Un rodillo de amasar para matar a su pareja en Chiclana

Galería del crimen. Capítulo 13

Inmaculada, de 42 años, mató a su novio desde los 17 y padre de sus dos hijos con un rodillo de amasar en Chiclana tras una espiral de destrucción creada por una mezcla de celos y bancarrota

Ilustración basada en la foto de whatsapp de Inmaculada
Ilustración basada en la foto de whatsapp de Inmaculada / Miguel Guillén
Pedro Ingelmo

13 de julio 2024 - 07:00

Existe una foto. Es una pareja en la treintena. Parece una jornada campestre, quizá un día de senderismo. Están rodeados de vegetación. Debe de ser otoño. Él luce una cuidada barba de unos tres o cuatro días y se cubre la cabeza con un gorro de lana. Sonríe con una dentadura perfecta. Ella lleva ropa deportiva, también sonríe. Están agarrados por la cintura y con la mano libre hacen un signo cómplice a la cámara con los dedos índices hacia el cielo. Ella ha elegido esta foto para ilustrar su whatsapp. Esas fotos suelen dar una información no verbal. Una pareja sonriente no puede querer decir otra cosa que la usuaria de la cuenta es feliz con su chico, que todo va bien, míranos. Pero es una foto falsa, es un Dorian Gray incrustado en ese teléfono mientras en el verdadero retrato esa imagen se pudre quizá por una deuda de Hacienda, quizá por un embarazoso mensaje de whatsapp interceptado. Quizá porque hace mucho que desapareció esa complicidad en ese signo de las manos signifique lo que signifique.

Aquel suceso ocurrido en Chiclana el 26 de septiembre de 2018 tuvo mucho seguimiento en la prensa, mucho más que cualquier otro caso sobre la muerte de un miembro de una pareja a manos del otro. Cada muerte por violencia de género tiene una vida pública de 24 horas y, a continuación, pasa a la estadística para arrojar a final del año el trágico saldo final. Aquel año 47 mujeres fueron asesinadas por hombres que habían tenido algún tipo de relación con ellas. También existe el dato contrario. Siete hombres fueron asesinados por sus parejas. Abraham fue uno de ellos. Fue esa típica noticia de hombre muerde perro y por ello los medios de comunicación quisieron saber quién era ella, quién era Inmaculada, Inma la dulce, como la bautizaron en algunos titulares.

Abraham había estudiado para ser maestro de educación infantil, le gustaban los niños, pero cuando accedió al mercado laboral eran los años de la explosión del ladrillo por lo que se metió en el negocio familiar de la construcción como maestro de obras. Fueron tiempos boyantes y se vio con músculo económico para mudarse con su pareja, su novia desde los 17 años, Inmaculada, del San Fernando donde ambos se habían criado a Chiclana. Compraron un adosado con una piscinita en la zona de Huerta del Rosario, un barrio en cuadrícula con centenares de adosados como el suyo, ideal para criar a los hijos que iban a tener, que serían dos, porque había un coqueto parque cercano, un colegio a unos pocos metros de la casa, un polideportivo y comercios para cubrir todas sus necesidades y llevar una vida cómoda. Además, los padres de Abraham estaban deseando tener nietos y para cualquier cosa que los necesitaran estaban ellos. Inmaculada tenía una magnífica relación con sus suegros. El carácter de Inmaculada ayudaba porque era una chica extrovertida y sociable. Pronto entablaría relaciones cordiales con los vecinos. Abraham era un poco más retraído, menos hablador, pero siempre educado y amable. Abraham e Inmaculada, por tanto, iban a formar una familia como tantas en un adosado como tantos. Y, como consecuencia de todo ello, adoptaron un perro.

El estallido de la burbuja

El estallido de la burbuja torció los planes. A Abraham se le quedaron colgadas algunas obras y la saneada cuenta del banco empezó a adelgazar hasta entrar en números rojos. Se defendía como podía con pequeños trabajos en el sector, algunos en blanco y la mayoría en negro. Inmaculada se puso a trabajar para reflotar la economía familiar. Encontró un empleo como limpiadora en un resort de la cadena Riu en esa concentración de hoteles del Novo Sancti Petri con animadores, actuaciones musicales, muchas piscinas y ofertas de todo incluido que hacen las delicias de las familias como las que Inmaculada y Abraham querían construir. No es que fuera gran cosa ni ofrecía gran estabilidad, ya que sólo le llamaban en temporada alta, pero había que sacar como se pudiera adelante la casa y a sus dos niños de 10 y 7 años por los que se desvivía.

