La tránsfuga reincidente tumba el castillo de naipes

Historias de Cádiz-Herzegovina | Capítulo 18

En junio de 2003 el PP urdió una estrategia para tomar el poder en la Diputación de Cádiz con el apoyo del PA y del PSA, pero una concejala ex popular y ex andalucista de Algeciras lo impidió  

El PP se comprometía a dejar como alcaldes a Pacheco en Jerez y a Patricio en Algeciras

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Encarna Gallego, en la primavera de 1999 pegando un cartel con su imagen como candidata del PP a la Alcaldía de Algeciras.
Encarna Gallego, en la primavera de 1999 pegando un cartel con su imagen como candidata del PP a la Alcaldía de Algeciras. / D.C.

Lo malo es que no depende sólo de ti. Tú puedes volcarte, poner todo tu afán, todo tu temple, pero hay un sinfín de elementos externos que no puedes controlar y que quizás terminen influyendo para que todo se venga abajo. Y si eso pasa, al final el fracaso será tuyo, aunque sea injusto.

Dicen que los naipes los inventaron los chinos en el siglo XII, que los cruzados los trajeron a Europa entre los siglos XIII y XIV y que fue en Madrid donde se imprimió la primera baraja de cartas allá por el año 1392. Pues bien, es muy probable que nadie, ni los chinos, ni los cruzados, ni los que imprimieron esa primera baraja, se imaginaran que con el paso de los años esas cartas ideadas para pasar el tiempo en torno a una mesa sirvieran también para que los campeones del buen pulso y la paciencia se atrevieran a montar castillos de naipes, esas estructuras simétricas y ordenadas que van creciendo conforme se van acomodando las cartas sobre sus bordes. Pero son también unas estructuras sumamente frágiles y precarias, porque con nada se vienen abajo.

En la historia reciente de la política gaditana también hay un episodio en el que un partido político montó su propio castillo de naipes. Fue el PP, que en los primeros días de junio de 2003 urdió una estrategia para llegar al fin a la Presidencia de la Diputación Provincial de Cádiz, ese anhelo que tanto persiguió durante muchos años. El plan era complicado, pero no imposible. Así que se puso a la tarea en silencio y sin prisas, paso a paso, naipe a naipe... hasta que el estornudo de una concejala tránsfuga de Algeciras lo tumbó todo. Tránsfuga y además reincidente, ya que en el plazo de apenas once meses esa edil había abandonado ya a los dos partidos con los que había concurrido a dos elecciones municipales diferentes. Y es que por tener en esta provincia tenemos hasta a la plusmarquista nacional del transfuguismo.

Cuatro años antes, en 1999, el PP ya había atisbado aunque en la lejanía la opción de tocar poder en la Diputación de Cádiz. El PSOE les había superado en las urnas –11 escaños frente a nueve– pero la llave la tenían los siete diputados de PA. Y los populares llegaron incluso a ofrecerle la Presidencia de esta institución al alcalde andalucista de San Fernando, Antonio Moreno, para desbancar así a los socialistas... pero llegó Pedro Pacheco y mandó parar, aupando de nuevo a la Presidencia a Rafael Román. Aquella frase de “yo con la derecha reaccionaria no voy ni a misa” pasó desde ese momento a formar parte de las sentencias lapidarias del alcalde casi eterno de Jerez.

En 2003 las urnas tampoco sonrieron al PP, que veía cómo sus 12 diputados provinciales eran superados por los 13 del PSOE. Pero aún había una opción de desembarcar al fin en la Presidencia de la Diputación, la cual pasaba por sumar cuatro apoyos que le permitieran llegar a los 16 que conforman la mayoría absoluta en esta Corporación. Y esos cuatro apoyos debían salir de estas opciones: los dos diputados del PA (uno de San Fernando y otro de Algeciras), los dos del PSA (la gente de Pacheco en Jerez que se habían escindido pocos meses antes del siempre convulso PA), Hernán Díaz (el alcalde independiente de El Puerto que llevaba ya tres años de socio del PSOE en la Diputación), y el diputado de IU, un acta que estaba destinada a algún concejal de José Antonio Barroso en Puerto Real.

