La caída del narco flamenco
Sucesos
A ‘El Galopa’ lo detuvieron hace años en una peña de peleas de gallos. Ahora le atraparon liderando una red que traficaba con hachís de manera más discreta
Cádiz/Los narcos de Sanlúcar han sido históricamente menos ostentosos que los del Campo de Gibraltar. Al menos los de la vieja escuela, los Cagalera, Tomate... y El Galopa. Contemporáneo de algunos de los personajes que más hachís metieron por la desembocadura del Guadalquivir, Antonio Pérez –conocido como El Galopa por su afición a los caballos de pura sangre española– ha caído en manos de la Guardia Civil después de su última intentona de volver al negocio del tráfico de chocolate desde Marruecos. Antonio es un viejo conocido de los agentes. No en vano, hace unos años, y merced a una requisitoria emitida por un juzgado sevillano, fue detenido mientras se encontraba en una peña de peleas de gallos. Los gallos de pelea son otra de sus pasiones, como el flamenco o su devoción por la Virgen del Rocío. Pero esta vez ni la providencia ha podido salvarlo. Su vuelta a los ruedos del narcotráfico se truncó por una mala marea del mes de abril, unas escolleras que se cruzan en el rumbo distraído de una embarcación recreativa y dos subalternos que salen huyendo dejando abandonados tres fardos de hachís, 120 kilos del ala.
A partir de ese momento, Guardia Civil, Policía Nacional y Agencia Tributaria ponen en marcha una investigación compleja que ha tardado meses en dar sus frutos. El hilo del que tirar fue la embarcación aprehendida con la droga. Los agentes comenzaron sus pesquisas por clubes náuticos de la provincia, comprobando que dicha lancha formaba parte de una flota utilizada por un grupo de personas que las estaban adquiriendo, a veces a nombre de terceros, para transbordar hachís de barcos nodrizas procedentes de Marruecos y realizar posteriormente alijos en puntos concretos de la costa gaditana. La idea del Galopa, líder de la organización, era mimetizarse con el paisaje idílico de la pesca deportiva de altura y los clubes náuticos.
La investigación comprobó que se habían utilizado al menos siete embarcaciones, cuyos movimientos fueron seguidos desde muy cerca por los agentes.
Además de la pérdida del alijo ocurrida en abril, el 9 de julio de 2018 se produjo otro intento de introducir droga que se vio truncada por causas desconocidas para los investigadores. El 8 de agosto lo intentaron de nuevo pero no se pudo establecer contacto con el buque nodriza. Finalmente, entre el 14 y el 15 de agosto se culminó el alijo, que fue interceptado por los cuerpos de seguridad e interviniendo la droga, la embarcación y deteniendo a sus tripulantes.
El Galopa había caído, pero dejó patente su experiencia en este duro mundo. Siempre demostró claro su liderazgo, curtido a base de mucho tiempo batiéndose el cobre en el negocio, hasta el punto de que años atrás su vivienda particular llegó a sufrir el ataque de otra banda, que la emprendió a tiros poniendo en riesgo su vida y la de su familia. Durante esta segunda vida en el negocio, El Galopa evitó usar el teléfono, los viajes a Marruecos para cerrar tratos con los proveedores del hachís o cualquier tipo de gestión en alquiler de guarderías, compra de embarcaciones o reparaciones de las mismas. Para esta labor contaba con un lugarteniente y varios hombres que acataban sus órdenes.
El modus operandi de la organización era siempre el mismo. La banda del Galopa utilizaba pequeños puertos deportivos de Cádiz como punto de botadura y partida de la embarcación recreativa de pesca que traería la droga. Bajo la apariencia de una excursión de pesca, se trasladaban mar adentro hasta un punto previamente convenido donde una semirrígida de gran potencia les abastecía de la droga que debían transportar, volviendo al puerto de partida con las cañas echadas y todos los enseres de la supuesta pesca desarrollada.
Asimismo, la organización utilizaba otras embarcaciones recreativas, donde otros integrantes de la organización informaban de la posible presencia policial, todo ello para dar seguridad al alijo planeado. Una vez que la droga se encontrara en el puerto deportivo la transportaban de forma discreta hasta la guardería que tenían preparada en el término municipal de Puerto Real.
El historial delictivo del narco sanluqueño es muy extenso. Por ello los agentes no se extrañaron al encontrar en su domicilio una pistola cargada y con munición en la misma entrada de la vivienda, así como una escopeta del calibre 12, que se encontraba en su mismísimo dormitorio. Genio y figura.
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