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El Al-Andalus de nadie (y de todos)

día de andalucía

La España islámica como "crisol cultural" es una imagen asumida de la que se ha apropiado la izquierda.

Los especialistas aún discuten el peso del periodo como elemento clave de identidad

Baño árabe descubierto recientemente en el bar Giralda, en Sevilla. / José Manuel Vidal/Efe

“En Al-Andalus convivían tres culturas: la musulmana, la judía y la cristiana. Fue la Monarquía hispánica la que provocó una enorme invasión, genocidio y ocultación”. Son palabras recientes de la diputada de Podemos por Sevilla en el Congreso, Isabel Franco, pero no son muy distintas de las que pueden escucharse cada 4 de diciembre, cada 28 de febrero, cada 2 de enero. Arcadia perdida, Paraíso arrebatado. Al-An-da-lus.

El pasado –comenta al respecto el medievalista Federico Devís hace tiempo que ha dejado de sermonopolio de los historiadores. Y a él se acerca mucha gente, con propósitos muy diversos. De hecho, por regla general, donde realmente ha cuajado esa percepción de convivencia en Al-Andalus es en ámbitos extra académicos”.

Imagen del Alcázar de Jerez. / DC

No tenemos por qué ser expertos de todo –apunta Jorge Aguadé, catedrático emérito de Lengua Árabe también en la UCA–. Un alcalde de un pueblo o un escritor son muy libres de tener la visión que quieran de un periodo. Los que nos hemos dedicado a estudiar Al-Andalus jamás hemos exagerado:sus luces y sombras las han tenido presentes los arabistas. Los especialistas solemos ser muchos más comedidos porque conocemos la realidad y claro, una cosa es lo que diga quien se acerque a las fuentes, y otra, el imaginario colectivo, que se va interpretando, y exagerando, por razones políticas”. Aguadé enumera algunas de las realidades de la vida en Al-Andalus: “Había regímenes jurídicos distintos, los tres pueblos estaban en barrios separados. Los que no estaban ungidos bajo la ‘fe verdadera’ eran ciudadanos de segunda. La blasfemia se condenaba”.

Más que convivir, coexistieron –matiza desde la Universidad de Sevilla José Cruz Díaz, especialista en derecho y religión y en estudios sobre el Holocausto –. Se toleraban como mal menor. Y lo mismo en el lado cristiano. Un buen ejemplo de esto es que en el lado nazarí no había ni una iglesia. Los matrimonios entre distintos credos estaban prohibidos. La mujer era la sierva del marido.Había esclavitud. A los homosexuales, los lapidaban”.

Lo usual, vaya.

“En el siglo XI, consta una masacre de judíos en Granada aunque sí es cierto que este tipo de pogromos de judíos que se daban en el resto de Europa, fueron muy excepcionales”, comenta Aguadé. José Antonio González Alcantud, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada, apunta también el episodio de los mártires de Córdoba en el siglo IX: “Un episodio muy extraño –continúa–, en el que parece que, de alguna forma, los cristianos buscaban esa especie de inmolación”.

Trabajos de restauración en los Reales Alcázares de Sevilla. / Antonio Pizarro

No hubo tres culturas, sino tres religiones que convivieron, no en igualdad de condiciones, porque quien conquistaba tenía un credo y los demás se tenían que amoldar –coincide el profesor de Antropología de la Pablo Olavide, Francisco Javier Escalera–. La idealización es realmente perversa, porque no hubo una situación idílica. ¿Qué ocurre? Que todo depende en gran medida de con qué se compare”. A partir del siglo XVI, en España, tenemos la expulsión de los moriscos, la Inquisición, Trento. Sea o no odiosa, es inevitable pillar la medida respecto, al menos, el mínimo común divisor que se otorgaba a las gentes de dhimmi: la condición de pueblos del libro que tenían judíos y cristianos en Al-Andalus.

