El pasaporte al porno y las buenas personas
La presentación de la Cartera Digital Beta como herramienta de acceso a contenido adulto ha vuelto a poner el foco en las consecuencias de su consumo entre niños y adolecentes
Quedarían fuera de campo cuestiones como el contenido en videojuegos, en redes como Telegram o en plataformas como Onlyfans
El Gobierno prevé lanzar a finales de verano la web para verificar la edad en páginas porno
Ser ministro y tener que salir a anunciar una medida que controlará, y medirá, el acceso a las páginas porno. Sabes que vas a ser carne de meme. Sabes que puedes hablar durante horas, pero que la gente verá una palabra flotando por encima de todo tu discurso, y esa palabra será: pajaporte. Algo así debió pensar el ministro para la Transformación Digital del Gobierno, José Luis Escrivá, cuando hizo pública la herramienta desarrollada desde la administración central para disminuir el acceso a contenido no deseado entre niños y adolescentes. La presentación de la Cartera Digital Beta, la aplicación que proveerá claves de acceso DNI mediante, ha despertado suspicacias tanto sobre su viabilidad, como su efectividad o dudas sobre la privacidad y gestión de datos.
Tasia Aránguez es doctora en Derecho y profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad de Granada, además de especialista en feminismo jurídico. Para ella, la iniciativa se ha quedado “muy corta”, sobre todo, teniendo en cuenta que desde la directiva y reglamentos europeos, todas las páginas porno que operan en la UE deben garantizar el mecanismo de verificación de edad. Una línea que afecta no sólo a webs, sino a cualquier proveedor de servicios de internet, incluso redes sociales, que permitan que haya contenido adulto en ellas: es decir, espacios como X-Twitter o Telegram tendrían que garantizar igualmente mecanismos eficaces.
El sistema de la Cartera Digital no es, afirma Aránguez, un mal recurso: combina dos elementos, verificación de la mayoría de edad a través del certificado digital, y su uso personal. “Por eso –explica–, se mide el número de entradas y se pide un tope:no vas a pasar a otro tu permiso porque te quedas sin uso”.
La directiva europea maneja la prohibición de los sitios que no desarrollen herramientas eficaces de control de edad, con multas de hasta medio millón de euros y bloqueo de páginas. También contempla que se sancione el llamado contenido de odio, con las mismas consecuencias, que especificará la autoridad administrativa del país: “Aquí, serían el Mercado de la Competencia junto con la Agencia de Protección de Datos las autoridades encargadas de determinarlo –indica la especialista–. Cada Estado sería el que tendría que introducir un artículo señalando qué tipo de manifestaciones se tienen que considerar de odio y por qué”.
“La cuestión de la protección de datos se ha valorado en la Comisión Europea durante mucho tiempo –prosigue Aránguez–. Se sopesaron medidas como la desarrollada en Reino Unido, tarjeta de crédito mediante para realizar un pago simbólico, pero se estimó que esto estaba en contra de la ley de datos, porque da acceso a información muy ligada”.
La app desarrollada en España es muy parecida al sistema ya implantado en Francia, “un sistema de certificado digital que asumía la normativa de datos, y que borraba en el registro cualquier información que no fuera la relativa a la edad”. Otro tema es si los hackers podrían rastrearlo o no.
Lluís Ballester, doctor en Sociología y profesor en la Universidad de las Islas Baleares, visitó Cádiz dentro de los Cursos de Verano de la UCA, para participar en las jornadas Violencia sexual en las diferentes etapas de la vida de las mujeres. Para él, la medida anunciada debería haberse presentado dentro de un plan integral contra la violencia, con competencias en varios ministerios. En su opinión, anunciar algo así de forma aislada lanza a la sociedad a un debate erróneo, cuando tendría más sentido verla dentro de un paquete de medidas de protección de la sexualidad: “Se produce una reacción de rechazo antes de que se ponga en marcha”, apunta.
En sí, el sistema de la aplicación que plantea el Gobierno central “no está mal, aunque eso no evita que tenga problemas: es una medida aceptable, igual que son aceptables las restricciones al consumo de alcohol, aunque no elimine completamente el problema”, indica. Ballester, sin embargo, comenta varios vacíos, como que se refiera a plataformas de distribución explícita dentro del ámbito de la Unión Europea, “cuando la mayoría están alojadas en Reino Unido, o puedes recurrir a VPN”; o que dejan fuera de foco los videojuegos o el contenido que pueda haber en redes como Telegram: “Es una medida que parece hecha por informáticos, que en el papel queda muy bien (tienes que ir renovando temporalmente, la plataforma nunca puede identificarte...), pero luego, territorios menos específicos, pero que no son secundarios, quedan fuera. Queda fuera por ejemplo Onlyfans, porque es de pago y se supone que hay un sistema de control, pero la realidad es que generan buena parte del consumo”.
