¿De dónde sale el agua que bebemos? El mapa líquido de la provincia de Cádiz
La presión sobre el acuífero gaditano y una agricultura de alta intensidad se unen en un tablero de climatología cambiante, en el que ni siquiera puede jugar sus cartas una potente red de abastecimiento
Nuestro particular gigante de agua, el embalse de Guadalcacín, nos respalda desde la sequía del 95: pero, también desde entonces, se han multiplicado las hectáreas de regadío intensivo
La nueva borrasca Laurence trae más lluvias a Cádiz
Podemos resoplar todo lo que queramos, rechinar los dientes, cruzar los brazos resignados, a ella no le importa. La lluvia (el agua) sigue presentándose conveniente o inconvenientemente, a paso de dios aunque soñemos con ella en la Luna. Miramos al cielo con idéntica expresión que nuestros antepasados, sabiendo que nuestro presente y futuro a corto y largo dependen de ella – las inercias fundadas en el neolítico son difíciles de vencer–. No sólo las divinidades convocaban a la lluvia, sino que el agua estuvo –lo sabemos–en el origen de las mismas.
El dios del agua sigue siendo temible pero, hoy día, se deja domesticar, como algún lobo descarriado. De azotarnos sin piedad durante siglos, ahora le podemos poner la mano en el lomo. Calibrar –no siempre– cuándo puede llegar. Sabemos domar los cauces. Y, lo peor, sabemos hasta dónde podemos exprimir y vamos más allá. Hoy día, la sed –recordaba en el libro del mismo nombre Virginia Mendoza– suele depender de la voluntad de un hombre, aunque esta sea una circunstancia relativamente nueva en la historia: hasta mediados del siglo XX, gran parte de la provincia (incluyendo Cádiz y su Bahía, Jerez o la Costa Noroeste) mal sobrevivían tirando de manantiales y pozos. No fue hasta 1947 que se incorporaron las Presas de Hurones en el río Majaceite, y la de Bornos en el río Guadalete al Plan General de Obras Públicas para paliar esta situación.
Los famosos pantanos del franquismo se saldarían en la segunda mitad del siglo XX con cinco embalses en Cádiz: Arcos, Los Hurones, Bornos, Guadarranque y Almodóvar. No en vano, Andalucía occidental era una de las zonas de preferencia para este tipo de obras –desarrolla Miguel Ángel del Arco en Las alas del ave fénix–, dada la abundancia de latifundios. Los latifundistas –afirma Del Arco– se convirtieron en los “grandes beneficiarios de los resultados de la transformación del regadío: los grandes propietarios controlaban el 40% de la tierra regable y los pequeños (el 70% de los cultivadores), apenas una cuarta parte del territorio regado”. Además de la política colonizadora, explica, “el franquismo dispuso el escenario perfecto para que los latifundios se viesen beneficiados: salarios bajos, cultivos implantados, política de precios y control de la mano de obra”.
Los embalses de la provincia de Cádiz
Levantado sobre tierras cultivables, el embalse de Bornos (1961), destinado a riego y electricidad, sería el encargado en territorio gaditano de inaugurar la política de embalses franquista
El pantano de Los Hurones –con su límbico poblado– se inauguró apenas unos años después, en 1964. Se extiende por los términos de Jerez, El Bosque, Benaocaz, Ubrique, Arcos y San José del Valle y se surte del Majaceite. Cuando desembalsa, el agua va a parar al actual embalse de Guadalcacín.Junto a este último, se encarga de dar de beber a la enorme Zona Gaditana de Abastecimiento, que se extiende desde Algar y Arcos hasta Tarifa, incluyendo la campiña jerezana y la parte más occidental de la provincia.
También de la década de los sesenta es el embalse de Arcos (1966), orientado a consumo humano. Se alimenta del Guadalete y se construyó como pantano de derivación del embalse de Bornos y, por eso, suele presentar unos porcentajes.
En 1965 se levantaría también el embalse de Guadarranque, sobre el río del mismo nombre y que, desde la localidad de Castellar, es fuente de abastecimiento para uso urbano, riego e industria.
Las décadas siguientes verían la construcción del embalse de Almodóvar en el término municipal de Tarifa (destinado a consumo humano y regadío)y del embalse de Charco Redondo, que se nutre del río Palmones y tiene uso industrial, además del usual de abastecimiento y riego. Los siguientes embalses de la provincia llegarían al paso de la sequía de los 90. La llamada sequía del 95 coronaba, realmente, un periodo seco de cuatro años.
La seca del 95
En aquella gran seca, la que muchos de nosotros recordamos, el consumo humano estuvo restringido a un puñado de horas al día, con cortes nocturnos, y el riego se redujo a la mitad; en la zona de la Bahía de Cádiz, se llegó a traer agua en barcos cisterna.
