"Y, si no halláis Estrecho, ¿por dónde habréis de pasar a la otra mar?"
Enfoque | 500 aniversario | Circunnavegación de la Tierra
Varias publicaciones celebran la efemérides de la primera vuelta alrededor del mundo
Pocas travesías cuentan con un potencial narrativo como la de Magallanes
En el inicio de todo, estuvieron las especias. Así lo explica Stefan Zweig en Conquistador del mar, el acercamiento al viaje de Magallanes del autor austríaco que Capitán Swing publicará el próximo mes de junio –y que está considerado como el mejor texto sobre la gesta de la primera vuelta al mundo–. "Zweig marca la diferencia en su acercamiento a esta aventura -comentan desde la editorial-. Esa es la principal cualidad que lo distingue de otros relatos: es muy fácil de leer, casi como si el mismo Zweig estuviera enfrente leyendo el libro por ti. Las biografías noveladas de Zweig son obras maestras de ambos géneros, tanto históricos como de literatura de ficción. Los que destaca de Conquistador del mar es su capacidad para transmitir 'el aire de los tiempos' con una mezcla de cultura, racionalidad y pasión que no tiene igual".
Stefan Zweig acometió el proyecto desde el sentimiento de culpabilidad: durante un crucero con todas las comodidades posibles por Sudamérica, Zweig se permitió el lujo de aburrirse. Una obscenidad –le dio por pensar–, teniendo en cuenta las condiciones en las que viajaron aquellos primeros exploradores, en barquitos de dimensiones ridículas, comiendo agua y pan agusanados y sin saber cuál iba a ser su suerte. ¿Qué los llevó a emprender aquellos horribles viajes?, se preguntó.
Ahora son unos tarritos de contenido parduzco en el supermercado pero, para los europeos medievales, las especias eran la verdadera alquimia. Las adoraban: les servían para darle variedad a una dieta que resultaba anodina incluso si eras rico y también, por supuesto, para disimular el mal sabor de los alimentos pasados. “Añadían jengibre a la cerveza y elaboraban un vino especiado tan cargado que hacía saltar las lágrimas”, nos cuenta Zweig. Y no olvidemos la perfumería, el incienso de las muchas iglesias ni los opiáceos: en esa agonía anterior a los antibióticos, tú única opción ante el dolor era analgésica.
Las especias transformaban los elementos. Eran magia pura. Y carísimas. En su precio, computaban las vidas (peccata minuta en comparación): sólo uno de cada cinco barcos que salían a hacer la ruta de las Indias conseguía llegar a casa. Y, por supuesto, computaban también las miles de tasas cobradas a lo largo del camino: no menos de doce manos –apunta Stefan Zweig–, con Venecia como traca final impositiva.
Ningún monarca, ninguna casa hubiera respaldado gestas como la de Colón o Magallanes si no hubiera mucho que ganar. El salto que se produjo en unas décadas en la vieja Europa fue prodigioso. El universo implosionó. “En veinte o treinta años –dice Zweig–, esos pocos barcos que partieron de Lisboa, Palos o Cádiz, se las arreglaron para descubrir más territorios de lo que toda la humanidad había hecho en miles de años”.
Gracias a las Nuevas Indias, y al viaje de Magallanes, Sevilla pasó a ser portal entre mundos, agujero de gusano. “No eres una ciudad, eres un universo”, escribía de ella, un siglo después de los primeros conquistadores, Fernando de Herrera. La Sevilla de la época es protagonista de Cuaderno de paseo por la Sevilla de Magallanes: la ciudad de la primera vuelta al mundo, editada por el Centro de Documentación y Publicaciones de la Junta de Andalucía y disponible online. Una propuesta que recrea lugares, personajes, acontecimientos y escenarios de la capital andaluza relacionados con la primera circunnavegación.
La cercanía del V centenario de la travesía ha propiciado nuevas publicaciones y reediciones respecto al tema. El Ministerio de Defensa acaba de publicar el amplio estudio La vuelta al mundo de Magallanes-Elcano. La aventura imposible (1519-1922), y Ariel ha realizado una edición conmemorativa de la obra Magallanes, de Laurence Bergreen, en la que el historiador une al testimonio principal (el del cronista Antonio Pigafetta), los de los marineros supervivientes. Planeta ha reeditado recientemente El imperio español, de Colón a Magallanes, el título en el que el hispanista Hugh Thomas relata la época de las conquistas. Todo ello, sin contar con los monográficos que dedicarán a la aventura distintas revistas especializadas, como es el caso de Andalucía en la Historia en su número actual.
