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Crónica de la sesión de investidura en la Diputación de Cádiz
Cádiz/A Raúl Bravo y a Aranda se les van las mejores. ¿A quién se le ocurre arriesgarlo todo en una supuesta trama de compra de partidos de fútbol habiendo por delante una sesión de investidura en la Diputación de Cádiz? Vaya oportunidad perdida.
Porque como todo el pescado estaba vendido con la reelección de Irene García asegurada de antemano, lo que ayer hubo en esta institución fueron cábalas, muchas cábalas, sobre lo que va a suceder en el Palacio de la antigua Aduana en este nuevo mandato corporativo. Y las cábalas son un negocio latente, como es sabido por todos. Y tampoco hacía falta una infraestructura excesiva para poner ayer este negocio en marcha.
Hubiese bastado con montar un puestecito a la entrada del salón regio como el que suelen elaborar los niños coincidiendo con las carreras de caballos de Sanlúcar. Y partir de ahí a plantear apuestas fáciles (¿alguien más dará el voto a Irene García además de los diputados de 100x100?, ¿habrá algún roce el primer día entre socialistas y populares?) o apuestas combinadas más complejas y que darán más dinero a quienes terminen acertando preguntas como ¿respetarán los pedristas pedristasa la presidenta de la Diputación los cuatro años? o ¿cómo será la convivencia en el Grupo Popular con tres gallitos como Saldaña, Ortiz o Loaiza?
Las cábalas marcaron una sesión plenaria que se convirtió, de facto, en la décima fiesta que viven los socialistas en esta Diputación. Su único funeral fue en 2011, cuando el PP logró un triunfo efímero pero que, para los restos queda, se logró con una mayoría absoluta que los socialistas no disfrutan desde el mandato 1991-1995.
La fiesta socialista de ayer dejó no una protagonista sino una pareja de protagonistas. Como en esas películas romanticonas de Hollywood. Porque Irene García fue aclamada antes, durante y después de su reelección como presidenta, como no podía ser de otra manera. Pero no se quedó atrás Juan Franco, el alcalde absolutísimo de La Línea, que ha adquirido ahora un protagonismo inesperado por mor de su pacto con el PSOE. “Los afiliados de mi partido cabemos en un autobús”, dijo el regidor linense en su intervención. Y ese autobús tuvo que venir lleno a Cádiz, o el Ayuntamiento linense se tuvo que quedar ayer vacío, porque las aclamaciones al alcalde de La Línea en las afueras del salón regio fueron numerosas. No es que se escuchara “¡Franco, Franco!”, que no es plan, pero sí que hubo aplausos constantes.
21 de 25 concejales tiene el partido de Juan Franco en La Línea y 17 de 21 posee Miguel Molina en Barbate. Un bastinazo no, sino dos. Y ambos se convirtieron en la envidia del resto de alcaldes. Seguro que alguno habría apostado que ni el alcalde linense ni el barbateño se saben de carrerilla los nombres de todos sus concejales.
Si alguien hubiera apostado por cuántos votos iba a recibir ayer Irene García igual hubiera acertado, que tampoco era tan difícil, pero no si se hubiese arriesgado a detallar los nombres de los diputados que iban a poner su nombre en la papeleta. Porque la votaron los 14 diputados del PSOE y los dos de La Línea 100x100, claro, pero también el alcalde andalucista de Barbate, Miguel Molina. Pero a diferencia de lo sucedido cuatro años atrás ya no hubo voto a favor por parte del alcalde de Cádiz, ni tampoco del resto de los diputados de su grupo de Adelante.
Porque ahí está otra cábala de las caras: ¿Logrará vivir en paz estos cuatro años laconfluencia de la izquierda que ahora tiene además una fotocopia al lado? Porque el caso es un tanto extraño: hay tres diputados de Podemos y dos de IU pero realmente son cuatro de Adelante y uno de Izquierda Unida, aunque están los cinco juntos. Es decir, es como un equipo de baloncesto que a veces defiende en individual, otras en zona y otras con una defensa mixta 4-1 ó 3-2 con el Rori de pívot, el Hugo de base y el Kichi de ala-pívot.