El emblemático embalse de los Hurones descendió al 12,6%: en agosto del 95, aparecieron cientos de peces muertos en su superficie, a causa de la pobre calidad del agua, la falta de oxígeno y el fuerte calor. Tan sólo un año antes de ese mínimo histórico, Los Hurones estaba al 30%.
Entre las medidas de urgencia que se acometieron, estuvo el trasvase del río Guadiaro al Majaceite. La recién inaugurada presa de Zahara-El Gastor, destinado a uso agrícola, se utilizó para consumo humano ante la situación de emergencia que vivían, principalmente, los municipios de la Bahía. La presa de Barbate, también destinada a regadío, finalizaría en el 95.
Podemos pensar que el tamaño del susto se trasladó a la ampliación de la vieja presa de Guadalcacín, destinado ahora a abastecimiento humano y riego, que databa de 1922: su volumen se multiplicó por más de ocho, hasta sus actuales 800 hm3 –para ponerlo en perspectiva:toda la reserva de la provincia de Málaga es de algo más de 600 hm3–.
A todo ello, se unieron medidas que seguimos manteniendo hoy día, como una mayor concienciación social –ahora mismo, empleamos unos 20 hm3 menos de agua en consumo urbano de lo que hacíamos entonces–; mejoras en las redes de distribución de la Bahía o la optimización en los sistemas de riego, pasando a ser de goteo en vez de superficie.
Las lecciones que no aprendimos
Por supuesto, en no todo hemos sido tan cumplidores. Treinta años después, los principales problemas del suministro gaditano son el uso intensivo de los acuíferos y del sistema de regadío: dos realidades que se ven aumentadas por los ciclos de sequía cada vez más largos, una de las cartas introductorias del cambio climático.
Sólo en la década que siguió a aquella sequía histórica, la superficie regable en Andalucía aumentó en un 35%: un porcentaje que se traduce en diez mil hectáreas más. Desde entonces hasta ahora, el crecimiento ha continuado: en la provincia gaditana, la superficie regable entre 2012 y 2021 aumentó en un 8% –en toda Andalucía, esa proporción fue del 9,4%; con casos como el de Huelva, donde el espacio para frutos rojos se disparó en un 140% en diez años, hasta superar las 14.000 hectáreas–.
La vuelta de tuerca a este crecimiento la pone el hecho de que muchas de estas hectáreas están destinadas a cultivos superintensivos –cultivos tradicionalmente de secano forzados en sistema regadío para producir más–. En la campiña jerezana, por ejemplo, con el caso del olivar.
El último ciclo de sequía que hemos sufrido –del que nos hemos desquitado con gran fanfarria estas semanas–, no venía tanto de la ausencia letal de lluvias –aunque las estaciones arrojaran medias hídricas minimizadas– como de una gestión que terminaba ahogando al sistema.
Hace algo más de un año, el embalse de Zahara-El Gastor estaba al 16% y ofrecía una imagen desoladora. ¿La culpa? Según el Ayuntamiento de la localidad, los frecuentes desembalses que se han producido en los últimos años para atender la demanda de los regadíos. Los pantanos de Zahara, Arcos y Bornos –se limitaba a responder la Junta– están dedicados a riego, y su funcionamiento responde a las necesidades agrarias –el embalse de Bornos recibe las aguas del de Zahara, que terminan llegando al embalse de Arcos–. Es decir:no tenemos la culpa de que te haya tocado estar al inicio de la cadena, y un sistema de cultivos intensivos y superintensivos necesita de un flujo constante, imposible en años de sequía. Aun tras las grandes lluvias de esta semana, el pantano de Zahara está todavía al 22,6%: el porcentaje más bajo de la cuenca.
El agua se convierte así en la pesadilla que se muerde la cola. Por supuesto, el suministro de la provincia no es sólo el que se ve: gran parte del territorio gaditano cuenta con masas de agua subterránea, una red de acuíferos que cubre la mayor parte de la Sierra, y desciende desde Arcos y San José del Valle hasta Jerez; que cubre también el ámbito de la Bahía y el litoral de la Janda, subiendo por Vejer hasta Benalup. De ahí tiramos en vacas flacas y no flacas, pues dos de los grandes núcleos de viviendas sin saneamiento reglado (desde Chiclana hasta Tarifa) se nutren del acuífero. Excepto las zonas que cubren la Sierra, la mayor parte de los puntos del recurso subterráneo –según aporta el último Plan Hidrológico de la Junta–presentan contaminación química; en general, por presencia de nitratos procedentes del su o agrario y ganadero, pero también con áreas de intrusión salina.
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