El polvorín

Uno de los túneles que dan acceso a las galerías subterráneas donde se almacenó parte del arsenal.
Uno de los túneles que dan acceso a las galerías subterráneas donde se almacenó parte del arsenal.
Pedro Ingelmo

11 de abril 2010 - 05:01

Marta y Antonio se enamoran entre las ruinas la última noche de 2008. No es una suposición, está escrito en las paredes que quedan de las instalaciones militares que albergaban el polvorín del Rancho de la Bola. Sus nombres se cruzan con un corazón y una flecha en el antiguo cuerpo de guardia. Más adelante, Marta escribe con caligrafía femenina 'Antonio' y Antonio dice 'Te amo Marta' en los restos de una garita inclinada por gruesas raíces y el arrebato finaliza en un túnel: "Antonio y Marta siempre 31-12-08". Entiendo que se adentraron, se abrazaron, se besaron, progresaron en sus inspecciones y, en algún momento de la Nochevieja, los dos descubrieron fuegos artificiales.

Boooooom. Anochece el 18 de agosto de 1947. Si nos situamos en ese instante en la cumbre del Cerro de la Cebolla, el punto más alto del Rancho de la Bola, enclavado en la barriada jerezana de El Portal, a orillas del Guadalete, veremos un resplandor sobre la Bahía. Acaban de estallar 200 toneladas de TNT. Minas, cargas de profundidad, chatarra de la Guerra Civil, la que apenas vivió Cádiz y que ahora reaparece con un campo de muertos, de heridos, de mutilados. Desde el Rancho de la Bola se ve Cádiz incendiado de rojo intenso, pero dentro de Cádiz todo es penumbra. Sucedió y no debería haber sucedido.

Cuatro años antes, en junio de 1943, el teniente coronel de Armas Navales, Manuel Cescós, escribe lo siguiente en un informe que, casi 70 años después, sigue clasificado por Defensa: "Los explosivos, cualquiera que sea su naturaleza, deben almacenarse en sitios lejanos a toda aglomeración viviente porque siempre existirá posibilidad de explosión... todos los polvorines y explosivos situados en el momento actual en el Departamento Marítimo de Cádiz deben ser trasladados a lugares más adecuados... debe tenerse presente la remota probabilidad de explosión... que originaría una catástrofe nacional". Lo fue. 150 muertos y 5.000 heridos.

José Antonio Aparicio, filólogo, investigador y autor del libro La noche trágica de Cádiz, posiblemente el mejor conocedor de la mayor tragedia del siglo XX en la provincia, ha estudiado los legajos del Archivo Naval de San Fernando, entre los que se encuentran los documentos de la expropiación del Rancho de la Bola en 1944. "El polvorín de Fadricas estaba atestado, los explosivos se encontraban a la intemperie. Existía una conciencia clara de que había que quitar las minas de ahí y se realizaron planos que permitirían un almacenamiento de 6.000 unidades en Jerez. En un principio se quiso hacer un trabajo rápido porque el informe de Cescós era determinante sobre los riesgos, pero la obra se eternizó. No se podía importar hierro y acero para el hormigón armado que debía cubrir el explosivo".

Cuando Cádiz se cubrió del resplandor rojo, los mandos asumieron su terrible negligencia y si el estallido fue un lunes, el día que Antonio Machín iba cantar y no cantó Dos gardenias en la sala de fiestas Cortijo de los Rosales, el viernes salían en camiones rusos confiscados a la República las 491 minas 'supervivientes' de la explosión rumbo al Rancho. "Duró días. Cada camión transportaba cuatro minas - cuenta Aparicio- y el destino no podía ser el polvorín no construido, sino las cuevas de la sierra, antiguas canteras agotadas. La cueva del Civil, de las más grandes de la zona, alojó durante casi una década la mayor parte de los 98.200 kilos de trilita que no estallaron en Cádiz". La sierra estaba preñada de explosivos.

Leonardo Garófano es el hijo de uno de los oficiales que se encargó de acomodar minas y torpedos en el nuevo polvorín. Su padre, alférez de Marina, estaba de guardia la noche de la explosión. "Salió muy magullado, según me contó mi madre, y salvó la vida de milagro". Garófano tiene recuerdos muy vagos de sus días en el Rancho. "Nosotros no vivíamos dentro del recinto militar sino en una pequeña casa que estaba al lado del río y que sigue existiendo. Entonces era una casa con techo de uralita y no teníamos agua corriente. Aunque mi padre era oficial, nosotros no teníamos comodidades, pero recuerdo que éramos felices allí con las gallinas. Era lo que le gustaba a mi madre". De la rutina diaria, Leonardo tiene un recuerdo difuso "de los marineros cogiendo angulas en el río. Los torpedos llegaban al polvorín por el río, con un remolcador que arrastraba una gabarra y, después, se transportaban los torpedos en carretillas eléctricas. Si mi padre no estaba, yo me montaba a caballo de los torpedos, que me parecían inmensos".

