El parqué
Pendientes de Trump
Ante los discursos del gran reemplazo y las amenazas de guetización, me pregunto por qué insisto en escribir reportajes como este. Y sé que lo hago por historias como la de Abdou. Abdou Gueye es de Senegal. Se subió a la patera desde su pueblo el 20 de octubre de 2020. No emigró por urgencia económica, sino por falta de futuro: “Yo veía que todo el que seguía estudiando en mi pueblo terminaba sin hacer nada o en la pesca, igualmente cuenta. Y yo quería seguir estudiando en Europa”, dice.
Su padre intentó varias veces comprarle un billete, algo no tan fácil como parece y que el covid complicó: “De mi ciudad salen muchas pateras, y yo por la noche me levantaba y veía si podía irme”.
El caso de Abdou Gueye se repite mucho en quienes cruzan: hacen la travesía con el desconocimiento de sus familias, o con la oposición de estas. Al final, el viaje se complicó y tardaron 11 días en llegar a Canarias. “La gente enfermaba porque, durante cinco días, no teníamos agua ni comida, y bebíamos agua de mar”, relata. Muchos murieron: “Las cicatrices que me hice en los días sé que no se van a quitar nunca, y me recuerdan lo que pasé cada vez que las veo”.
Cuando llegaron a Gran Canaria y fueron atendidos por Cruz Roja, en un principio lo tomaron por menor: “Tenía veinte años, pero soy muy chico”, explica. Cuando llamó a sus padres para decirles que había llegado, su familia ya lo daba por muerto.
Abdou Gueye pasó seis meses en el centro de Las Canteras y después recorrió distintos hostales y casas de acogida. También hubo calle. Recabó en Las Raíces, un antiguo cuartel militar de triste fama entre los migrantes: “Es un campamento muy complicado –reseña Gueye–. Se pasa mucho frío. Cuando yo estuve, la gente moría ahí dentro”.
No tenía documentación ni dominio del idioma, pero lo aprendió en cuatro meses, “y hacía de traductor”. Reconoce que pasó mucho miedo y terminó pidiendo asilo. Lo trajeron a Andalucía el 15 de julio de 2021 y transitó por distintos emplazamientos en Sevilla (Macarena, Cruz Roja…), hasta llegar a la Casa Jana de Acogida que sostiene la organización SonríexÁfrica en Dos Hermanas. Trabajó en el campo, fue consiguiendo dinero y empezó a estudiar. Se sacó en un segundo intento la ESA y ahora está terminando el Grado Medio de Enfermería. Se gradúa este año, ya con documentación y contrato: “Fíjate, que yo quería haber hecho Derecho, pero con el tiempo los sueños cambian, y cuando estaba con los inmigrantes en el campamento vi todo lo que podía hacer como vínculo y traductor”, relata. El haber pasado por Las Raíces, asegura, le da margen para que los chavales que están en la ONG le escuchen: “Lo principal para nosotros es ir trabajando la autonomía”.
Su novia está estudiando Trabajo Social y ambos planean viajar a Senegal en dos o tres años para llevar a cabo un proyecto con el nombre de Jammu (paz), centrado en el ámbito sanitario y de acogida. Qué aventura, Abdou. “Sí –dice–, no descarto escribir un libro”.
La situación de saturación de llegadas de jóvenes migrantes al archipiélago canario –se calcula que, en lo que va de año, habrán llegado unas 20.000 personas–, y el reparto de 347 menores entre distintas comunidades autónomas no sólo ha saltado al discurso, sino que ha provocado rupturas en algunos gobiernos autonómicos.
“En Canarias, ahora mismo –resume la jerezana Sara Collantes, experta en migraciones de UNICEF Andalucía–, tenemos a grupos de más de 300 chicos que duermen sin separación entre colchones, que sólo tienen a personal no formado y donde nadie habla su idioma. Chicos que se pasan horas, días y meses sin hacer nada, sin ningún tipo de propuesta formativa y recreativa, y con un nivel de frustración y sufrimiento terrible. Muchos de ellos están cercanos a la mayoría de edad, y el sistema canario no tiene en absoluto capacidad para darles respuesta”.
En 2018, Andalucía registró un total de 3.459 menores de edad que pasaron por su sistema de guardia y tutela. Fue el momento en que la comunidad autónoma reaccionó, aumentando el número de plazas de acogida para ex tutelados en un 300% desde 2019.
