Y Mamen perdió la cabeza

Galería del Crimen | Capítulo 19

Tras matar a su pareja, le entregó su cráneo dentro de una caja envuelta en papel de regalo a su vecina para que la guardara

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Ilustración de Mamen Merino junto a Jesús Mari. / Miguel Guillén
Pedro M. Espinosa

02 de noviembre 2024 - 06:00

Cádiz/Los Pulgarcitos modernos vamos dejando tras nuestros pasos un rastro digital que no hay pájaro capaz de picotear. Los teléfonos móviles señalan nuestra posición con la exactitud de la X en los mapas del tesoro y el historial de nuestras búsquedas en Google ofrecen una idea precisa de quienes somos y cuáles son nuestros planes. Los de Mamen Merino eran acabar con la vida de Jesús Mari, su pareja. Las pruebas que los investigadores encontraron en el disco duro de su ordenador terminaron por incriminarla.

El conocido como Crimen de la cabeza de Castro Urdiales sobrecogió a la opinión pública española a principios del otoño de 2019. Una gaditana había sido detenida en el norte después de que su vecina abriera una caja que le había entregado meses antes para que se la guardara y encontrara la cabeza de un señor envuelta en papel de regalo. Mamen le había asegurado que la caja contenía juguetes sexuales, pero cuando por la casa se empezó a extender un hedor a putrefacción esta entendió que mucho olían esos vibradores para ser de silicona.

La cabeza pertenecía a Jesús María Baranda, un jubilado de 67 años que llevaba varios años conviviendo con Mamen y que desapareció sospechosamente en febrero de 2019. “Un buen hombre que se desvivía por Mamen, a la que trataba como una reina”, según dijo su primo al programa Espejo Público. María del Carmen Merino, más conocida entre sus allegados por Mamen, es hija de un policía nacional que llegó a patrullar las calles del País Vasco durante los años del plomo. Tras varios destinos la familia acabó echando raíces en Cádiz, donde tanto ella como su hermana se casaron y tuvieron hijos.

Mamen estudió en la capital gaditana e incluso jugó a baloncesto en el equipo de La Salle. Siempre fue una mujer activa, coqueta, que sabía granjearse la atención masculina. Pero también le gustaban los billetes verdes. “Se arrimaba a gente pudiente”, comentó a este diario una persona que la conoció en sus años mozos a poco de descubrirse el hallazgo en Cantabria.

Durante sus años en Cádiz conoció a Fernando, hijo de un conocido y próspero comerciante del centro histórico, con quien inició un corto noviazgo y con el que acabó contrayendo matrimonio. La pareja tuvo dos hijos. Quienes la conocieron aseguran que la necesidad de Mamen de “vivir bien” acabó desgastando a la pareja, que funcionó aceptablemente “hasta que las cosas empezaron a decaer en lo económico. El negocio familiar comenzó a flaquear y ella puso fin a la relación”, cuentan.

Tras el divorcio Mamen pone tierra de por medio y regresa al norte, donde vive su hermana. Pero no pierde el contacto con Cádiz. En una de sus últimas visitas aparece acompañada de un vasco simpático, su novio, Jesús Mari. Aunque tras su detención en diferentes medios se aseguró que Mamen tuvo problemas con la justicia también en Cádiz, en los juzgados de la ciudad no consta ninguna causa contra ella. Sí que las hay en Vigo, en los años 2013 y 2017. Según El Faro de Vigo, Mamen “dejó un rastro de estafas del amor en la ciudad”, y asegura el medio gallego que “encandiló al menos a dos vigueses que la denunciaron por pedirles dinero y no devolvérselo”. Los investigadores de la Guardia Civil sospechan que estos fraudes eran su forma de ganarse la vida, lo que viene a refrendar las palabras de algunas de las personas que la trataron en nuestra ciudad y que hablan de ella como una mujer “muy interesada”.