EL MUELLE DEL RÍO

El muelle sigue existiendo, aunque abandonado, inútil. Fue tapado por las recientes inundaciones, pero ahora está unos metros alejado del caudal. Contamos con pasos su superficie. Cerca de 300 metros cuadrados con los norays intactos para amarrar embarcaciones. El río pasa a nuestro lado. Al fondo, a unos 700 metros, una arboleda marca el inicio del parque natural de la Bahía. El Puerto está cerca y este río debería estar lleno de vida, de piraguas, de chiquillos. Aquí no hay nada.

Aún hoy, en El Portal, corren leyendas urbanas sobre minas abandonadas. Nos las cuenta un vecino que se dedica a poner trampas a los conejos dentro del recinto. "Incluso en la piscina de los oficiales, la que se encuentra junto a los barracones de los jefes, se puede ver una mina. Y quién sabe si en los túneles...". Colarse en el Rancho es sencillo. Hay grandes agujeros en las vallas que circundan la antigua base que llegó a albergar entre 1954 y 1987 a unos cien soldados. En su interior todo es destrozo mezclado con restos de juergas en forma de basura. Los cuatro pabellones gemelos destinados al almacenamiento exterior de explosivos se caen a pedazos y en uno de ellos se ve el cielo desde su interior. Hay graffitis frescos, como éste en el que un dibujante callejero se ha hecho un autoretrato fumándose un gigantesco porro.

Agustín, miembro de una cordinadora creada en Jerez para la transformación del Rancho de la Bola en parque periurbano, nos guía, sorteando el cemento de respiraderos de estructura soviética como si abajo hubiera existido un silo nuclear. "Está el arbolado, los senderos. Sólo faltaría la limpieza y tirar las edificaciones en ruinas. Es peligroso tener esto abandonado, aquí se cuela la gente y no sea que por mano del demonio vayamos a tener una víctima ahora por culpa de algo que ocurrió hace tantos años". Nos cruzamos con un lugareño que se ha colado para coger espárragos. "Buenas tardes". "Buenas tardes". Indica el mejor lugar para llegar hasta los túneles.

BAJO TIERRA

El arsenal subterráneo del Rancho de la Bola se encontraba en algún lugar de este laberinto de pasadizos en el que nos adentramos. Manuel Pascual, el periodista gráfico de este reportaje, relata en la oscuridad alumbrada por los móviles una jornada en la que acudió al Rancho a tirar unas fotos y se topó con unos tipos con traje de camuflaje, cascos con visera y coronas de vegetación sobre sus cabezas, como recién salidos de un filme del Vietnam... armados con metralletas de bolas. El Rancho es el paraíso del paint ball, la guerra de mentira, proyectiles de pintura. Desistimos por unanimidad de perdernos en las galerías, ya que nos vamos metiendo miedo los unos a los otros. "Como nos perdamos, a ver cómo salimos" .

Hasta bien dentro de esta telaraña negra se pueden ver pintadas en las paredes. La luz que nos saluda en el ojo del túnel nos ofrece un nuevo conglomerado de cascotes. Hemos avanzado hasta el lugar en el que se desarrollaba la rutina cuartelera. Queda algo de la cantina, la piscina colmada de agua por las últimas lluvias que desbordaron el Guadalete, una puerta como la de las películas de Buster Keaton, que sólo sostiene el marco, y el cuerpo de guardia donde alguien, otro intruso, se ha marcado una larga parrafada poética: "...en este punto te seré sincero y dejaré que hable mi corazón... cuida a mamá y a papá..." leemos en las paredes en las que los soldados dormían en literas a la espera de su turno de refuerzo. Un ejercicio: escucha las voces en la noche del cambio de guardia, el tras tras de los cetmes y las horas en las garitas. A mediados de los 80 se escuchó en la noche un disparo y un grito. Un soldado disparó desde una garita a un coche en el que dos amantes disfrutaban de la oscuridad. Bang. El hombre acabó en una silla de ruedas. Historias del rancho...

Joaquín del Valle, concejal de IU de Jerez, heredó la cruzada que su formación había iniciado a mediados de los 90, una década después del cierre de las instalaciones. IU presentó una propuesta para que el Rancho La Bola fuera para el pueblo. E insistió muchas veces hasta que empezaron a ganar desde su minoría las votaciones. Era tontería votar en contra. Total... En el Rancho no había explosivos desde principios de los 80. Fueron desapareciendo, poco a poco.

José Antonio Aparicio no sabe qué fue de aquellas minas que no estallaron en Cádiz. No lo puede saber nadie. Defensa tiene toda su documentación clasificada desde el año 1901 hasta nuestros días. "Lo lógico es que fuera reciclada. La trilita aguanta el paso del tiempo. La carcasa es posible que fuera triturada como chatarra. Existe otra leyenda que también tiene su sentido. Hay quien dice que a finales de los 70 se sacó buena parte del arsenal, también las minas que no estallaron, y fueron hundidas en el mar, en algún punto del Golfo de Cádiz. Buena parte era material deteriorado, metal abollado. Se hacían orificios, el agua entraba y la mina quedaba inutilizada. Pero ya digo, como saberse, no se sabe..."

