'Deadbots': la inteligencia artificial y la vida más allá de la muerte

Los avances tecnológicos ofrecen ya versiones de uno mismo que interactúan con los que se quedan

Los ‘griefbots’ podrían entrar dentro del rango de ‘riesgo inaceptable’ para la Unión Europea

Un año de IA: bienvenido a las primeras leyes de la robótica

El interés del doliente o la dignidad del fallecido pueden chocar en estos casos con el afán comercial. / GUILLÉN

No hay ciencia-ficción más cercana. La posibilidad de recrear a quienes ya no están ha sido siempre uno de los clásicos del género, en un tropo que, si queremos, puede haber empezado con Frankenstein. ¿Cuánto de ti queda si reunimos pedazos de lo que fuiste? ¿Cómo evitar la tentación de embaucar a la gran segadora, esa que habla en mayúsculas y que nos ha emboscado siempre? Aunque sea haciéndote trampas al solitario. 

Existe una aplicación (hereafter.ai) que te va entrevistando sobre distintos aspectos de tu vida. Tus allegados pueden no sólo escucharte, ahora o el futuro, sino interactuar con el “tú virtual” que les ofrece el robot. El paso más allá lo propone projectdecember.net: una página que usa tecnología propia, en conjunción con IA de aprendizaje profundo, para simular conversaciones con cualquiera. “Con cualquiera, incluyendo los que ya no están”.  

Los llamados deadbots o griefbots protagonizan uno de los debates más resbaladizos respecto a la aplicación de la IA generativa. Diseñados a partir de la huella digital de una persona fallecida (WhatsApp, redes sociales, correos electrónicos, etc.) su propósito es interactuar replicando la personalidad de quien ya no está. El espiritismo del siglo XXI. 

Investigadores de la Universidad de Cambridge han desarrollado un estudio en el que proponen distintos modelos (posibles) de estos robots. Presentan, por ejemplo, un posible programa para ayudar a los niños –esos seres que se vinculan a un tamagotchi– a superar la pérdida de uno de sus padres (“Está ahí para tus hijos, incluso cuando ya no estés”); o una aplicación que te va recordando ir subiendo material para alimentar a tu avatar post mortem. 

“Aunque los deadbots no estén comercializados aún, es necesario reflexionar sobre los aspectos bioéticos de esta tecnología. Es posible que dentro de poco se normalice su uso, como ha pasado con otras aplicaciones que en un primer momento pudieron sorprender socialmente, pero cuyo uso hoy está extendido, como, por ejemplo, las aplicaciones de citas”, explica la doctora en Psicología, Belén Jiménez. 

Dentro de este escenario, Europa presenta una cierta salvaguarda: la AI Act de la Unión Europea entró el vigor este verano. La normativa clasifica los sistemas de inteligencia artificial según el nivel de riesgo que puedan tener para los individuos y la sociedad, y prohíbe tecnologías que supongan un “riesgo inaceptable”. Aunque estas últimas no son muchas, los deadbots forman parte del selecto grupo que podría entrar en esta categoría.

Jiménez es profesora de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación e investigadora del grupo CareNet, del IN3 de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), y tiene en los deadbots uno de sus focos de investigación. Para ella, estos prototipos llaman a una “cuestión muy compleja, más allá de respuestas sí y no: a pesar de que, en los últimos años, más empresas y tecnologías han ido desarrollando modelos, no hay estudios científicos sobre ello: todo lo que podemos hacer los investigadores es pura especulación”. 

El afán de hablar con los muertos no es, desde luego, una novedad dentro del comportamiento humano. Odiseo bajó al inframundo y subió para contarlo, mostrando un ansia que probablemente se remonte a la primera vez que fuimos conscientes de que andábamos sobre la tierra. Los espiritistas del XIX se aprovecharon también de esta caries existencial, una moda que vio un repunte en el continente europeo tras la masacre de la I Guerra Mundial.

Belén Jiménez recuerda que hablar con las fotografías o las tumbas de los fallecidos ha sido una cuestión común: ocurre que, en estos casos, aparece la posibilidad de que ese contacto sea bidireccional, una “respuesta diseñada por un tercero y anticipada y esperada por el doliente”. 

En su investigación, Mediación tecnológica en el duelo, Jiménez menciona el modelo de los “lazos continuos”:“Si el proceso de duelo termina una vez que superamos la pérdida y nos despedimos de los seres queridos, soltando el vínculo emocional que nos une a ellos, entonces parecería razonable alarmarse ante un artefacto, como los griefbots, que posibilitaría la perpetuación de estos lazos más allá de la muerte”, explica junto a Ignacio Brescó. 

“Por el contrario –continúa–, una tendencia creciente en los estudios del duelo cuestiona la necesidad de romper los lazos afectivos con los difuntos”. El modelo de los “lazos continuos” habla de la incorporación de la pérdida en nuestras vidas, dentro del proceso de duelo, “reconstruyendo la conexión con aquellos que ya no están con nosotros”. Este modelo “constituye un marco particularmente propicio para explorar cómo las diversas tecnologías median estas relaciones”. 

Para Jiménez, sin embargo, son normales las suspicacias: “Tenemos prejuicios sobre estas tecnologías, y no es para menos”. La llamada digital afterlife industry es, en efecto, un negocio: tendrá sus “objetivos comerciales y económicos, pero pueden no ser terapéuticos o no estar alineados con los intereses del doliente. Pueden diseñar estrategias para mantener al doliente enganchado. En circunstancias de uso excesivo y constante podría generar efectos negativos:dependencia, sufrimiento provocado por una segunda pérdida....”

Sí se ha mostrado, sin embargo, que quien ha vivido la muerte de un ser querido manifiesta una actitud ambivalente hacia esta nueva tecnología: el deseo de mantener los lazos afectivos con sus seres queridos se mezcla con la inquietud que provoca interactuar con un programa basado en la huella digital del fallecido. 

Pero los efectos de las tecnologías “resurreccionistas” no sólo afectarían a los usuarios, claro está, sino también a la memoria e integridad de los muertos. La cuestión de los deadbots –admite Belén Jiménez– plantea muchas preguntas y muchos escenarios: “Quizá sus respuestas no sean las que esperas exactamente, o puede que el bot altere la memoria que tenemos de la persona fallecida... Pero hay cosas a las que no podemos responder porque entran en juego múltiples factores. Entre ellos, cómo se diseñen estas estrategias”.

Belén Jiménez forma parte de equipo de investigación de bioética en la Universidad de Toulouse que orientó a la Comisión Europea a la hora de afrontar la IA generativa. A falta de una normativa específica para los deadbots, propone que una regulación que “vele especialmente por el respeto y la dignidad de la persona fallecida, además de promover el bienestar psicológico del usuario, sobre todo si está en duelo”.  

“Todo lo relacionado con la muerte –prosigue– es un tema muy sensible, y tiene un componente cultural muy importante. La percepción que nosotros tenemos de la inteligencia artificial puede no ser la misma en España que en China, por ejemplo. Pero habría que desarrollar protocolos y reglas que pudieran regular la recreación de la persona fallecida: consentimiento, privacidad, cuál sería su nivel de autonomía, si podría estar asociada o no a la publicidad, etcétera”.

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