Porque el móvil económico parece estar detrás del crimen. Al menos así consta en el atestado de la Guardia Civil al que ha tenido acceso este medio, en el que se refleja que Mamen debía 20.000 euros a varias entidades bancarias y necesitaba “de manera apremiante” disponer de efectivo.

En el informe se detalla que Mamen procuraba hacer aportaciones mensuales a sus hijos por valor de unos 600 euros de media, y que con su humilde pensión esto cada vez le resultaba más complicado. La bola de nieve fue creciendo mientras bajaba la ladera hasta que creyó encontrar la solución. Mamen perdió la cabeza, y Jesús Mari la suya.

Lo más difícil, la cabeza

Quienes quieren deshacerse de un cuerpo saben que el principal problema es hacer desaparecer la cabeza. Mamen no ha sido la primera ni será la última. De hecho hay psicópatas muy famosos en la historia criminal mundial que han mostrado una manía obsesiva por las cabezas. Ed Kemper, considerado uno de los grandes asesinos en serie de la historia de EEUU y de los más crueles y depravados, ya decapitaba y desmembraba a las muñecas de sus hermanas siendo apenas un adolescente. Representaba con ellas rituales sexuales que, con el tiempo, trasladó a la realidad matando a varias estudiantes. Por ello se ganó el apelativo de El asesino de las colegialas, o, también, El cazador de cabezas.

A los 15 años Kemper mató con una escopeta a sus abuelos, con los que convivía en un rancho por la mala relación que siempre tuvo con su madre, que lo obligaba a dormir en el sótano ante el temor de que violara a sus hermanas menores.

El 27 de agosto de 1964, Ed tiroteó a su abuela mientras esta terminaba su último libro para niños. Cuando llegó su abuelo le disparó en el vientre. Acto seguido, llamó a su madre y le dijo: “Mamá, he matado a los abuelos”. Tras ser detenido comentó a los agentes que “sólo quería saber qué se sentía al asesinar a la abuela”. A su abuelo, al que decía querer mucho, lo mató porque “pensé que se enfadaría conmigo por lo que había hecho”.

A sus 15 años, Ed Kemper fue internado en un hospital estatal psiquiátrico, aunque, gracias a su gran inteligencia, se ganó la confianza de su psicólogo, del que acabó siendo asistente. Esto le hizo aprender de otros enfermos y acabaron soltándolo, en lo que, con el tiempo, se demostró como una muy mala idea.

Porque entre mayo de 1972 y febrero de 1973, Kemper, que medía más de dos metros y pesaba 120 kilos, mató a diversas estudiantes que encontraba en la carretera, a las que llevaba a zonas rurales aisladas para acuchillarlas o asfixiarlas y después trasladarlas a su apartamento, donde practicaba necrofilia con ellas antes de desmembrarlas y enterrarlas.

En abril de 1973, el bueno de Ed golpeó a su madre hasta matarla con un martillo de zapatero mientras dormía. Luego la decapitó, violó su cabeza –que llegó a usar como diana– y arrojó sus cuerdas vocales al triturador de la cocina. “Así dejaré de escuchar sus gritos”, dijo. Finalmente se comió parte de sus órganos y durmió cuatro noches junto al cuerpo en estado de putrefacción. No contento con eso, invitó a casa a una de las mejores amigas de su madre y la estranguló.

Tras esto se montó en su coche y se dirigió al este, pero al no escuchar en la radio ninguna noticia sobre sus asesinatos frenó y llamó a la policía para confesar que era El asesino de las colegialas. Les relató qué había hecho y donde podían encontrarle, además de reconocer su necrofilia y canibalismo. 

Durante su juicio alegó locura, pero fue hallado culpable de ocho cargos de asesinato. Pidió la pena capital pero, al estar suspendida en Estados Unidos en aquel momento, fue condenado a cadena perpetua. Actualmente es uno de los presos de la Prisión Estatal de Vacaville (California).