“Ninguna comunidad autónoma de Frontera Sur puede hacer frente al nivel de llegadas respetando los derechos de la infancia –continúa Sara Collantes–. Cuando el sistema de recepción se colapsa, se colapsan todos los sistemas relacionados: calibración de la edad, atención a la salud mental, permisos de residencia… Sólo es posible asimilarlo con fórmulas de responsabilidad compartida para que no se sigan colapsando tanto estos territorios y vulnerándose los derechos de los jóvenes”.
Tanto Sara Collantes como Diego Boza, de APDHA, señalan cómo se repiten los esquemas de insolidaridad norte-sur: en el norte de Europa no son solidarios con el sur a la hora de afrontar la llegada de personas, y esa dinámica se refleja también en España. “El colapso se produce por la desproporción entre los recursos de los que disponen y las personas que los necesitan: o llegan menos personas, o tienes mejores recursos –añade Boza–. Y todos los años llegan igual, porque Canarias ha recogido el testigo de Andalucía después de 2018”.
Por eso, Unicef pide que se llegue, lo antes posible, a un acuerdo sobre una política de traslados eficaz, ágil y solidaria, que el Gobierno central garantice apoyo y recursos suficientes y que se implementen los protocolos para garantizar la protección de los menores.
Collantes destaca precisamente la importancia de esa primera acogida, “fundamental para superar el temblor del cayuco, el haber perdido amigos, el miedo de estar perseguidos por mafias, la explotación sexual… y tantas otras historias que son su realidad, y que pueden comenzar a revertirse en esos momentos –indica–. El poder sanador y resiliente de una primera acogida cuando sienten que importan es impagable. Cuando se hace mal, el panorama es el contrario: genera una enorme frustración que puede perpetuarse de cara al futuro”.
“Cuando se trabaja bien –prosigue–, la respuesta cunde muchísimo, pero hemos de procurar lugares donde conozcan sus nombres, donde puedan expresarse y los entiendan. Cuando estos chavales ven que le importan a alguien, le ponen muchísimas ganas, porque llevan encima mucha responsabilidad, y tienen mucha ilusión por salir adelante e integrarse. Cuando reciben mensajes contrarios, resulta desolador”.
¿Queremos que los discursos de los imanes radicales tengan más acogida? Pues lo podemos facilitar, en efecto, creando escenarios de recibimiento e integración penosos – en un mecanismo muy parecido, por cierto, aprovechando vacíos, al que usa la ultraderecha–.
“Si les transmites el mensaje de que crees en ellos, son capaces de superarse a sí mismos y pueden con todo –insiste Collantes–. Son adolescentes, y les tenemos que mostrar cuáles son las consecuencias de sus actos, y qué camino pueden tomar en la vida, pero les exigimos unas reacciones que no son propias de un niño”.
Cuando le pregunto a Abdou Gueye qué aspectos suponen un mayor choque cultural, responde que las cuestiones relacionados con la mujer y lo LGTB. Un aprendizaje al que, piensa, ha contribuido, entre otras cosas, su trabajo en el ámbito sanitario: “Tratar con todo tipo de colectivos y todo tipo de gente: hay que abrir la mente y pararse a pensar qué estás criticando – dice–. Todos somos iguales, lo que nos diferencia es la vida”. Una conclusión que debería ser de ida y vuelta.
“Mi padre tiene dos mujeres, y vivimos todos juntos, sus hermanos con sus mujeres y sus hijos, en una casa enorme –relata–. Pero a mí, aquí, me ha servido mucho tener el modelo de las mujeres de mi familia, mujeres muy fuertes, más duras que muchos hombres.”
“Hay prejuicios también allí, por supuesto, y cosas como el tema de la bigamia: conflictos y debates sobre los que ya ilustraba Mariama Bá en Una carta tan larga“, apunta al respecto la periodista sevillana María Iglesias, que se ha ido implicando en el fenómeno de la inmigración desde la crisis migratoria de Siria. “Y, desde entonces, he ido viendo cómo se ha ido usando el mismo proceso que se usaba con el antisemitismo en los 30 y 40: acrónimos, chivos expiatorios, bulos, deshumanización –denuncia–. Cuando yo creo que la ultraderecha no se opone al llegada de inmigrantes, pero como neoesclavos”.
“¿Dónde están esas amenazantes pandillas? Porque yo nos las veo –prosigue–. Un problema que sí veo, por ejemplo, el de las subidas de precio en los pisos, no despierta todo ese vitriolo hacia los fondos de inversión o hacia el alemán que compra una casa. Es todo una enorme tinta de calamar”.
