tutelados... Los centros de drogodependencia, que son pocos, están, por contra, destinados a los adictos. Ni un solo mecanismo cruza dolencias. Pero en el caso último, en el del brote, la solución es la misma, la unidad de agudos. Son las únicas camas hospitalarias de salud mental que hay en Andalucía. Una UCI psiquiátrica. No hay enfermos mentales "en planta". De la "UCI" a la calle. La estancia dura lo que dura el brote y la estabilización. Luego, vuelta a la rueda.
El documento Estrategia para la Salud Mental del Sistema Nacional de Salud afirma que la dedicación de los cuidadores "informales" a estos enfermos "supone de 6 a 9 horas diarias y lleva consigo sentimientos de pérdida,restricciones sustanciales en la vida social y efectos negativos sobre la vida de familia, añadiéndose la preocupación, pérdida de oportunidades laborales y merma de la salud mental de la cuidadora o el cuidador".
Francisco Mena, de la Federación Nexos, expone que los recortes han reducido al mínimo la alternativa asistencial fuera del sistema, la que llevaban a cabo las asociaciones subvencionadas. "Si antes podíamos tratar a 3.000 enfermos duales, ahora no llegamos ni a 500"
La última madre en hablar ya no es madre. Su hijo murió hace unos años. Él sí pisó un hospital psiquiátrico, el único que existe en Andalucía: la cárcel. Dice que aquel año entre rejas le sentó bien, "le pusieron a pintar y pintó la prisión entera". Los psiquiátricos penitenciarios tienen sus ventajas y sus desventajas. Pueden ser una condena casi de por vida o, como a este enfermo, estabilizarle. De la cárcel a casa de mamá. No mucho tiempo después murió de una insuficiencia respiratoria tras una crisis. Ocurrió hace mucho, a mediados de los 90. Ella no deja de acudir a las reuniones, como si le hubieran amputado un miembro pero ese miembro existe como un miembro fantasma. Su hijo, con su desesperado deseo de escapar de donde no pudo escapar, está siempre presente. Y el resto de las madres le preguntan: ¿Y eran entonces las cosas distintas a ahora? "Todo era igual".
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