La motosierra

Mamen no es Ed Kemper, pero la idea de acabar con Jesús Mari le ronda el pensamiento. Tanto que el informe policial muestra el historial de búsquedas en Google que realizó en las fechas previas y posteriores al crimen y, entre ellas, figuran algunas del tipo “cómo montar una sierra eléctrica”, “cómo desatascar una motosierra Bosch”, “¿si mi marido desaparece sigo cobrando la pensión?” o “¿cuánto tiempo tarda en descomponerse un cuerpo?”. Todos estos indicios llevaron a los investigadores a plantear la hipótesis de que durante la destrucción del cadáver se le atascara la motosierra.

En primer lugar Mamen compra una sierra de calar y un martillo pesado, pero dos días después se hace con una pequeña motosierra Bosch. La Guardia Civil entiende que se encontró con la evidencia de que la sierra de calar, con sus dientes de corte, no eran suficientes para descuartizar a Jesús Mari. A pesar de todo, en el registro de su vivienda no se encontró ninguna de las herramientas adquiridas, algo que, para la Guardia Civil, demuestra que “se deshizo de ellas una vez finalizado el uso y con clara intención de no dejar vestigios sobre su utilización”.

Mamen Merino es conducida a los juzgados por un agente de la Guardia Civil. / Europa Press

Sangre y whisky

Nadie sabe aún dónde puede estar el cuerpo de Jesús Mari, pero hay pocas dudas de que Mamen acabó con su vida en su propio domicilio y que allí mismo destruyó su cadáver. Los agentes localizaron abundantes muestras biológicas en el domicilio: había manchas de sangre en las escaleras, en zonas superiores como la moldura del techo y también en las paredes del distribuidor de la casa. Antes de ponerse manos a la obra habría estado bebiendo de las cinco botellas de whisky que había comprado con anterioridad. “Puede llegar a ser comprensible que bebiera alcohol si tenemos en cuenta que la ejecución de los actos que conllevan la destrucción de un cuerpo mediante las herramientas adquiridas previamente, requiere no sólo una insensibilidad para abstraerse de esa realidad sino también una desinhibición ante los actos que se halla ejecutando, para lo cual, puede ayudar efectivamente la ingesta exagerada de alcohol”, indica el atestado.

La investigación apunta que durante las fechas en las que compró las herramientas de corte, también se hizo con productos de limpieza agresiva como lejías, quitamanchas, amoniaco y guantes reforzados. Además, pidió a la señora que le ayudaba con las tareas domésticas que “llevara a cabo una limpieza general en el domicilio”. La mujer, citada a declarar posteriormente como testigo, llegó a asegurar que al acceder a la vivienda se encontró “apiladas numerosas bolsas de basura llenas” que, según la sospechosa, contenían tierra. “Me pidió que las bajara por el interior de la residencia hasta el vehículo que se encontraba en el garaje para que las tirase a un contenedor. Las bolsas pesaban considerablemente”, dijo la mujer.

Tras estudiar los mensajes de whatssapp que Mamen envió a sus hijos los investigadores consideraron que su intención era volver a Cádiz y adquirir una vivienda en la ciudad. Para ello pensaba valerse de una importante cantidad de dinero que mantenía escondida en su casa, procedente de continuos reintegros extraídos de la cuenta de Jesús Mari a través de cajeros automáticos.

El pasado mes de julio el Tribunal Supremo confirmó la condena de 15 años de prisión a Mamen Merino por matar a su pareja en Castro Urdiales. La sentencia explicó que la acusada “en ningún momento proporcionó explicación razonable de los hechos y circunstancias que pudieran explicar el hallazgo de la cabeza”. 

El tribunal incluye otros indicios como la aparición de huellas dactilares en la bolsa que envolvía la caja con el cráneo de la víctima y la adquisición de las herramientas como prueba de su implicación. Esto y su historial en internet, el rastro permanente de la era digital, acabaron por desmontar su defensa.

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