Aquel pueblo mestizo y mágico
La Rota americana
El estilo de vida americano transformó los hábitos de una pequeña localidad rural y marinera. Tres testimonios relatan el impacto de la llegada de los marines a la localidad.
Los veraneantes de Rota de los 70 tenían mucho que contar a su regreso a casa. Entraban en julio en un universo mágico, otro planeta, y regresaban en septiembre a otro país, el suyo, en el que no existían los objetos, las personas y las sensaciones del verano, sino otra cosa a lo que llamábamos España. Rota era otro mundo. Hemos recopilado tres testimonios para que nos sumerjan en lo que fue esa Rota mitad gaditana, tan rural, y mitad americana. Un lugar de película.
Felipe Benítez ha publicado El azar y viceversa, una novela que retrata aquella Rota. El escritor roteño recuerda que "vivir en un pueblo como Rota daba en los 70 una sensación rara. Los pueblos normales eran extraños. Como comento en la novela, la Base no sólo alteró la estructura socioeconómica del pueblo sino también los escenarios. Había zonas en el pueblo en las que podías estar en cualquier pueblo norteamericano. Se hablaba inglés, por allí andaban americanos, los comercios estaban enfocados a ellos. Destacaban los coches, las motos y demás que ellos traían de Estados Unidos. Todo eso propiciaba una escenografía urbana que era insólita".
Para cualquier visitante de aquel tiempo, lo que más llamaba la atención eran los bares, que en nada se parecían a los españoles: "Convivían en Rota las tascas ultraétnicas con los bares a los que iban los americanos al billar, al futbolín y los dardos. Música adecuada, camareras extranjeras... Allí iba a trabajar todo el mundo pero convivían con lo puramente pueblerino. No anuló, digamos, la cuota de España profunda que tenía el pueblo".
El bar que aparece en su novela, el Hades, estuvo abierto hasta principios de los 80. Se transformó en otro bar y ahora es parte de un restaurante italiano. "Muy propiamente para la época, allí se iba fundamentalmente a soltar soflamas políticas y a fumar canutos. Recuerdo que había una heladería, Dairy Queen. Y a mí me gustaba mucho ir a la Base parar comer donuts en el bar del aeropuerto, que se llamaba Terminal".
Desde muy pronto, hubo en el pueblo un restaurante chino. "También había sitios de hamburguesas y, sobre todo, muchísima barra americana. En un pueblo como este, que era fundamentalmente pesquero y marinero, muy pequeño e insignificante, la gente vio en la Base una especie de revolución, así que la mayoría estaban encantados. Hubo algunos que padecieron, como los colonos de los huertos que había en los terrenos de la Base. El que era propietario de los terrenos no tenía tanto problema porque lo indemnizaron, pero el que era colono no tuvo nada. La Base generaría muchos puestos de trabajo, especializados o no, trajo prosperidad y quien pudiera tener cualquier prejuicio político e ideológico no podía ni formularlo. Y, por otra parte, la mayoría de la gente lo aceptó de buen grado".
Recuerda Benítez Reyes que la gente se admiraba mucho de que tirasen electrodomésticos. "Si encontraban algo que no funcionaba y estaba en la basura, un secador, una cocina o frigorífico, lo llevaban a arreglar".
Había cosas en Rota que no había en ninguna parte. El Playboy, sin ir más lejos, "quien tenía un Playboy tenía un tesoro. Incluso se vendían las hojas sueltas a los adolescentes". Pero lo fundamental fue la música. "La emisora de la Base emitía noticiarios, pero la mayor parte del tiempo lo que estaba poniendo era música. Al instante de editarse, los discos anglosajones estaban sonando en primicia para nosotros. Eso fue algo maravilloso. Lo último de Deep Purple, de Led Zepellin.... cuando aquí en España tardaban muchísimo en llegar, y eso los estelares, los menos conocidos no llegaban siquiera".
Y la celebración del 4 de julio. "Había una jornada de puertas abiertas antes del terrorismo global y conseguir un pase era fácil. Las atracciones eran el rodeo, el romper coches con una maza, puestos que se hacían hamburguesas, asados, heladerías... orquesta de la VI Flota, cuarenta músicos estupendos. Casi un carácter de fiesta local porque medio pueblo estaba metido en la Base".
Rosa Muñoz vive a las afueras de Boston en una casa que construyó su marido, Roger. Se conocieron hace más de treinta años y es uno de los muchos casos de matrimonios surgidos por la llegada de los americanos al pueblo. "La Base, en mi niñez, era barras de queso y leche en polvo riquísima. Todavía me acuerdo de ir con mi madre a la iglesia de mi barriada a recoger el queso y la leche en polvo.
Pisó por primera vez la Base con 16 años: "Fui con mi mejor amiga porque su padre pertenecía a la Marina e iban a la Base al club de oficiales y suboficiales. Era un grupo de españoles, que iban con sus esposas todos los fines de semanas". A su marido, Roger, lo conoció en la feria de El Puerto, en mayo de 1981, y al mes le pidió que se casara con él. Era Seabee 4, un batallón que es una rama de la Navy en tierra con base en California y salía destinado a diferentes lugares. Había recalado allí para estudiar la carrera que le gustaba, ingeniero de topografía. "Roger tenía que salir de España el 17 de Julio. Empezamos a arreglar papeles, pero al ser militar necesitaba permiso del capitán y fue por lo que no nos pudimos casar en España. Roger se tuvo que ir a Estados Unidos y yo me quedé en España esperando la visa, hasta cuando me la dieron y me vine un 24 de agosto. Nos casamos en septiembre. Él tenia 19 añitos y yo 23".