María Iglesias intentó dar respuesta en Horizonte (Edhasa) a la gran pregunta, la pregunta que Abdou Gueye se repetía durante todo su periplo: por qué. Por qué venimos, y por qué tenemos que venir así. “En efecto, por qué –corrobora Diego Boza–. ¿Por qué ciertos menores tienen mejores condiciones de partidas que otros? Y ahí es dónde está una de las debilidades de cualquier discurso racista, porque esa pregunta te remite directamente a la pobreza de sus ancestros, la explotación de muchos siglos, por qué la heredan: porque no sólo se da en el territorio, la llevan a cuestas. Por qué esa injusticia, y por qué se mantiene, y por qué se desarrolla ese odio contra quien intenta saltarse ese planteamiento”.
Ese odio, o esa indiferencia. “Sabemos cómo hay que hacer las cosas, como hemos demostrado con los asilados ucranianos –apunta María Iglesias–. Pero aquí vemos fallas estructurales, como que las redes de acogida estén externalizadas y las lleven a cabo ONG (que no sea un sistema estatal), lo que provoca que se busquen casas y pisos más baratos, en barrios más alejados: un escollo más a la integración. O meter a un niño sin idea del idioma en el curso al que pertenece pero sin refuerzo idiomático. Con tanto en contra, quienes consiguen hacerse un hueco en la sociedad, sí que son ejemplos válidos de la cultura del esfuerzo”.
“¿Qué te va a quitar un inmigrante negro en el campo o en el Mercadona? Son trabajos precarios. Las mujeres cuidan a los abuelos en las residencias y las casas –añade Abdou Gueye–. Nosotros aportamos cosas, pagamos seguros: creo que yo nunca he cobrado una ayuda directa del Estado hasta hoy en día”.
“No le puedes preguntar a un hombre si es machista, se lo tienes que preguntar a la mujer –continúa–. El racismo se da de muchas formas, en muchos grados, pero hay que acabar con los prejuicios, y eso se hace acercándose y hablando”. Por eso para él ha sido tan importante, asegura, la reciente celebración de la Semana de África en SonríexÁfrica, que hizo que “saliéramos todos juntos, que comiéramos y bailáramos todos juntos, y nos conociéramos”.
“El proceso de integración y choque cultural es de doble dirección y lleva su tiempo, y no es malo que tenga su tiempo –comenta Sara Collantes–. Es normal sentir inquietud hacia el que es diferente. El tema es qué haces con eso, si cruzas o si os encontráis los dos en mitad de la calle. No hay que dejarse engañar con noticias falsas. Y eso sólo se consigue con el roce”.
Boza subraya, también, el valor que tiene el retorno a sus lugares de origen de muchas de esas personas que venían con mentalidades distintas y han ido cambiado. En la ruta de Abdou, y quizá como respuesta a ese gran por qué que lo aplastaba, está el panafricanismo: “El futuro del planeta se está apoyando en África, hay que volver y aportar muchas cosas, hay que luchar por la unidad y la riqueza propia. Tenemos que volver”, afirma.
na buena pregunta que hacerse respecto a los jóvenes inmigrantes es dónde están ellas. Dónde están las chicas: “Aunque va aumentando el número de chicas que llegan en los cayucos, la movilidad de las mujeres se produce por otras vías: está ligada a la trata para explotación sexual o laboral –explica desde APDHA Diego Boza–. También es verdad que tienen un papel más pasivo, son menos dadas a moverse. Pero la trata hace que no se muevan por estas redes, sino por otros mecanismos que las invisibilizan aún más”. “La información que tenemos –confirma Sara Collantes, de UNICEF–. es que en Canarias está subiendo el número de chicas que llegan, con indicios de ser víctimas de trata,pero no se las está pudiendo identificar, ni proteger, porque no hay herramientas de gestión de crisis como las que deberíamos tener”.
Otra cuestión que sale a menudo respecto al fenómeno migratorio es la de la edad: pueden mentir y decir que son menores porque el sistema les va a proteger; o pueden mentir y decir que son mayores porque saben que les van a dejar en libertad relativamente pronto y lo que quieren es trabajar, llegar al destino que se marcan o reunirse con familiares: “Suele darse más, de hecho, este último caso”, comenta Boza, que señala que desde APDHA han apuntando lo impreciso de la prueba de la muñeca, “que se basa en una base de datos de los años sesenta en Estados Unidos realizada entre población blanca”.
También te puede interesar
Lo último
El parqué
Pendientes de Trump
En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
Editorial
Situación insostenible en la Fiscalía del Estado
27 Comentarios