El enigma IKEA

Pilar Vera

07 de mayo 2017 - 06:42

Una primera visita a Ikea nunca se olvida. La frase es una de las conclusiones a las que llega el informe elaborado por sociólogos de la UCM por el 20 aniversario de la compañía en España. El estudio apunta también otros logros de la firma sueca, como contribuir a la emancipación de los jóvenes o crear un comprador "con conocimiento y gusto por el diseño", fomentando la figura del cliente "diseñador" y "montador".

La primera visita a Ikea nunca se olvida. Vive Dios, dirán algunos. Lo cierto es que pocas superficies despiertan una división tan encendida entre rendición y aborrecimiento. Y ninguna es capaz de causar, desde luego, tanta expectación ante una posible apertura: ningún centro comercial de la provincia consiguió llegar a los niveles que produjo la llegada de la tienda a Jerez.

Lo cierto es que hay que reconocerle el mérito a un comercio de muebles y decoración que llega a España en pleno estancamiento demográfico y que, desde entonces, no ha hecho más que crecer en gracia y sabiduría. Para colmo, y siguiendo esa especie de sentido arácnido histórico a la contra que nos caracteriza, Ikea se asienta en Jerez recién estallada la burbuja inmobiliaria: ni eso le afectó. Sólo en su primer año abierto al público, el centro jerezano atrajo a dos millones de visitantes.

¿Qué vende Ikea? Porque está claro que no vende muebles, al igual que Starbucks -como nos enseñó El economista camuflado- no vende cafés. Un Leviatán, está claro, no se alimenta de plancton. Ikea y Starbucks son dos ejemplos que han entendido a la perfección que la cuestión decisiva no está en lo que uno compra, sino en lo que uno quiere ser.

¿Qué quieres ser? Quieres ser, o aspiras a ser, moderno, urbanita, quizá sofisticado. Quieres tener algo en común con los famosos, aunque ese algo en común sea un vaso de cartón con una sirena verde.

¿Cómo quieres ser? Quieres ser alguien actual, alegre, sencillo y despreocupado, quizá elegante. Pues todo eso y más será tuyo -te dice Ikea- si vienes aquí y me adoras. Ni las familias ni las casas contemporáneas -apunta ¿Cómo han cambiado los hogares españoles?- tienen nada que ver con las de hace veinte años. Las casas de nuestros padres heredaban muebles y estancias propias del pueblo, aun en plena ciudad, y resultaban oscuras, llenas de tiestos y difíciles de limpiar. Nada de lo que uno aprecia al hojear un catálogo de Ikea, o ya zambullido en las tripas de la ballena, recorriendo sus recreaciones - "Así es como hay que hacer las cosas, niños"-.

Ni Ikea ni sus clientes se engañan. Tanto ellos como nosotros -he de incluirme- somos conscientes de dos realidades palmarias: 1. Quien acude a su tienda es un tieso, real o en potencia. 2. Vive en un agujero sin remisión. Tomemos, por ejemplo, su último catálogo: "Prueba a compartir la cena en una mesa de centro, sentado o en el suelo" (¡¡¿¿??!!). O su última creación, "una cocina que va contigo, sin instalaciones complicadas, que puedes llevarte cuando te mudes".

Nuestra vida será miserable y nuestra casa, un agujero -asumimos sus feligreses-. Pero tenéis una estantería que hemos visto en Arquitectural Digest por 800 euros y unos cojines con un diseño casi idéntico (¡malandrines!) a unos de Designers Guild y nos habéis enseñado cómo hacer una lámpara molona con hula hoops. Y con ellos, la vida es algo más bella, y todo lo bello es bueno. Aunque no sea verdadero.

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