Trastornos de la alimentación: Cádiz lleva treinta años sin un centro público especializado en anorexia y bulimia

Andalucía sólo cuenta, desde hace un lustro, con dos unidades orientadas a estas patologías dentro del sistema público

En la provincia, donde se estiman unos 4.300 casos, no existe este tipo de recurso

"Necesitamos una unidad para tratar los trastornos alimentarios"

En la atención médica de estos enfermos, las ingestas han de realizarse fuera del domicilio.
En la atención médica de estos enfermos, las ingestas han de realizarse fuera del domicilio. / D.C.

La hermana de Patricia sufrió anorexia hace una generación, en la primera gran oleada de trastornos alimentarios, allá por los noventa, cuando la anorexia y la bulimia actuaban con voracidad de contagio social en los institutos. “¿Cómo no va a haber nada?”, se dijo, mucho tiempo después, cuando su hija repitió patrón. Ninguna atención específica y completa, ningún centro especializado: a nivel público, nada. No había habido avance ninguno. De hecho, cuando ha querido tratar de forma completa a su hija – “que ha sido cuando más progreso ha tenido”, apunta– ha tenido que irse a Murcia, a Castilla La Mancha: autonomías en las que llevan décadas funcionando unidades para trastornos alimenticios.

Hermana, madre, hija: el de los trastornos alimentarios es un escenario muy feminizado no sólo por la prevalencia en el sexo femenino, sino por la circunstancia de que las principales cuidadoras son las madres. Un escenario que Patricia define como “frustrante y devastador, porque sabes que esa persona es joven, tiene toda la vida por delante, y que se podría recuperar si tuviera el tratamiento adecuado”.

Patricia Cervera es presidenta de la asociación de trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), plataforma desde la cual se inició en 2019 una campaña de recogida de firmas para que, desde el SAS, se estableciera una atención específica para este tipo de alteraciones. Consiguieron 300.000 rúbricas y la apertura de dos unidades en Andalucía:una en Granada y otra en Málaga, destinadas a cubrir las zonas oriental y occidental de la comunidad autónoma.

Sin embargo, hace dos años, en septiembre de 2024, se cerró la unidad hospitalaria en Granada, quedando sólo el hospital de día: con lo que ahora mismo, para toda Andalucía, sólo existe la posibilidad de ingreso hospitalario especializado en Málaga. Desde la Junta, se alega que el área permanece cerrada por obras y pendiente de su reapertura, pero “no hay ningún trabajo a la vista –añade Cervera–. Y parece que hablamos de grandes plantas, pero estamos hablando de cuatro camas”.

Esos son, en cualquier caso, los recursos especializados que ofrece para los TCA el sistema de salud público cuando el mínimo, señalan afectados y asociaciones, sería al menos disponer de una unidad por provincia. Digamos que todos llevamos treinta años, desde que empezó a diagnosticarse a gran escala, sin un centro específico para este tipo de trastornos. Si comparamos por población con las comunidades mencionadas al principio, Murcia no llega al medio millón de habitantes; Castilla La Mancha cuenta con dos millones; en Andalucía somos ocho millones y medio.

MÁS DE 4.000 ENFERMOS EN LA PROVINCIA

Al no existir una línea de registro “oficial” tampoco existen cifras oficiales, pero según los datos estimados por la AEETCA (la Asociación Española de los trastornos de la Conducta Alimentaria), en nuestro país existen unos 400.000 casos de este tipo: de ellos, 70.000 estarían en Andalucía. En la disgregación por provincias, Cádiz tendría un total de 4.296 enfermos categorizados en TCA, de los cuales 1.601 corresponderían a bulimia nerviosa; 596, a anorexia nerviosa; y 2.099, a otros trastornos no especificados. “Una de las cosas que estamos intentando hacer desde TCA Andalucía es llevar a cabo un estudio cuantitativo y cualitativo para tener unos datos que reflejen la realidad”, indica Patricia Cervera.

Máxime cuando, en los últimos años, se ha dado un aumento no sólo del número de casos, sino de la horquilla de edad: la Asociación Española de TCA señala una subida de la incidencia de hasta un 25% durante el último lustro, es decir, desde la pandemia.

“Fue un momento –explica Cecilia– en el que se detuvo la socialización de los adolescentes, o en el que esa socialización se agudizó a través de las pantallas”. Las pantallas y las redes sociales llevan, inevitablemente –en jóvenes y en no tan jóvenes– a una sobreexposición que se multiplica exponencialmente.

Cecilia Hernández es especialista en Psiquiatría Infantil –una rama que, hasta hace un par de años, no existía en nuestro país– y atiende a pacientes en el Hospital de Puerto Real y en una clínica privada orientada a TCA. Para la profesional, este hueco en la socialización con sus iguales, en un periodo en el que es fundamental, supuso una mordida en la salud mental: “Sabíamos que la pandemia iba a traducirse en un aumento de determinados trastornos, especialmente, ansiedad, depresión y TCA –continúa–. Era algo que se preveía y ha pasado. En los congresos, todos los especialistas en conducta alimentaria coincidimos en que ha habido una aumento en la incidencia de los trastornos de la conducta alimentaria, así como de la disminución en la edad de inicio de estos trastornos”.

