Una leyenda insumergible
De todos los 'barcos de arroz' perdidos en el tiempo y recuperados por la memoria colectiva, el 'Weisshorn', que encalló su destino frente a las costas de Sanlúcar y Chipiona, vive sobre su tumba entre la realidad y el mito
¿Que cuál es la historia del Barco del Arroz? Todos tenemos nuestra propia historia con el Barco del Arroz (Roberto Payá. Weisshorn)
Como un monumento a la fatalidad o a la traición, como la materialización de la moraleja de un cuento, como advertencia, como guarida, como arrecife, como confirmación de una profecía, se levanta herrumbroso a las puertas de la desembocadura del Guadalquivir un barco que perdió el rumbo, y hasta el nombre, pero que se ganó su leyenda.
De todos los barcos del arroz, que son muchos, perdidos en los archivos, recuperados por la memoria colectiva y mitificados en el habla popular, la nave de bandera chipriota que encalló su destino en el Bajo Picacho durante la madrugada del 27 de febrero de 1994 cargada con 6.080 toneladas de arroz se resiste a desaparecer entre las aguas acurrucadas entre las costas de Doñana, Sanlúcar y Chipiona. Y es que el Weisshorn -su nombre de bautismo que, como ya buen gaditano, perdió en favor del mote- sobrevive, partido en dos, sobre su propia tumba convertida, según los pescadores del lugar, casi en un arrecife natural y, según las lenguas más sueltas, por largo tiempo, en punto intermedio de descarga de alijos de droga.
Son los hombres del club de pesca La Balsa los que nos aproximan a su proa, bien encajada entre las piedras, inamovible en más de 20 años, y a la popa vencida, como asomada al lecho marino pero sin dejarse hacer por el abismo azul. Entre una y otra, 70, 80 metros, de nada. La mayor parte de la cubierta se la tragó la mar. Porque este rincón, entre Picacho y Pavona, es traicionero. "Por ahí abajo, un poco más mar adentro, también anda el Mendi", dice Paco Vichera -recordando al carguero Monte Aralar que se fue a pique en estas aguas allá en 1945- mientras domina los mandos de la Ainara que se mece al compás de las aguas que ondula el bajo arenoso de Juan Pul.
La sonda marca la distancia del peligro. Cuatro metros de agua sobre las rocas. "¿Nos atrevemos a navegar entre proa y popa del Barco del Arroz?" , se reta con el tesorero de La Balsa, Manolo del Toro, también abordo. Nos atrevemos. Y escuchamos al viejo Barco del Arroz respirar como un asmático en pleno ataque.
"Yo creo que al final la mar lo vencerá, dentro de diez años, quince, quién sabe... Aunque, bueno, este esqueleto ha soportado temporales, buenos temporales", barajan los hombres sobre el enigmático zombie acuático, desgastado por la acción de la mar y de las incógnitas que lo rodean. "Y eso digo yo - se sorprenden en tierra algunos vecinos de Sanlúcar- si esto ocurrió hace poco más de veinte años, ¿por qué hay cosas que no se saben? ¡Si esto lo vio todo el mundo!".
El mismo argumento achacan fuentes de la Guardia Civil tras negar que fue el cuerpo quien acabó con el chiringuito de los traficantes que utilizaban el barco como guarida. "Sí, sabemos que se dice que allí se descargaba droga y que nosotros le metimos explosivos a la bodega para evitarlo, pero no es cierto. Sólo por lógica, una acción así la hubiera visto alguien, ¿no? Y seguro que no encuentras a nadie que te diga que lo vio... Porque es mentira, claro".
La fuente autorizada acierta. Muchos han escuchado la historia, nadie ha sido testigo. Y eso que desde la orilla de playa de Las Piletas se divisa perfectamente la silueta bicéfala del Barco del Arroz. Si alguien dinamitara las entrañas de este barco condenado a la vida, una huella llegaría a la costa... "Sí hija, pero cuando el río suena..."
