Tribuna libre
El mensaje del comedor
El hombre joven -no tiene ni 40 años- con una sonrisa abierta, casi de alivio, mira a la posteridad apoyado sobre el respaldo de la silla del gallego de traje de rayas y corbata de lunares, que ha dejado las gafas de montura negra reposando sobre unos papeles que son el borrador de una Constitución. El joven lleva chaleco y está situado en el centro de los tres hombres que están de pie, detrás de los cuatro que están sentados. Sólo hay dos que no miran a la cámara. Uno, catalán, pierde la mirada fuera de campo, hacia la derecha. Otro, el madrileño, descansa la mirada sobre las gafas del gallego. Es una foto histórica, data de 1978. En blanco y negro, los padres de la Constitución y el único andaluz, gaditano (Cádiz, 1940), uno de los tres supervivientes de esa foto histórica -con los dos hombres que no sonreían, que no miraban a la cámara, Herrero de Miñón y Miquel Roca- es José Pedro Pérez Llorca.
"Pues si quiere que le diga, la verdad no le podría asegurar de qué color era el traje de esa foto. He visto tantas veces imágenes de aquellos tiempos que yo también los recuerdo en blanco y negro, como una película antigua. Y recuerdo el olor a tabaco de las reuniones porque yo no era fumador y todo el mundo fumaba constantemente. Entonces no estaba tan mal visto eso de fumar... De aquellos tiempos recuerdo que Suárez era noctívago. Y Abril Martorell también. No sé si la palabra es noctívago... Noctívagos en el sentido de que les gustaba solucionar las cosas de noche, hasta altas horas de la madrugada. Y luego había que levantarse para estar a las diez en el Parlamento. De esos días recuerdo un agotamiento tremendo, un agotamiento por falta de sueño. Fraga decía a las once de la noche que levantaba el campo. Y yo le miraba con una cara de envidia, de quién pudiera. Qué lujo".
Rememora ese momento José Pedro Pérez Llorca, ahora un hombre de 73 años de porte señorial, exquisitamente amable. Sonríe, como en aquella foto, desde la quinta planta del edificio de la calle Alcalá en el que se encuentra uno de los bufetes de abogados más importantes del país y que lleva su apellido. A la izquierda, se puede ver la Puerta de Alcalá; a la derecha, el pub irlandés James Joyce, un guiño a sus pasiones literarias y un lugar en el que en los años 30, en lo que se llamaba La Ballena Feliz, un sótano, se realizaban terulias políticas durante la II República.
No es tan fácil situar cómo ese hombre joven acabó en esa foto, ni él mismo puede explicarlo. Por lo tanto, viajamos en el tiempo a la busca de nuestro Rosebud. En ese viaje partimos del Cádiz que el próximo martes, el día de su santo, le va a nombrar hijo predilecto de la provincia, ya que de la ciudad ya lo es. "Diría como el Papa. Ustedes sabréis lo que hacéis, aunque como no es un cargo ejecutivo no tendrá mayor trascendencia. Pero, sin duda, me siento muy honrado, aunque no encuentro merecimientos para la distinción. Estoy abrumado por los agradecimientos y por lo bien que mi tierra se porta conmigo".
José Pedro Pérez Llorca es de Cádiz por dos circunstancias: el levante y el atún. Aunque él hila más fino y dice que es de Cádiz , además, "porque uno es de donde estudia el bachillerato". Ninguno de sus abuelos, ni el paterno ni el materno, eran de Cádiz. Uno, el materno, era de Santoña, del que sacó la vehemencia en la exposición de sus ideas, y el otro de un pueblecito de pescadores llamado Benidorm, no sé si les sonará. A principios del siglo XX, el abuelo de Santoña llegó al sur "a ver al duque, como se decía entonces". 'Ver al duque' significaba sacarse unas oposiciones y él sacó con brillantez las de la cátedra de Fisiología, en las que, cuenta la leyenda familiar, compitió con y ganó a Juan Negrín. Su destino inicial fue Sevilla, pero, "siendo él un poco excéntrico", llegó a Cádiz un día de levantera y decidió que ahí quería quedarse. Le gustó el levante". El abuelo paterno, el de Benidorm, marino mercante, capitán de la Trasatlántica, tenía espíritu comercial y pensó que el atún sería un buen negocio. Y se hizo almadrabero. "Vio en el atún una forma de vida".