“Habría que decir que en Al-Andalus nunca hubo tres culturas, sino tres religiones y dos culturas que tampoco eran monolíticas –continúa González Alcantud–. Hay cuestiones históricas que analizar con microscopio, aunque digamos que la base social era la tolerancia”. Quizá, debido a cierta tradición autóctona: “Yo creo mucho en lo que llaman el genio del lugar”, añade el especialista, recogiendo la hipótesis que sostiene que no hubo tanto “invasión de Al -Andalus como conversión. Y puede que esa tendencia, no nueva, de no luchar abiertamente sino pactar, sea una de las tradiciones del clima de tolerancia”.

"El pasado hace tiempo que ha dejado de ser patrimonio de los historiadores"

Federico Devís, medievalista

En cualquier caso, prosigue, “Al-Andalus no destacó por la concordia y la falta de conflictos, sino por su cultura en comparación con el entorno: algo de lo que nadie duda en la narración histórica española”. Y, “si califas, emires y sultanes se rodeaban de gente de categoría, lógicamente aspiraban a, o se traducía en, un buen gobierno. Algo que también sabía Alfonso X, que promovió uno de los ejemplos más utilizados del elevado espíritu de la época: la Escuela de Traductores de Toledo. Un rey que era visto como excesivamente arabizante, además, por muchos de sus coetáneos”.

Tanto González Alcantud como Jorge Aguadé coinciden en señalar que la condición de Al-Andalus no era única en su mezcla: ahí estaban Sicilia, el Egipto de los coptos, Siria, Palestina… “La existencia de minorías judías y cristianas nunca ha sido algo excepcional en el ámbito mediterráneo”.

Restos de los baños árabes de San Pedro, en Córdoba. / Lolo Agredano

“En el caso de Al-Andalus, tenemos el handicap de que hay pocas fuentes primarias. Y los materiales que nos llegan del pasado son, por lo general, mudos –prosigue Aguadé–. Para que hablen, has de enunciar la pregunta correcta. A veces nuestras preocupaciones del presente se traducen en preguntas que no nos podemos responder, porque estamos empleando conceptos actuales”. Si pudiéramos viajar a la Edad Media, el concepto de igualdad, por ejemplo, sería casi insultante. Un musulmán consideraría que es igual, en todo caso, a sus pares: no a su mujer, no a su esclava cristiana –muy cotizadas– , no al intérprete judío.

“Donde sobre todo se genera esa imagen de Al-Andalus como Arcadia –explica Federico Devís–, no es tanto en el ámbito de la historiografía como en ciertos sectores de la Filología que salieron de España tras la Guerra Civil”. Para ellos, el “qué es España” de la Generación del 98 resultaba una cuestión urgente y, literalmente, sangrante. “La línea de Américo Castro influyó mucho, por ejemplo, en la literatura y estudios culturales norteamericanos, que terminanos importando. Frente a él, estaba la propuesta excluyente de Sánchez Albornoz, cuya postura terminó siendo más influyente durante el Franquismo”.

"La conviencia de tres pueblos también se dio en Rumanía, en Grecia... un hecho tan diferencial, no es"

Jorge Aguadé, catedrático de Lengua Árabe

Para muchos historiadores de los años 30, el Islam era lo que nos separaba de Europa –comenta Jorge Aguadé –. Otro error de percepción, ya que gran parte de Europa fue musulmana. Frente a Sanchez Albornoz, que habla de una especie de España eterna, más allá de los siglos de Al-Andalus, la postura contraria tampoco es mucho más acertada. Américo Castro (y otros autores, como Goytisolo) asegura que España sólo se entiende por la conjunción de esos tres pueblos. Pero, en mi opinión, esto peca de adanismo. La situación en Rumanía fue igual, en Grecia, no hablemos... Un hecho tan diferencial, no es”.

Otra pregunta sería si es un rasgo definitorio no ya de lo español, sino de lo andaluz. José Cruz Díaz opina que lo andalusí es un “elemento de conformación de nuestra identidad, pero no es constituyente”. Para Francisco Javier Escalera, la huella de Al-Andalus es una de las claves fundamentales para entender la realidad andaluza: “Pero es un debate bastante ideologizado –desarrolla–. Para mí, fue aquí, en esta parte de la Península, donde se asentaron las bases fundamentales del mundo andalusí. Una civilización que dejó una huella que se alargó en el tiempo con una cierta forma de vida, de entender las relaciones, de peculiaridades… Y el sustrato de las repoblaciones no va a alterarlo: la realidad social no se sustituye de un día para otro. Esa base previa va a marcar la diferencia fundamental con otras sociedades de regímenes islámicos en el norte de África”.

