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En la era del criptotocomocho

Ciberdelincuencia

La pequeña delincuencia digital y el crimen organizado buscan refugio en las criptomonedas y a ellos también los estafan.l Una mirada desde la Costa del Sol a San Fernando al universo cripto

Estatua dedicada en Lugano al inventor de las criptomonedas, Satoshi Nakamoto.
Pedro Ingelmo

23 de febrero 2025 - 07:00

A finales del siglo XIX Nueva York estaba llena de bucket shops, unos garitos clandestinos que ofrecían una mezcla de los restos de licor de los barriles desechados por los bares legales. Los bucket tenían una clientela eminentemente delincuencial atraída por el riesgo. Por eso se fueron transformando en casas de apuestas. Apostaban a la Bolsa sin jugar a la Bolsa. Por un dólar hacías como que te comprabas cien acciones del oro de Wells Fargo y a ver qué pasaba. Era un mercado ilusorio, paralelo y, por supuesto, fraudulento, ya que los bucket solían manipular los valores en un submundo que buscaba ganancias rápidas ajenas a cualquier control. Lo que habitualmente se conseguía eran pérdidas rápidas para la mayoría y grandes beneficios para unos pocos.

De las pizarras de las bucket shops salió Jesse Livermore, que dio el salto a Wall Street cuando éstas fueron perseguidas con la llegada de la Ley Seca. Su experiencia en el mundo paralelo lo convirtió en uno de los grandes prestidigitadores de trading del parqué. En el crack del 1929 ganó más de cien millones de dólares con sus posiciones cortas aprendidas en los bucket. Algunos le culparon directamente de haber provocado el gran desplome financiero que arrastraría a la miseria a millones de pequeños inversores.

Cien años después, el anarcogamberrismo financiero que practicaba Livermore se mueve en el mundo virtual. Ha creado sus propios códigos disfrazados de libertad. Aboga por romper las cadenas de las regulaciones y ha resultado que el presidente de la primera potencia mundial es un adicto a estas nuevas bucket shops y que el presidente de Argentina ha propiciado una gigantesca estafa apoyada en el dios financiero de una generación: la criptomoneda. Llamaron libra a una nueva y milagrosa cripto y los criptobros se llevaron el dinero ‘real’ de los incautos (o estúpidos) que confiaron en las dotes visionarias del chocarrero de la nueva era geopolítica.

El economista norteamericano Demetri Kofinas ha acuñado el término “nihilismo financiero” para catalogar a los jóvenes adeptos a la primera criptomoneda, el bitcoin, idealistas de la cultura de la inmediatez que anhelaban un sistema monetario libre de intermediarios. Son los que cada 22 de mayo celebran con pizzas esa jornada de 2010 en la que un programador llamado Laszlo Hanyecz pagó por primera vez con diez mil bitcoins dos pizzas familiares de Papa John’s y los que veneran la estatua que Lugano le dedica a Satoshi Nakamoto, el inventor de la criptomoneda. Porque gracias a él con un pelotazo cripto en el mundo virtual ya te puedes comprar un Porsche. Si tu única ambición en este mundo es ser rico no tienes que estar veinte años amasando dinero. Lo que mola es ser joven y rico. Para ellos, un producto bancario que ofrezca un 6% de rentabilidad simplemente causa risa. Ellos son inversores del siglo XXI, no juegan a las migajas.

Lo único que determina el valor de una criptomoneda es algo tan viejo como la oferta y la demanda.

Por eso las fichas con las que juegan son criptomonedas, cuya volatilidad es salvaje. El bitcoin que vale ahora 90.000 euros hace un año valía 55.000. Nadie garantiza que no regrese a su precio de hace un año en los próximos meses o que suba al doble porque no hay nada tangible detrás. Lo único que determina el valor de una criptomoneda es algo tan viejo como la oferta y la demanda. Y así bitcoin en 2018 tuvo su propio crack cuando en una semana pasó de 20.000 dólares a menos de 4.000. Si ya hablamos de otras criptomonedas, como el caso de la libra argentina del caso Milei, nos encontramos con un activo que crece en poco más de dos horas y se hunde y desaparece en otras dos. 44.000 inversores lo han perdido todo y cien lo han ganado todo.

