La gran pequeña historia de Algar
Una promesa de Domingo López de Carvajal a la Virgen de Guadalupe tras un naufragio dio origen en 1773 a la fundación del pequeño pueblo serrano
Cuando había terminado la Reconquista de Andalucía a las huestes musulmanas y llegaron los tiempos de la razón y los avances ilustrados, allá por el siglo XVIII, se va a producir la creación de dos nuevas poblaciones en la provincia gaditana: Prado del Rey y Algar. Pero el origen de esta última localidad de la Sierra, por lo inverosímil de su creación y la riqueza de su narración, es digno de una novela histórica.
El libro de su fundación en pergamino encuadernado y escrito en papel timbrado lleva el escudo de Domingo López de Carvajal, marqués de Atalaya Bermeja. Gallego de nacimiento, era andaluz y portuense de ciudadanía. Le gustaba el mar y el océano bravo, y lo atravesaba en hermosos navíos para comerciar con América. México fue el lugar que eligió para emprender sus sueños y para sembrar sus ideales de cargador de Indias. Y Pachuca o Real del Monte eran pueblo americanos impregnados de la luz del sur de España.
La brillante plata mexicana, el olor y el color de los frutos, el tono oscuro del chocolate amargo, el suave perfume de la vainilla, la textura de los trajes de indianos, el canto humeante de los pájaros de colores, la especias, la quina, el palo Campeche y el algodón en rama... Una América indómita llenaba los barcos de Domingo López de Carvajal hacia tierras gaditanas.
Un día en que volvía con las bodegas de su galeón repletas de tesoros hacia el puerto de Cádiz, fue victima de una de aquellas terribles tormentas que zarandeaban a los navíos con violencia. La flota de Tierra Firme volvía a casa cuando las olas le hicieron naufragar.
Pero viniendo de México llevaría impresa la imagen de la señora de América, Nuestra Señora de Guadalupe, en sus ojos, y la hermosa historia del indio Juan Diego y el valle de Tepeyac. Y en aquel trance de muerte, encomendó a la Virgen morena su vida y la de sus compañeros de viaje. La promesa que hizo entonces de fundar una población en nombre de la señora de Guadalupe, tuvo que cumplirla al ser salvados y llegar a puerto.
Tenía el ánimo emprendedor de los grandes aventureros y contaba con las tierras compradas al Concejo de Jerez. El nombre de aquellas tierras era Dehesa de Algar y Mesa de Sotogordo, y las convirtió después de su fundación el 13 de octubre de 1773, con el permiso de Carlos III, en la Villa de Santa María de Guadalupe de Algar.
No le importó a su fundador la dura oposición que desde el Cabildo jerezano iniciaron los síndicos personeros Francisco Hontoria y Florencio de Figueroa al sueño de Domingo.
No cejó en su empeño a pesar de la feroz oposición del deán y el Cabildo de la Catedral de Sevilla porque hombres como Francisco Pita y Andrade temían perder sus privilegios.
Y se puso en marcha en su empeño y entregó sus 300 aranzadas de monte de piedra y cinco aranzadas de tierra útil a disposición de los nuevos colonos. Su generosidad traspasó lo habitual entre los hombres de clases pudientes. Pobló la zona de árboles frutales, viñas y olivos. Dejó que el pasto verde cubriera las laderas de las empinadas sierras y las llenó de ganado. Y logró convertir sus siete leguas de circunferencia y dos leguas de altitud en un pueblo de hombres y mujeres honrados. Acabó con la idea de los habitantes de la Sierra de que la Dehesa de Algar y Mesa de Sotogordo era un lugar que sólo servía de refugio a bandidos y delincuentes que vivían como alimañas y fieras.
Levantó las casas consistoriales, con su sala de Cabildo y sus celdas para que se juntaran sus gentes. Y para que oraran a la Virgen de Guadalupe construyó una hermosa ermita. Le fabricó cinco altares adornados de retablos e imágenes, trayendo de su propia casa el altar mayor para la Virgen. No faltaba en ella ni el púlpito de piedra, ni la pila bautismal, ni los vasos para realizar el sacramento. Tres hombres que venían de Portugal levantaron la iglesia: Francisco Piñero de Luna, Antonio Álvarez y Antonio Pérez. Y rindieron juramento de su buena construcción al entregarla terminada a los algareños el 12 de enero de 1778.
Y Domingo López de Carvajal prometió a sus nuevos vecinos, aquellos hombres que provenían casi en su totalidad de las poblaciones cercanas de Ubrique, Villaluenga del Rosario, Benaocaz y Bornos, la mejora de sus vidas.
EL 2 de marzo de 1782 la nueva villa contaba con su horno de pan en el llamado Cerro del Queso. Junto al río Majaceite estaba en funcionamiento un molino con tres piedras corrientes y molientes para el abasto de su población. También había un hermoso molino de aceite en el olivar que llamaban de la Penitencia y se estaba construyendo un depósito para guardar el grano.
Pero la historia del reparto de beneficios comenzó el 29 de mayo de 1776, cuando el agrimensor de Bornos, Bartolomé Calzado, procedió a medir y separar las 90 suertes de 25 fanegas a cada colono y a sus descendientes, dejando las tierras baldías, las dehesas, boyales, concejiles y ejidos para el disfrute de todos.
Entregó a cada colono lo necesario para construir las casas en las que debían habitar con sus familias. Eran casas de piedras sacadas a plana, techadas con vigas y tejas, con chimenea, bocas de horno con puertas y ventanas de pino de Flandes. 90 casas, con su correspondiente lote de tierras, separadas una propiedad de otra con tapia o pita. Y una yunta de bueyes para arar la tierra.
Y comenzó así la vida de un nuevo pueblo con Gabriel de Salas maestro de zapatero, Salvador González maestro de carpintero, Francisco Piñero de Luna maestro albañil, y otros artesanos, un barbero, un herrero, un panadero... Y fueron 90 los que inauguraron la vida de esta Villa.
"Se paseó y esparció tierra por ella en señal de posesión. Entró y salió de la casa. Abrió y cerró sus puertas y ventanas en señal de su posesión, la que tomó quieta y pacíficamente sin contradicción de persona alguna". (Acto de posesión y toma de la propiedad entregada al colono).
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