Mané, infiltrado en el 'narco'

Los orígenes del contrabando de droga en el Estrecho

La historia de José Manuel Caamaño, el legendario policía que pasó toda la década de los 90 en Marruecos como informante de los movimientos del contrabando del hachís y la cocaína

José Manuel Caamaño en uno de los puntos calientes del tráfico de hachís, el cabo Espartel, en Tánger
José Manuel Caamaño en uno de los puntos calientes del tráfico de hachís, el cabo Espartel, en Tánger
Pedro Ingelmo

02 de marzo 2025 - 07:00

El próximo año hará tres décadas que no se sabe nada de Santiago Garabal. La última vez que se le vio fue en el juicio por la Operación Santino, la hermana pequeña de la Operación Nécora que puso patas arriba la comarca de La Barbanza, que abarca el pequeño núcleo montañoso donde nace la ría de Arousa y se desliza vertiginosamente hacia la costa. El origen de Santino fue una información proporcionada desde Casablanca que alertaba de que un buque, el Lady Vanessa, preparaba una carga de una tonelada de cocaína en el Caribe. Garabal había coordinado desde Marruecos el cargamento que tendría que haber llegado al pueblo de Ribeira para que el capo del clan de los Charlines, José Luis Charlín, distribuyera la mercancía.

Cuando Garabal supo que le iban a condenar a ocho años de cárcel desapareció y nunca más se supo de él. Posiblemente huyera a Venezuela, donde tantos contactos tenía. Quizá ya no esté vivo. Quién sabe. En Casablanca Garabal había trabado amistad con un español que tenía raíces gallegas y que se dedicaba a excavaciones arqueológicas en la frontera de Argelia. Aquel arqueólogo era en realidad un policía español nacido en Tánger y criado en Cádiz al que todos conocen por Mané, José Manuel Caamaño, el primer infiltrado en el mundo del narcotráfico de Marruecos. Él había sido el informador.

Caamaño ha novelado sus diez años de ‘agente secreto’ en dos libros, Bebedores de té y Conexión Galicia, publicados en la editorial Círculo Rojo, donde aparecen todos los personajes, pero no todos los nombres. Se jubiló en 2019 como comisario en Ceuta después de más de cuarenta años de servicio y tras haber pasado por muchos destinos. Pero es la década de los 90 en Marruecos la que ha marcado su carrera y le ha convertido en un policía legendario.

He quedado con él en un hotel de Costa Ballena donde despliega una desenfrenada actividad como coordinador de uno de los mayores raid de moteros de España organizado por el Moto Club de Moteros Gaditanos. Se van a juntar más de 500 para realizar una ruta de 700 kilómetros y pico en una jornada que han bautizado como El Desafío. El fin de semana promete camaradería y buenos ratos. A Mané le brillan los ojos de entusiasmo. Me explica que en esta ocasión él no cogerá su preciosa moto Honda Gold Wing con la que ha recorrido medio mundo. “Ya tengo las cañerías muy trabajadas para eso”. Su labor será organizar los puestos de control para sellar el paso de los participantes.

Caamaño con su grupo de estupefacientes de Cádiz en el año 1987
Caamaño con su grupo de estupefacientes de Cádiz en el año 1987

Nos sentamos con una cerveza en la cafetería. Quiero que hablemos de esos diez años en Marruecos y él se lanza con soltura porque es un magnífico contador de historias, pero hay que ordenarlas porque tiene tantas que salta de una a otra. Así que empecemos por el principio. Y el principio es que él es un hijo de policía destinado en el Tánger internacional. Cuando en 1956 la ciudad pasa a estar bajo la soberanía del rey de Marruecos su familia regresa a España y a los 18 años Caamaño ya está siguiendo la carrera del padre. A principios de los 90 ya es un curtido inspector que ha crecido en complicadas plazas. Su conocimiento del tráfico de los estupefacientes es grande antes incluso de la gran explosión del consumo porque ha estado en Mallorca y en Tenerife. En 1985 ha regresado a Cádiz para formar parte de la unidad antiatracos en los años en que los atracos estaban a la orden del día. Eran los tiempos de la epidemia de heroína.

