Guadalquivir: El río de la coca

Narcos colombianos eligen cada vez con mayor frecuencia el Guadalquivir para meter su droga en el continente europeo gracias a sus alianzas con clanes gaditanos

Incautado en Coria del Río el mayor alijo de cocaína introducido en España con narcolanchas

Cocaína: Conexión Cádiz

La cocaína llega a las costas españoles cada vez más en narcolanchas. / Miguel Guillén

Cádiz/Cuentan algunos veteranos de la lucha antidroga que cuando los narcos de La Línea descubrieron el Guadalquivir casi lloran de la emoción. Hablo del verdadero Guadalquivir, el de afluentes que se adentran en tierra varios kilómetros, el de las marismas infinitas donde se cultivan miles de hectáreas de arroz en un paisaje que por momentos recuerda al sudeste asiático, no del río manso que discurre bajo la Torre del Oro. El Guadalquivir se ha convertido en uno de los puntos más calientes para la entrada de droga del planeta, desplazando a las playas de La Janda y el Campo de Gibraltar a un papel secundario. El trasunto de la historia es que los narcos de La Línea son, digamos, más intensos, ambiciosos y constantes que los sanluqueños, que históricamente habían controlado el río y sus márgenes. Además, ya no se conforman con meter hachís. Ahora trafican con cocaína. En cantidades industriales. Tanto, que están tirando los precios y puede comprarse un kilo de farlopa por 17.000 euros.

Los vínculos de los grandes cárteles colombianos con España se remontan a los años del plata o plomo de Pablo Escobar. Antes de sembrar el terror en su país con bombas y asesinatos selectivos de políticos, jueces y fiscales, el líder del cártel de Medellín entabló unas sólidas relaciones comerciales con los señores do fumo gallegos. Sito Miñancos, Laureano Oubiña, los Charlines y compañía habían montado una estructura heredera del contrabando de tabaco en las Rías Bajas y se convirtieron en sus distribuidores preferidos.

Pero, alcanzado el primer cuarto del siglo XXI, y una vez debilitados algunos clanes gallegos tras sucesivos golpes policiales, los colombianos, como los linenses, han entendido que en el Sur, a unos pocos kilómetros de las costas africanas, tienen una auténtica autopista acuática para alijar sus cargamentos. Frenarlos parece complicado.

“Hay noches en que hemos llegado a detectar hasta 15 gomas entrando por el Guadalquivir. Una detrás de otra. ¿Quién es capaz de parar eso? Ni aunque pongas a todo el Servicio Marítimo entre Sanlúcar y Chipiona. Puedes pillar una, dos, ¿pero ¡15…!? Es una locura”, dice un guardia civil que lleva batallando con los narcos en el río desde hace décadas.

La cuestión de fondo es que se habla mucho de poblaciones como Sanlúcar, Barbate o La Línea y de sus vínculos con el narcotráfico, pero hay otras que, sin acaparar tantos titulares, esconden miles de kilos de droga entre sus fronteras. Como, por ejemplo, Coria del Río. El pasado 27 de diciembre, la Guardia Civil descubrió en una finca de la localidad sevillana siete toneladas de cocaína. Durante el registro, los agentes localizaron dos zulos subterráneos en sendos contenedores marítimos que habían sido enterrados y donde la banda almacenaba el material. Estos contenedores estaban adaptados para este propósito, tanto para su acceso como para su almacenamiento desde la parte superior. Además de droga, los agentes incautaron varias armas largas, los ya clásicos AK-47, fusiles Kalashnikov de los utilizados en conflictos armados como el de los Balcanes o Argelia, muy capaces de atravesar los chalecos antibalas de los guardias como si fueran de mantequilla.