La temporada alta acababa de terminar aquel año de 2018, pero aún había actividad en el hotel y ella esperaba seguir trabajando al menos hasta mediados de octubre. El verano había sido raro e Inmaculada estaba preocupada. Abraham había recibido hacía unos meses una carta de Hacienda. Ella no conocía los detalles de lo que ponía esa carta, pero debía ser grave porque Abraham se había empezado a mostrar muy irritable, no exactamente violento. Las discusiones subían de tono y en 25 años de relación se ha discutido mucho y es fácil saber cuándo las discusiones no son como las de antes. De hecho, ahora discutían por casi cualquier cosa. Abraham trataba de aplacar sus nervios fumando compulsivamente hachís, un hábito juvenil que nunca había abandonado, aunque ella casi sí. Eso al menos lo calmaba, por lo que Inmaculada lo prefería emporrado a sobrio.

La situación se había agravado el 21 de septiembre, como pudieron percatarse las compañeras de trabajo de Inmaculada. Fue el día en el que Abraham cogió el móvil de Inmaculada y se puso a espiar en sus mensajes. Allí encontró uno de un tipo de Mallorca que anunciaba que se iba a pasar por Cádiz y que le gustaría verla. Seguramente tendría que ser un conocido del trabajo, ya que la cadena Riu donde trabajaba Inmaculada es mallorquina. Abraham no sabía quién era ese tipo. No se conocen más detalles de esos mensajes, pero serían los últimos que escribiría Inmaculada porque Abraham, tras una monumental bronca en la que por primera vez él le puso la mano encima, le quitó el teléfono. Primero lo estrelló contra la pared y luego lo confiscó.

Al día siguiente, que es sábado, Inmaculada acude al trabajo. Una de sus compañeras nota que está lívida, con ojeras, seguramente de haber llorado y de apenas haber dormido. Le pregunta que qué le pasa y ella reconoce que no se encuentra muy bien. “Ya te hago yo tus habitaciones. Descansa un rato y llámame si no te recuperas”, le dice. Ella contesta: “No puedo, no tengo teléfono”.

Llegada a la audienca provincial de Inmaculada para la celebración del juicio.
Llegada a la audienca provincial de Inmaculada para la celebración del juicio. / Lourdes de Vicente

Un poco más tarde, una hermana de Inmaculada se presenta en la recepción del hotel y pregunta por ella. “Por Dios, Inma, llevo horas intentando localizarte”. Le informa de que su suegro ha sufrido un infarto, por lo que Inmaculada pide permiso a la gobernanta y sale del trabajo, al que ya no tiene que volver hasta dentro de cinco días. Está preocupada por su suegro, al que tiene mucho aprecio, pero también piensa en que a ver cómo se organiza ahora con los niños, ya que de un tiempo a esta parte pasan más tiempo con sus abuelos que en el adosado. “Que no sea nada lo de tu suegro y a ver si te mejoras”, le dicen las compañeras.

No se sabe qué fue del episodio del suegro. En el posterior juicio no se llegó a hablar de ello, quizá fue una falsa alarma. Pero sí se iba a hablar mucho de esos cinco días en los que Inmaculada iba a convivir con la ruina y el infierno de los celos. Inmaculada siempre aseguró que jamás le fue infiel a Abraham, pero en esos últimos días de septiembre ya todo daba igual. Abraham se había sumergido en un pozo de delirios y violencia que alternaba con marihuana y diazepam. De esos cinco días sólo conocemos la versión de Inmaculada.

Ella dice que en algún momento Abraham la arrastró a casa de sus suegros y le obligó a que se pusiera de rodillas delante de ellos y los dos niños, confesara su infidelidad y pidiera perdón por ello. En otro momento, en otro ataque histérico, le golpeó con la correa del perro mientras le gritaba que le iba a quitar a los niños, que la iba a echar de casa, o mejor, que la iba a quemar con ella dentro. “Yo ya no tengo nada que perder, en lo único que pienso es en arruinarte tu mierda de vida porque la mía ya está arruinada”, le gritaba Abraham.

Pero en esos cinco días a los ataques histéricos le seguían momentos de paz, quizá con la ayuda de la maría y del diazepam. Era entonces el momento de pedir perdón. Y los dos se pedían perdón mutuamente, se abrazaban, se serenaban, cogían aire, hablaban de que era importante seguir juntos por los niños, que eso era lo más importante que tenían, que todo lo demás daba igual, que te perdono que me hayas sido infiel. Ella susurraba que no, que no le había sido infiel, pero no lo decía muy alto porque cada vez que ella lo negaba generaba un nuevo episodio de furia.

