No todo el monte era orégano para el PSOE de Cádiz
Historias de Cádiz-Herzegovina | Capítulo 28
Hace 30 años las dos familias que mandaban en el PSOE gaditano acordaban prescindir de Carlos Díaz, el primer alcalde democrático de la capital. Pensaban que la ciudad jamás les fallaría, pero todo les salió mal
La última etapa de Díaz fue del todo irrespirable, con ocho concejales de su partido siempre enfrente suya
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Lo hemos escuchado mil veces. Nos lo repetían nuestros mayores y es posible que hasta nosotros mismos lo hayamos dicho en alguna ocasión: “No todo el monte es orégano”. Esta frase proverbial, como la define el Instituto Cervantes, se suele usar como advertencia, como recordatorio de que no todo es un camino de rosas, que siempre pueden surgir dificultades inesperadas que compliquen conseguir un propósito. Pero, ¿por qué se recurre al orégano, cuando es una de las especias a la que se le da un valor bastante residual?
La respuesta la encontramos, como tantas veces, en la antigüedad, cuando, a falta de medicinas, se recurría a los productos que regalaba la naturaleza para sanar o al menos aminorar los males. Y el orégano, una planta aromática empleada como condimento, también se usaba para hacer ungüentos y pomadas a las que se les atribuían propiedades curativas.
Pero también se sitúa al orégano como el contrapunto a las malas hierbas. No en vano es un sustantivo cuya etimología proviene del griego y que significa “planta que alegra el monte”.
En la ciudad de Cádiz no hay montes pero sí mucha cultura popular y mucha afición al refranero. Por eso hay mucha gente que sabe que efectivamente no todo el monte es orégano, ni en la vida en general ni en la política en particular. Y lo que sucedió hace 30 años es un claro ejemplo de ello.
Porque lo que ocurrió en la capital gaditana hace ahora tres décadas tiene mucho de exceso de confianza pero también mucho de error histórico. El exceso de confianza vino porque los que mandaban entonces en el PSOE decidieron prescindir como candidato a la Alcaldía de Cádiz de Carlos Díaz, el primer regidor democrático de la ciudad y que llevaba 16 años en el cargo. Apostaban por la renovación y, sin temor alguno a un PP cuyo poder municipal era ínfimo, los socialistas estaban convencidos de que, tras tres mayorías absolutas consecutivas, pusieran a quien pusieran al frente de su candidatura los gaditanos no les iban a fallar. Vamos, que todo el monte era orégano. Y el elegido para mantener la Alcaldía fue Fermín del Moral, persona perteneciente a una familia muy conocida de Cádiz, de trato afable y con experiencia en la gestión, ya que era viceconsejero de Obras Públicas en la Junta de Andalucía. Pero todo le salió mal al PSOE, rotundamente mal. Porque con su mayoría absoluta, amplia e inesperada a partes iguales, Teófila Martínez vino a decir que el orégano que había en el monte pasaba a ser todo del PP.
Aquella maniobra de cambio de candidato derivó además en un error histórico porque en 1995 el PSOE no sólo perdía la Alcaldía de Cádiz, algo que ya de por sí era noticioso, sino que además abría una etapa que se prolonga ya por espacio de 30 años en la que los socialistas no han vuelto a gobernar en la ciudad. Esta travesía en el desierto tan prolongada sólo tiene un parangón entre las capitales andaluzas, en Málaga, donde igualmente los socialistas suman el mismo número de años sin gobernar, en concreto desde que en ese 1995 Celia Villalobos (PP) relevara a Pedro Aparicio (PSOE).
Y en lo concerniente a la provincia de Cádiz sólo hay un caso igual y es el de Conil, donde los socialistas igualmente no tocan poder desde que Saturnino Iglesias fue relevado como alcalde también en 1995. Todo ello sin olvidar el caso de Trebujena, donde la sequía socialista en el gobierno municipal es mayor aún, en concreto desde 1991, cuando Antonio Cabral era derrotado igualmente por IU.
Pero, ¿qué pasó en el PSOE de Cádiz hace ahora 30 años? ¿A qué vino ese cajonazo a un alcalde tan querido por los gaditanos como era Carlos Díaz? Para buscar la respuesta a estas preguntas quizás haya que pararse un momento en la personalidad de quien fue alcalde de Cádiz entre abril de 1979 y junio de 1995, ese sevillano hijo de militar que aterrizó en Cádiz a principios de la década de los cincuenta del siglo pasado con apenas 15 años de edad, que se formó en el colegio San Felipe Neri y que se licenció en Derecho por la Universidad de Sevilla. A partir de ahí daría sus primeros pasos en la política, afiliándose primero al PSP de Tierno Galván, luego al PSOE y en paralelo creando en 1976 la asesoría jurídica de la UGT en Cádiz. Hasta que llegaron las elecciones municipales de 1979, en las que fue elegido cabeza de lista del PSOE casi por accidente, porque iba a ir inicialmente en el número siete de la candidatura pero ascendió al uno en una estratagema pacificadora del partido, que no quiso abrir una guerra interna eligiendo a alguno de los gallitos que anhelaban ese puesto. Y Carlos Díaz, que ni por asomo se planteaba ser alcalde, se mantuvo 16 años en ese puesto primero gracias al pacto de izquierdas (PSOE, PCE y PSA) contra la UCD en 1979 y luego con tres mayorías absolutas consecutivas en 1983, 1987 y 1991 en las que logró 18, 16 y 14 concejales, respectivamente.