Yeserías mudéjares en la Casa de Olea, en Sevilla, muy similares a las del Alcázar. / Antonio Pizarro

Un ejemplo de peculiaridad: el cerdo. Nuestro buen amigo. Ese tótem que ha llegado a serlo porque, desde luego, no llegó a ser tabú. O la cultura del vino. Uno de los grandes problemas que encontraron almorávides y almohades, que eran extremistas religiosos, al llegar a la Península fue que sus supuestos hermanos de fe estaban relajados en demasía: “La civilización andalusí –opina Escalera– es una realidad muy diferente y, en particular, en relación con otras zonas del Mediterráneo”.

"Más allá de las divergencias académicas, Al-Andalus se ha convertido en un banderín"

José Antonio González Alcantud. Catedrático en Antropología Social

Lo sorprendente es que haya rasgos que pervivan cuando el borrado posterior fue, en efecto, minucioso. Como anécdota, explica, el limón de Judea: un tipo de limonero que llegó a México y aún se da allí, pero no en España: en la Península, su posesión era rasgo inequívoco de ser hebreo.

Bien, ¿cuándo se convierte Al-Andalus en un referente para la izquierda (y viceversa)? ¿Ha sido siempre así? No lo parece. “Recordemos los discursos de La Pasionaria, incendiarios contra los moros –indica González Alcantud–. A mí, realmente, este apropiacionismo en concreto me deja un poco estupefacto y, en este caso, no le veo más recorrido que los últimos quince años. Más allá de las divergencias académicas, Al-Andalus se ha convertido en un banderín. Yo, en todo caso, lo único que pretendo es rebajar la tensión al respecto aunque, entre idealizar y echar por tierra, casi que prefiero lo primero”. Para Francisco Javier Escalera, es “a partir de los años 70 cuando la izquierda empieza a utilizar el tema de Al-Andalus y lo islámico como elementos de discurso alternativo”. Ocurre que, cuando un hecho, símbolo o personaje se reclama políticamente, se intoxica. Él también, en su lejanía de siglos o décadas, se significa: “Y por eso, muchos renuncian a algo que debería ser elemento de orgullo –reflexiona Escalera–. La constatación de que, a pesar de las dificultades, la convivencia es posible si se comparte la misma cultura”.

En la polarización, ambas visiones desarrollan mitos a partir de prejuicios, apriorismos y anacronismos –se lamenta José Cruz Díaz–. Tenemos a generaciones de españoles formados en una memoria histórica profundamente deformada, a la que se han ido añadiendo elementos nuevos en etapas sucesivas”.

Sefarditas: la cultura escondida (y esencial) que pervivió

En la convivencia (coexistencia) de religiones y culturas, los judíos mantuvieron un papel clave: “Por su conocimiento de la lengua, servían de puente entre comunidades”, explica José Cruz Díaz. Terminaban haciendo lo que les dejaban, lo que nadie quería: prestamistas, traductores, médicos, que son, al cabo, desempeños fundamentales. “En la sociedad cristiana, la usura estaba prohibida, y en gran medida por eso los miraban mal: pero necesitaban que el dinero circulara”, apunta. “Digamos que la comunidad judía vivió una edad de oro en los siglos XII-XIII, donde prosperaron en lo económico y llegaron a prestar servicios impagables a los reyes (Escuela de Toledo), pero ni siquiera ahí podemos hablar de una eclosión de la cultura judía”. En 2015, se aprobó una ley de concesión de la nacionalidad española a los sefarditas, y muchas veces ha surgido al respecto la cuestión de los moriscos: “Ocurre que, hoy día, podemos llegar a saber con bastante certeza quién es descendiente sefardita, pero no tanto con los descencientes moriscos. Los sefardíes conservaron lengua, costumbres, apellidos… Los moricos, al ser expulsados, digamos que no quisieron saber nada más. De hecho, muchos formaron parte del corso argelino: ni siquiera sabemos quiénes son los descendientes directos de Boabdil”.

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