¿Por qué elegí El Puerto?
Tribuna Libre
Periodista/Hace ya bastantes años, trabajando todavía de corresponsal de la agencia EFE en Viena, me dediqué a buscar un lugar costero en España donde pasar largas temporadas. Recorrí en coche toda la costa mediterránea; me horrorizaron los disparates urbanísticos que afeaban tantos hermosos paisajes antes de la intervención humana.
No había logrado recuperarme de las heridas infligidas por el hombre a la costa malagueña cuando entré en la provincia de Cádiz y vi con agradabilísima sorpresa que allí al menos se había respetado la naturaleza. No existían por fortuna esas urbanizaciones a cual más horrorosa que había visto en mi largo recorrido, lo que me predispuso inmediatamente a favor de esta tierra.
Yo buscaba una ciudad pequeña con historia y la encontré en el Puerto de Santa María, cuyas casas palacio me fascinaron inmediatamente, como lo hizo su iglesia mayor prioral y la vieja plaza de toros, por más que no sea aficionado a la fiesta. Después de treinta años trabajando en varias ciudades de dos continentes, sentía necesidad de un lugar tranquilo y fácilmente accesible desde Madrid, mi ciudad natal y donde sigo empadronado.
Vi las ventajas de todo tipo que ofrecía El Puerto, la proximidad de otras dos ciudades bellas y acogedoras como son Cádiz, por un lado, y Jerez, con su aeropuerto, por otro, además, por supuesto de Sevilla, a sólo una hora de distancia.
No me arrepiento de mi elección aunque, como sabrán quienes hayan leído los artículos que he dedicado a El Puerto periódicamente en las páginas de este diario, hay muchas cosas que siguen sin gustarme. No me gusta, por ejemplo, el abandono en que parece sumido el centro histórico de El Puerto, su mayor activo turístico, sin que los sucesivos gobiernos municipales hayan acertado a ponerle remedio.
Sé que el problema es complejo, que tiene en buena medida que ver con el hecho de que hace años, muchas familias con hijos se trasladaron a los barrios nuevos y, si podían permitírselo, a las, estas sí, bellas urbanizaciones costeras.
Por culpa de ese éxodo, el casco histórico se fue deteriorando progresivamente y quienes se quedaron a vivir en él parecieron perder toda esperanza de que las cosas pudieran mejorar un día.
Hace años, me sumé a un grupo de valientes mujeres de El Puerto y lanzamos junto una iniciativa de recogida de firmas bajo el lema “SOS, El Puerto se hunde”.
La campaña tuvo éxito en cuanto al número de firmas recogidas. Muchos nos felicitaron por intentar que las cosas se movieran, pero hay que reconocer que si algo conseguimos fue sólo concienciar a los vecinos del problema, no a las autoridades.
El Puerto tiene sin duda un gran potencial, pero hay que saber aprovecharlo y hasta ahora, por desgracia, no parece ése el caso. Son demasiadas las trabas burocráticas que se ponen a cualquier iniciativa llegada de dentro o de fuera. Ha habido inversores interesados en adquirir casas palacios y otros edificios de interés, pero que se han echado atrás en vista de las pegas que se les ponían desde el Ayuntamiento para la mínima reforma con el argumento de que no podía hacerse nada hasta que no se aprobase el Plan Especial del Casco Histórico.
Pero si no se repuebla cuanto antes el centro histórico, que es lo que hace singular esta ciudad frente a tantas otras, si no se facilita el que jóvenes profesionales tanto españoles como - ¿por qué no? también extranjeros atraídos por el clima y la menor carestía de la vida- puedan instalarse en él y desarrollar actividades como puede ser el teletrabajo, difícilmente avanzaremos. Y hay tanto en esta ciudad que podría explotarse con imaginación: por ejemplo, sus bodegas, esas catedrales del vino, hoy en su mayor parte vacías, que podrían aprovecharse lo mismo para el futuro teletrabajo como para actividades culturales como podrían ser talleres artísticos de todo tipo.
Como he escrito en otras ocasiones y nunca me cansaré de repetir, parece mentira que una ciudad con un pasado comercial e industrial rico como el de El Puerto no tenga todavía museos que ilustren al visitante sobre lo que un día constituyó su riqueza: el comercio ultramarino, la pesca, el vino, las salinas. Es algo que uno ha visto en tantos otros lugares tanto de España como del extranjero, y que, si el Ayuntamiento o la iniciativa privada se decidieran a impulsar, serviría para hacer más atractiva y enriquecedora la estancia de quienes vienen de fuera.
Como habría que dar a conocer mejor incluso fuera de España ese maravilloso espacio natural que es el parque marisma de los Toruños incluso fuera de España -se puede pensar en actividades como el avistamiento de aves-. Y terminaré con algo que me obsesiona desde que llegué aquí: hay en las calles de El Puerto demasiados coches. Sería necesario peatonalizar la mayor parte del casco histórico, siguiendo la tendencia de los centros urbanos de las ciudades más progresistas del mundo.
Sé que esto es impopular sobre todo entre los comerciantes, como lo fue en principio en otros muchos lugares donde se ha aplicado, pero, pasado el tiempo, todos lo han acabado allí agradeciendo. ¡Y sería además tan beneficioso para la salud de todos!
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