Encalado, botijo y patio: aportaciones del sur ante el cambio climático

En un escenario de crisis climática, el pasado nos muestra algunas claves para presentarnos una realidad más allá de lo inviable

Las alternativas hacia un futuro posible chocan con la falta de un compromiso firme por parte de la administración

Crisis climática: cuatro claves hacia un mañana

La capacidad de transpiración que tiene el encalado disminuye la humedad.
La capacidad de transpiración que tiene el encalado disminuye la humedad. / Julio González

Si uno mira la fórmula del botijo –porque hay una– no parece tener mucho de simple. Un recipiente de arcilla se las arregla para conservar el agua en óptimas condiciones, permitiendo la evaporación del líquido y que, por tanto, se conserve más fresco que a temperatura ambiente. “Si tuviéramos que hacerlo al revés, si tuviéramos que sacar la fórmula para diseñar algo así, y luego diseñarlo, no sería posible”, comenta Jesús Garrido, el nombre tras la propuesta Técnicas humildes para el decrecimiento, hecha pública desde Ecologistas en Acción. De hecho, con su formulación en la portada, el botijo es el símbolo que ilustra todo el informe. 

“Hasta hace nada, era un elemento constante en las explotaciones, en los talleres y en las cocinas –indica al respecto Garrido–. Hasta como desecho no impacta e incluso se puede reciclar”. 

Entre mis recuerdos infantiles está también el botijo: a mis abuelos se les ocurrió regalarme uno pequeñito, pensado para niños. Sí, la vida era dura entonces. Pocas cosas resumen más las leguas recorridas –en gran medida, hacia atrás–. Comparémoslo con las miles de botellas que consumimos, en un negocio –el del agua embotellada– que ha demostrado ser más bien el negocio del plástico. Y sí, el botijo no funciona de igual forma en todos los climas: en el nuestro, lo hace de maravilla. 

Técnicas humildes para el decrecimiento recoge una serie de procesos –que abarcan desde la climatización a la movilidad, pasando por la conservación de alimentos– no basados en energías fósiles y que pueden utilizarse de manera descentralizada. Garrido habla desde Castilla La Mancha y subraya mucho las referencias comunes del sur, que no sólo aporta el socorrido botijo en esas claves de resolutivo ingenio, sino también otro referente común: el encalado. La cal –recuerda el informe– tiene propiedades antibacterianas, anti moho, evita la proliferación de hongos y microorganismos en el aire y sobre las paredes, protege contra la lluvia, reduce la temperatura interior al reflejar la radiación solar y cubre pequeñas grietas y agujeros, evitando el deterioro de las construcciones. 

La hemos sustituido por “pintura plástica, que te aísla, sí, pero en el mal sentido, porque no permite la transpiración y mantiene la humedad en el interior”, abunda Garrido. El encalado, eso sí, exige mantenimiento pero “su coste es reducido, y si se repinta anualmente es virtualmente eterno”. 

Son dos ejemplos de cercanía que muestran el cambio enorme que pueden suponer pequeñas inercias, a cero ambición. Jesús Garrido subraya la importancia de saber mirar a cada sitio, como por ejemplo sucede con el sistema de calefacción subterránea tradicional de Teruel, “las glorias”. 

Entre las propuestas del informe las hay que suenan a alto romanticismo –buques de vela con generadores hidráulicos–, y a pesadilla retrofuturista:campos con tracción animal –el arado está muy bien en los jeroglíficos egipcios–. Garrido matiza que, aunque la agricultura con campesinado sigue manteniendo hoy días a millones de personas, la razón es la medida: “Una cosa es utilizar una retroexcavadora porque no tienes más remedio, y otra coger el coche todos los fines de semana para irte a la playa, o un avión varias veces al año”. A veces olvidamos –señala– el saldo brutal de energía que consumimos: un barril de petróleo equivale a cuatro años y medio de trabajo de una persona.

Las propuestas de Técnicas humildes intentan dar pistas no sólo sobre un futuro viable, sino deseable. Un adjetivo difícil de encajar mentalmente con lo que sugiere el concepto “decrecimiento”, que acompaña al título: “Pero yo estoy seguro de que, si a la mayoría de la gente le expones claramente la situación en la que estamos, y le dices las alternativas que hay, y que decrecer no implica perder, ya que pueden ganar en tiempo y en calidad de vida, van a estar de acuerdo”, explica. 