Esta conjunción astral entre Santoña y Benidorm hace posible que se conozcan sus padres y que el niño José Pedro sostenga un pizarrín en el colegio de las Hijas de la Caridad y reciba coscorrones de las monjitas. "Eran muy estrictas". Aunque el que le enseña a leer, que es tantos años después su gran pasión, es su abuelo, el amante del levante. Recuerda su primer catón, los palotes que hacía y "aprendí a leer rápido y a hacer una mala letra que me ha acompañado toda mi vida".
Luego pasa al colegio San Felipe Neri, de intramuros, el mismo lugar en el que los doceañistas discutieron la Constitución del Doce -primera señal-, "aunque no nos hablaban mucho de esa Constitución". Son paseos mágicos camino de San Felipe, de la alameda Apodaca a la plaza Mina y allí, las voces, los pregones del afilador, pero, sobre todo, del hombre de la gaseosa. "Tenía que beberse mucha gaseosa entonces". ¡Hay gaseosa!, gritaba el de las gaseosas. Por lo que aprende sus primeras poesías. De ellas una inolvidable sobre la guerra de la independencia, que dice "¡guerra!, gritó el sacerdote desde el altar; hasta las tumbas se abren diciendo... y entonces todos los chavales gritábamos ¡hay gaseosa!"
En octubre de 1958 el adolescente José Pedro Pérez Llorca se traslada a Madrid, la ciudad en la que acabará echando raíces. "Aquí no se fijaban en mi acento, que era muy acusado, ni preguntaban de dónde era, ni de qué familia, que eran cosas muy de Sevilla o Barcelona. Aún hoy me sigo sintiendo un tío de provincias en Madrid y eso me hace sentir a gusto, con confort. Aquí siempre se ha tratado bien a la gente de provincias, quizá porque de un modo u otro casi todos los madrileños vinieron un día de provincias".
Hace derecho y cursa la carrera diplomática, que le hace conocer mundo, que es un buen antídoto contra los nacionalismos y los localismos, "te das cuenta de que el mundo es muy grande y España es muy chica". Se interesa por la política, al igual que su referente, su hermano mayor Jaime, muy vinculado al socialismo. Pero "con él estaba de acuerdo en todo lo que se refería a Cádiz, en muy poco en lo que se refería a política nacional y en casi nada en política mundial. Por eso preferíamos eludir hablar de política y, de hecho, nunca me presenté por Cádiz, que era la provincia por la qué el se presentaba. Para no discutir".
Ya estamos sobre el camino. Su trabajo de jurista en las Cortes Generales le acerca al grupo de Suárez y se presenta en el 77. Sale como diputado. Eran tiempos de "políticos aficionados" que tratábamos de hacer algo que "la sociedad nos demandaba. La Historia nos ha tratado bien, pero no fuimos nosotros los excepcionales, si exceptuamos a Suárez, que sí lo fue, sino los tiempos. El país salía de lo que salía y se abría un mundo apasionante, inaugural. Ese deseo de la sociedad es lo que la sociedad recuerda hoy y yo creo que a los políticos de aquella época se nos trata bien porque no tienen miedo de que volvamos. Pero el recuerdo es selectivo. Nos insultábamos mucho, las intervenciones en el Congreso eran durísimas. Era una época crispada". Por eso cree injusto que se hagan comparaciones con los políticos actuales, mucho más profesionalizados: "El país está muy golpeado por el paro y la corrupción. Si algo tiene de bueno la corrupción de ahora, por decirlo de algún modo, es que se conoce, sale a la luz, aunque los tiempos judiciales sean distintos a los de la información. Pero no creo que sea justo poner en un altar a los políticos de entonces y en el infierno a los de ahora".