El éxito del universo cripto ya no tiene nada de friki. El Banco de España calculó que movió 60.000 millones de euros en transacciones en nuestro país en 2022. Para hacer este estudio tuvo que acudir a estadísticas no oficiales y extraer datos de avanzados algortimos de identificación y geolocalización. La banca tradicional, al principio, despreció el fenómeno, pero ya se lo empieza a tomar muy en serio y en las páginas web de las principales entidades se explica el funcionamiento de las blockchain, un sistema que permite realizar transacciones directamente entre dos partes sin necesidad de intermediarios, mediante el uso de criptografía.

El interés por estas nuevas formas de relacionarnos con la actividad financiera puede comprobarse cada año en Granada, donde hace parada el Block World Tour, un evento que reúne expertos para explicar cómo manejarse con este neologismo: tokenización (el acto de convertir un activo financiero en un archivo digital). El éxito de cada edición está garantizado y cuenta con el beneplácito de la Universidad de Granada, en cuya aula magna -siempre abarrotada- se celebra, y del propio Ayuntamiento, ya que es la propia alcaldesa quien les da la bienvenida.

Aunque la jerga para el neófito es un galimatías todo esto es bastante sencillo. Es un casino. En la Bolsa predices si una empresa, por sus características y por la situación del mercado, se va a revalorizar o se va a devaluar. En la inversión cripto te mueve la fe en que tu criptomoneda crezca y crezca. Es un casino gobernado por la especulación y en todo mercado especulativo, desde que el mundo es mundo, existe el timo, el tocomocho y la estafa. Y, sin embargo, mientras la Bolsa pierde clientela -un 12% menos en compraventa de acciones en el último año-, las cripto no paran de crecer.

El caso Biosca

El 22 de noviembre de 2022 Javier Biosca, un hombre de 50 años que había empezado con una ferretería en un pueblo de Toledo, se arrojó al vacío desde una habitación en el quinto piso del lujoso complejo hotelero de Estepona Valle Romano. Era un don nadie dedicado a la venta de tuercas hasta que se sumergió en el agujero virtual de Alicia y descubrió el país de las maravillas, el país de las criptomonedas.

Detención de Javier Biosca en Marbella

Desde la ferretería de Torrijos, aquel pueblo de Toledo, enloqueció con sus molinos de viento y creó Algorithms Group y no se sabe cómo en dos años se había quedado con un mínimo de 800 millones de euros de 3.000 inversores, algunos de ellos miembros de mafias de nacionalidades ex soviéticas que usan estas plataformas para blanquear dinero de sus negocios ilícitos. Como ellos, Biosca se trasladó con su mujer y su hijo a vivir a Marbella a lo grande. Celebraba lujosas fiestas con decenas y decenas de personas que duraron lo que duró el que se descubriera el pastel y acabara con sus huesos entre rejas. Salió de la cárcel porque un fiador -se dice que uno de los estafados- pagó por ello. La Policía sabe que antes de tirarse desde el quinto piso del hotel de Estepona había tenido una reunión con algunos de los menos amigables de sus ‘inversores’. No eran ninguno de los 750 estafados que se habían personado en la causa. Eran otros que fueron lo suficientemente convincentes para que Biosca concluyera que su breve espejismo de criptomillonario había llegado hasta ahí.

El pasado mes se supo que cinco suecos habían confiado un millón de euros a un falso médico de Marbella que aseguraba tener licencia para operar en el mercado de criptomonedas. Los suecos sólo tenían que ingresar dinero en una cuenta bancaria a nombre del estafador que invertía a través de una ‘billetera’ cripto. Las víctimas podían ver en Suecia su ‘billetera’, pero sólo el supuesto médico podía operar con ella. Cuando quisieron reclamar sus beneficios, el médico se había esfumado.

También en Marbella un joven holandés de 24 años logró levantarle 17 millones de dólares a incautos de toda Europa en supuestas inversiones Over The Counter, un mercado extrabursátil del ecosistema cripto en el que dos partes sin intermediarios negocian transacciones de todo tipo de instrumentos financieros. Son inversiones a pecho descubierto, ya que apenas existe regulación por lo que el riesgo es altísimo. También los beneficios. El joven holandés se quedó con todos ellos y desde el pasado mes de noviembre está en una cárcel de Países Bajos mientras fuera le esperan un buen número de narcotraficantes que vieron en él una lavadora de dinero.

