Pistoleros de ninguna guerra
Galería del crimen. Capítulo 18
Los dos veinteañeros vascos que mataron a tres andaluces hace más de dos décadas obtienen ahora el tercer grado sin pedir perdón y, sobre todo, sin explicar qué les llevó a matar por matar
El 20 de agosto de 1993 se celebra la Semana Grande de Bilbao. El ambiente es festivo y Ander Susaeta sale a disfrutar del verbeneo. Está libre, no va de uniforme, ni, por supuesto, va armado. No entiende ni se espera que un grupo de chavales de poco más de veinte años -él no tiene muchos más- le señalen y le griten cipayo. Al momento se encuentra debajo de una melé de puñetazos y patadas. Ander trata de huir, le vuelven a agarrar, le vuelven a patear. Ander Susaeta es un ertzaina y los chicos que se ensañan con él forman parte de Jarrai, la organización juvenil de la izquierda abertzale. La cantera de ETA. Ander se ha salvado por un pelo. El cuadro médico lo dice todo: hematoma palpebral en ojo derecho, hemorragia subconjuntival y cuerpo extraño subtarsial en ojo derecho, pérdida del incisivo, fractura de cuello de peroné izquierdo con tercer fragmento… una paliza de tomo y lomo.
La policía identifica a algunos de los integrantes del grupo de matones. Uno, con toda seguridad, es Jon Igor Solana, un estudiante de Derecho de la Universidad del País Vasco. Su padre y su madre, que viven en el casco viejo de Bilbao, en la plaza Nueva, son de los que tratan de contemporizar en ese mundo hirviente que es el Euskadi de los 90. No quieren ir ni con unos ni con otros. Votan al PNV y poco más. Hasta ahora, con Jon iba todo bien. Sus profesores en el instituto le premiaban con estupendas notas y él era un chico despierto. Y entonces se juntó con los chavales del barrio. En principio nada que no hicieran los demás. Potea con su cuadrilla, va a alguna que otra reunión, luego va a alguna de las manifestaciones permitidas y ellos no se enteran de qué día es el que quema su primer contenedor. Cuando Jon es condenado por la paliza a Susaeta pasa una pequeña temporada en la cárcel. Su madre acude a la herriko taberna a la que iba su hijo y dice que quiere colaborar en las plataformas de ayuda a los presos. El padre no quiere saber nada de eso, sólo quiere que el chaval salga de la cárcel y retome sus estudios de derecho, quizá fuera de Bilbao ¿no? La madre dice que si no quiere ayudar a su hijo, que se aparte. Él se encoge de hombros, deja hacer.
El mejor amigo de Jon Igor es Harriet, Harriet Iragi. Harriet sí que ha mamado lo que quiera que sea eso de la lucha del pueblo vasco. El conflicto, como dicen ellos. En Irlanda se llamaban troubles, los problemas. Conflictos, problemas... Palabras menores. Su padre es un sindicalista de LAB (Langile Abertzaleen Batzordeak), las Comisiones de Obreros Abertzales. Trabaja en una fábrica de Zaratamo, un pueblo de esos que componen el llamado Gran Bilbao, su propio cinturón del óxido. En el balcón del barrio alto donde viven, el pequeño Bilbao, ya amarillea una pancarta en la que se lee “Euskal Presoak, Euskal Herria”. Harriet había sido compañero de instituto de Jon Igor, pero ahora él estudiaba en Baracaldo Ingeniería de Minería, siempre interesado en los explosivos. Desde la cárcel Jon Igor escribe a Harriet: “Ya falta poko para ke kumplamos nuestro primer mes en el mako. Espero no tener ke kumplir más, por ke los kalimotxos nos esperan. Kuando salgamos todos ya kedaremos para hacer una komida pero kon mucha priva, si no yo no voy, seguro ke vosotros kerréis privar a tope”.
Son dos críos de veinte años que en cuanto Jon Igor salga de la cárcel por la paliza a Ander Susaeta van a desaparecer. De repente sus padres, la madre que acudía a la herriko taberna y el padre sindicalista de LAB, no tienen ni idea dónde están ninguno de los dos. Ambos han dado un salto, el salto que podía esperarse. Acaban de convertirse tras una reunión con Josu Ternera en Francia en el comando Andalucía. Del poteo con calimocho, de las reuniones, de las manifestaciones, de la kale borroka han pasado a convertirse en futuros asesinos. Tienen pistolas. Van a matar a personas que no saben quiénes son. No los conocen de nada. Sólo tienen que obedecer órdenes. La tarea del estudiante de Derecho y del de Ingeniería de Minerías es bajar a Andalucía y matar. Ellos están entusiasmados. Los dos amigos de Bilbao están en pleno meollo de la lucha armada.
José María Martín Carpena era un técnico en tributación malagueño que en 1997 se había visto sin esperarlo como concejal de su ciudad porque un joven político prometedor, Juan Manuel Moreno Bonilla, había ascendido en el escalafón para convertirse en parlamentario andaluz. Dos años después fue en el puesto número 15 en la lista que lideraba Celia Villalobos. Salió electo con holgura porque Villalobos obtuvo 19 concejales. Mayoría absoluta. Pero no era un concejal especialmente relevante. Por entonces tenía 50 años y una hija de 17. Aquel día de agosto del año 2000 ella estaba esperando en el coche para ir con su padre al pregón que abre la feria de Málaga. Al irse a montar el concejal en el asiento del conductor, Jon Igor se acercó por detrás y disparó seis veces. Seis tiros. Uno de ellos, mortal, en la nuca.
