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Tiroteo en el Guadalquivir: La ruina de la paz

Análisis

La aparición de armas destinadas a Ucrania en manos de narcos de una de las grandes autopistas del hachís es sólo un pequeño fotograma del submundo que se mueve bajo nuestros pies y que es el gran negocio de la guerra

El tiroteo contra guardias civiles en Sanlúcar se realizó con armas enviadas desde Ucrania

Varios guardias civiles son ametrallados al impedir un alijo en el Guadalquivir

Intervención de narcolanchas en el Guadalquivir por la Guardia Civil / José Angel García
Pedro Ingelmo

04 de junio 2024 - 12:22

Existe en lo que llamamos Occidente una industria muy legal, financiada por fondos de inversión muy legales en las que depositan sus ahorros futuros y pacíficos pensionistas, que no puede figurarse un mundo en paz porque no existe mayor ruina que la paz. Esta industria tiene a sus principales clientes en los estados, que pagan con los impuestos de sus pacíficos ciudadanos el más variado y moderno último grito de la moda destructora.

Durante los años 90 la industria armamentística sobrevivió mal que bien aguantando aquella cantinela del fin de la historia tras la caída del muro. En 1997 el gasto en armamento apenas superaba el billón de dólares en el mundo y el negocio se estaba desplomando después de los años dorados de la llamada disuasión. Las sociedades occidentales empezaron a pensar que para qué necesitaban armas si no pensaban luchar contra nadie.

Sí, estaban los conflictos africanos, que allí nunca falta el negocio, pero necesitaban algo más tangible para que los inversores siguieran confiando en ellos. ¿A quién le importa lo que ocurra en el Congo? Eso no vende. Mucho menos la existencia de esos oscuros personajes que van moviendo armas por el orbe y abasteciendo a otra industria, la criminal.

A partir de 2001 la tendencia cambió. Las Torres Gemelas, el terrorismo internacional… Ya tenía otro color. Y que de repente hayan caído dos loterías juntas como son dos guerras como dios manda, una en Ucrania y otra en Oriente Medio, es cantar bingo. En 2021, antes del inicio oficial de la guerra de Ucrania -Ucrania lleva en guerra en realidad desde 2014-, ya los balances de cuentas se habían estabilizado superando los dos billones de dólares en ventas de armas porque lo de Siria, sin ir más lejos, no estuvo mal. Pero era el momento de pegar el gran pelotazo con esos pacatos y cicateros gobiernos europeos. Al final han entrado en razón.

Porque para que Europa entre en el negocio hacen falta guerras mediáticas. Sin los medios de comunicación no te puedes montar una buena guerra. Que ese periódico español progresista de mayor tirada titulase aquel domingo a cinco columnas que Europa se prepara para la guerra fue un éxito sin precedentes. Que esos ilusos europeos que tienen esas poblaciones acobardadas que sólo saben salir a las calles para pedir la paz sin saber que la buena vida que se pegan no se paga con paz hayan cambiado el rumbo y que lo que no consiguió Trump lo hayan conseguido Putin y Biden sólo puede considerarse como un gran triunfo de la industria muy legal que produce mucho empleo y mucho bienestar. Si a esto ya se suma Netanyahu con la inestimable colaboración de Hamás, entonces qué te digo. Dobles parejas.

La entrada de los tanques rusos en Ucrania dio la voz de alerta. Ese aletargado club llamado OTAN despertó y el mensaje se propagó: hay que parar a Putin, el nuevo Hitler, en una comparación algo sobreactuada. Pero entregar armas a Ucrania tenía un riesgo y, en realidad, se sabía. Es indudable que la mayoría de los ucranianos son ciudadanos que sólo querían vivir en paz y anhelaban ser tan europeos, al menos, como sus vecinos polacos. Pero en Ucrania, un país con altísimos índices de corrupción -imprescindible el libro Ucrania 22: la guerra programada, de Francisco Veiga, aunque la literatura sobre el tema es amplia-Ucrania 22: la guerra programada, la proliferación de grupos paramilitares con contactos con las mafias era archiconocido. Esa fuga de armamento que acaba en el río Guadalquivir para tirotear a unos guardias civiles con fusiles cuyo destino iba a Ucrania no puede resultar una sorpresa. Cada vez que cada país envía armas a Ucrania para defenderse miles de pequeños movimientos se suceden entre tratantes que tienen formas de quedarse con una parte como fugas de agua en las tuberías de los regadíos. Mientras en el frente el ejército ucraniano racionaba las balas, el mercado de armas, un negocio universal, inmenso, en negro, que se mueve en los mismos círculos que el narcotráfico y la trata de blancas, florecía. Ese submundo no está compuesto por pymes de la criminalidad. Son grandes corporaciones que acuden al mercado al igual que cualquier hijo de vecino.

El aniquilado grupo Wagner, con grandes intereses en el Sahel y que llegó a doblar el brazo al neocolonialismo francés, sólo enseñó una pequeña pata de lo que supone la privatización de la guerra. En el otro lado también existen, aunque no tengan la escenografía wagneriana. Los mercenarios nunca han dejado de existir y todo está estrechamente relacionado.

Mientras, al ciudadano medio le llega todo ese soniquete de parafernalias nacionalistas, derechos históricos y luchas por la libertad, una palabra que uno ya no tiene ni idea de lo que significa. La gastaron de tanto usarla. Y sí, la gente normal quiere defender su hogar, criar a sus hijos, tener un curro, tomarse una copa con sus amigos, ver una película en el salón de su casa. Pero eso no siempre puede ser. Es el mercado, amigo, y si te ha tocado la china te vas olvidando de todo eso porque has sido señalado como el perdedor. Porque en los negocios siempre tiene que haber un perdedor y una guerra no es más que un puto negocio. La diplomacia no va a venir en tu socorro.

Y así, en esa dinámica, que aparezcan fusiles destinados a Ucrania en el Guadalquivir es sólo un pequeñísimo fotograma del submundo que se mueve debajo de nuestros pies, una derivada del juego de la guerra y de la próspera industria que lo acompaña.

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