PSOE de Cádiz, Hotel Atlántico, año 1990: La madre de todos los congresos

Historias de Cádiz-Herzegovina | Capítulo 33

Los más viejos del socialismo gaditano aún recuerdan el histórico cónclave de hace 35 años, que duró 20 horas y que dejó a Rafael Román sin la secretaría general que había pactado previamente con Perales y Pizarro

Una candidatura alternativa presentada por el ‘varguismo’ tumbó la lista de consenso

Manuel Chaves no quiso decantarse entre las dos opciones y los 7.000 delegados votaron a las 03.30 de la madrugada

No todo el monte era orégano para el PSOE de Cádiz

Dirigentes del PSOE entonando la Internacional a las cuatro de la madrugada. De izquierda a derecha, Perales, Chaves, Pizarro, Machuca, Suárez Japón y Cabillas.
Dirigentes del PSOE entonando la Internacional a las cuatro de la madrugada. De izquierda a derecha, Perales, Chaves, Pizarro, Machuca, Suárez Japón y Cabillas. / D.C.

Está en el Paseo de la Castellana de Madrid, en concreto en el número 75, en la zona de Nuevos Ministerios. Y la atención al público está habilitada de lunes a viernes tanto por vía teléfonica como de manera presencial. Allí, en la Oficina Española de Patentes y Marcas, están esperando desde hace 35 años que aparezca algún dirigente del PSOE de Cádiz para que inicie los trámites que permitan a este partido registrar como propia una frase que nació en la capital gaditana y que se ha venido manteniendo e incluso extendiendo con el paso de los años.

El PSOE lleva meses enfrascado en un proceso interno de renovación de sus direcciones, primero la federal, luego la regional, ahora están las provinciales –ayer fue el congreso de los socialistas gaditanos– y aún quedarán las locales, antes del verano. Y en todo este proceso se habrá repetido seguro y se repetirá esa frase cuya propiedad industrial sigue sin estar recogida en documento alguno: “En un congreso se sabe cómo se entra pero no cómo se sale”.

El PSOE de Cádiz se ha ganado a pulso en las últimas décadas una fama de partido intenso en el que conviven diferentes sensibilidades y cuyos choques han derivado en continuos enfrentamientos más o menos virulentos, siempre con el control del partido como hilo argumental. Es un PSOE vivo, dicen los más optimistas; es un PSOE roto en varios pedazos, sentencian los más agoreros.

Esta división –eterna y evidente a partes iguales– tiene, como todo, un origen. Y ese origen viene marcado por una fecha y por un lugar que perviven en la mente de los más viejos del lugar: año 1990 en el Hotel Atlántico de Cádiz.

Al inicio de la última década del siglo XX el PSOE era un partido casi hegemónico. Gobernaba con mayorías absolutas indiscutibles en España, en Andalucía, en la Diputación de Cádiz y en casi toda la provincia, salvo algunos municipios de peso como Jerez, San Fernando, Puerto Real, Rota, Vejer y algunos pueblos más. Hasta Trebujena tenía ahí un alcalde socialista.

A finales de 1990 se convocaba el VI congreso provincial del PSOE, y tocaba elegir una nueva dirección. Ramón Vargas-Machuca, filósofo, ideólogo del socialismo y diputado nacional, ya había anunciado que dejaba la secretaría general que había venido ocupando en los tres últimos años, dentro de un proceso de reflexión personal que le llevaría pasados tres años, en 1993, a abandonar del todo la política.

El congreso del PSOE de Cádiz quedó fechado para el 22 de diciembre en el Hotel Atlántico de Cádiz. Los días previos transcurrieron con normalidad, sin atisbo alguno de guerra interna. No en vano, las dos corrientes que convivían en el socialismo andaluz (los borbollistas representados en Cádiz por el llamado clan de Alcalá y los guerristas que en esta provincia siempre fueron los varguistas) habían sabido llevar con destreza y equilibrio el control del PSOE desde hacía ya seis años repartiéndose cargos y responsabilidades –y sillones, que eran muchos– de manera equitativa. Jamás había habido previamente enfrentamientos serios entre los dos bandos. Es más, nunca se había presentado más de una lista en un congreso provincial. Así que, si todo se había logrado consensuar siempre, ¿por qué iba a cambiar en ese 1990? Eso mismo pensarían en la ejecutiva del PSOE andaluz que entonces lideraba Carlos Sanjuán y que priorizó ese fin de semana actuar como bomberos en los congresos de Sevilla y de Córdoba. En Cádiz no era necesario, pensaban.