Parecía una utopía pero el PP contaba con un as en la manga, algo que siempre puede venir bien cuando de montar un castillo de naipes se trata. Y es que los populares tenían preparados y dispuestos los flotadores que necesitaban con urgencia tanto Pedro Pacheco (PSA) como Patricio González (PA), los alcaldes respectivos de Jerez y de Algeciras que en esas elecciones del 25 de mayo de 1999 habían sufrido sendas y dolorosas derrotas a manos del PSOE.

Descartadas las opciones de IP –Hernán Díaz firmó rápidamente un pacto con los socialistas tanto en la Diputación como en el Ayuntamiento portuense– y descartada la siempre complicada opción de un acuerdo de gobierno PP-IU, los populares empezaron a ver crecer su castillo de naipes. Tenían que conformar un gobierno tripartito en la Diputación, tenían la complicadísima misión de poner de acuerdo a PA y PSA, enemigos más que irreconciliables, pero, a cambio de aupar a la Presidencia de la Diputación a María José García-Pelayo, el PP les ofrecía oro molido: mantener a Pacheco en la Alcaldía de Jerez –una medida que hubiera escocido muchísimo al electorado de los populares en ese municipio– y a Patricio González en la de Algeciras. Había que escucharla mejor, con detenimiento, pero inicialmente era una música que no le sonaba mal ni al PSA ni al PA.

Había 20 días por delante, hasta las investiduras en los ayuntamientos, se celebraron varias reuniones –muchas de ellas en Sevilla–, el castillo de naipes llevaba ya algunos pisos... hasta que un inesperado estornudo procedente de Algeciras lo tumbó todo.

Encarna Gallego, concejala electa del PA algecireño, dijo que nanai, que por encima de su cadáver, que de pacto con el PP nada de nada, que con su voto no contaran. Y, claro, su voto era esencial, porque para que Juan Antonio Palacios, el socialista ganador de esos comicios en Algeciras, no llegara a la Alcaldía eran esenciales los votos de todos los concejales del PP (siete) y del PA (siete también), sin excepción, porque la mayoría absoluta estaba (y está) en los 14 ediles.

Para entender la reacción de Encarna Gallego hay que remontarse algo en el tiempo. Tras muchos años como militante del PP, llegaría a ser la candidata de este partido a la Alcaldía de Algeciras en las elecciones municipales de 1999. Su partido quedó tercero pero los ediles populares entraron en el gobierno gracias a un pacto con el PA de Patricio González. Gallego, que era la delegada municipal de Participación Ciudadana y de Igualdad, sólo aguantó tres años. En julio de 2022 decidió integrarse en el Grupo Mixto, aduciendo un claro deterioro en las relaciones con sus hasta entonces compañeros.

Gallego mantuvo sus competencias en el gobierno local pero cuando otro edil del PP, Enrique Cristelly, decidió acompañarla al Grupo Mixto, los populares ya no aguantaron más: “O con nosotros o con los tránsfugas”, le dijeron a Patricio. Y el pacto saltó por los aires porque el alcalde eligió seguir gobernando con los dos tránsfugas. Y no sólo eso sino que aceptó incluso integrar a Encarna Gallego en su candidatura para las elecciones municipales de 2003, una decisión que terminaría siendo fatal para sus planes de mantenerse en la Alcaldía.

Encarna Gallego, junto a Patricio González y José Ortega (de espaldas), en la campaña del PA a la elecciones municipales de 2003 en Algeciras.
Encarna Gallego, junto a Patricio González y José Ortega (de espaldas), en la campaña del PA a la elecciones municipales de 2003 en Algeciras. / D.C.

Una vez conocida su negativa a gobernar con el PP, Patricio González intentó convencer a Gallego para que no tomara posesión como concejala y le cediera el puesto a la número ocho de la candidatura andalucista, que era curiosamente Izaskun Uriarte, la esposa del aún alcalde. Pero Encarna Gallego mantuvo su negativa y se armó la marimorena, una marimorena que empezó siendo política pero que terminó incluso en los tribunales de Justicia.