Más allá del acercamiento histórico, pocas aventuras se prestan más que la de Magallanes para edificar un maravilloso relato de aventuras. Eso lo sabe bien Rafael Marín, que indagó en los hechos de la primera circunnavegación para elaborar el guión de La primera vuelta al mundo: una aventura gráfica en la que participaron una treintena de dibujantes, comandados por Abel Ippólito, y que ha editado la Consejería de Cultura de la Junta en colaboración con los Ayuntamientos de Sevilla y Sanlúcar de Barrameda. Es difícil conocer la historia de Magallanes y no engancharse a ella. A Marín, el relato según el que estructuró el cómic le sirvió como germen de la novela que acaba de escribir: “Me había acercado al tema ya hace años, por curiosidad. Por entonces, aún no trataba la novela histórica y dudaba de mi capacidad para documentarme –comenta–. Eso, por supuesto, fue antes de escribir Don Juan, que me hizo meterme en una época muy cercana a la de los descubrimientos; y antes de Internet, que te facilita muchísimo el acceso a documentación”.
“Me interesaba desnudar la tergiversación de la historia que se suele hacer –continúa Marín–. Decimos que Elcano fue el bueno y el que culminó la vuelta al mundo, y no es del todo cierto. El viaje estuvo envuelto en un cúmulo de insensateces, de momentos maravillosos, de penalidades. Se volvieron piratas, porque no hubieran podido sobrevivir de otra forma en el mar de Filipinas. Es una mezcla de ambición desmedida y valentía”.
La narración de Rafael Marín nace de boca del propio Pigafetta. Un cronista, vamos a decir, asombroso. Apuntemos uno de los párrafos del viaje: “Un día, la reina llegó con toda su corte. La precedían tres damiselas, que llevaban en las manos tres de sus sombreros. Ella vestía de negro y blanco, con un largo velo de seda con franjas doradas cubriéndole la cabeza y los hombros. La seguían muchísimas mujeres con la cabeza cubierta por un pequeño velo y con un sombrero encima de este velo. El resto de sus cuerpos estaba desnudo, excepto por un pequeño trozo de tela de palma que les cubría sus partes naturales. El cabello les cubría los hombros”. Y no, no es, como indica Hugh Thomas, un fragmento de Tirant Lo Blanc. ¿Qué pasó en realidad, Pigafetta? ¿Qué quieres disimular bajo estos pedazos que parecen extraídos de Las Mil y Una Noches o de las sagas artúricas? “En mi relato, el relato mental que escribe Pigafetta, él escribe la verdad –comenta Marín al respecto–. ¿Por qué miente? Miente, simplemente, por conservar la ética. Raptan a indios patagones, los encadenan y mueren. No podían acostarse con las indígenas, porque eran paganas, pero las bautizaban a velocidad sideral... Cuando los nativos se convierten todos a la vez, los europeos ni siquiera sospechan que puede ser una trampa. Son una panda de cínicos, a un lado y a otro; visto con los ojos de ahora, te asombra. Fue una conquista de otro mundo por gente que no tenía escrúpulos... Los indígenas debieron flipar al verlos llegar: tan feos, escorbúticos, sucios, pegándose tiros...”
Respecto a la fama de Magallanes, el escritor piensa que “si no hubiera muerto, la historia lo recordaría mucho más. Desde el principio, tuvo muy mal rollo también con la Corona española. Tenía mala prensa, de tiranuelo, y es cierto que puso como capitanes a parientes suyos, etc. Ejecutó sin tener poderes para hacerlo. Pero también es cierto –desarrolla– que sus subordinados demostraron no ser mucho mejores. Era soldado y cojo porque le habían pegado un tiro, y lo describen como bajito y con voz atiplada, cosa que nos recuerda a alguien”. Marín apunta también que la de Magallanes fue una empresa española por respaldo administrativo: “Magallanes era un arribista portugués y la tripulación estaba formada por franceses, napolitanos, había un artillero inglés... Fue una gesta común respaldada por la empresa privada y por la Corona”.
La historia sigue teniendo dudas sustanciosas: “No descubrieron Australia por muy poco. ¿De verdad querían llegar a Filipinas o querían llegar a Japón? A Enrique el Malayo, sirviente de Magallanes, este le había prometido la libertad una vez muriera: se le acusó de traición y desapareció, pero no está claro que los traicionara. Y la propia muerte de Magallanes, que nunca se quitaba la coraza, pero murió saeteado”.
“Es muy triste –continúa– que nuestro cine nunca haya hecho algo como se merece. No estamos hablando de una aventura infantil, sino terrible y sudorosa”.
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