El inicio de la inmigración

En aquellos años el contrabando de hachís no estaba entre las prioridades de España. Los problemas con el vecino del sur venían, desde la entrada de España en la Unión Europea, de la pesca. Hasta entonces el tránsito entre Marruecos y España era fluido. “Los marroquíes venían a España a hacer la temporada de ferias, ganaban pesetas y luego se volvían, pero a principios de los 90 se instauran los visados. Ya no es tan fácil entrar y si entras no vas a salir para volver a entrar. Es el inicio de la inmigración ilegal que automáticamente produce mafias que se encargan de meterte en España a cambio de dinero que, a su vez, genera deudas. Debo dinero, tengo que encontrar un trabajo para enviar dinero a mi familia y tengo que pagar a la deuda a las mafias a las que, además, tendré que pedir más dinero para traer a mi familia a España. Un círculo vicioso. La orden de arriba es que policialmente hay que investigar lo que está sucediendo. Es cuando me envían a Marruecos”.

En un principio, Mané se instala en Tánger con su mujer y sus dos hijos, pero rápidamente se dan cuenta de que no es operativo. Él pasa mucho tiempo fuera de casa y sus hijos no se adaptan. Su hija es una chica rubia de 14 años que no puede salir de casa sin que los jóvenes de Tánger le digan cosas. Está incómoda. Su mujer también. Deciden que regresen a Cádiz y él se queda completamente solo en Marruecos, sin familia y sin ninguna cobertura. “No existen los teléfonos móviles, sólo puedes enterarte de las cosas moviéndote. Está la inmigración, el hachís, el tráfico de armas... Hay rusos, ingleses, policías corruptos, mafias... Y todo se cuece en los putiblubs de Tánger. Si hay siete días a la semana, yo trabajo ocho con los oídos alerta”.

Descubre que Tánger es un hervidero. La caída del muro y, ya posteriormente, la guerra de los Balcanes ha convertido la ciudad en un punto neurálgico de comercio de las armas distraídas por ejércitos en desbandada. “Coincide con las huelgas del pan en Argelia, que son el principio del fundamentalismo en el Magreb. Los rebeldes quieren esos kalashnikov, controlan el tránsito a Túnez y de ahí a Italia y Bosnia. Todo se mueve en ese corredor y la divisa con la que se paga es la droga”.

Hay quien dice que el rey de Marruecos es el mayor traficante de hachís, pero esto no funciona así. El rey no es traficante: es dueño de las tierras de Marruecos"

Para moverte en ese mundo hace falta un buen confidente y Mané lo consigue con un piloto gibraltareño que hace portes en el Estrecho y que atiende al nombre de José. Mané le ha hecho favores quitándole de encima algún problema y de ser confidente, con el tiempo, se convierte en uno de sus grandes amigos. José le va a enseñar cómo funciona ese mundo y José no es cualquiera, se mueve en la órbita del palacio y es cercano a la hermana del rey Hassan, Laila, que se mueve con valija diplomática como embajadora honorífica del reino de Marruecos en la ONU. “Hay quien dice que el rey de Marruecos es el mayor traficante de hachís, pero esto no funciona así. El rey no es traficante: es dueño de las tierras de Marruecos. Entonces tú quieres plantar naranjas y el rey dice muy bien, págame diez, y llega otro y dice yo quiero plantar hachís y él dice, perfecto, págame cien mil. Por eso Marruecos nunca va a ser la solución al problema”.