Un caballo al trote levanta agua y arena. El jinete nos sortea y nos saluda. La orilla de Las Piletas es un espectáculo. También lo fue aquella madrugada. La del temporal tan malísimo que azotó toda la costa de la provincia gaditana en las postrimerías de febrero del 94. El temporal que sorprendió al buque que salió de Bangkok con destino Sevilla embocando la broa del Guadalquivir, sin espacio para maniobrar y alcanzar la barra o el abrigo de Bonanza, a un par de millas náuticas. Lo arrastró, el temporal lo arrastró, lo sacó de rumbo, el barco se quedó sin calado y la fuerza desatada de la naturaleza lo precipitó al fondo rocoso, fragmentando el casco, entrando el agua a expuertas en las bodegas, hinchando el arroz , reventando el cuerpo, ya mayor, ya cansado, del Weisshorn que encalló para la eternidad en el Picacho. ¿O no...?
"Vinieron unos helicópteros y se llevaron primero a la tripulación y después al capitán, creo, al campo de fútbol de Chipiona. Después se dijo que fue adrede, que esto de encallar el barco fue aposta por una deuda con el armador... Vete tú a saber qué pasó ahí..." Unos dicen que la naviera entró en quiebra, otros hablan de una deuda entre capitán y armador, incluso hay quienes defienden que el armador estaba implicado ya que el barco tenía muchos viajes dados... El temporal de varios días y la discrección de la noche, velos para disfrazar la jugada premeditada en accidente fortuito... Rumores y más rumores, en mar y en tierra, difuminando los contornos de la historia del Weisshorn.
"Son las cosas que dicen la gente porque pruebas no hay realmente", resuelve, contundente, Paco mientras el Ainara deja bajo su barriga decenas de bancos de peces. El Barco del Arroz se ha integrado en el hábitat de tal forma que el Weisshorn es ya un arrecife alrededor del que curiosean doradas, robalos y, con suerte, hasta alguna corvina.
"El Weiis... ¿qué?". Aunque su silueta es inconfundible, parte indeleble de los atardeceres de la costa sanluqueña, no todo el mundo recuerda el nombre de este Barco del Arroz. Que se lo digan a Roberto Payá que ha utilizado la característica imagen del barco como sello de su negocio y su nombre como rótulo. "El Weiis... ¿qué?, ¿pero ese no es el Barco del Arroz?", señalan algunos de sus paisanos en la puerta del Weisshorn, un antiguo despacho de vinos que hoy navega para convertirse en restaurante árabe en plena calle Sevilla.
No sólo el nombre tiene el establecimiento del barco. Su dueño se ha preocupado por recopilar recortes de prensa sobre la tragedia y su mujer, María Eugenia, por customizar cada plato, cada cenicero del bar, con la silueta inconfundible del Weisshorn. "También tenemos aquí un ojo de buey del barco. Mi familia tenía más cosas, como todo Sanlúcar, cuando el barco encalló todos fueron a ver qué se podía coger del barco. Mi hermano tiene uno de los botes, con sus papeles y todo, ¿eh? que se los hizo para tener las cosas en regla... Ahí todo el mundo cogió algo... "
Los piratas. Es lo más recuerdan Paco y Manolo mientras encaramos la canal que nos lleva al Weisshorn . "Los piratas, los buitres carroñeros... Lo dejaron seco al pobre. Se llevaron todo lo que se podían llevar, las cocinas, los botes, las puertas... Todo..." Y es que tras el desastre, del Weisshorn nadie se hizo cargo. "Por lo visto costaba mucho dinero remolcar el barco y fueron pasando los días y el tiempo hasta que se terminó de romper y de hundir y más dinero era", explican los hombres que, sin embargo, aseguran que los restos no representan ningún peligro ni para la navegación ni para el medio. Esta información no ha podido ser contrastada con la autoridad competente -Dirección General de la Marina Mercante - ya que el Ministerio de Fomento, al que la Subdelegación de Gobierno nos deriva como interlocutor válido, no ha respondido a esta cuestión.
"Las ratas que salieron para Doñana". "La gente llevándose las cosas con las camisetas liadas en la cabeza para soportar la peste del arroz podrido". "Los helicópteros, el ruido de los helicópteros esa noche"... Todos tienen un recuerdo, una historia con el Weisshorn, el único Barco del Arroz de todos los barcos del arroz que sobrevive a su leyenda. Más antigua que él mismo. Una leyenda insumergible.
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