OPERACIÓN URBANÍSTICA

Del Valle, quince años después, sigue presentando mociones a los plenos. Se las aprueban todas por unanimidad, pero nadie hace nada. "Defensa debe resarcir a Jerez de la estafa de los cuarteles y entregar sin coste alguno para el municipio estas 143 hectáreas". La 'estafa' a la que se refiere se remonta a cuando el Ejército abandonó los cuarteles urbanos del Tempul y Delicias. La jugada salió redonda. El Ayuntamiento puso en el mercado los terrenos del Tempul, junto al zoológico, y Defensa se quedó con las plusvalías de Delicias. Todos ganaron dinero de la burbuja inmobiliaria. Un buen arreglo si no fuera porque esos terrenos nunca fueron de Defensa, sino cedidos por Jerez. Defensa sacó tajada por algo que no era suyo.

Con el Rancho de la Bola, en los años de expansión urbanística, iba a suceder algo similar. Un primer esbozo del Plan General diseñado por el equipo de Pedro Pacheco rodeó el Rancho de piezas rojas, piezas en las que se podían poner ladrillos. José Luis López, un empresario de Ubrique conocido como El Turronero y que había hecho fortuna adquiriendo locales para supermercados, se posicionó en todas las parcelas que rodeaban al Rancho. López era entonces amigo declarado de Pacheco. Ahora es amigo declarado de Pilar Sánchez. El lugar quedaba atado, además, por el cinturón de una nueva circunvalación, la futura Ronda Sur. Gran estrategia. El Rancho acabaría por ser urbanizable, una procesión de unifamiliares. A Defensa le gustó la idea.

El descalabro electoral de Pacheco en 2007 desmontó el color de las piezas de la futura ciudad. Los socialistas cambiaron los colores, entre ellos los del Rancho, que pasaba a ser suelo rústico de por vida. Un suelo rústico que no vale nada. A Defensa no le gustó la idea.

Gaspar Llamazares presentó una pregunta en el Parlamento sobre el futuro uso del Rancho. La respuesta de Defensa, en febrero de 2007, fue ésta: "La propiedad se encuentra desafectada del uso de Defensa... está en proceso de depuración física y jurídica... la ley prohíbe las cesiones gratuitas, no obstante, con caracter previo a su enajenación se notificará al Ayuntamiento por si quiere acceder a su adquisición". Es decir, pagando. De tres millones de euros se llegó a hablar para un Ayuntamiento que no puede ni liquidar las nóminas de la plantilla.

Una reunión reciente entre Pilar Sánchez y la ministra de Defensa, Carme Chacón, dulcificó las cosas. Tarde o temprano, el lugar en el que descansó el explosivo latente, sería un lugar con columpios, barbacoas y mesas de merendero. Sonará los domingos el Carrusel Deportivo en las radios de los coches. Sobre el laberinto de túneles. ¿Cómo? No se sabe. Todo se estudiará mientras IU sigue presentando mociones.

Desciendo del tren en la estación de San Severiano, en Cádiz, muy cerca del epicentro de aquel terremoto. Cruzando la calle se encuentra el barrio levantado sobre la fractura, sobre la herida. Veremos el patio de La Milagrosa, un conjunto de viviendas muy característico de la arquitectura de la época, similar al barrio de La Plata en Jerez. Una virgen en una hornacina rodeada de macetas floridas. Muy cerca un bloque de viviendas con un yugo y unas flechas. Se lee: "Delegación Nacional de Sindicatos. Grupo Ramón Sánchez Guey. 56 viviendas. 1959". Aquí hay pisos de apenas 40 metros con problemas de accesibilidad para una población envejecida. La Junta quería proteger este conjunto como memoria de la explosión. En Cádiz cuesta entenderlo. Ya existe una fuente y un monolito junto al Instituto Hidrográfico, unos 200 metros más arriba. La leyenda pone "Cádiz a las víctimas de la explosión" y el motivo es una especie de mapa de Cádiz hecho con cubos de aluminio. Quizá los cubos sean las víctimas. Cuento 106 cubos. Hubo más muertos. Estamos cerca del Astillero, desde aquí, en los días claros, puede verse el Rancho La Bola. Estalló. Es increíble. El cielo se hizo rojo. Son las diez menos cuarto. A esta misma hora sucedió. Se escucha en los bares al comentarista del partido del Barcelona. Toda esa carga explosiva tenía que estar al otro lado de la Bahía. "Cádiz a los muertos de la explosión". Un yugo y unas flechas, cubitos de aluminio. Eso es todo.

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