Interior de un patio en El Puerto.
Interior de un patio en El Puerto. / Julio González

“Nada de lo que no se imagine sucede”, subraya, en la línea de pensamiento que sostiene el dibujante sevillano Miguel Brieva, que visitaba esta semana la Feria del Libro de Cádiz para hablar de sus últimos títulos, Ecotopías –donde propone alternativas a lo distópico en compañía de distintos creadores– y Se busca un futuro posible en el que desear vivir, ambos publicados por Astiberri. La última parte de este álbum (La visión) discurre por un futuro que arregla muchas de las anomalías del presente. Brieva insiste en la importancia de tener un relato que invite a la mejora “ahora que todos los futuros parecen postapocalípticos: tener un relato es fundamental, porque los humanos nos movemos por ellos, y su capacidad para configurar nuestra mente es enorme.

Toda civilización –abundan– necesita mitos, y el mito de la nuestra es el progreso: “En el centro de nuestros días hay una ecuación, una utopía económica basada en la falacia del crecimiento infinito –continúa Brieva–. No hay nada más utópico que esa quimera: la mayor parte de la gente no entiende la lógica que rige el mundo porque no hay ninguna lógica”. 

“Sólo podemos ser activos cuando nos muestran alternativas –continúa Brieva–. Yo miro mucho hacia atrás porque uno sólo entiende que puede haber un futuro cuando ver que ha habido un pasado, otros pasados”. 

VERDE EN PEQUEÑA ESCALA

Las formas de hacer del pasado no tan lejano abundan en la cuestión de la vivienda y la climatización. El arquitecto Claudi Aguiló, que ha participado en las charlas sobre arquitectura sostenible desarrolladas desde el COAC, destacaba los espacios intermedios de las fincas gaditanasque aíslan a la vez que permiten que el aire corra– y la salvación que suponen los patios con plantas, que contribuyen a refrescar el entorno. La cultura de los patios vendría a ser también otra de esas claves hacia el futuro: pequeños pulmones verdes diseminados por la localidad, especialmente en casos –como es el de la capital gaditana– de ratio vergonzosa de espacios verdes. 

A nivel de diseño urbano, la mayor presencia de microespacios verdes estaría también ligada a la mayor peatonalización, “contribuyendo doblemente a una menor contaminación”, indica el profesor de Historia de la UCA, José Marchena, especializado en cuestiones como el nacimiento en el siglo XIX de las sociedades protectoras de animales y plantas, o la ecocrítica del siglo XX. Marchena ha sido, junto con Vanessa María Rivera, uno de los coordinadores de las jornadas Las ciudades ante el reto del cambio climático, que han tenido lugar durante esta semana dentro de los Cursos de Verano. 

Dos cuestiones resaltan en todo el programa a la hora de plantear las ciudades del futuro: las zonas verdes y la gestión del agua. Ninguna de las dos cosas parece que la estemos cumplimentando de forma modélica, a nivel general y particular. “Hay veces que las soluciones son más costosas, como en la cuestión del carril bici, que en el caso gaditano hemos tenido que resolver con fondos europeos –admite Marchena–. Pero otras lo son menos, como podría ser la gestión verde”. Para Marchena, “somos conscientes de la realidad hacia la que hay que ir, pero falta un compromiso firme y concienciación por parte de las administraciones”, aunque cada vez estamos viendo más cómo “incluso en grandes ciudades se va implementando la política de zonas vetadas al coche o carriles bici”.

¿Cuánto mejoraría la vida en las ciudades haciendo líneas verdes en las zonas peatonalizadas?¿Y fomentando la recuperación de los patios en las casas?¿Qué podríamos hacer con los garajes si el coche quedara en desuso? El reto que suponen las ciudades ante el futuro no es pequeño: “Pero no es complicado, para imaginar el futuro –añade Miguel Brieva– la forma más rápida de hacerlo es tirando del hilo de alguna situación que la experiencia nos haya dicho que debería ser de otra forma, y las ocurrencias van a ir marcándote el camino”. 

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