Álvaro Romillo, creador del chiringuito cripto Madeira Invest Club y donante de la campaña política de Alvise Pérez

En todos estos casos los estafadores recurrieron a lo que los abogados especializados llaman ‘ingeniería social’, que no deja de ser la habilidad de engaño que todo buen timador tiene que tener desde los tiempos de la estampita. Pero hay un camino más directo para saltar la banca: los influencers. Si, como en el caso Milei, tu producto lo promociona alguien que tenga centenares de miles de seguidores en las redes sociales ya te has asegurado buena parte del éxito. Esto sucedió con el eurodiputado sevillano Alvise Pérez. Madeira Invest Club, el chiringuito financiero de un tipo conocido como Cyptospain y que responde al nombre de Alvaro Romillo, proporcionó cien mil euros para la campaña electoral de Pérez a cambio de que el influencer metido a político promocionara su producto. El producto era una estafa piramidal que hoy investiga la Audiencia Nacional.

La isla de los timadores

Pero volvamos al submundo de las bucket shops, a los rateros del tres al cuarto. En la Delegación de la Criminalidad Informática de la Fiscalía provincial de Cádiz, por la que pasan cada año más de un millar de casos, hay una estantería dedicada en exclusiva a San Fernando. Lo que sucede allí merece la pena contarse. Es la localidad de la provincia de Cádiz desde la que, proporcionalmente, más estafas digitales se realizan.

Desde la Fiscalía trazan un perfil de los responsables de esta delincuencia: “Son jovencillos que ninguno pasa de los 30 años con nulos o básicos estudios. No te vayas a creer que ninguno es un as de la informática, pero hay que reconocer que algunos son notables autodidactas. Casi todos tienen antecedentes en la Fiscalía de Menores. Si nos situáramos hace quince años, se dedicarían a pegar tirones de bolsos en la calle, pero han descubierto la comodidad de delinquir desde casa”.

La única explicación que dan desde la Fiscalía de esta concentración delincuencial es el boca a boca. “Alguien debió empezar en algún momento y se lo contó a un vecino y éste a otro. Porque lo cierto es que a través de la banca on line es relativamente fácil. La seguridad en este tipo de banca deja mucho que desear”. Las primeras estafas que se detectaron eran de pequeña cuantía, de menos de 400 euros, pero la cosa se ha ido sofisticando. Los chavales, además, sabían que las penas, si los pillaban, no eran muy grandes. Y las investigaciones son complicadas, muy lentas. “En uno de los casos el chaval había estafado a 800 personas. Tienes que localizar a 800 personas por toda España una a una, pedir datos a los bancos, a las redes sociales…” Desde 2023 las penas no son sólo por el montante del dinero robado, sino que se aplica el agravante de manipulación informática, por lo que el castigo quiere ser más disuasorio.

El beneficio, en cualquier caso, es mayor reclamo que el temor a la cárcel. La actividad delictiva sigue creciendo pero los efectivos policiales y los fiscales especializados no. Aún así, de vez en cuando, caen e incluso algunos ya son muy conocidos en los juzgados. A pesar de que sus ganancias son notables, en los registros no se les suele encontrar mucho dinero. “Se lo funden rápido. Pegan el golpe y lo gastan en resorts en la Costa del Sol, productos tecnológicos de alta gama y criptomonedas. Muchas criptomonedas”.

“En el colegio no aprendieron nada, pero no veas lo que han aprendido con un ordenador. ¡Hay hasta tutoriales!”

Las criptomonedas han llegado como una bendición para esta pequeña delincuencia. “Al principio era todo muy burdo. Se abrían cuentas bancarias a su nombre e iban ellos mismos a sacar dinero del cajero, luego se protegieron mejor y enviaban a terceros, después abrían cuentas a terceros o la ponían al nombre de alguien a quien hubieran estafado haciéndose con su DNI. Porque esa es otra, somos muy confiados, damos muy alegremente nuestro DNI en, yo qué sé, plataformas como Wallapop”.

Ahora las criptomonedas permiten esconder mejor el dinero y el éxito ha sido absoluto. Y no es que los criptobancos no colaboren, que sí que lo hacen, pero están en otros países y dilatan las gestiones o directamente esta pequeña delincuencia opera con criptomonedas en países con los que no hay convenios, como Mali, y ahí sí que no hay forma de recuperar ni un euro. Ni un cripto, vaya. “En el colegio no aprendieron nada, pero no veas lo que han aprendido con un ordenador. Se conectan entre ellos en Telegram, unos enseñan a otros de una punta a otra del mundo. ¡Hay hasta tutoriales!”

Y así, desde las barriadas marginales de San Fernando, en el mundo virtual, en el mundo paralelo, se generan fortunas. Fortunas virtuales. A cambio, ya casi nadie sale a la calle a robar un bolso a una anciana. Es el mundo cambiante en la era del criptotocomocho.

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