Tres ejemplos de serendipia

Tribuna libre

Los descubrimientos de América, la penicilina y la Viagra dan sentido a la palabra que se incluyó en el Diccionario de la RAE en Cádiz en 2012

Académicos de la RAE, fotografiados antes de su reunión extraordinaria en el Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz el 8 de noviembre de 2012. / Julio González
Miguel Ángel Velasco | Catedrático de Cirugía (R)

03 de septiembre 2024 - 05:59

La Real Academia Española de la Lengua (RAE) es una institución que se fundó el 3 de agosto de 1713, fecha en la que el Marqués de Villena solicitó al monarca Felipe V su creación, explicándole que su objeto sería “conservar la pureza, propiedad y decoro de nuestra lengua” y cuidar de la corrección léxica. Desde entonces, los países de habla hispana (600 millones de hispanoparlantes en todo el mundo, según el Instituto Cervantes) han creado sus respectivas academias. Esta política lingüística panhispánica refleja el trabajo en consenso de la RAE, con 22 academias que forman la “Asociación de Academias de la Lengua Española”.

Es norma que todos los jueves del año se reúnan en su sede de la calle Felipe IV número 4, en la zona del Retiro de Madrid, sus 46 miembros para la presentación y debate sobre las palabras que entran, salen o se modifican en el Diccionario de la misma (DRAE). Dicha regla tuvo una excepción histórica por insólita. El 8 de noviembre de 2012 se celebró una sesión plenaria extraordinaria en el Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz, allí donde 200 años antes se proclamaba la moderna y novedosa Constitución de 1812, que por ser firmada el día de San José todos conocemos como La Pepa. En ella. “los españoles dejamos de ser súbditos y pasamos a ser ciudadanos de pleno derecho”. Tuvo esta moderna norma una vigencia efímera ya que en 1814 el rey felón Fernando VII la derogó implantando el más férreo absolutismo.

Volviendo a Cádiz y a esa sesión extraordinaria y única fuera de Madrid de 2012, ocurrió una segunda anormalidad, porque el debate fue público. Los 250 asistentes pudimos disfrutar con sus habilidades lingüísticas. Presidido por su director, José Manuel Blecua, se desarrolló con el protocolo habitual de las sesiones de los jueves capitalinos. Fue la primera vez que oí, en palabras de Arturo Pérez Reverte, quien ocupa el sillón de la letra T, la defensa de la inclusión en el DRAE de la palabra ‘serendipia’. Procede del término inglés serendipity, que fue acuñado por Lord Horace Walpole, conde de Oxford, en 1717 para describir algo así como un “hallazgo afortunado” en su cuento Los tres príncipes de Serendip. La RAE lo incluyó en 2012 definiéndolo como “un hallazgo valioso que se produce de forma accidental o casual”, siendo sus sinónimos ‘casualidad’, ‘carambola’ o ‘chiripa’.

En su discurso de ingreso en la Academia en 2016, Félix de Azua (Barcelona 1944) lo defendió desde su sillón de la letra H, en base a que “el lenguaje está vivo y cambia constantemente”. 

Son numerosos los acontecimientos a los cuales les es propio dicho término. Aquí contaremos tres ejemplos de serendipia

Cuando Colón convenció a los Reyes Católicos para que patrocinasen una expedición con tres carabelas en la búsqueda de las islas de las especias, sustancias con valor superior al oro de la época, nadie pensó en la existencia de un continente llamado, injustamente, América, ya que fue conquistado por don Cristóbal en 1492. El florentino Americo Vespucio, comerciante y cartógrafo, en sus cartas al Papa le contaba las posibilidades de la nueva tierra, y al difundir los mismos terminó llamándose América. Se buscaban especies y se descubrieron y conquistaron todos los territorios que nos permitía el Tratado de Tordesillas (1494). Para apaciguar las guerras hispano-lusas, el Papa Alejandro VI, valenciano de Játiva (Rodrigo Borgia) trazó una línea imaginaria del Polo Norte al opuesto a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, comprometiéndose ambas partes (el Rey Fernando II de Aragón y la Reina Isabel I de Castilla por una parte y el Rey Juan II de Portugal por la otra) a dominar los primeros toda tierra al oeste de dicha línea y el segundo las del este. 

Fue el inicio del gran imperio español, aquel en el que nunca se ponía el sol. En síntesis, fueron por especias y encontraron oro.

La segunda serendipia alegrará las caras de algunos de mis potenciales lectores. El sildenafilo (la Viagra) se investigó para el tratamiento de la angina de pecho por su efecto vasodilatador. Los primeros ensayos clínicos comenzaron con pacientes voluntarios en 1991. La mayoría referían ciertos efectos “indeseables” como la erección del pene, alteraciones en la percepción del color (discromatopsia) con predominio de tonos azules –como la píldora– y dolores de cabeza durante unas cinco o seis horas. Se investigó en esa línea y, tras mostrar su eficacia en 21 ensayos clínicos sobre la disfunción eréctil, en 1998 la Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU (FDA) y la Agencia Europea del Medicamento (EMA) aprobaron su uso, convirtiéndose en el primer medicamento por vía oral para ese fin. El éxito comercial se resume en unas ventas de 1.000 millones de dólares en su primer año de vida. Sus efectos vasodilatadores dieron solución a multitud de varones cuando el inexorable paso de los años conduce a su indeseada flacidez. No solucionaron las anginas de pecho, pero dieron muchas alegrías.

El tercer ejemplo que justifica este palabro es cuando, en septiembre de 1928, el futuro premio Nobel de Medicina en 1945, el escocés Alexander Fleming, se dispuso a ordenar su laboratorio del hospital St. Mary’s de Londres tras unas merecidas vacaciones. Comenzó a ordenar y a limpiar las placas de Petri que contenían colonias de gérmenes tipo estafilococo. En una de ellas se fijó en algo inusual. Había muchas menos bacterias en una zona donde estaba creciendo una mancha de moho vulgar. Esa área estaba limpia de bacterias, como si el hongo (Penicillium notatum) hubiera segregado algo que inhibía el crecimiento bacteriano. Descubrió que su zumo de hongos era capaz de matar una gran cantidad de bacterias como los estreptococos, meningococos y el bacilo de la difteria. Fue el comienzo de numerosas investigaciones junto a los farmacólogos Howard Florey y Erns Boris (Nobel compartido), que en 1941 realizaron el primer ensayo clínico en humanos. El mismo Fleming, en un bombardeo de la Luftwaffe en Southampton, sufrió heridas que se infectaron y no consiguieron frenar el proceso con sulfamidas. Se le inyectó una primera dosis de penicilina escasos meses después de su ensayo en ratones. Mejoró rápidamente. Fue el primer antibiótico de la historia que a tantos miles de millones de personas les ha salvado la vida. Serendipia fue el estar investigando las mutaciones de los gérmenes y accidentalmente, por contaminación externa, descubrir el hongo que terminaba con ellos. No dijo “eureka”. Lo que pensó y se dijo a si mismo fue: “Qué raro”.

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