El peatón derrotado
Las bicicletas invaden los espacios reservados para los viandantes
A principios de los ochenta, muy pocos españoles ponían un pie en una ciudad danesa, pero quienes desembarcaban un tiempo en una se encontraban con un escenario urbano realmente sorprendente: muchos vecinos usaban diariamente la bicicleta para desplazarse de un lugar a otro, la bicicleta era un vehículo que utilizaban habitualmente numerosas personas para ir y volver del trabajo, no había estudiante sin bici. Un joven español se quedaba asombrado ante esa imagen idílica. Eran tiempos en los que a los daneses también les asombraba España: le preguntaban al joven español por qué el militar que había irrumpido en el Congreso pistola en mano se había puesto un sombrero de torero.
Hace más de treinta años las bicis ya se habían adueñado de las ciudades danesas. El joven español veía esa estampa maravillado. Ahora bien, desde hace unos años, lo que más evoca de aquel paraíso ecologista es lo que no veía entonces allí. No veía a nadie circulando en bicicleta por las aceras sorteando peatones, ni despacio ni rápido. No veía a nadie en bicicleta por las calles peatonales porque todo vecino que usaba la bici, al llegar a una se detenía, desmontaba y continuaba caminando. No veía tampoco a nadie circular, ni despacio ni rápido, por un paso de peatones sino atravesarlo andando, empujando la bici. No veía a nadie que fuese en bicicleta saltarse un semáforo en rojo, ignorar los semáforos, ni tampoco pasar de la acera a la calzada y de la calzada a la acera a conveniencia, sin respetar norma de circulación alguna. No veía en los parques urbanos circular bicicletas sino que veía a personas que desmontaban de su bici al entrar en el parque y caminaban con ella por los senderos estrechos. No veía a nadie en bici por una acera estrecha, muy estrecha, dar timbrazos para pedir a los peatones que se apartasen, que le dejaran pasar. No veía tampoco a nadie circular en bicicleta en dirección prohibida ni por una calzada en la que estuviese prohibida la circulación. No veía a nadie doblar una esquina e irrumpir pedaleando rápido en una calle peatonal sin temor alguno a llevarse por delante a un anciano, a un niño, a un vecino. No veía, en fin, todo eso que desde hace unos años observa en la capital de la provincia de Cádiz.
Los peatones asisten desamparados a esa agresión diaria. Desde hace unos años, los peatones ven invadido su terreno por vecinos en bicicleta que incumplen las normas de circulación y las del sentido común. Nada pueden hacer para evitarlo. Si alguien protesta ante esa invasión es tachado inmediatamente de carca, es acusado sin más de estar en contra del progreso, de la modernidad, en contra de que la ciudad se convierta en una ciudad agradable, con pocos coches, saludable. Quizás eso explique en parte el silencio del colectivo de peatones, la resignación con la que suelen reaccionar el peatón a punto de ser atropellado y hasta el atropellado. Ni siquiera consta que los peatones reclamen al Ayuntamiento que, ya que es permisivo con quienes incumplen las normas de circulación de vehículos y ponen en peligro a los viandantes, al menos instale señales de advertencia en las aceras: atención, bicis; cuidado, por aquí circulan bicicletas; camine con precaución, siempre en línea recta, no gire a derecha o a izquierda sin detenerse antes y mirar hacia atrás y comprobar que puede hacerlo sin riesgo a ser golpeado por una bici; tenga en cuenta que si no lo hace así, el conductor de la bici no tendrá tiempo a frenar; tengan especial cuidado los ancianos y las personas con movilidad reducida, el golpe de una bici puede tirarles al suelo y provocarles daños importantes.
Las aceras eran antes un terreno seguro para el viandante, una salvaguarda para quien caminaba por la ciudad; como las calles peatonales. Todos los vehículos circulaban por la calzada, a nadie se le ocurría (salvo excepciones que confirmaban la regla) invadir ese espacio reservado para los peatones, ese territorio por el que podían caminar confiados los vecinos de la ciudad. Ya no es así desde hace unos años. ¿Ha visto usted cómo bajan las bicis por las aceras de la Cuesta de las Calesas?, le preguntó hace poco un vecino a un concejal. No lo había visto. El concejal ni recordaba cuándo fue la última vez que recorrió andando la Cuesta de las Calesas.
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