“Hay un asesino suelto y yo estoy cumpliendo su condena”

Un crimen lejano

Julio Balader, condenado por el crimen de Bernardina Montoya en septiembre de 2011 en El Puerto, defiende desde la cárcel, enfermo y anciano, su inocencia con la pena casi cumplida

Julio Balader en los pasillos de la Audiencia en junio de 2015
Julio Balader en los pasillos de la Audiencia en junio de 2015 / Jesús Marín
Pedro Ingelmo

07 de julio 2024 - 07:01

 Recibo una llamada en el móvil de un número desconocido. Por puro despiste, atiendo al teléfono. “Hola, señor Ingelmo. Soy Julio Balader y le llamo para decirle que yo no maté a esa señora de El Puerto. Ni a ella ni a ninguna otra nunca. Hay un asesino suelto y yo estoy cumpliendo su condena”. Julio Balader es el hombre condenado en la Audiencia Provincial de Cádiz en junio de 2015 a 18 años de cárcel por la muerte de Bernardina Montoya en El Puerto el 2 de septiembre de 2011. Su caso había sido recuperado en el primer capítulo de la serie “Galería del Crimen” que, desde hace unos meses, publican los periódicos del Grupo Joly todos los sábados.

Que Balader se ponga en contacto conmigo, en uno de los escasos permisos que le conceden en la cárcel barcelonesa de Quatre Camins, clamando por su inocencia una década después, tiene su relevancia por la sencilla razón de que la pena de prisión está prácticamente cumplida. Las posibilidades de revisar su caso son casi nulas y, si lo consiguiera, con los tiempos de la Justicia española, es imposible que él viva para verlo. Porque Balader es hoy un hombre de 74 años con una enfermedad grave y que ha superado milagrosamente un cáncer de próstata. Apenas puede comer, su movilidad es muy reducida y tiene una incontinencia permanente. Pese a ello, a día de hoy, aunque ha obtenido de la junta de tratamiento el tercer grado aún permanece en la cárcel por un defecto de forma.

En los últimos años ha tenido 45 excarcelaciones hospitalarias, como demuestra en el sinfín de los papeles que en los siguientes días a la primera llamada va a enviarme y en los que quiere demostrar que es imposible que él se desplazara aquel mes de septiembre de Barcelona a El Puerto. El, de hecho, asegura que jamás ha estado en El Puerto, “nunca se me perdió nada allí”.

Su abogado en aquella causa, José Núñez, ya me contó para la elaboración del capítulo de la “Galería del crimen” lo extraño que fue el juicio de Balader. En un principio todo apuntaba a que no se habían conseguido reunir pruebas concluyentes para condenarlo por aquel crimen. Lo único con lo que contaba la acusación, para lo que la familia de la víctima contrató al penalista español más mediático, Marcos García Montes, era con el relato de una testigo protegida que resultó ser una hermana de Bernardina Montoya. Según ella, el sicario contratado por una familia rival para acabar con la vida de Bernardina era Balader, un empresario de la noche barcelonesa que tenía entre su clientela a lo más granado de la mafia de Lyon en el exilio, si bien la Policía siempre dio por sentado que Balader, además, formaba parte de esas organizaciones, lo que él niega. Esta denuncia se realizó en Madrid cuatro meses después del crimen, cuando la Policía de Cádiz ya empezaba a dar por cerrado el caso.

¿Y por qué Balader? La única conexión con la familia rival de los Montoya era que su rama catalana había adquirido algún coche a Balader, que entre sus negocios tenía uno de venta de automóviles de segunda mano traídos del extranjero y que él ponía otra vez en el mercado como nuevos.

El jurado dio por buena la versión de la hermana de la víctima y no creyó la de Balader, que tenía como coartada, en principio parecía que sólida, que aquel día se encontraba en Barcelona.

Uno de los folios enviados por Julio Balader para explicar su versión de los hechos
Uno de los folios enviados por Julio Balader para explicar su versión de los hechos

A lo largo de seis folios mecanografiados casi sin espacios, Balader, trece años después de los hechos, narra pormenorizadamente qué es lo que hizo aquel 2 de septiembre a través del relato de los testigos de la jornada. Según él, ese día se encontró en el bar Nino, situado en pleno centro de Barcelona, con su hija Sofía, el novio de ésta, que ese día salía de permiso del centro de menores, su hijo Regis, que volvía de Lyon, y otras dos personas más, un tal Marcos Serrano y una mujer llamada Kirane Swamber, que estaban allí porque eran los propietarios de la vivienda a la que su hijo se va a mudar. Pasaron, según su versión, 45 minutos en la terraza del Nino y luego acometieron la mudanza. Cuesta entender que una coartada tan evidente, con llamadas y mensajes de móvil incluidas, y una concurrencia en una terraza prolongada no estuviera en el núcleo central del caso desde el principio.