Porque la edil que había sido tránsfuga y que quería volver a serlo anunció que no acudiría a la investidura del 14 de junio –“porque no quiero protagonismo”, dijo– y que tomaría su acta de concejal para volver al Grupo Mixto una semana después. Y huyó de Algeciras, afincándose durante unos días en Los Barrios y volviendo a su ciudad sólo para presentar una denuncia en Comisaría por amenazas y coacciones. “Me quieren matar”, llegó a decir, y también que había recibido “ofertas millonarias” por su voto en la sesión de investidura. Gallego pasaba a ser una heroína para unos y una villana para otros.

La Alcaldía de Algeciras, como así terminaría siendo, ya estaba en el saco del PSOE y a Patricio González sólo le quedaba el consuelo de repudiar a Encarna Gallego –“a todo cerdo le llega su San Martín”, llegó a decirle–. También arremetió con dureza contra el PSOE, al que acusó de estar detrás de una supuesta compra de la concejala que le había traicionado.

Pero esa cruzada de los andalucistas algecireños contra el PSOE duró poco. Con todos los naipes tirados por el suelo en la sede del PP gaditano y con los socialistas manteniendo el timón de la Diputación –Francisco González Cabaña relevaría ese año a Rafael Román– el entonces secretario nacional del PA, Antonio Ortega, prefirió eso de tener algún pájaro en la mano antes que verlos volando. Y como los andalucistas y los socialistas llevaban ya siete años gobernando en coalición en la Junta, planteó sendos acuerdos al PSOE tanto en la Diputación gaditana como en el Ayuntamiento de Algeciras. Y de paso se alegraba abiertamente de que Pacheco no fuera a continuar como alcalde de Jerez, “porque es nuestro enemigo público número uno”, dijo sin remilgos.

El pacto con el PSOE en la Diputación se cerró más o menos rápido aunque con un amago de plante inicial por parte del PA. Pero el otro acuerdo fue más laborioso, primero porque los socialistas algecireños habían firmado y anunciado con anticipación un acuerdo de gobierno con IU que Manuel Chaves obligó a romper, pero también porque Patricio González puso al nuevo alcalde, Juan Antonio Palacios, como condición sine qua non que Encarna Gallego no asumiera ninguna delegación municipal, como así terminó siendo. “Encarna Gallego va a cobrar 350.000 pesetas mensuales por venir a los plenos a abstenerse y a no hacer absolutamente nada”, sería otra de las sentencias del ya ex regidor.

El epílogo de esta historia tiene tres secuencias diferentes. En la primera está el PP, que tendría que esperar aún ocho años más para presidir la Diputación de Cádiz y que en ese 2003 sólo pudo consolarse pactando con Pacheco, haciendo alcaldesa de Jerez a García-Pelayo y evitando así un doloroso 3-0 por parte de un PSOE que se había quedado con la Alcaldía de Algeciras y con la Diputación.

Otro plano era el judicial, donde terminarían archivándose tanto la denuncia por amenazas e insultos presentada por Encarna Gallego como la que presentó el PP por ese supuesto intento de compra de la edil re-tránsfuga. Tras la toma de declaraciones, tanto el Juzgado número 3 de Algeciras en el primer caso como la Fiscalía de Cádiz en el segundo coincidieron en que no había pruebas de nada.

Y la tercera imagen es la más curiosa. Y es que en ese mandato en la Diputación el gobierno tripartito PSOE-PA-IP terminó cojeando tras irse de su partido el diputado andalucista de Algeciras Hermenegildo González. Y para recuperar la mayoría absoluta a Cabaña no se le ocurrió otra cosa que integrar en su gobierno a los diputados del PSA de Pacheco liderados por Juan Román. El líder socialista montaba con rapidez el mismo castillo de naipes que se le había caído al PP unos meses antes. Pero en este caso la estructura sí se mantuvo erguida, entre otras cosas porque el PA se tragó ese sapo sin rechistar. Ahí nadie estornudó.

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