Dos meses después, el que había sido nombrado primer fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Luis Portero, llamaba al ascensor de su casa en Granada cuando Jon Igor y Harriet se acercaron por detrás y le dispararon por la espalda. Portero había tenido cierta fama por acusar al alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, en un caso que se llamó Sherryworld, por procesar a Juan Guerra, el hermano de Alfonso Guerra, por desacato o por litigar sobre un asunto de aborto contra un ginecólogo llamado Germán Sáenz de Santamaría. Era una persona tranquila y agradable. Euskadi le pillaba muy lejos.
La elección como víctima de Antonio Muñoz Cariñanos es, igualmente, muy difícil de entender. Era un otorrinolaringólogo que se encargaba de las cuerdas vocales de gente como Isabel Pantoja, María del Monte o Carlos Herrera. Un madrileño que se había encariñado con Sevilla. Jon Igor y Harriet se presentaron en su clínica y vaciaron sus pistolas. Había sido elegido porque no llevaba escoltas.
Pero ese día lo hicieron muy mal. La cobertura no funcionó y fueron perseguidos por las calles de Sevilla. Aún algunos sevillanos recordarán esa carrera por la Alameda de Hércules. Era una película de tiros. Corrieron a refugiarse en el piso franco que tenían en la calle Playa de Marbella, en el barrio de El Cerezo. Harriet se había llevado un disparo en el hombro y sangraba abundantemente. Ya no podían ocultarse. Fueron capturados. Los vecinos quisieron lincharlos. Hasta ese momento, eran dos chavales que estudiaban Periodismo en Sevilla y ahora resultaba que esos chicos tan amables y limpios eran dos terroristas que ocultaban explosivos en el piso. La Policía impidió que los vecinos rompieran la cara a los que hasta ayer eran esos tipos tan encantadores.
Jon Igor y Harriet asesinaban a gente que ni les iba ni les venía. Porque sí. La reacción vecinal: nunca me lo hubiera podido imaginar, ni siquiera sabíamos que eran vascos, uno decía que era gallego. La pregunta: ¿qué se les pasaba por la cabeza cuando apretaban el gatillo? ¿Qué ocurría en su cabeza en ese preciso momento?
En sus declaraciones posteriores ante la policía describen una actividad desenfrenada, la mayoría fallida. Van a Valencia en autobús, colocan bombas lapa que no funcionan, fiambreras explosivas que son ridículas, impropias de un futuro ingeniero de minas. Es un milagro que no les estallen a ellos en la cara. Regresan a Andalucía y buscan nuevos objetivos. Su jefe es Txapote en Francia pero ellos van un poco a su aire. Tratan de provocar el caos. Son dos descerebrados, actúan sin consignas y a la dirección de ETA le viene muy bien que estos cachorros sean así. Es el perfil perfecto. No hacen preguntas y siembran el terror. Que hagan lo que quieran, pero que maten. Dos chavales estúpidos que tienen un chip de asesinar en la cabeza. Les da igual todo. En nada se parecen ya a los chicos aplicados que recuerdan sus profesores del instituto. Están fuera de control.
Harriet declara ante el juez. Su declaración es corta: “Usted va a a ser el próximo”. El juez es Ruiz Polanco, pierde los nervios: “Si no fuera juez y tú no estuvieras esposado, te daría dos hostias”. Harriet se sonrió por lo bajini. Efectivamente, tú eres un juez y yo estoy esposado. Es posible que luego a Harriet le cayeran unas cuantas hostias, pero ha conseguido lo que quería. Ruiz Polanco comparece ante los medios y admite que se ha equivocado, por lo que se retira del caso. Al mismo tiempo dice que hubiera vuelto a equivocarse.
Mientras Jon Igor decide mantener un tono bajo, Harriet está a la que salta. Su incidente con Ruiz Polanco supuso que tuviera que tomarle declaración una sustituta, la juez Palacios, que no está dispuesta a caer en provocaciones. Las respuestas de Harriet van por el mismo lado: "Las cosas son más fáciles de lo que parecen. Con brazo o sin él, la cabeza se mantiene firme y tú vas a pagar el daño causado al pueblo vasco. El pueblo vasco no perdona".
¿Qué se hace con estos personajes? Jon Igor y Harriet no han pedido perdón en todos estos años de cárcel. No se han pedido perdón ni a sí mismos. Han pasado más de la mitad de su vida entre rejas. Mataron a unos desconocidos que no tenían nada que ver con sus historias por una batalla que hoy al pueblo vasco no le interesa. Obtuvieron el tercer grado hace unos meses y nadie les recibió como héroes. Es verdad que hubo algún tibio homenaje, muy tibio. Ya no se montan esos festejos de hace un tiempo porque la política abertzale va por otro lado. En el Bilbao al que regresaron no había más que unos pocos carteles, muy pocos, pidiendo libertad para los presos. Esa cartelería ya no forma parte del paisaje urbano. Siguen ahí como algo residual. A los jóvenes vascos todo esto les interesa muy poco. ETA es una historia de los mayores. Saben que existió, pero no lo vivieron. Votan a Bildu por ser un partido ecologista y de izquierdas. Hay un ligero rumor entre esos mismos mayores sobre la guerra sucia del Estado. Batallitas. Y, por supuesto, nadie, excepto los familiares de sus víctimas, sabe quiénes son Jon Igor y Harriet.
En rigor, Jon Igor y Harriet son unos criminales que están a punto de cumplir su condena.
En rigor, Jon Igor y Harriet son unos completos peleles.
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