Todos esos testigos, incluidos los dos desconocidos, le contaron al primer abogado de Balader, Eugenio Chica, el encuentro y posteriormente lo ratificaron ante la Policía. La Policía rastreó el móvil de Kirane Swamber. que la situaba ese día en la plaza de Catalunya de Barcelona. Es decir, donde decía Balader. “Si la policía hubiera hecho lo mismo con los móviles de mi hijos y mis tres móviles ni me hubieran molestado, pero necesitaban un cabeza de turco y la Policía ya me lo dijo: esta vez, Julio, vas a necesitar un buen abogado para salir de ésta”. Se referían a que Balader ya había sido juzgado por dos crímenes anteriores en los años 80 relacionados con las mafias francesas y había salido absuelto. Por contra, su abogado le dijo “te ha tocado la lotería. Todo cuadra con la salida de permiso del novio de tu hija. Es el caso más sencillo que tengo ahora mismo en el despacho”.

La rueda de reconocimiento

No resultó tan fácil. Balader fue trasladado a Cádiz. En la rueda de reconocimiento, según Balader, sólo utilizaron a tres figurantes, dos de ellos policías. Los otros tres eran mucho más jóvenes que él y con pelo, mientras Balader, con 61 años, era ya calvo. El abogado de Balader protestó por la escasa similitud de los figurantes con el acusado, pero no se tomó en cuenta ni el abogado pidió que se sacara una fotografía para probar en el juicio la irregular elección de los miembros de la rueda. La hermana de Bernardina lo señaló a él. Se decretó prisión provisional.

En la cárcel, dice Balader, se enteró de cosas: “Los presos gitanos contaban que la familia rival de los Montoya había pagado 80.000 euros por matar a Bernardina y que habían contratado a dos colombianos para llevarlo a cabo. Los rumores en prisión, por mi experiencia, son más que rumores. En las cárceles los presos saben realmente cómo han sido los hechos y no como luego cuentan”.

A los dos años se decretó su libertad provisional con 15.000 euros de fianza a la espera del juicio. Balader asegura que en esos 18 meses que transcurrieron en libertad entre la prisión provisional y el juicio él podía haber organizado su fuga, “pero no lo hice porque estaba convencido de que con la declaración de cinco testigos diciendo que aquel día estaba a más de mil kilómetros de El Puerto sería imposible que me consideraran culpable, contando con que tres de esos cinco testigos ni eran familiares ni tenían ninguna relación conmigo”.

Lo cierto es que esos testigos no fueron tan concluyentes en el juicio. El novio de su hija ya no era su novio cuando se fijó el juicio y no acudió y los otros dos, Serrano y Swamber, se mostraron dubitativos en un reconocimiento por videoconferencia. “Es normal, ellos solo me vieron unas dos o tres horas hacía más de tres años y mi hijo, que era a quien ellos conocían, estaba en Nueva Zelanda y tampoco acudió al juicio. En ese tiempo, después de mis estancia en prisión y el deterioro, mi aspecto había variado. Sin embargo, ellos ya habían declarado días después de mi detención que sin ningún tipo de dudas habían estado conmigo ese día”.

Pero, insiste Balader, aparte de la testigo nada le podía incriminar. En el lugar desde donde se cree que se produjeron los disparos se encontraron botellas de plástico y boquillas de tabaco rubio. La prueba de ADN dio resultado no concluyente, sin embargo cuando la defensa pidió que se practicara una pericial no en el departamento de policía, sino en el Instituto de Toxicología “esas muestras de ADN habían desaparecido misteriosamente”. Por otro lado, el arma nunca se recuperó y los móviles rastreados confirman que los testigos estaban en Barcelona, si bien no se rastrearon todos y cuando se pidió esa pericial en el juicio se objetó que ya había pasado demasiado tiempo. Lo que es difícil de entender es por qué no se rastrearon en el mismo momento de la detención.

“Yo no puedo entender lo que ha pasado ni lo entienden ninguno de los abogados que han tomado el caso. Quizá esa testigo y sus familiares cometieron perjurio para no perder el dinero por responsabilidad civil porque a los verdaderos autores no los iban a coger nunca… Lo que sé es que estoy muy enfermo y piense en lo que se siente al estar entre rejas sin haber hecho nada y con una condena que, en mi estado, es como si te hubieran condenado a cadena perpetua. Yo soy inocente y y sólo quiero que me dejen demostrarlo”.

Para José Núñez, que llevó la defensa en el juicio, el momento clave que decantó a seis miembros del jurado a declararle culpable se produjo cuando Balader accedió a responder a las preguntas del abogado Marcos García Montes. “Yo le recomendé que no contestara a la acusación, pero él se vino arriba y se sentía muy seguro. García Montes no se centró en el crimen que se estaba juzgando, sino que atacó por su pasado”. El pasado de Balader es su leyenda, la que le relaciona como empresario de la noche con algunos de los mafiosos franceses más conocidos de los años 80. García Montes supo sacar de sus casillas a Balader hasta que Núñez conminó a su cliente a que dejara de contestar las preguntas de la acusación.

Han pasado trece años, es un crimen prácticamente olvidado, pero para una persona no pasa un día en el que no piense en él. Se llama Julio Balader.  

stats