La precariedad ha llegado también a los "cuellos blancos"
laboral
Profesiones como la arquitectura, la abogacía o el periodismo sufren los efectos de la fragmentación laboral
La fragmentación laboral llega a todas las orillas, incluyendo aquellas de bañistas de cuellos blancos. Quizá el gremio más emblemático al respecto sea el de los arquitectos: esa denominación junto al pretendiente/a que encantaba a las abuelas. La crisis del ladrillo llevó a los jornaleros de la construcción a las bandejas y, a quienes copipegaban planos, al limbo. Un limbo que terminó traduciéndose, para muchos, en dejar la especialidad, abrazar las oposiciones, dedicarse a la enseñanza o asumir el ser autónomo. Menos, por supuesto, da el desierto.
Otra profesión también en horas no muy amables es la abogacía. “Siempre ha estado un poco institucionalizado, becarios en negro y te ibas estableciendo por tu cuenta. Pero ya te acostumbras a que quienes ingresan en grandes despachos te digan que entran con el Sol y se van con la Luna a cambio de gominolas. Una situación en la que conseguir trabajar como falso autónomo es el premio –cuenta Íñigo Molina–. Todo esto también sucede, que nadie se engañe, porque este país ha vivido una especie de burbuja de los estudios: hemos sido acreedores del mito del ascensor social. Pues resulta que hay miles de licenciados, algo que ya se empezaba a ver en mi generación y que ahora ha explotado, y no hay sitio. Laboralmente, tu consideración con un título es la misma que la de un camarero: eres una pieza igual intercambiable, y esa cura de humildad, o de realidad, sí que está calando. Uno de los discursos más utilizados en el 15M, esa especie de frustración generacional porque no se asumía el lugar que ‘correspondía’, ha quedado desfasada”. Por no hablar de ese campo de minas que son las plataformas de asesoría legal: "Asesoran mal, palman un pleito tras otro, pero cobran. Los forman gente externalizada o falsos autónomos, que trabajan por nada".
Y otro gremio defenestrado, y por encima todavía del de los abogados en nefasta consideración social, es el de los periodistas: “En mi opinión, nuestra edad dorada quizá estuvo en los 1990-2000, cuando hubo una gran explosión de muchos medios de comunicación, siendo esta una de las provincias con más medios a nivel audiovisual e impresos de toda España”, comenta Lorena Mejías, presidenta del Colegio de Periodistas de Andalucía.
Esto terminó con la revolución tecnológica que supusieron, por un lado, los portales digitales y, por otro, la llegada de las TDT, que “conllevaron la pérdida de muchas teles y radios locales”.
“Nuestro gran problema es la ausencia de leyes y normativas que pongan orden al trabajo profesional”, comenta la representante. Por no tener, el periodista no tiene ni epígrafe propio en el impuesto de actividades: entra dentro del de pintores, escultores y artesanos. Artistas. Tampoco existe un acuerdo respecto a qué es un periodista: “Y hay un desconocimiento enorme de las autoridades laborales sobre el funcionamiento del sector –continúa–. Lo más frecuente es ver a redactores como auxiliares de redacción, categoría muchos escalones por debajo, lo que complica mucho cuestiones relativas a cotizaciones, bolsas de empleo, oposiciones... Puedes tener veinte años de experiencia como redactor que si no está en los papeles, nada. Y en ninguna parte, por ejemplo, se establece que para ejercer el periodismo haga falta el título”.
Matar al mensajero es el recurso fácil, pero “pocos imaginan que puedes ir a cubrir la manifestación de una empresa porque acumula 45 días de impagos y, allí, con el micrófono en la mano, tú te callas porque llevas así tres meses, o trabajando 16 horas la día”.
Para vindicar a un sector que la pandemia ha redescubierto como “esencial” frente a la saturación y los bulos, Mejías defiende que se hace necesaria una “ciudadanía que sepa cuál es el papel de los medios de comunicación, qué hacemos realmente, qué somos, qué tenemos que ver con la democracia... Aunque todo esto sea muy difícil de llevar a cabo con redacciones mermadas”.
“Pienso –prosigue– que sería de mucha utilidad la creación de asignaturas de alfabetización mediática: lo mismo no viene mal que la gente sepa qué es información, propaganda y entretenimiento, y se eduque en un espíritu crítico. Periodista, por ejemplo, ha venido a ser sinónimo de creador de contenidos: eso de que cualquiera, de cualquier manera y en cualquier dispositivo puede llamar periodismo a lo que hace. Otra forma de llamarlo podría ser intruso. Aun asumiendo muchos de los pecados de los que se nos acusa, creo que la falta de credibilidad de la profesión se debe en gran medida a esta confusión”.
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