Todo apuntaba a que Rafael Román, entonces senador, cumpliría al fin su sueño de llegar a una secretaría general por la que habían pasado antes Alfonso Perales, José Luis Blanco y el propio Vargas-Machuca. Tras dos semanas de negociaciones con Luis Pizarro, todo parecía cerrado. Román sería el nuevo secretario general y no habría cambios ni en la presidencia del partido –un cargo que en el PSOE es honorífico y que iba a seguir siendo ocupado por Manuel Chaves, que llevaba apenas medio año de presidente de la Junta– ni en la vicesecretaría general, donde se mantendría Pizarro. La noche anterior al congreso todo estaba cerrado a falta de dos flecos sin importancia.

La dirección de la ejecutiva saliente: Luis Pizarro (vicesecretario general), Ramón Vargas-Machuca (secretario general) y Manuel Chaves (presidente).
La dirección de la ejecutiva saliente: Luis Pizarro (vicesecretario general), Ramón Vargas-Machuca (secretario general) y Manuel Chaves (presidente). / D.C.

En la mañana de ese 22 de diciembre una legión de delegados fue llegando al Hotel Atlántico al mismo tiempo que los niños del Colegio de San Ildefonso iban cantando –aún en pesetas– las pedreas y los premios de la Lotería de Navidad. Era un trámite muy simple: votar el informe de gestión, debatir alguna que otra ponencia, votar al nuevo secretario general y a su nueva ejecutiva y aplaudir a todo el que se pusiera delante del micrófono. “El PSOE celebra hoy el VI congreso provincial en un clima de consenso”, titulaba Diario de Cádiz en su primera página de ese sábado. “Antes del mediodía está esto acabado”, le diría Alfonso Perales a los periodistas a lo largo de esa mañana. Pero del dicho al hecho a veces hay un trecho y otras veces parece que estás al borde del Cañón del Colorado.

Nadie se lo esperaba pero de repente salía de la nada una segunda candidatura. Con posterioridad se sabría que aquella estrategia se empezó a urdir a primerísima hora de la mañana, pero lo cierto es que el panorama cambió radicalmente cuando el trío conformado por Eduardo García Espinosa, Ramón Santos y Ramón Natera presentaban al mediodía una segunda candidatura. Se avecinaba la tormenta perfecta.

García Espinosa fue siempre la persona de confianza de Vargas-Machuca. Ninguno daba un paso sin consultarlo previamente con el otro. Pero, aunque parecía algo que estaba cantado, jamás se demostró que la persona que ese mismo día abandonaba la secretaría general, y cuyo informe de gestión lograba un respaldo abrumador cercano al 95%, estuviera detrás de esa segunda candidatura.

Esa lista alternativa daba de lleno en la línea de flotación del clan de Alcalá. Mantenían a Román en la secretaría general y a Chaves en la presidencia, sí, pero destronaban a Luis Pizarro, a quien ninguneaban en la nueva ejecutiva con una simple vocalía. Espinosa, que intentaba disimular cualquier protagonismo reservándose para sí igualmente una vocalía, decía que su candidatura tenía el apoyo del 60% del partido y que, por ello, era la lista “de la mayoría y de la integración”.

Y llegó el caos. A partir de ahí el socialismo empezó a arrancarse la piel a tiras como no lo había hecho antes. Se notaba que había cuentas pendientes. Era como si la gente llevara tiempo deseando que llegara ese enfrentamiento para dirimir las fuerzas.