LA EDAD HA BAJADO A LOS 10 AÑOS

Así, a las consultas, o a las entradas por Urgencias, llegan crías de 10 años, cuando antes la edad de inicio no bajaba de los 12, “lo que hace también especializar los tratamientos, sobre todo, a nivel grupal, porque muchas veces vemos una horquilla de edad en la que nada tiene que ver el más pequeño con la más mayor”, señala.

Está claro que la demanda, digamos, existe, pero ante los pocos recursos de sistema público, son los centros privados los que la recogen de forma mayoritaria: “Para ello –indica Patricia Cervera–, las familias piden préstamos o se endeudan, porque hablamos de tratamientos muy largos, con recaídas en el tiempo. Si no se recuperan o tardan en recuperarse, lo normal es que estén enfermos en edad adulta”.

¿Que las familias de una chica con anorexia, por ejemplo, se endeudan? Pues claro que se endeudan: “La atención en un centro de día durante un mes puede salirte por unos 2.300 euros; si es 24 horas, se sube a 4.000 euros. Todo esto, sin contar otros extras, como salidas y demás”. La desesperación, y la consciencia de no estar procurando un tratamiento adecuado, abona el campo por ejemplo para las pseudociencias:“Yo he llegado a escuchar hasta de algún caso de exorcismo”, indica Cervera, para quien está claro que la cuestión ha llegado a convertirse en “un gran negocio”.

“Desde el SAS –afirma–, no niegan que exista esta necesidad pero lo que suelen contestar es que estas personas ya están siendo atendidas”. Frente a esta respuesta, detalla Cervera, encontramos que las listas de espera son tan largas que lo normal es recurrir directamente al sistema privado: “Ha habido algún caso de pacientes que han fallecido esperando el ingreso: ten en cuenta que una causa común de muerte en los TCA –puntualiza– es el suicidio”.

Lo que ocurre poniendo a unidades minimizadas para atender a una población de más de ocho millones de personas es que “terminas quemando a las unidades, y a los profesionales, que ven que hay un montón de casos que no pueden atender, que tienen que dar altas antes de tiempo...”

“Nadie tendría por qué irse fuera de su provincia para ser atendido, o lo mismo esperar a que el trastorno esté más cronificado o se haya hecho más grave; o estar luchando contra el sistema burocrático del traslado a otra comunidad”, subraya.

ATENCIÓN INSUFICIENTE Y FAMILIAS ENDEUDADAS

La atención, en resumen, dista mucho de ser eficaz: “Muchas veces, vas a Urgencias y, a no ser que tengas un cuadro de deshidratación o de afección a otros órganos muy grave, no hacen nada”, asume Cervera. Sabe de lo que habla: su hija tiene ahora 27 años y no pesa muchos kilos más. Ha estado en la UCI en dos ocasiones y ha visitado varias veces la unidad mental de agudos, que es donde se dispone han de atenderse los casos graves de TCA.

El sistema proporciona, explica Patricia Cervera, un tratamiento insuficiente e inadecuado que termina abundando en el “cúmulo de traumas, con el trastorno que suponen experiencias de este tipo. Imaginarlo es difícil, pero vivirlo es aterrador: un minicuerpo desnutrido en una unidad de agudos, con casos muy distintos, con los riesgos que supone... De hecho, cuando las personas se hacen adultas, no quieren ir: yo he tenido con mi hija un par de ingresos involuntarios porque he insistido, pero ya son mayores”.

Lo normal, cuando aparece este tipo de enfermedad en una casa, es que los padres se den cuenta cuando ya sigue un desarrollo avanzado: “No se ve a primera vista, primero, porque el síntoma más evidente, la pérdida de peso, tarda en aparecer o no siempre se da –explica Patricia Cervera–. Otras veces, no nos damos cuenta pronto por desconocimiento, o por no querer aceptar lo que está pasando: la enfermedad lleva implícita también una ocultación, por supuesto, eso hay que tenerlo en cuenta. Y lo primero que se suele hacer es lo más lógico: ir a Atención Primaria, donde te encuentras que la mayoría de los médicos desconocen en profundidad el proceso asistencial, que está desactualizado desde 2008; pueden no saber siquiera que existen las unidades de Granada y Málaga. A veces, te mandan a digestivo, o a Salud Mental para una primera consulta, que esta suele ser rápida, pero luego, te las dan cada tres o cuatro meses, con suerte”.

Desde la pandemia, la incidencia ha subido entre los más jóvenes, muy mediatizados por la sobreexposición digital.
Desde la pandemia, la incidencia ha subido entre los más jóvenes, muy mediatizados por la sobreexposición digital. / Luis Tejido/Efe

De modo que empiezas con consultas externas. Si es más grave, te toca hospital de día con comedor terapéutico e incidencia en conducta alimentaria. Si no modificas esa conducta, tratamiento especializado, terapias de grupo... Y si la gravedad persiste y aumenta, hospitalización.

