Galería del crimen | Capítulo 22
Por el honor de nuestra vecina
coronavirus
El coronavirus nos iguala, todos estamos indefensos ante él. La afirmación, con su tinte épico, de discurso churchilliano, fue repetida por numerosos políticos en las primeras semanas de pandemia. Que todos podamos contagiarnos no significa que todos prestemos las mismas armas ante una epidemia, como ante cualquier otra enfermedad. Pedro Gullón, uno de los autores de Epidemiocracia (Capitán Swing) explica que al medir los ejes desigualdad “por estratos económicos, las personas que tienen una situación menos aventajada presentan una situación más complicada respecto al Covid-19”. Y a ello contribuyen tres factores: más exposición a la enfermedad entre quienes pueden optar al teletrabajo o no, o quien tiene una vivienda más o menos grande; más vulnerabilidad, “porque al final el mayor riesgo de morir de complicaciones está muy asociado a enfermedades crónicas, como dolencias cardíacas o diabetes, marcadas por el estrato social”; y, por último, en forma de recesión: los estratos más afectados ante una crisis económica son siempre las rentas más bajas.
“¿Como va a ser lo mismo una persona que tiene una renta decente, una casa amplia, que gente que vive en infravivienda, en partiditos o similar, cuatro o cinco familias, parados…?”, comenta Teresa Almagro, desde Marea Blanca.
Cádiz lleva más de diez años apareciendo como la provincia con una menor esperanza de vida: un hecho que guarda relación directa con los llamados “determinante sociales de la salud”. Tiene tasas truncadas de mortalidad superiores a la media andaluza, por ejemplo, en cáncer de mama, colón, laringe, vejiga, próstata o pulmón. Cuando aparece una dolencia, hasta un 50% de los factores lo conforma la llamada “salud colectiva”: factores ambientales, sociales y económicos.
Con casi la mitad de la población en riesgo de pobreza, desde el Ayuntamiento de Cádiz se desarrolló el Plan Local de Salud, que firmó un primer informe en La Viña, pero cuya actuación quiere ser extensible al resto de la ciudad: “Recuerdo que, cuando se hizo el estudio previo al inicio del Plan Local de Salud –apunta Teresa Almagro, en el centro de Santa María, con niveles de analfabetismo y paro enormes, teníamos más casos de interrupciones involuntarias del embarazo, intentos de suicidio, tabaquismo y sedentarismo rampantes… Y, por supuesto, depresiones, cardiopatías…”
La aparición del coronavirus no ha hecho más que abundar en esta realidad. Un ejemplo claro: muchos de los empleos más precarios (camioneros, dependientas, reponedores, repartidores, limpieza), se desvelaron como pivotales. “Y el trabajo de cuidados, que no entraba en lo esencial si no era económicamente sostenido”, indica Pedro Gullón. En Epidemiocracia, los autores defienden la creación de un Sistema Nacional de Cuidados: “Para poner en valor aquellos a los que no llega el Estado, especialmente, muchas redes comunitarias y de mujeres en distintos ámbitos”. Porque, de nuevo, durante el confinamiento las mujeres terminaron replicando la doble jornada en el confinamiento, con el plus, si había suerte, del teletrabajo. “Sin duda, alguien pondrá en valor”.
“Y ahora –continúa Gullón–, hemos vuelto a lo mismo: el turismo no formaba parte de esos trabajos esenciales que nos hacían sostener la vida, y por los que deberíamos apostar como sociedad, pero ahí estamos”. Y lo mismo, visto lo visto, no nos ha terminado de salir bien la jugada.
Entre los puestos que se nos revelaron como indispensables, estaban, por supuesto, los de los sanitarios: “Creo que el ser humano iba para pez, y ahí sigue. Se nos olvidado todo muy pronto”, comenta al respecto Almagro.
"Una mala economía influye en la salud, pero no existe una economía sin personas sanas"
“Cuando empezó el tema este de los héroes –desarrolla–, escucharías a muchos sanitarios diciendo que no, que no somos héroes, que queremos condiciones dignas”, comentan desde Marea Blanca, recordando la gran incongruencia de la convocatoria de urgencia para interinos, convocada por la Consejería de Salud, de la que quedaban excluidos mujeres embarazadas, mayores de 60 y personas con enfermedades crónicas: “Yo soy enfermera de grupo de riesgo, diabética, y nadie me ha dado opción ni me ha dicho nunca nada”.