José va a ser su cicerone en los campos de Ketama y Mané será testigo durante la década de los 90 del exponencial crecimiento de las tierras de cultivo de cáñamo. “No se me olvida, nos plantamos allí con un Mitshubishi con matrícula de Ceuta y le preguntaron a José que quién era yo y él dijo que alguien de fiar. Pensaban que era un traficante más, un socio de José, y me trataron estupendamente no sólo esta vez, sino todas las que fui. En Tánger me cubría porque aunque tenía una matrícula diplomática usaba la tapadera de lo de las excavaciones arqueológicas. Yo había nacido en Tánger y allí se había quedado mi tío Luis. Era como si fuera uno de ellos. Me llamaban Ben Luis, el sobrino de Luis. En cierta ocasión detectamos un inusual tráfico de motobombas en la frontera de Ceuta. Era una barbaridad. Descubrimos que las empleaban para desecar lagunas y riachuelos y así ampliar la superficie de cultivo”.

En los informes que enviaba Mané a España alertaba de todo esto. También lo hacía con algunos cuerpos diplomáticos europeos presentes en Tánger. “Ellos no se enteraban de nada, se pasaban el día jugando al golf”. Consiguió convencer al cónsul austríaco para que le acompañara a Ketama y comprobara lo que estaba sucediendo. “Se quedó impresionado”. Pues todo esto es lo que va a inundar Europa, le dijo. Y no se equivocó.

La historia de su confidente José tiene un final abrupto varios años después. En el entorno de la Casa Real con la que trabaja José han descubierto que su amigo Ben Luis es un policía español encubierto y sospechan que José les pasa información. Al policía español no le van a hacer nada, claro, pero sí a su soplón. El mismo contacto en los servicios de inteligencia marroquí que luego le salvaría la vida a Mané le dijo un miércoles a las diez de la noche que a las dos de la madrugada del jueves reventarían la casa de José con él y su familia dentro. Mané no se lo pensó. Acudió a casa de José, donde estaba con su mujer y su hijo pequeño. No le explicó nada. Simplemente lo metió en el maletero de su coche y le dijo que su mujer cogiera al niño y le siguiera con su vehículo. Esa noche pasaron la frontera de Ceuta con el pasaporte diplomático de Mané y ya en territorio español sacó a José del escondite: “Eres gibraltareño, cruza la frontera y no os mováis de Gibraltar en un tiempo”. A las dos de la madrugada, tal y como le habían dicho a Mané, la casa de José reventó y José ya no se movió de Gibraltar ni en un tiempo ni nunca hasta su muerte ocurrida hace no mucho.

Los gallegos

Durante todo el revuelo montado por la Operación Nécora, cuyo resultado judicial acabó siendo un fiasco, el juez Baltasar Garzón se puso en contacto con Mané. La petición que le hizo casi le hace reír. Sabía que la vía que estaban utilizando los clanes gallegos para meter la droga desde el Caribe a Galicia era en barcos pesqueros con escala en Marruecos. Utilizan algún puerto para tener allí el barco en stand by hasta que cierran el trato con Sudamérica y entonces se ponen en movimiento. También sabía que Melchor, el primogénito del patriarca del clan de los Charlines, andaba por allí refugiado. A ver qué podía hacer. “¿Sabes que la costa atlántica de Marruecos abarca más de mil kilómetros? Y supongo que Melchor no irá por ahí diciendo soy Melchor Charlín, tendrá un nombre falso. Es buscar una aguja en un pajar. En fin, envíame fotos de esta gente”.

Mané no tenía más medios que su coche y cartones de tabaco y botellas de whisky para sobornar a recepcionistas de hoteles. Se pone en movimiento, puerto por puerto. Viaja solo, duerme solo, come solo. Descarta Larache, no ve infraestructura para lo que le ha contado Garzón, lo mismo Kenitra, que es un puerto fluvial, y así, descartando y descartando, llega a Casablanca, donde se dirige al consulado a preguntar si tienen conocimiento de marineros gallegos por la zona. No, ni idea. Se va al puerto a curiosear. Las casualidades cuentan. Busca una casa de comidas por los alrededores y da con una que ofrece cocina española. Lo regenta una valenciana, Toñi. Hace buenas migas con ella y, charlando, le dice que suele tener por allí a un grupo de nueve gallegos, buenos clientes. No tiene nada que perder.