El rodillo

Ella dice que en uno de esos remansos, él cogió su mano y subieron al dormitorio. Tuvieron un sexo tierno, agradable, como antes. Sin embargo, una vez acabado, el rostro de él se transformó. Bajó corriendo a la cocina y regresó con un rodillo de amasar: “Te he hecho el amor como a una mujer, pero ahora te voy a follar como a una puta”. Y elevó el rodillo, como si fuera a violarla con él. Ella salió corriendo escaleras abajo y él detrás de ella. El rodillo se quedó en el dormitorio.

Esa era la situación el día 26 de septiembre. No es fácil reconstruir las horas anteriores al crimen. Sabemos que los niños no están, que están con los suegros y, como dijimos, no sabemos qué pasó con ese supuesto infarto del padre de Abraham. Inmaculada y Abraham están solos en su íntima gruta de amor/odio. Inmaculada, en su declaración en el juicio, dice que apenas recuerda nada. El reconocimiento que se le había hecho a Inmaculada esa misma noche tras el suceso había encontrado hematomas por todo el cuerpo, pero son antiguos, posiblemente de la paliza que siguió al descubrimiento del mensaje de whatsapp, cinco días antes. También había abrasiones en sus partes íntimas compatibles con una violación, pero Inmaculada había declarado que habían mantenido relaciones consentidas y sin violencia. Lo que se puede deducir es que Abraham ha vuelto a hacer referencia a quedarse con la custodia de los niños, es posible que le haya dicho que no va a volver a verlos. Es una explicación a que él, agotado tras esa batalla de días de reproches y reconciliaciones, suba al dormitorio y quizá se derrotara en la cama, boca abajo, para dormir el sueño del que no despertaría.

Las dos armas del crimen: el cuchillo y el rodillo de amasar.
Las dos armas del crimen: el cuchillo y el rodillo de amasar.

Inmaculada dice que no, dice que cuando subió al dormitorio, vio el rodillo de amasar y decidió acabar con todo él estaba despierto. Fue un click, declara posteriormente. Click. Ella no subió al dormitorio pensando en matarle. Pero estaba allí el rodillo y click. Y la furia. “A los niños no me los vas a quitar y tranquilo que ya no vas a sufrir más”. Eso gritaba mientras golpeaba su cabeza con el rodillo. Tuvieron que ser muchas veces para desprender tal cantidad de fragmentos de cráneo mientras otros se clavaban en el interior del cerebro. Pero la furia no acabó. Quizá, en sus estertores, Abraham trató de levantar los brazos y entonces Inmaculada decidió rematarlo. Bajó a la cocina, cogió el cuchillo más grande que había, uno con una hoja de catorce centímetros, y lo degolló, aunque ya por entonces Abraham estaba muerto. Incluso, en su absoluto arrebato, quiso asfixiarlo con el rodillo cuando ya no había nada que asfixiar. Todo esto lo sabemos por el informe forense. Inmaculada sólo tiene una nube. Sabe que sucedió, pero no sabe cómo sucedió.

A continuación se produce un impasse de, aproximadamente, una tres horas. Abraham, su novio de los diecisiete años, yace en la cama con el cráneo destrozado, ella está empapada en la sangre del padre de sus hijos. A ella todo le parece extraño. Se tumba junto a él, incluso, cree recordar, le abraza. No trata de ocultar nada de lo que ha hecho porque no sabe muy bien lo que ha hecho. Es posible ( y esto es, una vez más, una deducción) que le despierte el sonido del móvil. Es su móvil, el que Abraham había arrojado contra la pared. Tiene carga, lo que quiere decir que quizá él estuviera esperando otro mensaje del tipo de Mallorca para confirmar sus sospechas. Al otro lado llaman del hotel. Es la gobernanta. Ella tenía que haberse presentado a trabajar ese día. ¿Por qué no estás aquí? Perdona, creo que no voy a poder ir. Como un zombi se arrastra con el móvil en la mano a la casa del vecino de al lado, un guardia civil retirado con cuya familia tiene una amistosa relación. “He tenido una discusión con Abraham. Nos hemos hecho daño”. “¿Y Abraham?” “No sé, está inconsciente.” El guardia civil le dice que llame inmediato al 112. Ella obedece. “Por favor, ¿pueden venir? Creo que mi marido está herido”.

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