El consumo al porno se valida en la asunción, en la normalidad: todos lo hacen, todos los han hecho. Quien tiene problemas son cuatro adictos, puedes escoger el contenido, yo no veo eso: “Entre adolescentes es común pensar que accedes a un saber que te hace conocer mejor el sexo; otros, activan su emocionalidad sexual a través del porno –describe Ballester–. Pero luego pasas cada vez más tiempo mirando, o con gente, o te parece normal un bukake múltiple con una adolescente. No, tú nunca lo harías, pero al final, al visionarlo o darle al like estás diciendo que más contenido así, por favor”.
“En el porno –prosigue– se multiplica el discurso justificatorio: están muy bien pagadas, hay seguridad, es un trabajo como otro cualquiera... Pero es una aceptación indirecta de la violencia. El porno es la única cinematografía en la que la violencia no se representa, ocurre que puede ser una normalización de la violencia muy sutil”.
El concepto de consentimiento actúa asimismo como gran paraguas pero, para Ballester, no es compatible con la escala del porno hoy en día: “No puedes asegurar que haya consentimiento siempre, aun en la hipótesis de que aquí todas las grabaciones fueran consentidas: ¿y el resto de Europa, y Asia? –prosigue–. Las violaciones y prácticas extremas no son cosa de fantasía, son reales: el fisting, pellizcar los pezones, duelen; o las enfermedades y embarazos no deseados (las pruebas no dan resultados inmediatos); o el consumo de droga para aguantar, como ocurre en la prostitución”.
Para Tasia Aránguez, el porno es “prostitución y trata filmadas: la pornografía actual no podría basarse en la producción casera. La inmensa mayoría del contenido lo crean un puñado de productoras”.
La existencia de vasos comunicantes con la prostitución es explícita en el caso de la publicidad existente en estos sitios: más del 80% de los anuncios van encaminados a ella, “muchos, camuflados como falsos anuncios de contacto: ‘No seas idiota, ¿no tienes 30 euros?’ Ese es el mensaje constante –cuenta Lluís Ballester–. El negocio de la prostitución se financia también mediante publicidad en la pornografía, con un catálogo similar”.
La actitud amable respecto a la pornografía se basa en el “discurso sobre libertad sexual, opuesto al puritanismo y al totalitarismo de la sociedad del XIX –indica Aránguez–. Y ese discurso en España es especialmente fuerte, en gran medida por la represión del franquismo y el efecto péndulo, por eso somos uno de los países que más valida el discurso proxeneta, y capitales europeas de prostitución y porno. Si toda la sexualidad es libertad, cuanto más hipersexualizados estemos, más libres seremos: este carácter de todo sexo como algo incuestionable, y liberador, y bueno, pone un filtro sobre la explotación de menores de países ricos a los pobres, por ejemplo”.
“Es una inercia muy resbaladiza –prosigue Aránguez–, porque no se diferencia entre la sexualidad ligada a la violencia o la libertad de orientación sexual, o la sexualidad consentida entre personas adultas. A veces, pienso que es una especie de peaje por la liberación que hemos vivido las mujeres en otros ámbitos”.
PERSONAS QUE SON COSAS
La divulgadora Marina Marroquí ilustraba en una charla que hay un momento muy significativo, cuando chicas y chicos están jugando a Grand Theft Auto: el juego te recompensa si recoges a una prostituta, acumulando puntos si la violas, matas y ocultas su cadáver. Mientras ellos suelen hacerlo entre risas, no es raro ver una mirada fugaz de ellas en algún momento:“¿Así que eres un loco asesino violador?” –aunque Grand Theft Auto no es nada comparado con Rape Day, que además se juega en línea–. Claro que son ficciones, y nada hay más feo que asignarse el título de censor, ¿verdad?
Más allá del porno, pero porno incluido, el sistema de opresión del sexo femenino se basa en un mágico momento que somos incapaces de situar. Ese mágico momento en el que las mujeres pasan a ser cosas. Un trofeo, un objeto, un trasto inútil.
“El problema –desarrolla Tasia Aránguez– es la pornografía como síntoma, como máxima impresión de todo un fenómeno cultural , que es la transformación de la mujer en objeto. La aprobación se busca en ellos, en sus iguales, y ellas son el objeto. Parece que la mujer tiene dos opciones: o eres invisible, y nadie te escucha;o eres admirada y valorada a través de tu cuerpo”.
“Las cifras macro muestran que se presta más atención a una mujer en función de su aspecto, y después se fija uno en el talento, y eso es algo que se transmite –mantiene Aránguez–. Una no se mete en la jaula voluntariamente, sino con la zanahoria de la admiración, el respeto y estatus. Antes se hacía a través del matrimonio: ahora, en la sociedad del consumo masivo, la vía es ser un producto sexi para todos. Y los chicos piensan: esta es una puta, igual que las del porno. Onlyfans se maneja por esa corriente resbaladiza del consentimiento sexual, y se banaliza la pornografía, pero en el fondo el problema es la falta de igualdad, y la avidez de validación social y reconocimiento. Muestra una carencia enorme en las mujeres”.