Compañeros suyos de partido y adversarios políticos coinciden en dos características esenciales de Carlos Díaz: que era una magnífica persona –lo mejor que se puede decir de alguien– y que no era un líder –un lastre para cualquier político–. Otra cosa es la valoración de sus 16 años de alcalde, donde ahí sí surgen discrepancias entre quienes afirman que impulsó la transformación de Cádiz convirtiéndola en una ciudad moderna y quienes le reprochan que no pudiera frenar el desmantelamiento de algunos emblemas gaditanos como los astilleros o la Universidad.
Austero, educado, honrado y conciliador, Carlos Díaz siempre se sintió más a gusto cerca de la ciudadanía, escuchando los problemas de los vecinos, que tratando con el resto de la clase política, quizás porque siempre tuvo la sensación de que dentro de su partido le estaban moviendo la silla constantemente.
El ser un verso suelto en el PSOE gaditano, el no estar posicionado con ninguna familia socialista, fue algo que le lastró a lo largo de su carrera política y que le terminó condenando. De ahí que fuera expedientado por su partido al negarse a votar a favor del peaje en la autopista Cádiz-Sevilla en su etapa como parlamentario andaluz (de 1982 a 1994), que viera cómo era ninguneado a la hora de pedir inversiones para Cádiz tanto en el Gobierno de España como en la Junta de Andalucía pese a estar ambas administraciones en manos de su propio partido o que tuviera que comprobar cómo en más de una ocasión sus propios concejales votaban en los plenos en contra de su criterio. Pasó, entre otros casos, con Juan Jiménez Mata, con Alfonso López Almagro o incluso con Josefina Junquera, la única concejala que formó parte de los grupos municipales socialistas en los mismos 16 años en los que Carlos Díaz fue alcalde. En marzo de 1989 el regidor anunció incluso el cese de Junquera como primera teniente de alcalde y delegada municipal de Servicios Sociales y Cultura por apoyar ésta en el pleno, en contra del criterio del alcalde, a una clínica abortista de Madrid a la que se le había abierto in expediente sancionador. La mediación de dos pesos pesados del partido como Rafael Román y Eduardo García Espinosa la terminaron salvando.
Pero mucho peor fue lo de junio de 1993, cuando el llamado grupo de los ocho –que reunía a ocho de los 14 concejales del PSOE– se puso enfrente de Carlos Díaz. Este grupo claramente vinculado al varguismo –una corriente ideológica liderada por Ramón Vargas-Machuca– le plantó cara al alcalde y al secretario provincial del PSOE, que entonces era Alfonso Perales. A este último llegaron a decirle que quería hacer “una limpieza étnica con nosotros” y al primero le reclamaban más diálogo interno, que se dejara de obras faraónicas y que atendiera las carencias de los barrios humildes de la ciudad. Y exigían cambios en el grupo municipal pidiendo el relevo como portavoz y coordinador de Rafael Garófano y defendiendo a José Fernández Chacón, que en ese mandato era el primer teniente de alcalde y a quien Carlos Díaz venía cuestionando. “Si Chacón es cesado dimitiremos todos”, dijeron sin tapujos Josefina Junquera, José Manuel Vera Borja, Alfonso Carlos García González-Betes, Carlos Mariscal, Teresa Martos, Juan Beriguistain, Salvador Ramallo y el propio Fernández Chacón, es decir los componente de este grupo de los ocho.
Pero Carlos Díaz no se amilanó y a través de los decretos de alcaldía –su única arma contra sus concejales díscolos– no sólo relevó a Fernández Chacón como primer teniente de alcalde sino que también despojó a García González-Betes del área de Urbanismo, dejándolo solo con Limpieza, Parques y jardines. Y nadie dimitió. Además, Díaz reforzaba a sus dos ediles más fieles, es decir, Rafael Garófano y Pablo Lorenzo. Los otros tres que se quedaron igualmente a su lado en ese último mandato fueron Pedro Arroyo, Fernando Suárez y Federico Pérez Peralta.
La situación era tan insostenible que los peralistas y los romanistas que entonces mandaban en el PSOE de Cádiz optaron por cortar por lo sano, decidiendo ese mismo año que el candidato a la Alcaldía de Cádiz en 1995 sería Fermín del Moral. Las negociaciones para que Carlos Díaz terminara en el Senado o en la Presidencia de la Diputación quedaron en nada, optando el ex alcalde por abandonar la política. Desde su casa vería cómo en las primeras elecciones sin él de candidato el PSOE sufría una estrepitosa derrota, logrando apenas siete concejales frente a los 15 del PP.
Curiosamente cuando el gobierno de Teófila Martínez aprobó ponerle el nombre de Carlos Díaz a una plaza ubicada frente al Hospital Puerta del Mar el ex alcalde no tuvo a casi nadie de su partido arropándole en la inauguración. Pero, cosas de la vida, ninguno de ellos faltó al tanatorio cuando el primer alcalde democrático de Cádiz fallecía el pasado marzo.
A finales de 1996, un año y medio después del relevo en la Alcaldía, Teófila Martínez presidía como alcaldesa la inauguración del Palacio de Congresos de Cádiz en el antiguo edificio de Tabacalera. Carlos Díaz, que inició e impulsó esa obra pero que no logró verla acabada en su etapa como regidor, fue invitado al acto, al igual que algunos otros cargos del PSOE como, por ejemplo, Alfonso Perales, ex presidente de la Diputación y entonces diputado nacional. Al acabar la inauguración, los socialistas fueron los primeros en abandonar el edificio y ya en el exterior Carlos Díaz era aplaudido y vitoreado por el público. Fue en ese momento cuando, viendo esas muestras de cariño, Alfonso Perales le confesó a uno de los cargos de su partido: “Qué gran error hemos cometido”. Y soltó esa frase premonitoria sin imaginarse que la sequía de su partido en la ciudad de Cádiz no había hecho más que empezar. Porque son 30 años ya sin ver el mínimo atisbo de orégano en el monte.
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