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La mujer que metía las berzas en cintura

GASTRONOMÍA

Casa El Naca sirve platos de culto, es una especie de 'capilla' donde se venera el cuchareo.

Rosa Prius Vargas fundó junto a su marido Agustín esta casa de comidas en San Fernando en 1963. / Román Ríos
Pepe Monforte

19 de marzo 2017 - 02:12

Chiquillo yo tengo mucha vida que contar", dice Rosa Prius Vargas. El próximo mes de mayo, el mes de las flores, cumplirá 80 años, pero está como un pincel. Huele a Agua de Rosas… pues la compro en tarro de litro y me sale a 9 euros, me informa rápidamente.

Está tranquila. Ya ha contado su vida unas pocas de veces. Lleva un pantalón negro y unos zapatos de esos comoditos, pero por arriba es todo alegría. Yersi y rebequita a juego, en colorao y con ribetitos negros. El pelo patrás, recogido a la perfección en un roete. Rodeados de las señales de la edad, aún destacan sus ojos azules, vivos, atentos a cualquier movimiento y que hacen juego con los manteles de acuadritos que luce la última casa de comidas de San Fernando, como se llama Casa El Naca La Pastora, el bar que fundara con su Agustín allá por 1963 y situado junto a la parroquia del mismo nombre.

"Yo paría por la noche y por la mañana ya estaba aquí puesta", dice la dueña, ya retirada

Ya se ha retirado, pero antes de irse dejo a su nuera, María Dolores Sánchez y a su nieto, José Antonio Sirviente las instrucciones perfectas para "meter en cintura una berza" su técnica infalible con la que alimentó a cientos de "pelaos", soldaos que hacían la mili en San Fernando y que se acercaban al Naca para ponerse púos con la estrella de la casa, un plato con dos huevos fritos, papas, dos pimientos fritos y una chuleta de cerdo. Ponerse "jipatos", su venganza del rancho del cuartel, les costaba 25 pesetas e incluía pan postre y tercio de bendita cerveza.

Dice Rosa que la clave está en el fuego lento y esa misma "meteura de cintura" la aplica al menudo, las albóndigas y los solomillos a la casera, los platos de culto que se sirven en el comedor de El Naca, una especie de 'capilla' donde se venera al cuchareo y cuyas paredes están llenas de referencias cofrades y fotos de la famila.

Rosa no ha cocinado su vida precisamente a fuego lento. Se diría que ha ido a velocidad de olla express. Nació en la calle Misericordia, la segunda de seis hermanos, 2 varones y 4 hembras. A los ocho años empezó a servir en una casa. Tenía hasta que subirse en un cajón para poder fregar los platos. Allí estuvo hasta los 16 años. Aún adolescente arrejuntó cuarenta duros para hacerse con dos puestos en la plaza de abastos de San Fernando, uno de frutas y otro de verduras. Su afán por atraer a la clientela le hacía ir hasta Cádiz, al muelle, a traerse los tomates que venían de Canarias.

Allí conoció a su Agustín. A los 23 años se casaron y Rosa se hizo cargo del bar que pusieron en marcha mientras él trabajaba en La Bazán. Lo atendía ella sola. Preparaba la comida para los que iban a almorzar, les ponía la comida y aún tenía tiempo para criar a los niños. "Yo paría por la noche y por la mañana ya estaba aquí puesta", relata esta mujer que "reconoce que toda mi vida lo que hecho es trabajar, pero porque me gusta".

El nombre del bar, 'El Naca', viene por lo del pelo nacarado de Agustín, que murió en 2002.

Viajar poco, ni iba a la playa confiesa delante de su hijo Juan Antonio que ahora regenta el bar familiar. Al final de la conversación muestra su mejor medalla: "A mi todo el mundo me quiere". Recibió la medalla del trabajo, otra distinción cofrade y hace unos días la Asociación de Hosteleros de San Fernando (Ahsitur) también le ha rendido homenaje con motivo del Día de la Mujer Trabajadora. Su obra sigue expuesta a diario en el bar en forma de albóndigas metías en salsa, croquetas del puchero, el arró y la carne al toro. Su única afición son los zarcillos. Hoy luce unos bien hermosos de color dorado. "Me gustan grandes", confiesa. Le gusta ver las procesiones en Semana Santa "y que me paren los pasos aquí delante". Bueno…y deja ya de apuntá, pichita, que va llená entero el diario conmigo".

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