Para Lluís Ballester, la desconexión de la empatía es posible a través de la saturación, “a los soldados se les entrena precisamente para eso:y podemos desconectarla bastante fácil, mirando un partido de fútbol, por ejemplo. Sólo que aquí –especifica– se lleva a la vida. En ciertas edades, lo mismo puedes ser un poco más crítico, pero si hablamos de infancia, adolescencia y juventud, es que estamos educando en eso: ese será el imaginario de lo que se puede hacer con las mujeres. El nuevo normal”. Un nuevo normal que puede incluir sexo con mucha diferencia de edad, con mujeres embarazadas.
Lo que resulta excitante en el porno, como bien sabemos, es la dominación: el máximo era aquello que decía Sade, que la dominación perfecta se perfecciona cuando matas.“Y lo podemos relativizar todo lo que queramos –abunda Ballester–, pero es el mensaje que lleva este imaginario: no te reconozco como alguien que pueda tener una subjetividad como la mía”.
Ballester y su grupo de investigación han realizado una muestra amplia entre institutos de Baleares, con 3.600 adolescentes divididos en cuatro grupos según consumo de material adulto: hasta un 65% de quienes pertenecían al grupo de alto consumo habían desarrollado un concepto negativo o inferior de las mujeres.
PASO DE PANTALLA
Según datos del Ministerio del Interior, los delitos contra la libertad sexual pasaron de 10.884 en 2016 a 19.013 en 2022: casi el doble. Las condenas por abusos y agresiones a menores de 16 años subieron de 79 en 2017 a 389 en 2022. Hay que ser muy naíf para pesar que este aumento se deba sólo a una mayor concienciación y, aunque sin duda no obedezca sólo a una causa, no da carta blanca para mirar hacia otro lado.
Tasia Aránguez arroja, además, otro elemento en consideración: “En una sociedad en la que todas las mujeres consienten de todo, que es lo que se quiere, no hay violaciones, y aumentan las relaciones sin preservativos, cada vez más chicas llegan con prolapsos anales... sin que ni siquiera las chicas lo perciban como una agresión”.
“Uno de los cambios más significativos en las agresiones sexuales en los últimos años es que cada vez más son predadores grupales, hasta tal punto que Fiscalía ha tenido que introducir esta distinción –explica al respecto Lluís Ballester–.El asalto se prepara a través de canales de comunicación instantánea; eligen a la víctima más frágil, o espacios donde poder captarla; y la violación se produce emulando todos los rituales del porno. Lo filman, los distribuyen y lo comentan. Y se está reduciendo la edad en la que esto está pasando: incluso bromean al respecto, porque saben que no son imputables hasta los 16, y hasta los 21 no es cárcel. Al final, los vídeos suelen acabar también en la rueda del porno, donde tienen un éxito brutal”.
Pornografía: tres modelos de regulación
Tasia Aránguez habla de la existencia de tres modelos legislativos a la hora de tratar la pornografía. Por un lado, el modelo prohibicionista, “propio de legislaciones totalitarias, basado en nociones de un puritanismo antiguo, donde todo sexo está mal y donde la carga de la culpa, por supuesto, recae en las mujeres”. Después estaría el modelo regulacionista liberal, “el que tenemos en la mayoría de las democracias: un sistema multiplicado exponencialmente a partir de los 90 y la generalización de internet, que se ha traducido en un territorio sin ley, donde proliferan libremente los negocios legales e ilegales para beneficio de las empresas, en un ambiente de liberalismo salvaje manejado por las mafias internacionales del porno”.
Este sistema lleva, afirma Tasia Aránguez, “veinte años de normativas que han permitido que la web operase libremente sin castigo, pese a dar salida a cosas como porno con menores o sin consentimiento o ilegal –acusa–. Pero a estas páginas se las ha protegido, no se obliga a que se supervise su contenido: como mucho, se borra, pero no hay sanción, todo ello abrigado por discursos de libertad sexual, privacidad, protección de datos, intimidad, libre comercio… Estamos como en una especie de ciudad global sin ley, que es lo que el liberalismo extremo defiende”.
Por último, señala Aránguez, estaría el modelo de regulación abolicionista, que busca “regular el porno no como mal o pecado, ni como supuesta libertad, sino con el objetivo de proteger la integridad de mujeres y niños –explica–. Sistemas como la verificación de edad (la directiva europea de 2018 fue la primera en señalar que el consumo de pornografía en menores puede causar un daño equiparable al alcohol o el tabaco), o el control de manifestaciones de odio se englobarían en este espacio: considerar el porno como un reflejo del odio hacia las mujeres sería propio de un sistema abolicionista incipiente, o de derechos humanos”.