Un paso más en el cerco al alga asiática

medio ambiente

La investigadora Mar Roca, del ICMAN-CSIC, habla de la nueva propuesta puesta en marcha, que combina información en campo, drones y satélite, para luchar contra la ‘Rugulopteryx okamurae’

Imagen de dron de la playa de Bolonia, invadida por el alga asiática.
Imagen de dron de la playa de Bolonia, invadida por el alga asiática. / ICMAN-CSIC

Mar Roca es una de las investigadoras del ICMAN-CSIC ICMAN-CSICinvolucradas en el desarrollo del seguimiento combinado a través de drones, muestras de campo e imágenes por satélite encaminado a un mayor control de la Rugulopteryx okamurae en las costas andaluzas. Una metodología que se ha utilizado en Francia, pero que es la primera vez que se emplea en nuestro país para monitorizar a una espacie invasora. Roca destaca el potencial de la propuesta, ya que “al extrapolar la información de dron a satélite, no necesitaríamos ir a campo”. Este monitoreo permite, además, cartografiar las algas del fondo marino, “algo que no se conseguía con satélite, lo que arroja una corrección más exhaustiva, con datos más allá de la lámina superficial del agua”.

La propuesta emplea imágenes de sensores multiespectrales de drones y satélites con la información radiométrica obtenida in situ en la costa para obtener una información precisa del estado del alga asiática. El estudio piloto tuvo lugar el verano pasado en la playa de Bolonia, donde se emplearon las imágenes obtenidas por dron, muestras de algas, datos hiperespectrales captados con el radiómetro e imágenes satelitales de media y alta resolución espacial, tanto de Landsat-8 como de Sentinel-2, cercanas a esa fecha.

“Obtener la cartografía de los fondos y detectar dónde se encuentra más allá de los cinco metros de profundidad es aún una línea abierta en la investigación, pero poder detectar el alga flotante antes de formar un arribazón en la playa, puede ser una potente herramienta para su gestión operacional”, señala Roca.

Hasta ahora, los informes que llegaban a administración y autoridades se realizaban a partir de estudios puntúales, con técnicas de buceo en un sitio y día concretos. Incluir este nuevo método supondría una “monitorización más continuada con una herramienta de gestión más potente –añade Mar Roca–. Algo fundamental, ya que es un alga que se extiende muy rápido y necesitamos la información más actualizada posible. Así, se puede llegar a generar una alerta temprana cuando se detecte el alga flotante en el mar, y dar un aviso de a qué playa puede llegar. Supondría menos gasto, ya que no habría que emplear toda la maquinaria pesada a la que se recurre actualmente, ni tendríamos el impacto que genera el tapiz de arribazones, que incluso cambia el PH del sustrato, y puede llegar a enterrar fauna”.

"El proyecto puede resultar especialmente interesante para los pequeños municipios"

“Una vez la invasión ya está en el mar –explica la investigadora– estamos en un medio muy homogéneo, sujeto a las corrientes marinas que, en el caso del Estrecho, presenta la peculiaridad de tener dos corrientes de agua a velocidad imparable. En otros casos, se han dado actuaciones en las que se han arrancado las algas del fondo para intentar controlar la expansión”. Pero claro: las algas se reproducen por esporas, “cuanto más las mueves, más las esparces”.

“Con estas herramientas –prosigue– intentamos, primero, generar información de la especie, de dónde está o no: ahora mismo, podemos ver si se ha detectado en un determinado punto, pero no hay información de la extensión real. Nosotros podemos dar información para optimizar la gestión”. Para la especialista, desde que la Rugulopteryx okamurae hizo su primera aparición en la costa del Estrecho en 2015, “se tendría que haber trabajado en mecanismos y políticas de prevención, pero se ha fallado, como en otros muchos casos. Este fenómeno, además, implica una gestión económica y ecológica”.

La gestión de la limpieza, que no es una labor pequeña, es competencia municipal: “Y Tarifa, por ejemplo, es una localidad turística con dinero: tuvieron que sacar 6.200 toneladas en dos meses y les costó una inversión de 65.000 euros con maquinaria pesada. Pero otros municipios más pequeños no tienen estas partidas que dedicarle al alga, y medidas como esta les podrían servir”.

Antes de constatar su presencia en el Estrecho de Gibraltar, “la okamurae se había detectado en el lago Thau francés en 2002, donde se introdujo a causa del cultivo de la ostra”. Sin embargo, en esa laguna costera no se dio el problema de invasión que se ha dado en “esta parte del Estrecho, donde el alga ha encontrado características biogeográficas perfectas para expandirse con las grandes corrientes marinas”, apunta Roca. En los estudios de idoneidad de expansión del alga, la zona del Mediterráneo presenta más alertas que el Atlántico: “Y ya se habla de la preocupación que existe por el desplazamiento o retroceso a consecuencia de la posidonia”. El alga mediterránea más característica eclosiona sus hojas en primavera o verano, “si la okamurae se aposenta sobre las raíces y no puede salir, se muere. Pero ahora –insiste la científica– el papel clave es gestionar las herramientas para trabajar con lo que tenemos”.

El muro de la comercialización

El pasado mes de junio, la UE incluía a la Rugulopteryx okamurae en el listado de Especies Exóticas Invasoras. En la misma fecha, el MITECO negaba, asimismo, la autorización para el uso comercial del alga. “La designación europea –señala Mar Roca– es clave para que no se pueda comercializar pero, sobre todo, es una normativa focalizada hacia especies terrestres con las que se puede traficar. Debería haber una adaptación a según que especie, una segunda vía ya que, ¿que´hacemos? ¿La devolvemos al mar y nos la trae de vuelta? ¿La enterramos y cambia el PH del suelo? Estamos hablando de una biomasa muy grande con la que se puede dar salida a biocombustible, suelas de zapatos, cosmésticos, industria alimentaria...”

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