El cuento que no se perdió

La "fallida" expedición de Scott a la Antártida sembró el énfasis en el valor científico del continente, que puede desvelarnos claves ante el proceso de cambio climático

Pilar Vera

01 de abril 2018 - 01:31

"Si hablamos de una expedición científica y geográfica, el líder idóneo sería Scott; si se trata de una contrarreloj, la elección sería Amundsen. Pero, en situaciones desesperadas y sin escapatoria, no cambio a Shackleton por nadie". La declaración abre prácticamente El peor viaje del mundo, el relato de Apsley Cherry-Garrard sobre la segunda expedición de Scott a la Antártida. La frase da muchas de las claves de aquella campaña. El viaje de la expedición inglesa, por ejemplo, era en principio de naturaleza eminentemente científica: Scott se vio metido, de improviso, en una carrera hacia el Polo Sur por un arrebato de Amundsen. Y, ¿dónde estaba Shackleton? Shackleton no estaba: casi muere de escorbuto en la primera incursión de Scott al continente antártico y juró que jamás volvería a viajar a su lado.

Si uno observa las fotografías de la expedición del Terra Nova, con sus trajes de lana, sus pequeñas celebraciones, sus ponis y trineos mecánicos -sin comentarios-, lo primero que piensa es "¿dónde creen que están? ¿por qué quieren morir?". "¿Por qué quieren perder?", habría pensado Amundsen, desde el abrigo de sus pieles de lobo. Lo que ha llegado del mensaje de Scott es un extraño sentido de la delicadeza: ahí está, celebrando su cumpleaños mientras fuera el viento podía superar las rachas de 120 km/hora. Ahí están, haciendo un árbol de Navidad con esquís. ¿Qué mente podía empeñarse, en fin, en un proyecto tan naif como un periódico casero, ilustrado fabulosamente con todos los descubrimientos naturales que iban realizando? Scott desarrolló The South Polar Times con su equipo del Discovery, en 1902; y publicó sus facsímiles a su vuelta a Reino Unido. Continuaría escribiéndose en la segunda expedición -que registra, también, la dolorosa y casi sobrenatural desaparición de los compañeros-.

Imaginar cómo tiene que ser vivir en un espacio reducido, rodeado de una naturaleza terrible y bella (¿reiteración?) y experimentado lo más parecido al aislamiento que pueden dar estos tiempos es, cuanto menos, sustancioso: "Si me ponen un vídeo de alguna de las bases o del Hespérides, sé en qué momento de la convivencia están", asegura el investigador del CSIC Antonio Tovar. Como en Gran Hermano, la convivencia estrecha y limitada produce ciclos: "El ambiente suele ser distendido porque estás obligado a convivir". Desde la UCA, Manuel Berrocoso apunta que quien vaya a la Antártida no puede ser una persona conflictiva: "Este año, el propio Ministerio ya ha empezado a hacer cursos de adaptación, pero nosotros siempre los hemos hecho. Es curioso -continúa- que lo que no solemos hacer sea actividades que aíslen: ver películas o cosas así. Siempre que se tiene algo de tiempo libre, se va a la sala a unirse a la conversación". El tiempo, dice, pasa rápido: el trabajo de campo consume muchas horas y mucho esfuerzo, y cuando la meteorología lo impide, hay un montón de datos que ordenar y analizar.

La incursión fallida de Robert Scott no sólo traería de vuelta más de 40.000 especímenes y fijaría, por ejemplo, el inicio de la glaciología, sino que contagiaría el sentido de la maravilla por lo que habían encontrado. Scott, que se quejaba de la falta de interés de los gobiernos cuando no había una recompensa inmediata, se alegraría de ver que existe algo como el Tratado Antártico, que protege el continente de cualquier explotación o reclamación territorial. De momento: "Hay que estar donde la política internacional lo requiera -apunta el capitán de fragata Juan Antonio Rengel-. No es extraño pensar que, cuando los recursos se agoten en el resto del planeta, todos vayamos a por la Antártida".

Por el momento, los efectos del cambio climático no tienen unos titulares tan espectaculares en el hemisferio sur como en el Ártico. "Y menos mal - añade Antonio Tovar-. La Antártida recoge el 70% del agua dulce de todo el mundo: la alteración de uno o dos grados en la temperatura aquí apenas es perceptible: no es así cuando hablamos de hielo".

El escenario de la Antártida es valioso no sólo en sí mismo, sino como campo para la experimentación: en un mundo que va hacia condiciones climáticas cada vez más extremas, los organismos que responden a situaciones límite de estrés pueden desvelarnos muchas claves: "Y también hay espacio para discurrir formas de contrarrestar los peligros", añade Tovar, recordando un proyecto en el que estuvo implicado el CSIC que estudiaba la opción de "fertilizar" con hierro zonas del océano para promover el crecimiento de fitoplancton (que actuaría de barrera ante las emisiones de CO2): "A la vez, habría que añadir otros componentes para permitir su crecimiento completo. Y no podemos prever qué sucedería luego".

No funcionó pero, ¿y si lo hubiera hecho? En ello estamos.

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