Pero si la apuesta del día era acertar si iba a haber más juramentos que promesas a la hora de aceptar el cargo de diputado, los de Podemos e IU hubieran repartido muchos aciertos. Porque en una sesión en la que sólo juraron los ocho representantes del PP, la de Ciudadanos, el de AxSí y los socialistas Román y De la Encina, desde el ala más a la izquierda del salón de plenos se decantaron por unas promesas esperadas pero un tanto sui generis. Porque unos prometieron por su conciencia y honor, Kichi sólo por su conciencia (el honor se queda para las matrículas), unos por la Constitución porque no les queda otra, otros por respeto a los que los votaron, otros por un mundo más justo y más igualitario, y la sanluqueña Carmen Álvarez (de IU) prometió el cargo por imperativo legal y porque el Rey no ha sido votado por los ciudadanos, o algo así. Sólo faltó que alguien prometiera el cargo “por mí y por todos mis compañeros, por mí primero”.
Y se pueden hacer más cábalas en el grupo de Adelante como, por ejemplo, cómo se llamará la confluencia de Podemos e IU para las municipales de 2023. ¿Recuperará cada partido sus siglas? ¿Seguirán siendo Adelante? ¿Volverán a ser Sí se Puede? ¿O arriesgarán con Vamos Pudiendo, Hubiéramos o Hubiésemos Podido, Avanti Tutti o Adelante hombre del 600?
Pero para apuestas caras y complicadas, las que se pueden hacer con el futuro de los grupos provinciales del PSOE y del PP. ¿Respetará Ferraz la presidencia de Irene García durante los cuatro años o vendrá tormenta en un plazo corto de tiempo? ¿Y cómo será la convivencia en un grupo en el que José María Román ha sido impuesto como vicepresidente relegando a Ruiz Boix? De momento ayer hubo sintonía, pero habrá que verlo más adelante, cuando no haya tantas cámaras.
Y si se mira a una bancada, lo mismo se puede hacer en el lado opuesto, porque el PP parece un volcán al que le falta muy poco para entrar en ebullición. De momento nada cambia: Antonio Sanz sigue mandado y su número dos en la dirección provincial del partido, Antonio Saldaña, ha tomado las riendas del Grupo Popular en la Diputación. Pero ahí están también un José Ortiz que sigue siendo el referente del casadismo en la provincia y un José Loaiza que, seguro, seguro, ayer lo pasó muy mal. Porque pasar de presidente a portavoz y cuatro años después de portavoz a diputado raso es un mendrugo difícil de digerir.
Y si alguien hizo más apuestas, ahí van las respuestas: sí, el PP claro que habló de Cataluña; no, nadie citó a Vox en sus discursos, aunque hubo críticas a muchas de sus propuestas; sí, siempre hay un runrún cuando se nombran los apellidos de la diputada socialista de Rota –“¿Niño Rico? ¿De verdad que han nombrado a Niño Rico?”, se escuchó por los pasillos–; sí, afortunadamente hay un valiente como el alcalde de La Línea que, gloria por siempre a la oratoria, se atreve a dar un discurso sin un papel por delante; y sí, hubo el primer roce entre Ruiz Boix (PSOE) y Saldaña (PP). Tampoco es que la sangre llegara al río, que cosas peores se han visto en tantas investiduras, pero el enfrentamiento dialéctico promete. Ese y otros que se vislumbran en el horizonte entre los líderes locales del PP y del PSOE en El Puerto o en Vejer, por ejemplo, o con un ex alcalde de Puerto Real, miembro de Podemos, que seguro que tiene ganas de cantarle las cuarenta al PSOE antes o después.
Las ideas no se agotan y se puede apostar por cuándo se recuperará la figura de los maceros en un pleno extraordinario de la Diputación o cuándo habrá un presidente o vicepresidente de pueblo, porque, salvo la excepción de Francisco González Cabaña, en los últimos 25 años para asumir estas responsabilidades sólo se ha elegido a dirigentes de Jerez, San Fernando, Los Barrios, Conil, Cádiz, La Línea, Rota, Sanlúcar, San Roque o Chiclana. Una Diputación para los pueblos pero con la gente de los pueblos en segunda fila.
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