Acercamiento de las dos orillas
Historias de una tensa vecindad
Acercamiento de las dos orillas
Hace 20 años la frontera entre España y Marruecos era una de las más desiguales del mundo. El PIB per cápita entre uno y otro país era 15,4 veces superior a favor del vecino del norte. En lo comercial, Marruecos enviaba recursos naturales y mano de obra no cualificada y recibía productos manufacturados, la ecuación clásica del neocolonialismo. Siguiendo la lógica migratoria, se daba un flujo entre un país preindustrial a otro industrial. Se produjo un gigantesco éxodo. Mientras en el año 2004 el INE contabilizaba 54.000 ciudadanos marroquíes residentes en Andalucía, en el año 2022 esa población había pasado a 163.000, más de 64.000 de ellos concentrados en la provincia de Almería. En toda España se pasó de 420.000 a 883.000 ciudadanos de origen marroquí.
Aunque las distancias se han recortado en estas dos décadas, a día de hoy siguen siendo abismales. En Marruecos el PIB per cápita se sitúa en 3.607 euros frente a los 30.900 de España. Aunque el país alauita tiene una deuda sobre el PIB mucho más manejable que la española, un 75% frente a un 115%, la calificación internacional de solvencia crediticia de España es alta, la A, mientras que la de Marruecos es BB+, es decir, media. Mientras Marruecos dedica a gasto público sanitario un 7% del PIB, España dedica un 15%, lo que supone que la diferencia de esperanza de vida sea de diez años, 74 en Marruecos frente a 84 en España.
Sin embargo, si se examinan las relaciones entre ambos países se observa que el vecino pobre ha sabido jugar bien las cartas. Según el profesor de Relaciones Internacionales Salvador Sánchez Tapia, coordinador de la publicación Global Affairs Journal, “mientras que, para España, la estabilidad de la zona del Estrecho de Gibraltar es un fin en sí mismo, para Marruecos es una herramienta con la que juega a desequilibrar a España para acercarse a sus objetivos estratégicos. Rabat regula a su antojo la válvula de entrada a España de inmigrantes ilegales, abriéndola cuando quiere castigarle, y cerrándola como concesión que es capaz de proyectar internacionalmente como un ejercicio de buena vecindad”.
Pues estos dos vecinos tan diferentes, cuyas principales cuitas en las dos últimas décadas han sido la inmigración, la pesca y el tráfico de drogas, han entrado en una nueva etapa cuyos dos símbolos son el definitivo empuje de un proyecto del que se habla desde 1980, la construcción de un túnel que los una a través del Estrecho de Gibraltar, y la celebración conjunta del mundial de fútbol 2030.
Sabemos cuándo se produjo el gran volantazo. Lo que no sabemos es cómo se produjo. La fecha es el 7 de abril 2022. Pedro Sánchez visita a Mohamed VI y, tras el encuentro, se emite un comunicado en el que se puede leer: “España y Marruecos, conscientes de la magnitud e importancia estratégica de los vínculos que los unen y de las legítimas aspiraciones de paz, seguridad y prosperidad de los dos pueblos, comienzan hoy la construcción de una nueva etapa en su relación bilateral”. Estas buenas intenciones se sustentan en un acuerdo de dieciséis puntos. El punto uno es determinante: “España reconoce la importancia de la cuestión del Sáhara Occidental para Marruecos (...) España considera la iniciativa de autonomía marroquí como la base más seria, realista y creíble para resolver este diferendo”. España acababa de dejar tirada a la que había sido su colonia desde 1885 hasta 1976 y a la que llegó a otorgar durante el franquismo la categoría de provincia. Luego había que ir hasta el punto 8 para leer lo siguiente: “Se relanzará y reforzará la cooperación en el ámbito de la migración”. No había ni una sola palabra sobre la pesca ni nada relacionado con el tráfico de drogas.