Soterrar contenedores marítimos no es nuevo en el mundo del narcotráfico. “Hemos llegado a encontrar dentro de contenedores hasta plantaciones de marihuana indoor”, dice un guardia civil que ha visto de todo a lo largo de su carrera. “En otra ocasión, nos soplaron el lugar aproximado donde estaba la entrada al contenedor, pero tuvimos que coger palas y levantar un metro de tierra en una área importante para dar con él. Una paliza. Estos no se cortan. Cualquier paisano coge una retroexcavadora y te hace un boquete donde entierra varios contenedores con droga. Antes también los veíamos en la zona de La Janda, pero ahora esta práctica sube por el río”.

El peso de Coria en el tráfico de drogas no es nuevo. La Guardia Civil recuerda como el famoso Iván Odero, uno de los mejores pilotos de narcolanchas a esta orilla del Estrecho, apodado El Niño, que incluso inspiró la película de Daniel Monzón, solía alijar en la zona. “Le gustaba subir el río hasta Coria, Isla Mayor, la Isla Mínima… por ahí se sentía invencible”, aseguran los agentes. “Pero ni él lo era. Y mira que era bueno pilotando el cabrón”. De hecho, una de sus detenciones más sonadas se produjo precisamente en Coria.

En general, la cuestión que confunde a la opinión pública es la errónea creencia de que la geomorfología del Guadalquivir es la que vemos a su paso por Sevilla. Y nada más lejos de la realidad. De hecho, otro de los caños preferidos por los narcos para entrar con sus potentes gomas es el conocido como Brazo de la Torre. Hablamos de uno de los tres grandes afluentes que, en origen, dio nacimiento al río principal. El Brazo de la Torre tiene siete kilómetros navegables y se extiende cerca de localidades como Puebla del Río. “Aquí hemos visto que algunas narcolanchas llegan hasta La Algaba, o sea, que pasan hasta más allá de la capital”.

La cuestión es que la Comandancia de la Guardia Civil de Sevilla, a pesar de contar con un río navegable y un puerto que tiene más movimiento que el de Cádiz, no posee Servicio Marítimo. En teoría, es el dependiente de la comandancia gaditana quien debe hacer labores de vigilancia también en el río. Pero, teniendo en cuenta que debe controlar una zona que va desde la desembocadura del Guadalquivir hasta las playas de La Janda, la misión es prácticamente una utopía.

Tirar los precios

La competencia entre los narcos del Campo de Gibraltar y los sanluqueños está provocando una drástica bajada de precios en el servicio. Si los linenses cobraban hasta 120 euros por cada kilo de chocolate que transportaban, los de Sanlúcar lo hacen por la mitad, y encima te regalan la gasolina. Marruecos está aumentando su producción de hachís, lo que hace que una grifa del montón pueda comprarse a mil euros el kilo en Cádiz. Otras producidas en lo más profundo de las montañas del Rif, de una calidad excelente, sí que suben hasta casi los 3.000 pavos. Estos precios, claro está, se multiplican conforme se cruzan latitudes terrestres. No vale lo mismo un canuto en los Caños de Meca que en San Sebastián. “Últimamente –cuenta el agente– estamos viendo fardos de hachís no sólo más grandes, con 40 kilos en vez de los 30 de toda la vida, sino que los hacen más estrechos y alargados, para que se adapten mejor al viaje en la narcolancha. Esto no pasa con la coca, que viene de Colombia como lo ha hecho siempre”.

El viaje del perico desde Sudamérica se produce en grandes mercantes. Son barcos de casi 100 metros de eslora donde, incluso habiendo recibido un buen soplo, es complicado dar con la carga si está bien escondida. Y siempre lo está. En una ocasión la Policía Nacional abordó en alta mar un carguero que transportaba al continente europeo ganado vacuno. Miles de cabezas. Y coca. “Estuvieron horas y horas buscando la droga y no daban con ella. Sabían que había cocaína en algún sitio, pero no la hallaban. Casi desmontan el barco. Al final los ladrillos de coca estaban repartidos entre el pienso de cada animal. Aleatoriamente. Fue como buscar la aguja en el pajar esa de la que hablan”.