La maniobra del varguismo dejaba descolocados a muchos. Perales y Pizarro, primos de sangre pero hermanos de militancia, se tomaban un tiempo de reflexión y aparecían después del almuerzo con otra candidatura debajo del brazo. Perales terminó aceptando a Román de secretario general y por supuesto a Chaves de presidente, pero consideraba innegociable que Pizarro siguiera siendo el vicesecretario general o, lo que es lo mismo, el número dos de facto del PSOE provincial. Pero Espinosa se opuso. Insistía en que Pizarro debía perder su papel protagonista, que no podía desempeñar más que una simple vocalía. “No se puede apostar por la renovación con los líderes de toda la vida”, defendían sus adeptos. Y se entró en un callejón sin salida. Ya se había conformado la madre de todos los congresos. Y todo se torció más cuando tanto Chaves como Román decían que sólo aceptarían sus cargos respectivos si se presentaba una sola lista, porque si se mantenían las dos, que nadie contara con ellos, que se iban a casa.

En su edición del domingo 23 Diario de Cádiz reflejaba en su primera página que el PSOE gaditano estaba viviendo el “congreso provincial más tenso de su historia”. Es cierto que en ningún momento hubo violencia física, faltaría más. Pero, salvo eso, hubo de todo: todos los delegados pasaron olímpicamente de las comisiones y las ponencias, obviando cualquier debate político, todo eran carreras de un lado, reuniones interminables, Chaves –todo un presidente de la Junta– ninguneado y ajeno a todo conversando con su mujer y su hijo en una esquina del hotel, corrillos en la cafetería, alguna que otra siesta improvisada en los sofás que tenía el viejo Atlántico y hasta periodistas poniendo los oídos en las paredes –de manera literal– para enterarse de lo que decían unos y otros, Todo ello lo reflejó Carmen Morillo, la periodista de Diario de Cádiz que cubrió aquel congreso, en una crónica amplia y muy enriquecedora que se publicaría el lunes 24.

Crónica de Diario de Cádiz del congreso del PSOE de Cádiz de 1990
Crónica de Diario de Cádiz del congreso del PSOE de Cádiz de 1990

El PSOE había entrado en un callejón sin salida. Y la tormenta perfecta llegó cuando a las nueve de la noche Rafael Román no aguantó más y se fue a su casa. La secretaría general con la que tanto había soñado y que le había hecho incluso renunciar unas semanas antes al cargo que tenía en la ejecutiva regional, se le había esfumado. Era el gran derrotado.

Al final se mantuvieron las dos candidaturas, sí, pero los dos bandos tuvieron que recurrir a muchos nombres nuevos. Y la primera votación de la historia en un congreso provincial del PSOE de Cádiz se iniciaba a las tres y media de la madrugada del domingo. El posterior recuento daba la victoria a los varguistas por 3.748 votos (el 53%) frente a los 3.228 votos que logró el clan de Alcalá (el 47%), que había apostado por Luis Pizarro como secretario general y por Sebastián Saucedo como presidente. Casi 7.000 socialistas votando a las tres y media de la madrugada. Tremendo.

La nueva ejecutiva pasaba a tener como secretario general a Agustín Domínguez Lobatón, entonces presidente de la Junta del Puerto de la Bahía de Cádiz, con Jesús Ruiz, que era el presidente de la Diputación, como presidente del partido. Otros nombres de peso en esa nueva dirección serían Eduardo Santander, Sergio Moreno Monrové, Francisco Dodero, Enrique García Palau, Josefina Junquera, Antonio Fernández, Luis Benvenuty, Isidro Porquicho, María Jesús Castro y José Manuel Vera Borja.

La guerra civil en el PSOE de Cádiz acababa con Eduardo García Espinosa convertido en el gran triunfador y recibiendo abrazos y felicitaciones por doquier, y con todos los delegados entonando la Internacional pasadas las cuatro de la madrugada, tras 20 horas de congreso. Poco antes, Agustín Domínguez, el nuevo secretario general, había asegurado que “no habría dos PSOE de Cádiz” durante su mandato, aunque sí dejó claro que por primera vez “había una mayoría y una minoría” en este partido. Más claro, agua.

El PSOE gaditano viviría otros sonoros enfrentamientos internos, como el de 1994 en Valcárcel cuando Alfonso Perales apartó de la secretaría general a Saturnino Iglesias, o el de 2012 en Chiclana, cuando Irene García derrotaba al pizarrismo para convertirse en la primera mujer en liderar el partido. Pero nada tuvo parangón con el histórico cónclave de 1990 en el Hotel Atlántico, el primer congreso de la historia en el que uno sabía cómo entraba pero no cómo salía. Aunque no esté patentado.

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