Cinco días después de aquella visita Sánchez se presentó ante el Parlamento para explicar la nueva etapa de las relaciones con Marruecos. No pronunció ni una sola vez la palabra Sáhara. Y no es que no hubiera preguntas. Sencillamente no las contestó.
El 1 de mayo de 1975 moría en el hospital del Aire de Madrid Mohamed Ben Mizzian. Mizzian nació en Nador, hijo de un caíd aliado de los españoles en el protectorado. Se formó militarmente en la Academia de Toledo y luchó codo con codo con Franco en África. En 1921 un disparo suyo a tiempo salvó la vida de Franco en una escaramuza de rifeños en el Mitral. Durante la guerra civil fue el que lideró a los 85.000 marroquíes sacados de las montañas y pagados por la banca que financiaba a los rebeldes a la República. Se calcula que 30.000 de ellos murieron en la contienda. Aterrizó en Jerez el 14 de agosto de 1936 y avanzó por Andalucía con un rebaño de borregos para que comieran sus hombres, a los que levantaba el ánimo prometiéndoles mujeres blancas. Participó en la liberación del Alcázar y en la batalla del Ebro. Al término de la guerra, Franco le nombró general y le entregó la capitanía de Galicia, por lo que cada 25 de julio presidía los actos de ofrenda al apóstol Santiago, a Santiago Matamoros. Cuando Marruecos alcanzó la independencia en 1956 Mohamed V llamó a Mizzian para que construyera el nuevo ejército del país. Franco le mantuvo la paga de general español. Mizzian fue, por tanto, general de dos ejércitos. También fue nombrado embajador en Madrid. "Marroquíes y españoles somos una familia, sólo nos separa el Estrecho", dijo. Amigo íntimo de Franco, murió inmensamente rico.
Ahmed Balafrej era descendiente de los moriscos españoles expulsados por Felipe III y conocidos como los hornacheros, por el pueblo de Badajoz de donde procedían, Hornachos. Desterrados de la tierra en la que llevaban siglos, fundaron en Marruecos la república de Salé y se dedicaron al comercio. Balafrej se convertiría en los años 30 del pasado siglo en el padre del nacionalismo marroquí, una tarea compleja ya que se trataba de poner bajo la misma causa a tribus de muy diferente procedencia, algunas enemistadas entre sí. Desde Tetuán y Madrid internacionalizó la causa de la independencia. Será el primer ministro de Exteriores del Marruecos independiente, negociará con España la entrega de Tánger y será el artífice de la construcción del nuevo Estado como la monarquía que hoy conocemos.
En la agonía de Franco, Marruecos organizó la Marcha Verde. El sucesor de Franco, el rey Juan Carlos, tomó la decisión de abandonar el Sáhara sin pegar un solo tiro. La relación entre Juan Carlos I y Hassan II era estrecha, al punto que se llamaban entre sí “hermanos” y, de vez en cuando, cazaban juntos. La siguiente generación, la de Felipe VI y Mohamed VI, no mantendría tanta cordialidad. Según el que fue ministro de Exteriores del PP, Josep Piqué, el entonces príncipe Felipe tenía “una mentalidad algo germánica y le cuesta mucho sintonizar con mentalidades orientales como las de nuestros vecinos”.
En el tiempo de Felipe González dieron la cara los conflictos de la pesca, se empezaron a organizar las primeras estructuras, todavía muy artesanales, para el tráfico de hachís y la inmigración era residual. Antes de su llegada al poder, a finales de los 70, González había visitado los campos de refugiados de los saharauis. En noviembre de 1976 realizó un discurso en Tindouf en el que denunció “una mala colonización y una peor descolonización”. Cambió de perspectiva cuando el gran aliado de Marruecos, Estados Unidos, le obligó a ver las cosas de otra forma.