Economía y salud. Esa parecía la disyuntiva, palmaria, a principios de verano. El coronavirus no nos igualará pero, desde luego, llega a parecer que nos da igual: había que salvar la temporada turística. “Yo no creo que haya que elegir –dice Teresa Almagro–. Es cierto que la economía es importante, y la salud pública es importante, pero detrás están los determinantes sociales”.
Para Pedro Gullón, “el conflicto entre capital y vida”, no es una dicotomía, “sino un tira y afloja. En esa tensión, hay que tener en cuenta cómo funciona a nivel temporal: si ahora apostamos demasiado por la salud, puede hacer daño a la economía, consecuencias que se verán en la salud más adelante, no es un argumento trampa –desarrolla–. Pero estoy muy de acuerdo con lo que dice David Stuckler, que lo que nos mata no es la recesión, sino la austeridad. Cuando venga una recesión económica, habría que desarrollar herramientas en forma de políticas públicas para paliar su efecto. ¿Cómo se hace esto? Con una redistribución un poco más justa de la riqueza, aumentando el gasto social e intentando contrarrestar los efectos en salud. Porque una economía sin personas sanas, tampoco existe”.
Desde el ámbito sanitario, se destaca que la piedra de choque del sistema es también el bastión contra el covid-19, y que es también, de nuevo y como siempre, la gran olvidada: la Atención Primaria. “Que nació como emblema de la salud pública, para educar a la población en salud y evitar asistencias”. Un ejemplo claro es la diabetes: una de las enfermedades que más gasto causa a la sanidad podría controlarse en muchos casos con seguimiento, dieta y ejercicio. Y eso lo hace la Atención Primaria: “El traumatólogo ve sólo tu dolor de espalda, pero tu médico sabe que estás limpiando casas. Pero la salud está monopolizada con los holdings, y prima la medicalización”, indica Almagro, que tampoco se muestra optimista ante ese 14% de contrataciones que anunciaba el gobierno andaluz: “En total, se han contratado a 20 mil profesionales de todas las categorías en toda Andalucía. No son suficientes. Y ahora –continúa–, en los centros de salud, estamos haciendo dos cupos, con compañeros de vacaciones y con la otra oleada encima. Nos lo estamos viendo venir y no nos dan información, no sabemos cómo va a ser el plan de choque”.
Desde la UCA, Javier Álvarez, investigador y especialista en Salud Pública, ha participado en distintos estudios que muestran la relación entre la capacidad económica y su repercusión en la salud. En el informe Impacto de la crisis financiera y las políticas de austeridad en Andalucía (Springer), los investigadores cruzaban datos y testimonios recogidos en Sevilla, Córdoba y Cádiz, entre profesionales del sector sanitario y de los servicios sociales. La conclusión era que, obviamente la alargada crisis financiera de 2008 había afectado directa o indirectamente la salud de la población andaluza, especialmente, a aquellas personas de renta baja que estaban ya en riesgo de exclusión social. El estudio señalaba especialmente tres áreas que se demostraban esenciales: la salud mental, las necesidades no satisfechas (médicas o no) y el deterioro del sistema público de salud. Una cuestión, esta última, en la que incidieron enormemente las medidas de austeridad puestas en marcha en 2009, indica el informe, “con el cierre de numerosos servicios sanitarios y la reducción del número de personal sanitario y de camas de hospital”.
Los especialistas de la salud consultados destacaban el daño que produce “el cierre de plantas de hospital durante ciertos meses del año, mientras las emergencias están llenas: lo que conlleva a dar altas más rápidas”. Los entrevistados señalaban también como una merma importante la dificultad para acceder a ciertos tratamientos y el que haya que pagar, sin parpadear, gafas, audífonos, dentistas, ortopedia... Los problemas de salud mental, frecuentes en situaciones de dificultad económica, suelen conducir a “somatizaciones en forma de migrañas, problemas digestivos, reacciones alérgicas, psoriasis o desórdenes del sueño”.
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