Rosa abandonó Cádiz para irse a vivir a California. Allí pasaba grandes temporadas sola porque la familia no podía acompañar a los marines en sus destinos. "Sólo fui con el cuando lo destinaron a Puerto Rico. Vivíamos en California y cuando él se iba, yo me quedaba con las demas familias. Mi vida cambio totalmente, yo no hablaba inglés. Las comidas, costumbres, y sin familia, para mi eso es lo que fue más difícil".
En 1985 Roger se salió de la Marina y se fueron a vivir a Massachusets para instalarse de manera permanente. Todo aquello ocurrió hace mucho tiempo. Rosa y Roger tienen dos hijos. Andrew Jose tiene 26 años y es ingeniero industrial. Jessica Rosa tiene 25 y es biomédico. Dentro de poco Rosa y Roger serán abuelos.
"Para mí fue muy complicado, todavía me siento en el limbo. Aquí siempre seré la española y cuando voy a Cádiz siempre soy la americana. Los primeros 23 años de mi vida los viví muy segura de quién era. En los 35 años que llevo aquí siempre estoy aprendiendo, demostrando y trabajando y intentando. Hay cosas que me gustan y otras menos. Llevo una vida normal. La diferencia es la del día y la noche. Aquí son mucho más privados, cada uno a lo suyo, hola y buenas, no existe el voy al vecino, nesecito un poco de azúcar o el he hecho algo rico y se lo voy a llevar a la vecina. Tampoco si ves un bebé por la calle te puedes acercar y decirle qué bonito".
Salvador Celada trabaja en Diputación y se crió hasta los 16 años en Rota. Si se le asalta con la pregunta de di algo de esa época, contesta: "Queso chedar, ese queso naranja que comían los americanos. Y los donuts americanos". Cuando su padre, policía, fue trasladado a Cádiz, Salvador tuvo que abandonar a su pandilla y se encontró con una ciudad en la que parecía que hubiera retrocedido una década u otra dimensión. "Aquí, a finales de los 70, los chavales iban con zapatillas Paredes y en Rota llevábamos Adidas; aquí se vestía con pantalones normales y en Rota íbamos con Levis de la Base, aquí veías los seítas por la calle y allí veías Chevrolet. Para los compañeros de mi clase de Salesianos, en un colegio solo de chicos, cuando en Rota era mixto, ver un negro por la calle era un acontecimiento y a mí los negros me parecían las cosa más normal del mundo".
Y todo esto sucedía pese a que, por lo que él recuerda, no había una relación muy estrecha con la comunidad americana. "Eran dos mundos distintos, pero es cierto que teníamos acceso a los productos que podíamos comprar en la Base. Por ejemplo, en Cádiz nadie tenía televisión en color cuando nostros la teníamos hacía muchísimo tiempo. También recuerdo en ese contraste que yo preguntaba a mis nuevos amigos de Cádiz que dónde podía comprar emanems. Estaban en las máquinas expendedora s de Rota. Aquí no había. Y allí hacían unas magdalenas de colores y unas tartas azules en los cumpleaños".
Recuerda Salvador la llegada de la VI Flota, que era un momento muy excitante porque la calle San Fernando, donde había un buen número de garitos exclusivamente destinados a los americanos, se llenaba de marines, "que eran muy infantiles en sus risas, en sus broncas y en sus borracheras. Estaba el Pasapoga, el Pool, el Tokyo, el Crazy Cat. Ahí se instaló yo creo el primer restaurante chino de España y se podía comer en Rota chili con carne, que no existía en ninguna otra parte. Y se montaban barbacoas, el olor de las barbacoas, y te enterabas de que era Halloween porque los americanos que vivían en el pueblo adornaban sus chalés para la ocasión. Cuando muchos años después viajé a Estados Unidos y lo recorrí de punta a punta tuve la sensación de que era una Base de Rota puesta detrás de otra".
El americano buscaba a las roteñas y los más enamoradizos incluso fantaseaban con el matrimonio. "Eso sí, antes iban a la oficina de mi padre a pedir antecedentes de penales. En un caso se les advirtió de que la persona por la que preguntaban se dedicaba a la prostitución. Pero ellos decían que no les implortaba su pasado moral. Uno de ellos le dijo a mi padre: cualquier puta española es mejor madre y esposa que una americana".
Del interior de la Base rememora su asombro observando el campo de béisbol o el rodeo. Y cuenta algo que explica muy bien ese contraste de sociedades. En los límites de la Base los americanos habían levantado una pista de motocross. Como se podía ver a través de la verja, los chavales roteños intentaron imitarla, en una especie de espejo, al otro lado de la valla. "Ahí estaban las dos pistas de motocross, a un lado y a otro, la suya magnífica, la nuestra tan cutre. Era su mundo, exuberante, y el nuestro, el de la España de aquel tiempo. Éramos tan distintos..."
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