El 21 de septiembre de 1985 una unidad saharaui que operaba en aguas que reclamaban suyas abordó un pesquero español, el Junquito, que faenaba en la zona en virtud del acuerdo alcanzado con Marruecos. Una patrullera española, la Tagomago, acudió en su auxilio. Fue tiroteada y, de resultas de la refriega, murió el cabo José Manuel Castro. González expulsó a la delegación del Frente Polisario en Madrid y rompió relaciones con la autodenominada República Saharaui, aunque mantuvo la postura que marcaba la resolución de la ONU de derecho a la autodeterminación.
Bajo su Gobierno se estrecharon las relaciones con Hassan II y se alcanzaron acuerdos para que armadores españoles enseñasen a pescar a marineros marroquíes y empresas españolas les abrieron líneas de comercialización. Eran los primeros pasos para hacer de Marruecos una potencia pesquera. También bajo su mandato se llevó a cabo un hito en la colaboración energética: la construcción del gasoducto Magreb-Europa. La puesta en marcha del primer cable submarino se produjo en 1997.
Con Aznar las relaciones se enfriaron. Hassan II quiso conocer los límites de la nueva administración. Se pusieron sobre la mesa las demandas de Ceuta y Melilla. Y, por supuesto, el Sáhara. Fueron los años del desguace de buena parte de la flota pesquera española, las organizaciones de contrabandistas de droga se hicieron más potentes a un lado y otro del Estrecho y el naufragio de la patera de Rota, que devolvió más de dos decenas de cadáveres a las playas de El Puerto, fue la descarnada evidencia de lo que ya era el drama de la inmigración.
El momento de máxima tensión fue el episodio del islote de Perejil, ya con Mohamed VI en el trono, en el verano de 2002, lo más parecido que ha tenido España en el siglo XXI a un conflicto armado. Las relaciones entre Mohamed VI y Aznar fueron pésimas. Cuenta el ex presidente español en sus memorias que en una ocasión el presidente francés, Jacques Chirac, que presionaba para que España cambiara su postura sobre el Sáhara a favor de Marruecos, le dijo que “tratas al rey marroquí peor que Ariel Sharon trata a los palestinos”.
La llegada de Zapatero al Gobierno fue saludada por Mohamed VI con júbilo. En un telegrama expresó el deseo de que se iniciara una “nueva era” en las relaciones entre ambos países. El ex presidente socialista navegó entre dos aguas y, aunque defendía un acuerdo de las partes con la ONU como árbitro, no hizo gran cosa para avanzar en ello. Bajo su mandato se firmó el mayor tratado hasta entonces de cooperación financiera, por valor de 520 millones, ente ambos países. Se hizo en 2008, justo a las puertas de la gran crisis financiera mundial. Durante sus primeros cuatro años se produjo el pico más alto de llegada de marroquíes a España.
Rajoy viajó sólo tres veces en sus seis años de presidente a Marruecos. Se puede decir que mantuvo el piloto automático de la diplomacia y sus relaciones con Mohamed VI fueron buenas, al tiempo que favorecía el asentamiento de empresas españolas en el país vecino. Sobre el Sáhara no se salió de la hoja de ruta.
Y con Pedro Sánchez todo cambió. Su primera decisión ya barruntaba tormenta. Su estreno en el exterior como presidente no fue a Marruecos, tal y como habían hecho todos los demás presidentes desde que González inauguró esa tradición. Posteriormente, ocurrió lo que nunca había ocurrido. Marruecos se cobró la cabeza de la ministra de Asuntos Exteriores, Amaya González Laya, que había permitido que, por razones humanitarias, el líder del Frente Polisario, Brahim Gali, fuera tratado de una grave infección de covid en un hospital español. El gigantesco conflicto diplomático con un Marruecos sobreactuado obligó a Sánchez a tomar el camino de la destitución si no quería que las represalias, en forma de avalanchas humanas, desestabilizaran su gobierno.