Pide a Toñi que antes de que lleguen le ponga en una mesa cercana a ellos. Y sucede. Llegan los gallegos se sientan en su mesa para nueve y él está al lado. Les escucha hablar, les observa. Uno de ellos parece el de en medio de Los Chichos, ¿puede ser Melchor? Parece ser por lo que escucha que tienen un problema con una pieza de un barco. Es su momento. “Perdonad, veo que sois gallegos. Yo también soy gallego, qué casualidad, ¿verdad? Encontrarnos aquí en Casablanca...” “Hombre, paisano, y de dónde eres…” Me dice Mané que no mentía del todo, sus orígenes son gallegos y podía hablar de los pueblos de la zona con familiaridad, aunque apenas tiene acento. “Es que me fui de allí muy chico”, les explica. “Pues no comas solo, primo, únete”. “No he podido evitar oír que teniáis un problema con una pieza del barco. Quizá os pueda ayudar”.

Se apoya en el consulado para conseguir lo que necesitan sus nuevos amigos y así se inicia una complicidad entre gallegos. Él les soluciona muchos problemas y ellos comparten sus planes con él. Naturalmente, no hablan de los cargamentos ni a lo que se dedican, pero Mané sabe cuándo se van a mover y si se van a mover es exclusivamente para eso, para traer la cocaína. También sabe cuáles son sus nombres verdaderos y cuáles son los falsos.

Melchor Charlín en el juicio de la Operación Nécora, en 1998
Melchor Charlín en el juicio de la Operación Nécora, en 1998

Garzón ya tiene la información que necesitaba y se abortan en alta mar un par de cargamentos, hay detenidos. Los marineros gallegos no saben cómo lo saben ni cómo la policía marroquí da con el paradero de Melchor. Lo extraditan en 1997. En el juicio el testigo estrella es Mané. Declara a cara descubierta. Melchor no sale de su asombro. Es el jodido arqueólogo. Grita: “Estás muerto. Y encima el hijo de puta es gallego”.

"Estás muerto", le gritó Melchor Charlín en juicio de la Nécora en el que testificó Caamaño

De regreso a Tánger vuelve a sus pesquisas sobre el tráfico de hachís, pero ya no tiene a José y la operación con los gallegos sabe que le ha quemado. Un día, antes de comer, recibe en el consulado una llamada de su amigo de los servicios secretos marroquíes que le dice que por qué no toman un té juntos de aperitivo. Mané no se extraña y dice que vale, pero cuando lo terminan su amigo le dice espera, vamos a tomarnos otro. “¿Otro? ¿Y cuándo vamos a comer?” “¿A ti te espera alguien en casa? No, ¿no? Pues tómate otro”. Él nota que algo raro está pasando. Su amigo apenas le da conversación y está pendiente del teléfono. Hasta que suena. “¿Sí? ¿Ya? ¿Todo correcto?”. Y entonces se lo explica: “Desde que volviste habíamos establecido un equipo de contravigilancia. Nos enteramos que los gallegos habían contratado a unos colombianos. Estaban esperándote en el garaje de tu casa. Te iban a liquidar. Ya están detenidos. Pero vendrán otros. No siempre tendremos la misma suerte”.

Mané me dice que 72 horas después ya estaba de vuelta en España. Su misión en Marruecos había terminado. Su próximo destino sería más tranquilo: profesor en la Escuela Nacional de Policía de Ávila. Allí les contaba a sus alumnos que “un servicio no sale en cinco minutos, cualquier tema necesita semanas, meses para poder culminar, e incluso en muchas ocasiones fracasas, con tu cabreo doble además por el tiempo dedicado, por no obtener el objetivo. Lo más importantes es ir cada día con ilusión, con ganas a tu trabajo y, si vas convencido, será un buen servicio, pero si estás harto, cansado, aburrido y te parece que es un bodrio, te puedo asegurar que tu trabajo será una mierda. Tu actitud es lo importante”. Su servicio al otro lado del Estrecho no le llevó ni minutos, ni semanas, ni meses. Le llevó diez años.

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