Al fondo se escucha una protesta de trabajadores del Ayuntamiento de Madrid, en el antiguo edificio de Correos, alrededor de la Cibeles. Parece escuchar los bocinazos un momento. "Como aquí ya no me conoce nadie -dice con el mismo alivio con el que parecía sonreír desde un pasado que ya es un pasado de 35 años-, me acerqué de incógnito a ver la acampada del 15-M. Vi bullir ideas contradictorias, ansias de cambio, ingenuidad y utopía. Quizá ese movimiento lo tendría que haber cogido un líder, aunque en esos casos hay que ser prudente porque cuando un sistema se escacharra suele tender a los populismos y en los años 30 esos populismos fueron los fascismos". Hablamos de los resultados de las elecciones italianas. Dice no sentir una gran sorpresa. Italia es como es y hasta en Alemania el partido Pirata cosecha apoyos. "Cuando las cosas no funcionan, siempre hay un sector que vota contra el sistema. Los ciudadanos están cabreados, desesperanzados, pero, al igual que en una fábrica tiene que haber un técnico que conozca el funcionamiento de una maquinaria, en las instituciones tiene que haber gente que conozca ese mecanismo complejo". Dicho esto, mira con preocupación en qué se podría traducir esta desesperanza en España "porque esa expresión en nuestro país siempre nos ha llevado a tensiones centrífugas: las juntas en la invasión napoleónica, los cantones en la I República, el problema catalán en la II República... es peligroso que venga de ese lado".
¿La Constitución puede contener esta marea? Es difícil de saber. "Yo creo que el texto que hicimos en el 78 resiste una lectura. No hay errores básicos de conceptos. Nos pusimos de acuerdo en la ambigüedad. Eso fue su éxito y su defecto. Los gobiernos han podido gobernar, pero si se llega al radicalismo al que nos encaminamos es difícil realizar una reforma del texto constitucional, una reforma que ahora mismo yo creo que es tan necesaria como imposible. Habrá que resolver ese dilema, pero ese dilema no se puede resolver si unos parten de una posición blanca blanquísima y otros de una negra negrísima. Un retoque constitucional sin consenso es imposible". Ese pesimismo le lleva a la conclusión de que incluso cuando charla con su amigo Miguel Roca, padre de la Constitución como él, elude hablar del asunto catalán y se limita a tratar de asuntos profesionales.
Entonces nos enmarañamos en la conversación sobre qué es federalismo, o, más exactamente, si puede existir un federalismo español y coincidimos en que "el término federal en España es un término vacío. Si vamos a ser federales tendremos que tener unos órganos federales y, en cierto modo, nuestra descentralización ya fue eso pero no a través de la unión de estados separados, sino por el camino inverso". Escribió Pérez Llorca en 1996 un artículo, en relación al debate de Masstricht sí, Mastricht no, que tiene plena vigencia. Ponía el ejemplo de las colonias americanas, en las que los gobernadores "no se atrevían a hacer frente a los órganos federales. Funcionaron los órganos y funcionó la federación". Esto, explica, necesita dosis de mano izquierda. Veamos el caso europeo. "Europa es una referencia, un ámbito, una potencialidad y un problema. Ahora estamos con el problema. Europa es una federación muy especial y no puede ser que no unos órganos federales sino los gobiernos de los países más potentes impongan a los demás lo que tienen que hacer".
Reflexiona sobre estas realidades desde su papel de observador, un observador que se sienta obediente para la sesión fotográfica ante el ventanal que ofrece la visión de la Cibeles. Mientras ve la Cibeles, habla del Cádiz mágico que redescubre una y otra vez cuando se acerca a la ciudad en tren, "un paisaje que no hay en ningún otro lugar, una geografía especial. Recuerdo las montañas de sal, tan blancas. Ya apenas hay salinas. Habría que recuperarlo. De niño creía que en todas partes del mundo había montañas de sal". Recita un poema de Verdaguer, al que se le aparecía Cádiz, al entrar por mar, como una ciudad encantada. Nos deslizamos hacia el Prado, cuyo patronato preside, y afirma que va cambiando de gustos, que ahora, por cuestiones, estéticas, no religiosas, su cuadro favorito es El descendimiento, de Roger Van der Weyden. "Me pasa igual con la arquitectura. La percepción cambia". Como la mirada de ese hombre del centro, joven, que ahora, "con el sentido del humor que da la distancia de la edad", mira con serenidad otro tiempo entre cajas de mudanza. "Nos trasladamos a la torre Castelar. Castelar también era de Cádiz".
También te puede interesar
Lo último
No hay comentarios