El nuevo ministro, José Manuel Albares, lo cambió todo. Albares había tenido varios destinos en Francia en su carrera diplomática, incluido el de embajador. Estaba empapado de la postura paternal de la ex metropoli con su pasado colonial en África y, en especial, con el Magreb. Francia siempre ha defendido el derecho de Marruecos sobre el Sáhara. Es Albares el artífice de que España haya secundado la postura francesa y, por ende, norteamericana en la zona, contradiciendo la tradicional reclamación de la izquierda, que siempre ha sido partidaria de la autodeterminación.
Los efectos han sido inmediatos. En las últimas semanas se entregaron voluntariamente los tres marroquíes que cometieron un crimen que conmocionó al país: la muerte de dos guardias civiles arrollados por una narcolancha en el puerto de Barbate el pasado mes de febrero. Cualquier experto en narcotráfico sabe la influencia que el Rey puede llegar a tener sobre los grandes productores de hachís y que Marruecos es el santuario de los perseguidos por la justicia española por este delito.
En 2023 llegaron a las costas de Cádiz en patera 1.111 personas, frente a las 2.126 del año 2022, según los datos de Salvamento Marítimo. Son la mitad y este año se sabe que el número es aún menor. Esto ha hecho que la tensión migratoria se traslade a Canarias porque los traficantes de seres humanos se han visto obligados a utilizar la mucho más peligrosa ruta mauritana.
El empresariado andaluz ha visto el viento favorable y en el verano de 2023 en una reunión entre la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA) y la Confederación de Empresarios de Marruecos de Tánger Tetuán-Alhucemas (CGEM) se trazaron las líneas para agilizar la dinámica de colaboración. De momento hay más de 80 empresas andaluzas asentadas en Marruecos, pero se espera que sean muchas más, del mismo modo que se espera duplicar en mucho los 2.000 millones en exportaciones que se produjeron en 2022. En 2004 sólo un 1,46% de las exportaciones de la región tenían como destino Marruecos, que se situaba en el cliente número 11 de nuestras empresas. Veinte años después Marruecos es el segundo cliente fuera de la Unión Europea de las empresas andaluzas, sólo por detrás de Estados Unidos.
Marruecos ya no es la de hace dos décadas. Es una economía mucho más ágil. Tánger Med ya es el primer puerto del Mediterráneo capaz de operar casi 10 millones de contenedores en sus 24 terminales, lo que supone más de 162 millones de toneladas. Y esto lo ha hecho duplicando su volumen de en tan sólo cinco años. El auge del turismo es imparable. En 2024 ya ha superado los 18 millones de visitantes. Son seis millones más que hace cinco años, antes del parón de la pandemia. Con motivo del Mundial de Fútbol de 2030 están previstas inversiones en aeropuertos e infraestructuras de todo tipo. En la energía, su caducada estrategia del carbón quiere cambiarse por el hidrógeno verde, donde a medio plazo espera ser un país exportador, ya que hasta ahora la dependencia energética de Marruecos ha sido uno de sus lastres. Todo ello supone más oportunidades para la población marroquí y una menor necesidad de huir, lo que se debe traducir en un éxodo interior de las zonas más deprimidas a las zonas urbanas.
Pero entre todas estas previsiones, la estrella es el túnel. El pasado marzo el ministro de Transportes, Óscar Puente, viajó a Marruecos para reunirse con su homólogo marroquí, Mohammed Abdeljalil. Más allá de los detalles técnicos, que ya están muy avanzados por la Sociedad Española de Estudios para la Comunicación Fija a través del Estrecho de Gibraltar (Secegsa), cuyo último informe fue publicado esta semana concretando cómo sería ese corredor ferroviario submarino, los dos ministros estrecharon sus manos con un compromiso: “Hagámoslo ya”. Quizá se cumpla aquel dicho del sanguinario Ben Mizzian de que los españoles y los marroquíes somos una misma familia, y entonces ya ni siquiera estemos separados por el Estrecho.
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