Y el día se volvió negro como los cuervos
Tragedia | Medio siglo del segundo peor accidente ferroviario de españa en la historia
El jueves se cumplen cincuenta años de la catástrofe ferroviaria en la que murieron 86 personas al chocar el ferrobús procedente de Cádiz con el Expreso de Madrid
A las siete y media de la mañana del 21 de julio de 1972 sucedió lo que desde el Control de Tráfico Centralizado de la estación de San Bernardo de Sevilla sabían desde hacía unos minutos que era inevitable: el Expreso de Madrid arrolló al ferrobús que cubría la línea de media distancia entre Cádiz y Sevilla. Ambos circulaban en direcciones contrarias por la misma vía, por la única vía, a una velocidad aproximada de unos 90 kilómetros por hora. Esto podía verse desde el rudimentario panel de control de la estación sevillana. Las dos lucecitas indicativas se acercaban por la misma vía, pero no existía ningún mecanismo para avisar a los maquinistas desde el mismo momento que el Expreso atravesó la estación de Lebrija. El violento impacto ocurrió a la altura de la finca de La Junquera, situada a tres kilómetros de la pequeña estación de El Cuervo y a siete de de Lebrija. Murieron 86 personas, la mayoría de ellas de manera instantánea; todas, menos una, ocupantes del ferrobús. Hubo más de 150 heridos.
Aunque ese mismo día Renfe emitió un comunicado explicando lo sucedido, en realidad lo sucedido sigue a día de hoy siendo bastante inexplicable. Cada jornada el ferrobús procedente de Cádiz realizaba una maniobra de manera rutinaria cuando llegaba a la estación de El Cuervo. Se detenía en la vía secundaria y los ocupantes se bajaban a tomar un café en una ventilla cercana a la espera de que pasara el Expreso procedente de Madrid. De hecho, la razón de ser de la estación de El Cuervo, poco más que una caseta con un pequeño apeadero, era básicamente esa. Situada a más de dos kilómetros de El Cuervo, todavía en el término municipal de Jerez, apenas era utilizada por los habitantes de lo que por entonces era una pedanía de Lebrija. Su utilidad se limitaba casi exclusivamente a su vía muerta, la que permitía dar paso al Expreso. Y esto siempre era así. Menos el 21 de julio de 1972.
Un accidente inexplicable
Nadie sabe, ni nadie sabrá nunca, por qué aquel día el maquinista del ferrobús no se detuvo en El Cuervo. Rompió la aguja de la estación, según se indicaba en el comunicado de Renfe, y se dirigió hacia la mole del Expreso, una potente máquina que transportaba a 500 viajeros. En ese mismo comunicado, la compañía ferroviaria aseguraba que el ferrobús había sido revisado los días anteriores y había pasado los controles. También se hablaba de la revisión médica que en semanas anteriores habían pasado tanto el maquinista como el ayudante. Entre los profesionales siempre han corrido varias versiones. Se hablaba de un error en la señales entre el maquinista y el jefe de estación, o de un error en el semáforo. Lo cierto es que las medidas de seguridad eran precarias. La principal fue que, sabiendo que se había producido un error, no se hubiera podido avisar a los maquinistas como hubiera sucedido no mucho tiempo después con el sistema que se conoce como Tren Tierra.
El ferrobús era un vehículo frágil, con una tecnología más propia de un autobús que de un tren, que tardaba cerca de tres horas en realizar diariamente su recorrido. El maquinista del Expreso, que sobrevivió al accidente, relató posteriormente a alguno de sus compañeros que se vio el ferrobús encima al pasar una pequeña curva. Frenó, pero ya era tarde. “Sólo vi cadáveres y cadáveres mientras nos comíamos el ferrobús”, afirmó. Y fue exactamente así: el Expreso se tragó dos de los cuatro vagones del ferrobús, donde viajaban casi todas las víctimas.
Muchas de estas víctimas eran infantes de marina que volvían de permiso a sus hogares. Mariano Planelles, piloto de helicóptero en una escuadrilla destinada en Rota, fue uno de los primeros en llegar al lugar de la tragedia. Se le ordenó que despegara poco antes de que se produjera el impacto. Aún hoy se emociona al recordarlo. Desde el aire la catástrofe se resumía en dos colores, el blanco de los uniformes de los infantes y el rojo de la sangre. Para Diego Cortés, que entonces contaba con 12 años y que viajaba en el Expreso de regreso de unas vacaciones, el color era el negro. Sintió el fuerte impacto, se cayó hacia atrás y cuando se levantó por la ventanilla solo vio la oscuridad del espeso humo. El día se volvió negro como los cuervos.