La conocida como Ruta Africana de la cocaína lleva años aumentando su actividad, pero nunca, hasta ahora, se hacía con tanto descaro. “Los colombianos han hecho buenas migas con los clanes del narcotráfico de La Línea. Da igual que algunos nombres importantes hayan entrado en prisión. Desde dentro son capaces de dirigir el negocio”, advierten desde la Guardia Civil.

Los barcos que cruzan el Atlántico con coca colombiana y mexicana llegan hasta el sur de las Islas Canarias y allí, a cientos de millas de la costa, en aguas internacionales, esperan. La cocaína que llega a la provincia de Cádiz en narcolanchas pasa por países como Mauritania o Senegal. Una vez allí, se trasvasa a veleros o pequeños barcos de pesca para cambiar de bandera y dificultar la labor policial. Posteriormente son estas embarcaciones las que acercan la mercancía al continente europeo y es, justo ahí, cuando entran en juego las gomas que hasta no hace tanto sólo metían hachís y que ahora también son portadoras de la dama blanca. “Todos quieren mover cocaína. Da más dinero. Y son ambiciosos”, dice el agente con quien conversamos.

La proliferación de alijos por el río está provocando que zonas que históricamente han sido elegidas para descargar su droga estén asumiendo un rol de simples gasolineras. Es el conocido fenómeno del petaqueo, con el que, tampoco hay que olvidarlo, algunos clanes de Chiclana se están haciendo de oro gracias a los recovecos del caño de Sancti Petri. Los ríos, siempre los ríos como aliados de los narcos.

Una goma atravesando el Guadalquivir a toda velocidad.

El peligroso daño colateral que tiene la llegada de colombianos y mexicanos a Cádiz es el aumento de la violencia. La Guardia Civil lleva años alertando de la presencia de miembros del temido cártel de Sinaloa entre los pilotos que se ponen al frente de avionetas para cruzar el Estrecho con hachís y coca. Incluso se han descubiertos aeródromos ilegales en pueblos como Trebujena o en recónditos valles de la Sierra y la campiña de Jerez. “Desde allí les resulta más fácil sacar la mercancía por carretera hacia el norte”, dice un agente.

Y si fuentes de la Benemérita declararon hace meses que el Ministerio del Interior barajaba la opción de colocar barreras en el río Guadalquivir, quienes han echado los dientes patrullando sus aguas lo ven como una opción casi inviable. “El calado del canal de navegación del río es muy profundo. ¿Cómo vas a colocar pilotes ahí? Es descabellado. Quien habla de eso no ha navegado el Guadalquivir en su vida. Pero si hay cruceros como los que se ven en el puerto de Cádiz que suben el río hasta Sevilla. Particularmente no lo veo posible. Esto no es el Guadarranque”, dice nuestro interlocutor.

Los narcos incluso se atreven a navegar bajo el mar en narcosubmarinos con capacidad para muchos kilos de cocaína. El pasado 25 de junio agentes de la Guardia Civil, en una operación conjunta con Policía Nacional y Agencia Tributaria, interceptaron un semisumergible que se dirigía a las costas de la Península. La operación, llevada a cabo por el buque Fulmar de Vigilancia Aduanera, concluyó con la detención de sus cuatro tripulantes colombianos, que tuvieron que ser rescatados tras hundir la embarcación a 280 millas al oeste de la costa de Cádiz, ante el acercamiento del Fulmar.

El buque de Vigilancia Aduanera ya iba cargado con droga incautada, cerca de 900 kilos de cocaína, en el momento de la intervención del semisumergible, puesto que tres días antes había sido capaz de interceptar una goma cargada con esta droga y a la que persiguió durante muchas millas. Para este tipo de operaciones es imprescindible la colaboración de la DEA norteamericana y otros organismos europeos.

Es la Ruta Africana de la cocaína en estado puro. Los narcos sudamericanos han encontrado un paraíso entre los caños navegables del Guadalquivir. El que, hasta no hace tanto, era el río del hachís y que ahora se ha convertido en el río de la cocaína.

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