La patacabra, memoria de la Piel de Ubrique

La localidad busca la inclusión de esta herramienta marroquinera en el inventario de bienes del Patrimonio Histórico Industrial de Andalucía. Medio centenar de personas crean una obra sobre la historia del curtido local

El adn de Ubrique bulle bajo la piel

En el Museo de la Piel de Ubrique cuelgan del techo decenas de patacabras donadas
Elisa Armario

22 de septiembre 2024 - 07:00

La patacabra es una sencilla herramienta manual, que se coge con la mano y trabaja la piel. En Ubrique, este utensilio es un símbolo de identidad. Encierra toda la cultura marroquinera, desprende saber y sobre todo, este humilde trozo de madera ha contribuido a lo largo del tiempo a diferenciar las petacas de Ubrique por encima del resto de la fabricación nacional e internacional. Hoy los procesos productivos han cambiado en esta localidad, adaptándose a las innovaciones que marcan los mercados, pero tanto en grandes fábricas como en pequeños talleres hay y habrá siempre un marroquinero que sacará su patacabra, objeto personal e intransferible, para acariciar y asentar la piel del artículo que está en sus manos.

Detalles de una patacabra (Gruinmar).

Así que un grupo multidisciplinar con medio centenar de personas llevan unos años trabajando para que la patacabra de Ubrique, esta herramienta genuina, se incluya en el inventario de bienes del Patrimonio Histórico Industrial de Andalucía. De entrada, este Grupo de Investigación de la Marroquinería (Gruinmar), coordinado por el doctor Pedro Galiana, ha presentado una memoria justificativa a la Junta de Andalucía donde se realiza un importante trabajo para destacar la singularidad de la patacabra y el peso de la actividad marroquinera en Ubrique, que lo empapa todo. Tanta es la relevancia de esta industria que el pueblo, sus vecinos, sus costumbres y su habla no se entienden sin el trabajo de la Piel. Y, sobre todo, la memoria que se ha presentado a la Junta de Andalucía busca proteger la fabricación tradicional de las piezas, su forma de ejecutarlas y las herramientas marroquineras empleadas a lo largo del tiempo frente a otros procesos organizativos que puedan venir. Todo ello, para garantizar que ese conocimiento transmitido de generaciones anteriores repose en las venideras como el mejor bien que se pueda heredar.

La reivindicación para que la patacabra pase a formar parte como elemento patrimonial de la cultura industrial de Andalucía ha sido, además, un ejercicio de recuperación de la memoria de los mayores, de los petaqueros y las petaqueras que han legado sus conocimientos para que no se olvide. Todo ello se ha plasmado en un documento escrito, trabajo que se presentó el pasado 18 de mayo a la Junta de Andalucía como parte del expediente para buscar la inclusión de la patacabra en el mencionado inventario industrial y cuya resolución está pendiente por parte de la administración autonómica. A su vez, esta misma memoria se va a plasmar en un libro, de unas 276 páginas, que se convertirá en la primera obra integradora -hay otros estudios, aunque no tan globales- que hace un recorrido de la marroquinería ubriqueña, desde sus inicios. Un ejercicio que pone coordenadas a una actividad tan relevante no sólo para Ubrique sino para el conjunto de la actividad económica de Andalucía.

Un operario trabaja con una patacabra (cedida por Gruinmar)

El germen de todo ello tiene un nombre y es el del doctor Pedro Galiana, quien en 2015 realizó una tesis doctoral sobre las enfermedades de los marroquineros. De ahí partió esta idea, donde han participado profesores de distintos ámbitos, universitarios, lingüistas, empresarios, marroquineros y marroquineras.

“Se ha redactado una memoria que es un texto entre sentimental y científico porque recoge el alma ubriqueña”, explica Galiana, indicando que la marroquinería “rebosa por encima de la propia actividad industrial e impregna a todo el pueblo”, dejando, incluso, un acervo lingüístico, que ha sido recogido, también, en el documento por parte de una profesora de Lingüística de la Universidad de Sevilla. “El trabajo recoge una estructura laboral muy concreta en esta actividad que persiste, donde se ha dado y se da muchas costureras y pocos costureros, y muchos cortadores y pocas cortadoras”, añade.

La patacabra ubriqueña se define, según este estudio, como “una herramienta de madera de una sola pieza, donde distinguimos dos partes bien diferenciadas: una en forma de prisma rectangular con base curva y en su cara superior un mando dispuesto excéntrico respecto al punto medio y dotado de una ligera ondulación. La cara anterior y posterior del prisma son algo curvas y tanto las aristas como la unión de las dos partes de la herramienta, mando y prisma, suele estar achaflanadas”.

Pedro Galiana habla, además, del “virtuosismo” de un pueblo para saber adaptar y adecuar a sus necesidades una herramienta que en su origen fue zapatera. Los estudiosos del tema sitúan el inicio de las petacas en Ubrique sobre finales del siglo XVIII cuando vinieron los primeros rondeños a establecer una botinería en el pueblo. Tras aquello, los lugareños adaptarían, poco a poco, ese utensilio zapatero en función de sus exigencias de fabricación, de manera que se creó una patacabra simple para piezas de marroquinería como carteras, monederos y bolsos. Y otra patacabra doble, probablemente inspirada en otra herramienta de talabarteros, para la creación de artículos ahormados de fumador como las pureras.

¿Y por qué reivindicar ese utensilio ahora y su continuidad en la Piel? En la conversación, Pedro Galiana explica que el marroquinero, con el arco inferior de su patacabra se desliza sobre la piel, no la maltrata, la acaricia. “Y eso es lo que diferencia, su forma de fabricar, lo que da calidad al artículo de piel, esa terminación, que sabe rematar muy bien. Vendrán de fuera marcas, que dirán por dónde ir, pero al final el marroquinero impone su huella. Eso hace que aún perdure el uso de la patacabra”, afirma el estudioso de esta actividad.

El futuro libro sobre la Piel de Ubrique hace un ejercicio de recuperación de la memoria colectiva. Por ejemplo, se hace un mapa de las tenerías que hubo en el pueblo y que se extinguieron en los años 60 del siglo XX. Para ello, se ha reunido a un grupo de de 20 mayores que ha ido ubicando estos emplazamientos. En la obra, se hace un viaje sobre la importancia de la costura en esta actividad y el peso de la mujer en la marroquinería, muchas de ellas en sus casas compaginando la labor con la crianza. “Otro elemento importantísimo que le dio valor a las petacas fue la puntada que se daba al coser la pequeña marroquinería. Esa calidad es exclusiva de Ubrique”, explica Galiana. O se referencia en este libro las 150 fuentes de agua que había, vital para esta industria.

Todo este trabajo persigue, también, como punto de inflexión, visibilizar la reivindicación de Ubrique para que la Unión Europea apruebe la Indicación Geográfica Protegida para su actividad marroquinera.  Y, en consonancia con todo, el Ayuntamiento de Ubrique promueve un producto turístico para que el visitante que llegue conozca la manera de vivir de sus vecinos.

Las patacabras como sus dueños también se jubilan. En el Museo de la Piel, en su entrada, cuelgan del techo decenas de ellas que reposan tras años de actividad. Es el mejor de los reconocimientos para el petaquero.

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