“El ingreso hospitalario por motivos, sobre todo, físicos, está cubierto en todos los hospitales de nuestro país –cuenta Cecilia Hernández–. Pero una vez pasa ese momento de crisis física, una vez la persona vuelve a ingerir alimentos por su propio pie y ha ganado un poco de peso, ¿qué hacemos? ¿Abandonamos a esa familia, que vuelve a casa a pelear cada día? Hace falta un tratamiento intensivo y en ocasiones bastante prolongado en el tiempo, hablamos de meses, incluso años, hasta poder quedarnos tranquilos y decir que el cuadro está resuelto o, por lo menos sin síntomas, y suficientemente estable para seguir sin nuestro apoyo”.

Los hospitales públicos también cuentan con unidades de salud mental infantil y juvenil, y existe la opción de que niños y adolescentes vayan a comer allí: “Pero la realidad –añade– es que eso se mantiene por poco tiempo. Y entonces probablemente haya muchas más familias que necesitarían beneficiarse de un servicio hospital de día donde las ingestas se hagan fuera del domicilio, supervisadas, donde el peso no recaiga en los padres porque suficiente tienen con ser padres como para ser policías”.

TRATAMIENTO PERSONALIZADO, INTENSIVO Y PROLONGADO EN EL TIEMPO

“De hecho, en ocasiones hace falta pasar el día entero en estos hospitales de día durante un trimestre, un curso, lo que haga falta, faltar a clase y centrarnos en la recuperación, tanto física como emocional, porque la física parece que nos llama más la atención, pero la emocional y todos los factores que han llevado a ese niño adolescente a esa situación es lo que de verdad tenemos que abordar y no se aborda en dos días”, subraya Hernández.

Para la psiquiatra, en los casos de trastornos alimentarios, “la terapia grupal es una herramienta especialmente útil porque ellos mismos suponen un grupo de apoyo para el otro”. “Lo idóneo –incide– sería poder realizar en todos los casos un tratamiento totalmente individualizado, donde se pueda elegir qué espacio es más adecuado para cada usuario, para cada niño o niña, tanto ya sea por edad, por clínica, por perfil. Esas unidades deben contar con la opción de tener una hospitalización completa cuando hace falta, prolongada”.

Así, las terapias deberían ser “tanto individuales como grupales” y se habría de contar con un equipo multidisciplinar: “Esto no depende solo de psicólogos, de psiquiatras, sino que hace falta un equipo donde los endocrinos también estén ahí, donde la nutrición forme parte. Además de que, a nivel de salud mental, un profesional con una consulta cada dos meses difícilmente va a poder ayudar”, señala Hernández, apuntando también que en muchos casos los trastornos de conducta alimentaria, tienen comorbilidad, “sobre todo, con trastornos de ansiedad, depresión y con algunos trastornos de personalidad”.

El desarrollo de un equipo multidisciplinar forma también parte del reino de la fantasía, cuando la realidad te ofrece atención terapéutica cada puñado de meses y donde "no existe, de forma oficial –denuncia Patricia Cervera– la figura de un dietista-nutricionista y las dietas no están adaptadas”. El escenario ideal que supondría contar con centros especializados se traduciría también, comenta Cervera, en “contar con espacios amables, precisamente porque estamos hablando de ingresos largos, de tres, seis nueves meses, que cercenan las rutinas”.

ESPECIAL ATENCIÓN A LOS CAMBIOS DE COMPORTAMIENTO

Ante la posibilidad de un trastorno de la conducta alimentaria, la psiquiatra infantil Cristina Hernández alerta, sobre todo, sobre cualquier cambio ante lo que han sido intereses o amigos habituales; así como hacia la comida o el ejercicio físico, pero también ante el “aislamiento social o la irritabilidad, que además pueden ser predictores de otros trastornos como la depresión”. “Muchas veces, la señal más flagrante, la pérdida de peso, tarda en manifestarse o no está asociada a ese TCA”, explica. En el desarrollo de estos trastornos influyen “factores genéticos, biológicos, sociales... En muchos casos, previamente, ha habido historia de abuso escolar, o se han dado comentarios sobre el peso, muchas veces, de forma inocente, incluso desde el ámbito familiar, pero a ellos, por algún motivo, les cala. Luego está –prosigue– el tema del refuerzo positivo: lo mismo han estado enfermas, o han perdido peso por cualquier motivo, y todo el mundo las felicita y les dice lo guapas que están. Y lo que les sale es pavor a volver a coger peso”. Para la especialista, es esencial “favorecer la comunicación con niños y adolescentes, pasar tiempos juntos, buscar espacios de confianza en familia, que sepan que pueden contar con nosotros, aunque sepamos que no nos van a contar todo. No perder el contacto con el mundo del niño: intentar seguir en su vida”.

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