En plena temporada de remolacha, los jornaleros que trabajaban en los campos cercanos fueron los primeros en acudir para las tareas de rescate. Quienes aún viven recuerdan aquel espectáculo dantesco con un nudo en la garganta. Colocaban sin descanso cuerpos y cuerpos a los dos lados de la vías, en mitad de la nada, y regresaban a sacar nuevos cuerpos. El único sonido, el de los lamentos, el rumor del dolor.
Con la colaboración de personal americano de la Base de Rota se trató de organizar como se pudo el caos. Los heridos se iban repartiendo por hospitales. El primero en llenarse fue la Residencia Miguel Primo de Rivera –lo que hoy es el hospital de Jerez–, que pronto se quedó sin camas. Más y más heridos llegaban al Zamacola de Cádiz, al San Carlos de San Fernando y también hubo traslados a Sevilla. Los cadáveres fueron llevados a Lebrija y los concentraron en el patio de Los Naranjos de la Iglesia de Oliva. En aquel día de calor asfixiante –todos recuerdan el calor de aquel julio– el olor de los cuerpos impregnó todo el pueblo a las pocas horas. “Nos teníamos que poner amoniaco bajo la nariz para poder soportarlo”, recuerdan en Lebrija.
El desconcierto en las primeras horas fue absoluto. El conocido urbanista Manuel Ángel González Fustegueras tendría que haber estado en el ferrobús siniestrado, pero se quedó dormido. Todos los fines de semana iba a Sevilla con su hermana y su abuela. Ese día sólo fueron ellas y a él le despertó su madre con una corazonada: a tu hermana le ha pasado algo. No tenía modo de saberlo, pero lo sabía. En las primeras informaciones, en su rastreo por hospitales, la información era confusa. Al parecer su abuela había fallecido y su hermana no. Resultó ser al contrario. La víctima era su hermana, de sólo doce años. Fue un milagro y un capricho del destino. La abuela iba sentada junto a su nieta. Una sobrevivió con heridas no demasiado graves y la otra murió al instante. La corazonada de su madre abrió la puerta a la tristeza en la casa de esta familia igual que en la de tantas otras por culpa de este accidente del que hoy apenas queda memoria.
Ni el actual alcalde de Lebrija, José Benito Barroso, ni el de El Cuervo, Francisco Martinez, recuerdan aquel día. El primero aún no había nacido y el segundo sólo tenía cinco años. Pero ambos han crecido sabiendo que hay una jornada marcada en negro en la historia de sus dos localidades. Se lo han escuchado a sus mayores. Les han escuchado hablar de aquella jornada de julio en la que decenas de rudimentarios ataúdes salieron del patio de Los Naranjos en una inmensa manifestación de duelo.
Cincuenta años después no hay nada que recuerde la tremenda catástrofe, la segunda más trágica de la historia ferroviaria en España. No hay ningún monolito, ningún monumento en homenaje a las víctimas. Solo en el cementerio de La Oliva de Lebrija una lápida habla del acontecimiento. Dentro de ese nicho se juntaron los restos de al menos seis cuerpos que nunca pudieron identificarse debido al estado en el que quedaron tras el impacto. Es una tumba sin nombre: “Una oración por las víctimas del accidente ferroviario del 21 de julio de 1972”, pide el mármol.
Un documental de Diputación recuerda la catástrofe
A partir del próximo jueves podrá verse el documental El lamento de El Cuervo, que ha realizado el Servicio de Vídeo de la Diputación con motivo de los cincuenta años de la catástrofe. En él se recogen testimonios de supervivientes, familiares de víctimas, personas que participaron en el rescate, así como conocedores del mundo ferroviario que tratan de explicar cómo se produjeron los hechos. El documental cuenta además con algunas imágenes inéditas de aquella jornada que ha marcado la historia de estos dos pueblos, Lebrija y El Cuervo, que, por entonces, eran sólo uno.
El accidente del tren correo Madrid-La Coruña, el más cruento
El accidente ferroviario de El Cuervo es el segundo con más víctimas del que se tenga noticia. La mayor tragedia ferroviaria se produjo en 1944 en el choque entre el tren correo Madrid-La Coruña y un mercancías a la altura de Torre del Bierzo. Aunque la cifra oficial que dio el franquismo fue de 78 víctimas, se da por hecho que fueron bastantes más, en torno a las 200. Otro accidente sobre el que pesa el misterio es el de Alanís de la Sierra, en la provincia de Sevilla, sucedido en plena guerra civil, en 1937. Allí chocó un tren con material de guerra con un mercancías. Hubo al menos 72 víctimas, casi todos prisioneros de guerra republicanos. El más cercano en el tiempo en cuanto a gravedad fue el de Santiago, considerado el descarrilamiento más grave de la historia del ferrocarril español. Murieron aquel 24 de julio de 2013 en la conocida como la Curva de A Grandeira 80 pasajeros.
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