Con erre mayúscula
MÚSICA
Raphael se reinventa en el Concert Music Festival arropado por el clasicismo y la modernidad
CHICLANA/Todo en Raphael es colosal. Cada espectáculo suyo puede escribirse con erre mayúscula, como la que precede a su nombre de figura única en el imaginario popular. Es letra capital en la historia de la música. Puede ser nuevo y clásico, íntimo e histrión, levantar pasiones y al público tras prácticamente cada interpretación, incluso antes de ponerse a cantar. "¡Te como entero, eres único hijo, lo tienes todo, me tienes loca...!", fueron solo algunos de los piropos exaltados que a la velocidad del rayo cruzaban las butacas y se dirigían al escenario que el artista domina como nadie.
Colosal también en sonoridad el espacio que le brindó ayer noche el Concert Music Festival de Sancti Petri, con la Orquesta Sinfónica de Málaga dándole la réplica bajo la batuta de Rubén Díez para encarar un repertorio consabido pero no por ello menos sorprendente. Un espectáculo heredero en formato de anteriores aunque nunca igual. Eso sí, recibido siempre con el entusiasmo renovado de un recinto abarrotado.
Con erre mayúscula de rotundo. La garganta del de Linares siempre conservando su eco bien moldeado a base de décadas de gira, una tras otra, sin descanso, por más que la voz se le quiebre al decir que sigue Igual de loco por cantar ante los locos aplausos de la audiencia. Arrancó el recital con una de sus propuestas más recientes, Infinitos bailes. No obstante, fueron sus composiciones de toda la vida las que el público esperaba como brisa refrescante. Más que brisa, un frío viento que obligó al cantante a peinarse continuamente sin deslucir un segundo de sus interpretaciones marca de la casa, esas que han creado escuela, timbre y sello Raphael con erre mayúscula y la eterna sonrisa de pícaro galán.
Por más que el manto clásico dominara en la velada, el término reinvención, también con erre mayúscula, se creó para Raphael. Sinfónico y, a ratos, RESinphónico. Así se titula su último disco, una revisión de sus grandes éxitos adaptados a la pista de baile. Una temeridad que en su arrojo es pan comido. Tuvo el respetable que aguantar a veces las ganas de levantarse de las butacas para entregarse al baile en las versiones electrónicas de No vuelvas, Mi gran noche, Digan lo que digan, Estuve enamorado, Cuando tú no estás, Qué sabe nadie, Yo soy aquel y Escándalo. En la gran pantalla que enmarcaba cada ademán, baile o exceso escénico del intérprete se proyectaban creaciones visuales que asemejaban un gran túnel del tiempo lisérgico que llevaban y traían a Raphael del pasado al presente, con el horizonte de un futuro inagotable. "Estaré aquí hasta toda la vida que ustedes quieran. Por favor no me olviden nunca, ¡nunca!", pedía a sus seguidores en los últimos compases del espectáculo. Él sigue erre que erre -mayúscula como su talento- la senda que inició hace cincuenta años y que, por lo que parece, solo detendrá la parca. Que así sea.
¿Olvidarle, preguntaba? ¿Cómo es posible si él mismo es capaz de agitar la memoria colectiva con únicamente abrir la boca? Sin embargo habló poco Raphael durante su visita al Concert Music Festival. Las canciones fueron las protagonistas. Y el recuerdo, con erre mayúscula. "Esto que hay aquí es una radio muy antigua, donde se escucha buena música, la de Carlos Gardel, toda una institución señores", rememoraba señalando el viejo aparato. Con Gardel cantó Volver, a piano y bandoneón, pero también hubo un guiño al tango que gemía Malena y para darle Gracias a la vida, esta vez al rasgueo de la guitarra. ¡Y vaya guitarra, acústica o eléctrica! Entre notas, el cantante enfiló el instante más íntimo del concierto con remates finales a conciencia y desde el patio de butacas le contestaban al estilo Jalisco: "¡Ay, ay, ay!", provocando risas cómplices. El breve capítulo latinoamericano lo cerró con Que nadie sepa mi sufrir, en la que alzó sus manos al aire para bailarle a las cuerdas su particular flamenco.
Un repertorio mayúsculo, como la erre de su nombre, colosal también por supuesto. Un cancionero que es inseparable de su persona y que le ha llevado a conquistar mercados alrededor del mundo y variopintas audiencias. En ese lugar del sur llamado Sancti Petri sonaron con enorme éxito y afectación Los hombres lloran también, Volveré a nacer, Ahora, Provocación, La noche, Yo sigo siendo aquel, A que no te vas, Sí, pero no, Por una tontería, Desde aquel día, La canción del trabajo, Estar enamorado, La quiero a morir, En carne viva y Como yo te amo.
Y del público decir que estuvo a la altura, receptivo -con erre mayúscula- al arte del maestro. Son ellos la medida exacta del alcance de la carrera de Raphael, pocos artistas pueden presumir de unos seguidores tan entregados a la causa durante un periodo de tiempo tan extenso, el del concierto y el de su propia trayectoria. No sabemos qué pensará Raphael de la nueva moda, él que ya era moderno antes de las pantallas táctiles. Pero hubo alguno, un porcentaje irrisorio del respetable, que prefirió seguir el show a través del cuadrilátero de una pantalla de móvil, cuando la verdadera batalla de canciones se dio unos metros más allá de sus pupilas dilatadas por tanta luz artificial. Absurda manera de dejarse los dineros y "disfrutar" de la magia del directo con filtros autoimpuestos. Una elección ridícula, con erre mayúscula.
A la salida del espectáculo, un grupo de seguidores despidió al ídolo hasta la misma puerta del coche que lo recogió, dejando tras de sí la estela de una presencia irrepetible, por mucho que termine regresando al ruedo porque le puede el escenario. El año que viene seguro que habrá más Raphael en Sancti Petri o en la China. Con erre mayúscula, cómo no.
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